domingo, 30 de agosto de 2015

Ciertas formas de narrar y sus entretelones: asomándose a El Gran Gatsby


Mario Szichman

Para Carmen Virginia Carrillo





El internet proporciona varias ventanas al pasado. Es suficiente con ingresar a google.books  (https://books.google.com/) para transmutarse en un viajero del tiempo. Millares de libros, especialmente en inglés y en francés, se abren mágicamente ante nuestros ojos. Buena parte de la biblioteca de Babel con que soñaba Jorge Luis Borges aparece en ese portal. Y además, los libros electrónicos cuentan con ventajas sobre los impresos. Escribimos un nombre y un apellido, el sitio de una  batalla, o cualquier suceso de importancia, y enfilamos directamente hacia el lugar que es imprescindible escudriñar.
Claro está, nos salteamos un montón de pasos. Quizás el resto del libro del cual hemos extraído una cita o una referencia histórica tiene enorme interés, pero la lectura debe ser discriminada, pues la vida es corta. Balzac, un omnívoro lector, calculaba, si no me equivoco, que en el curso de su vida un intelectual podía leer unos 50.000 libros. Me pregunto si la mayoría  de ellos eran leídos desde la primera hasta la última página, o si el erudito seleccionaba las partes más interesantes y se olvidaba del resto.
Gustave Flaubert revisó unos 1.500 libros para escribir Bouvard y Pecuchet, su novela más visionaria y deliciosa. (Acompañada de un Diccionario de las ideas recibidas que es inagotable en su disección de la necedad humana).  Pero ¿estudió Flaubert cada uno de esos volúmenes en su totalidad?
Stephen King, otro devorador de libros, calcula que lee entre 70 y 80 por año. Su vida intelectual se ha extendido medio siglo, eso representa unos 4.000 libros. Una cifra respetable, aunque varios de ellos los debe haber escudriñado más de una vez. Pues leer, para un escritor, involucra una inacabable relectura.
En una entrevista que le hizo Jean Stein para The Paris Review en Nueva York, en 1956, William Faulkner dijo que solía repasar con frecuencia la Biblia, Dickens, Conrad, y Cervantes. “Releo Don Quijote al menos una vez al año, como otros leen la Biblia”, indicó.
No todos los clásicos resultan legibles o atractivos en la primera lectura. Cuando Borges decía que para interesarse en el Ulises de James Joyce bastaba leer el libro de Stuart Gilbert “aunque en su defecto podía acudirse a la novela original”, no estaba bromeando, aunque parecía una boutade. Muchos críticos reconocen que Joyce empezó su novela por el sitio equivocado. Gilbert ofrecía datos para acceder al texto desde otro lugar, y de esa manera las piezas del rompecabezas lograban unirse de manera perfecta.
Algo parecido ocurre con The Sound and the Fury, de Faulkner, una novela magnífica, uno de los grandes clásicos del siglo veinte y, al mismo tiempo, una narración exasperante en su primera lectura. Solo la segunda vez reditúa enorme placer. (En la entrevista en The Paris Review, Stein dijo al escritor que para algunos lectores la saga resultaba incomprensible, inclusive después de dos o tres lecturas. ¿Qué enfoque proponía? “Leerla cuatro veces”, sugirió el narrador).
Faulkner dijo que escribió The Sound and the Fury en cinco ocasiones diferentes. La primera, a través de los ojos de Benjy, un idiota. Luego, se concentró en otro miembro de la familia Compson. Finalmente, desesperado por la falta de resultados, “quise reunir las piezas y llenar los huecos convirtiéndome en el vocero de la familia”. Recién quince años más tarde, cuando escribió un apéndice a la historia de la familia Compson para el libro The Portable Faulkner, editado por Malcom Cowley, logró terminar la novela. 
Insisto, dos lecturas son suficientes para enamorarse de The Sound and the Fury. Benjy es pura intuición, carece de emociones. Registra lo que está ocurriendo como si se tratara de una cámara. No hay nada privilegiado, o profundidad alguna, en su percepción. En cambio, el resto de los hermanos que intervienen en la novela están abrumados por los recuerdos, destruidos por la culpa, lastimados por el rencor. La emoción perturba los recuerdos, e impide tener una idea de lo que ocurre en la familia Compson. Solo Benjy registra minuciosamente la tragedia, aunque le resulta impenetrable. Y a medida que se avanza y se retrocede en la narración, se incorporan más datos, hasta que tenemos la panorámica de una familia dañada por el incesto.

Francis Scott Fitzgerald

Acabo de terminar de leer The Great Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald. Por primera vez en mi vida llegué hasta el final de esa magnífica novela. En varias ocasiones inicié su lectura, y siempre la abandoné (de manera premonitoria) al concluir el quinto capítulo. Curiosamente, la maravilla recién comienza en el capítulo sexto. Y si esta vez decidí tener paciencia con Scott Fitzgerald, fue gracias al internet.
The Great Gatsby, a diferencia de las novelas antes mencionadas, es muy sencilla de leer. Excepto que el narrador tardó demasiado en dar a conocer la trama de su novela, o la grandeza de su protagonista.

LA CURVATURA DEL CÍRCULO

¿Qué ocurre en el sexto capítulo de El Gran Gatsby que altera su trama?  La intromisión de Maxwell Perkins, bautizado acertadamente por A. Scott Berg como Editor of Genius, en su doble acepción de editor de genios y genial editor. Fue Perkins, editor de Charles Scribner's Sons, quien se encargó de revisar los manuscritos de Ernest Hemingway, de Ring Lardner, de Thomas Wolfe, Erskine Caldwell y James Jones, entre otros grandes de la literatura estadounidense. Pero fue Scott Fitzgerald quien más problemas le trajo, y al mismo tiempo, más triunfos. (Redescubrí el libro de Scott Berg en el internet).
Nick Carraway, el narrador de El Gran Gatsby, demora en explicar quién es el misterioso millonario que vive cerca de su pequeño cottage en una enorme mansión del extremo de Long Island. Jay Gatsby suele ofrecer suntuosas fiestas a decenas de invitados. Muy pocos lo conocen en persona, aunque corre el rumor de que “en cierta ocasión asesinó a un hombre”.
Todo es ambiguo en Jay Gatsby. Gracias también al internet descubrí, en el archivo de The Times Literary Supplement, que ni siquiera Scott Fitzgerald estaba muy enterado de su linaje. Algunas referencias indicarían que el escritor pensó al principio en su protagonista como “un negro de piel clara”, en tanto algunos críticos sugieren que, en realidad, “era un judío que intentaba hacerse pasar por gentil”. Es más probable lo segundo. El verdadero nombre de Gatsby era en realidad Jim Gatz. Su apellido se aproxima al de Katz, muy común entre los judíos. Pero además, Gatsby está relacionado en la novela con el fixer Meyer Wolfsheim, un judío, a quien se acusa de haber “arreglado” la Serie Mundial de Béisbol de 1919, el más famoso escándalo en la historia del béisbol norteamericano. El Meyer Wolfsheim creado por Scott Fitzgerald es, obviamente, una copia de Arnold Rothstein, el gánster que arregló la serie en la vida real. 
En el caso de los equívocos orígenes de Gatsby, Perkins nunca cuestionó a Scott Fitzgerald. Por el contrario, le aconsejó acentuar las dudas. Pues el personaje, desesperado por cautivar a una auténtica angloestadounidense como Daisy, el perpetuo amor de su vida, avanza impetuosamente hacia su trágico destino, y al mismo tiempo trastabilla en el incómodo mundo de la alta sociedad, donde más de uno acepta sus invitaciones, y al mismo tiempo lo elude recelando su origen. (Cuando Gatsby es asesinado, solo Nick Carraway, junto con el padre del gánster y un casual invitado a su residencia, asisten a su entierro).  
Pero en el crucial sexto capítulo, que cambia la novela, Perkins intervino decisivamente. Hasta ese momento, Scott Fitzgerald ni siquiera había ofrecido una edad aproximada de Gatsby. ¿Era de mediana edad, o un veinteañero? Gatsby surgía como una figura evanescente en medio de personajes bien delineados como Nick Carraway, como Daisy, como Tom Buchanan, el esposo de Daisy, un matón y un cobarde.
Perkins entendía que Gatsby debía ser algo misterioso, pero ¿cómo había obtenido su inmensa fortuna? ¿Era el personaje una herramienta inocente en manos de criminales, o se trataba de un veterano delincuente? ¿Cuál era la razón de que invitara a tantas personas a sus fiestas, la mayoría de las cuales no lo habían visto en su vida?
Por lo tanto, Perkins urgió al escritor que reformulara el capítulo sexto. Es en ese momento cuando se revela el grandioso esquema de Gatsby. Ha estado enamorado de Daisy toda su vida, pero cuando la conoció, era un pobre soldado. Y luego, tras adquirir una fortuna por medios ilícitos, decide reconquistarla a través de la adquisición de una enorme mansión, cerca de donde ella reside, organizar recepciones, y finalmente atraerla a sus brazos.  
Todo eso funciona al principio como un cuento de hadas, con Nick Carraway, amigo de Daisy, actuando de Celestina. Luego, el romance se desbarranca en una estúpida tragedia.  
Analizar el método usado por Perkins para mejorar la novela y contribuir a su trascendencia es casi tan apasionante como la novela misma. La tarea del editor es inmensamente creadora porque acaba con la escritura que yo llamaría plana, y permite al escritor alzarla en sus tres dimensiones. Un solo ejemplo: en la primera versión de la novela, Scott Fitzgerald mencionaba al pasar un enorme cartel que aparecía al costado de la ruta que seguía Nick Carraway en su viaje a Long Island. En el cartel aparecían los enormes ojos del doctor T.J. Eckleburg, un optometrista del condado neoyorquino de Queens. Pero a medida que la novela avanza, y gracias a las sugerencias de Perkins, el optometrista va creciendo en la narración. Hasta que al final Wilson, el asesino de Gatsby, observa con un estremecimiento el anuncio de T.J. Eckleburg, “que había surgido pálido, y enorme, de la noche en disolución”. Wilson solo atina a decir: “Dios todo lo contempla”.
Antes mencioné la grandeza de Gatsby. Hablar de grandeza en el caso de un gánster parece algo exagerado. Pero toda novela que nos apasiona o solemos recordar con frecuencia cuenta con un ingrediente que la hace única. Ilusiones Perdidas, y La Piel de Zapa, ambas escritas por Balzac, son productos de un genio. En ambos textos, la genialidad consiste en aquello que algunos psicoanalistas llamarían “la elección de objeto”. Ilusiones Perdidas podría ser el gran romance de la escritura. Sus héroes son el dueño de una imprenta y un periodista, Lucien de Rubempré, que vende su alma al demonio.  
Balzac nos hace devorar las páginas que dedica al proceso de fabricación de un diario, y a la técnica de elaboración del papel. Y hacia el final del libro, de la misma manera en que en La piel de zapa la pasión acorta la vida del protagonista junto con la membrana de onagro, la sumisión de Lucien al gran villano Vautrin es precedida por la metáfora del hombre que se envicia devorando papel. Todo cambia para el lector gracias a esa metáfora. La novela se pliega en sí misma, adquiere un simbolismo muy especial que obliga a la relectura.
La intervención de Perkins en la manufactura de El Gran Gatsby insertó la metáfora y el simbolismo en un relato que, de otra forma, hubiera resultado ameno, pero fácilmente olvidable. Hay autores de genio, es indudable. Afortunadamente, algunos de ellos son ayudados por geniales editores.


miércoles, 26 de agosto de 2015

Si usted no tiene demonios interiores, pídale a otro escritor que le preste los suyos


Mario Szichman

 Stephen King

Tengo una relación de amor y odio con Stephen King. Ha escrito una novela que para mí es una obra maestra: Misery. Espero que en algún momento se convierta en un clásico de la literatura norteamericana, como The Great Gatsby o The Catcher in the Rye.
¿Qué es lo que me gusta de Misery? En primer lugar, puedo recordar el argumento. Y generalmente, solo los buenos argumentos son memorables. Es la historia de un escritor que sufre un accidente en una zona montañosa y nevada, y es rescatado de la muerte por una de sus admiradoras. Es un relato de horror, pues la admiradora es una asesina que mantiene confinado al protagonista en la cama, y lo droga con un remedio para la tos. La intención de la presunta benefactora es que el narrador siga en sus garras mientras redacta una novela en una anticuada máquina de escribir, presumo que siguiendo las indicaciones de su seguidora. Parte del suspenso, nutrido de una buena ironía, es que algunas teclas de la máquina se rompen, y el escritor se va quedando sin palabras.
Misery tiene todos los ingredientes de los clásicos cuentos para niños, con sus brujas, sus ogros, sus pasadizos secretos, pociones mágicas y la salvación final. Por momentos, si no fuera porque el protagonista es un adulto, me hace recordar un relato de Cornell Woolrich, que para mí no tiene paralelos en la ficción norteamericana: Si muero antes de despertar. Es la historia de un niño sumergido en un mundo de fantasía, con progenitores muy sensatos, que suelen dudar de sus historias. Por cierto, el padre es un policía que investiga la desaparición de niños, y para proteger a su hijo de la dura realidad, arranca cotidianamente la página de sucesos del periódico donde siempre se brindan nuevos detalles de esos secuestros. Finalmente, una de las amiguitas del niño desaparece, y éste se encarga de seguir la pista al asesino. Si hay algo que supere en suspenso a ese relato, todavía no lo he descubierto.
Pero, más allá de Misery, y de las secuelas de esa novela,  me cuesta entusiasmarme con la producción de Stephen King.  (En junio de 1999, King fue atropellado por una camioneta cuando caminaba en una banquina de la Ruta 5, en Lovell, Maine, y estuvo a punto de perder la vida, en un accidente que registró ciertos parecidos con Misery)
En una ocasión, en su excelente libro de non fiction, Danza Macabra, explicó su filosofía narrativa. King no cree en la sutileza, como la cultivada por ese genio del cine llamado Jacques Tourner.  Cat People, quizás el filme más famoso de Tourner, cuenta la historia de una joven serbia, Irena, quien pertenece a una raza de personas que se convierten en panteras cuando se despierta su pasión. La película está cargada de enorme erotismo, aunque todo es sugerencia, así como de una persistente amenaza que nunca requiere de la violencia para asustar al espectador.  Hay una célebre escena de Cat People cuando una mujer, espiada por la asesina, se zambulle en una piscina. De repente, la mujer descubre el acecho e intenta huir del lugar. Tourner logró resolver la escena mostrando simplemente el rostro de la mujer, y jugando con las sombras en la piscina.
Bueno, a King eso le disgustaba. Prefería la violencia gráfica, y raudales de sangre. Aunque es un escritor muy sensible a la hora de hablar de su oficio, y son muy buenas sus recomendaciones de autores y libros, hay un costado inmaduro. El tema de Carrie, su primera novela, que lo catapultó al estrellato, es muy desagradable. El crítico Dwight McDonald decía que ciertos escritores norteamericanos eran incapaces de lidiar con la sexualidad adulta, y parecían siempre horrorizados de que “también mamá y papá lo hacen”. Es la misma sensación que me causa King cuando aborda ciertos temas escabrosos en su narrativa.
Recuerdo que en el 2013, la revista de The New York Times publicó un extenso artículo titulado “Stephen King’s Family Business.” (http://www.nytimes.com/2013/08/04/magazine/stephen-kings-family-business.html)
El “business” de la familia es la narrativa. Prácticamente todos sus integrantes son escritores: su esposa, Tabitha King, (autora de ocho respetables novelas), y dos de sus tres hijos: Joe y Owen. Además, Owen está casado con la escritora Kelly Braffet.
Cuando vi una de las fotos de una reunión familiar de los King y observé al bello perro tendido en el suelo, pensé que también el perro debía ser un escritor de best-sellers. Luego leí el reportaje y me dio pánico. Salvando las distancias, pensé que la autora estaba describiendo a la familia de Los Locos Adams.
Ignoro si existe la categoría del incesto literario. Hay obviamente famosas familias de intelectuales. Pero no debe ser fácil vivir en el seno de ellas. Al menos, en el reportaje los temas mencionados eran la literatura, el cine, la música y sus derivados. Claro, eso no ocurre todos los días en la vida de los King. Los hijos están casados, viven en otros lugares, seguramente están relacionados con personas que no se dedican a escribir, o a hablar exclusivamente de películas y de música. Sin embargo, el ambiente hogareño me hizo recordar una extraordinaria novela satírica de Donald Antrim: The Hundred Brothers, que ya comenté en un post anterior, y que tiene este comienzo: “Mis hermanos son Rob, Bob, Tom, Paul, Ralph, Phil, Noah, William, Nick, Dennis, Christopher, Frank, Simon, Saul, Jim, Henry, Seamus…” Y eso sin olvidar a los trillizos Herbert, Patrick y Jeffrey, y a los gemelos: Michael y Abraham, Lawrence y Peter, Winston y Charles, Scott y Samuel … La lista sigue, durante varias páginas, en la descripción de “The Hundred Brothers,” los cien hermanos que ocupan, como escenario, la sofocante biblioteca de una mansión en decadencia. Antrim nos cuenta sus vidas, sus absurdas rivalidades, sus casuales fechas de nacimiento. (Por ejemplo, once de ellos han nacido el mismo día, el 23 de mayo, “aunque a diferentes horas, en distintos años”), además de sus tics, sus mezquindades, sus delirios de grandeza.
Aunque es bueno contar con una gran familia, o por lo menos con una familia ampliada, pues generalmente nos salva del incesto, y en ocasiones de la locura, una familia plagada de escritores es, como dicen en Estados Unidos, To good to be true. Hay algo muy empalagoso, y hasta cierto punto perverso.
En fecha reciente leí On Writing, un libro de King que lidia con algunos de sus demonios interiores antes de enfilar hacia su oficio de escritor. Es un Stephen King mucho más humano. La estampa de la familia perfecta que intentaba ofrecer la revista de The New York Times tenía muy poco que ver con la realidad. El escritor reconoce que durante muchos años fue adicto al alcohol y a las drogas; inclusive no recuerda cómo redactó su novela Cujo, en medio de efluvios alcohólicos y drogas fuertes.
Su historia familiar carece de elementos épicos, aunque abundan los deprimentes. Creció en un hogar con escasos medios de subsistencia, y con un padre ausente.  Para mí, la segunda parte de On Writing es la más interesante, pues King es honesto, sensato, y además quiere ayudar a sus lectores a convertirse en escritores.
Su primer consejo: “Si usted quiere ser un escritor, hay dos cosas que debe hacer por encima de cualquier otra: leer mucho, y escribir mucho. No hay manera de eludir esas dos cosas, ningún atajo”. Por supuesto, alguien puede leer mucho y escribir aún más, y nunca llegará a ser un escritor. Pero tiene mejores posibilidades que quien lee y escribe poco.
Luego vienen las herramientas del oficio, especialmente, un buen libro de gramática. Y en este caso, hay una obra en inglés, que resulta imposible recrear en castellano. Se titula The Elements of Style, y fue escrita por William Strunk. La versión que tengo, en paperback, consta de 85 páginas. Debe haber vendido más de un millón de ejemplares desde su primera edición, en 1919. Todo lo que necesita una persona para escribir, está en ese libro. La intención de Strunk, según señaló su prologuista E. B. White,  “fue eliminar la vasta madeja de la retórica inglesa”.
La persistente orden de Strunk era Omit needless words! omita palabras innecesarias. E insistía luego: “La escritura vigorosa es concisa. Una frase no debe contener palabras innecesarias, ni un párrafo frases innecesarias, del mismo modo en que un dibujo no debe tener líneas innecesarias, o una máquina partes innecesarias. Eso no significa que un escritor fabrique siempre frases cortas, o que evite detalles… Pero eso sí: cada palabra cuenta”.
¿Se imagina el lector a un erudito de la Real Academia Española de la Lengua formulando consejos similares? Hoy estaba revisando el internet para encontrar un diccionario histórico de la lengua, y tropecé con un libro en el que un catedrático agradecía su incorporación a la ilustre academia. El libro es de 1980, y el agradecimiento ocupa más de 150 páginas. Es una robusta edición, no en tamaño paperback.
Stephen King no se siente afligido por la angustia de las influencias. Por el contrario, las considera muy beneficiosas. “Cuando leía de niño a Ray Bradbury,” nos dice, “escribía como Ray Bradbury. Cuando leía a James M. Cain (el autor de El cartero llama dos veces) escribía sentencias cortas, sin aditamentos, duras, curtidas”. 
En definitiva, escribir es reescribir las frases de los demás. Eso puede observarse mejor en la llamada “literatura comercial”, ya se trate de policiales, romances, o ciencia ficción. Los editores exigen ciertos temas, y ofrecen guidelines, pautas a seguir. Por supuesto, los genios usan esos guidelines repletos de frases y tramas trilladas, para crear obras maestras. Es el caso de Jim Thompson, a quien Lion Books le entregó la pauta de una novela que tenía como protagonista a un policía neoyorquino muy corrupto, con tendencia a tomarse la justicia en sus propias manos. Thompson dijo que sí, que le interesaba el tema. Seis semanas después, trajo a Lion Books la novela The Killer Inside Me, una de las obras maestras de la literatura norteamericana. El policía neoyorquino había sido trasladado a Texas, y seguía tomándose la justicia en sus propias manos. Con esta diferencia: antes de matar a sus víctimas mediante la estrangulación o a balazos, las mataba de aburrimiento.
No hay tantos temas, o personajes en la literatura universal. La maestría se encuentra en la amalgama. Y después de leer muchas novelas, y de escribir muchas páginas, toda persona dedicada al oficio empieza a descubrir que la originalidad es una absoluta entelequia, en tanto la sabia mezcla de personajes y situaciones muchas veces se acerca a la genialidad.
Pero es uno de los últimos consejos de Stephen King el que me parece más fructífero. Dice que cuando estaba aún en la escuela primaria, descubrió a Murray Leinster, un escritor de novelas de ciencia ficción. El hallazgo fue que Leinster era un horrendo escritor. Sus personajes eran tan sólidos como el papel de fumar, las tramas eran absolutamente absurdas. La novela, dice el escritor, fue muy importante en su carrera literaria. Pues por primera vez, encontró un narrador malísimo, y pensó: “Yo puedo escribir mejor que él. Mi Dios! Es que ya estoy escribiendo mucho mejor que él”. Y añade King: “¿Qué puede ser más alentador para el escritor en ciernes que descubrir que su obra es superior a la de alguien que recibe dinero por su tarea?”
Solo leyendo malas novelas se puede aprender a escribir novelas buenas, dice King. Por lo tanto, El valle de las muñecas, o Flores en el ático, deberían convertirse en lectura obligatoria de todo escritor en ciernes.
Ernest Hemingway recomendaba a un narrador que carecía de ideas colocar un dogal en torno a su cuello, arrojar uno de los extremos por encima de un árbol y pedirle a un amigo que lo sujetara fuerte. Luego, debía subirse a un banco, y patearlo. La tarea del amigo era soltar el extremo de la cuerda para que el escritor no muriera estrangulado. “Y luego, debe ponerse a escribir de inmediato”, decía Hemingway. “Al menos el sobresalto de sentirse estrangulado le servirá de inspiración”.
Ya dije anteriormente que tengo una relación de amor y odio con Stephen King. Pero hay algo imposible de negar: es muy generoso, y siempre brinda buenos consejos. No alardea ni de sus logros ni de sus defectos. Ha vivido una vida más trágica de lo que desea confesar. Y tiene demonios interiores para regalar. Es muy recomendable apropiarse de alguno de ellos.






domingo, 23 de agosto de 2015

En ocasiones, la mejor forma de rendir homenaje a los héroes es traicionar sus augurios (Una reflexión sobre Eros y la doncella)


Mario Szichman

Para Gerardo Barcia,
con mi agradecimiento,
por formular tantas
 preguntas incómodas.



Cada etapa histórica convoca distintas preocupaciones. En fecha reciente comencé a apasionarme por las novelas que incluyen un viaje hacia el pasado. El espíritu de los muertos suele pesar sobre el ánimo de los vivos, y es imposible eludir la tentación de redress the wrong, reparar el mal causado por seres humanos inmersos en procesos políticos o sociales. De manera habitual, los viajeros del tiempo desean intervenir en episodios pretéritos a fin de alterarlos.
El relato de Ray Bradbury A Sound of Thunder, la historia de un grupo de cazadores que marcha desde un futuro remoto a un pasado poblado por dinosaurios, y trastorna el devenir cuando uno de ellos pisa sin querer una franja de terreno vedado, es el mejor ejemplo de los riesgos que implica fastidiar las reglas del juego. El guía que conduce a los cazadores explica de esta manera el efecto mariposa. “Un zorro muere porque no consigue 10 ratones. Un león agoniza porque carece de 10 zorros. Al faltar un león, toda clase de insectos, aves de rapiña, infinitos millones de formas de vida son arrojados al caos y a la destrucción”.
Por supuesto, otros autores cuestionan esa premisa: no es lo mismo inquietar la naturaleza que impedir el acceso al poder de algunos monstruos. El ejemplo favorito es Adolf Hitler, que ha generado muy buenas versiones alternativas de la historia. Philip Dick escribió un clásico, The Man in the High Castle, donde se describen las vicisitudes de varios ex ciudadanos norteamericanos sojuzgados por las victoriosas potencias del Eje, tras aplastar a la coalición aliada en la segunda guerra mundial. Dean Kontz, en su Lightning, consigue que Stefan, un ángel guardián, efectúe un viaje en el tiempo para convencer a Hitler que debe cambiar su estrategia si desea triunfar. En realidad, los consejos de Stefan están destinados a sabotear los planes del Führer. Y Robert R. McCammon, en The Wolf´s  Hour, cuenta la historia de un agente de la inteligencia británica que marcha detrás de las líneas alemanas e impide a los nazis usar un arma devastadora contra los aliados. El agente tiene una peculiaridad: es un hombre lobo.  (Todavía no conozco una novela mala o aburrida de McCammon. En cambio, algunas de ellas son espléndidas, como Mister Slaughter).
El tema del viajero del tiempo es muy antiguo. Ya Luciano de Samosata escribió fábulas memorables que siguen siendo copiadas por nuestros contemporáneos.  Pero inclusive sin un retorno al pasado, la proliferación de novelas históricas muestra el terco interés de incursionar en otros ciclos.
Por supuesto, no hay novela histórica que sea realmente histórica. Contar desde el presente episodios ocurridos hace mucho tiempo brinda al narrador la ventaja de conocer el desenlace. En cambio, los contemporáneos de un evento famoso desconocen el futuro. Esos testigos muestran, además de una mirada perspicaz, toda clase de vaticinios ilusorios, apenas vinculados con aquello que finalmente sucedió.

LAS VARIAS VIDAS QUE VIVIMOS

Cuando empecé a escribir, a mediados de la década del sesenta, deseaba describir mis experiencias como judío en un ámbito muy hostil, el de Buenos Aires, una ciudad con una fuerte comunidad judía, y una robusta presencia antisemita. El antisemitismo se palpaba en el aire, muchos judíos recortaban su apellido o directamente lo pasaban al castellano. Un Socolinsky se convertía en un Socol, el nombre original del poeta César Tiempo era Israel Zeitlin.
En la época en que escribí mi primera novela, Crónica Falsa (1967), ignoraba, por ejemplo, la protección brindada por el gobierno de Juan Domingo Perón a nazis prófugos de la justicia como Adolf Eichmann o Josef Mengele, entre varios centenares más. (El libro clásico, imprescindible, para enterarse del éxodo de nazis a la Argentina peronista es Hunting Hitler, de Neil Bascomb). Pero, como en la naturaleza nada se pierde, todo se transforma, ese costado de la experiencia judía pude recuperarlo en fecha reciente en una novela, aún inédita, donde creo haber completado un ciclo. Esta vez, no son judíos argentinos, sino agentes secretos israelíes quienes predominan en mi texto, además de Eichmann y Mengele. La mélange es realmente interesante.
Tras irme de la Argentina, luego de varios años de vivir en Caracas, y ahora en Nueva York, mi interés en materia de ficción enfiló hacia la novela histórica. Podría dar muchas razones para ese viraje, en su mayoría falsas. La verdadera razón es que mi última novela sobre la familia Pechof, aún inédita, no le interesó a editorial alguna. Esa etapa había concluido para mí, y si quería seguir publicando, debía cambiar el argumento. (Como quería seguir publicando, cambié el argumento).
Afortunadamente, existía El Precursor Francisco de Miranda, y un gran amigo, Nelson Luis Martínez,  director del periódico Últimas Noticias, de Caracas,  un fervoroso mirandino. Nelson Luis me consiguió varios libros sobre el más grande héroe imperfecto de la historia latinoamericana –mucho más entrañable que Simón Bolívar–  así como ese monumento literario llamado Colombeia. Gracias a ese magnífico periodista, y al editor de editores José Agustín Catalá, mi carrera volvió a despegar vuelo.

Luego llegó Hugo Chávez al Palacio Miraflores, en Venezuela. Y creo que Chávez, más que nadie, contribuyó a la escritura de mis novelas Las dos muertes del general Simón Bolívar, y Los años de la guerra a muerte. El culto de Chávez por Bolívar era tan disparatado como lo fue su gobierno o su –so–called– filosofía política. Dudo que alguien pueda escribir alguna vez una historia del chavismo de manera serena e imparcial. Recuerdo el libro The Revolutionary Has No Clothes: Hugo Chavez’s Bolivarian Farce (El revolucionario está desnudo: la farsa bolivariana de Hugo Chávez), publicado en el 2009. Su autor es A.C. Clark, un seudónimo. (El autor dice que usó el seudónimo para protegerse, y proteger a su familia de posibles represalias de las autoridades venezolanas). En el ensayo se mencionan múltiples anomalías de Chávez y de su entorno político. A veces, el propio autor se muestra sorprendido por la “incontinencia verbal” de Chávez, como cuando describió en cadena por televisión un ataque de diarrea. Y es tan difícil creer en algunos de los eventos registrados en el curso de la “Revolución Bonita” que el autor facilita enlaces de videos donde quedaron registradas múltiples obscenidades y singulares teorías de toda índole, de esas que los alienistas están habituados a oír en los hospicios.
En mi caso, solo puedo exhibir como humilde aporte la decisión del líder máximo de ordenar la cirugía estética del Libertador, a fin de brindarle un rostro adecuado a su ideal de belleza masculina.

La muerte de Chávez, atribuida por su reemplazante, Nicolás Maduro, al imperio del mal –al parecer algún científico surgido del film Dr. Strangelove habría inoculado al líder venezolano células cancerosas a través de ondas hertzianas– no frenó la desbocada fantasía de la nomenclatura chavista. Existe ahora un relato oficial poblado de hadas buenas y de ogros malos. Y si no existe el paraíso, Venezuela puede navegar al menos por el Mar de la Felicidad.

LOS PASOS MARCADOS

En una época realmente creía que la escritura es un proyecto de vida. Mi modelo era Gustavo Flaubert, quien murió cuando estaba escribiendo o corrigiendo las páginas finales de Bouvard y Pecuchet,  en mi opinión, la mejor de sus novelas, un monumento erigido a la estulticia humana.
Marcel Proust tenía un proyecto: A la búsqueda del tiempo perdido, y lo concretó de manera magnífica. También Balzac, y Dostoievski, y obviamente Tolstoi. Pero a veces, nuestros proyectos literarios nos conducen por el mal sendero. Depende de la vida de cada uno. Tal vez el atasco que tuve entre 1981, fecha de publicación de A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad, y Los Papeles de Miranda (2000), me ha brindado una lección: a veces, hay que confiar en lo inesperado. La vida nos trae infinitas sorpresas, y es muy peligroso ignorarlas. Inclusive las catástrofes nos permiten seguir viviendo, y en ocasiones, encontrar la felicidad.
Hace poco recibí un correo de un buen amigo, Gerardo Barcia, comentando algunos aspectos de mi novela Eros y la doncella, que transcurre en la época de la Revolución Francesa, durante el Reino del Terror. Esa novela no estaba programada en mi canon, y sospecho que si la releo –algo que no suelo hacer con mis obras– será como escudriñar en el texto de otro autor.
Cuando la redacté, poco sabía de ese período conocido como el Reino del Terror. Necesitaba concluirla a toda velocidad pues creo en el trabajo como la única cura para la tristeza, la nostalgia, el abandono y la traición. (Siempre nos sentimos traicionados por aquellos seres entrañables que nos abandonan para siempre).
Por lo tanto, opté por leer a cronistas de la época, especialmente The Diary of a Citizen of Paris During ´The Terror´, escrito por Edmond Biré. Ellos me proporcionaron  el background de lo ocurrido en la época de Maximiliano Robespierre.
Aunque la presencia de un cercano fallecimiento fue la razón para escribir Eros y la doncella, la novela no estaba destinada a exaltar la muerte, sino a celebrar la vida. El único personaje que me apasionaba en ese momento era Jacques Antoine Dulaure, un convencionista de la Asamblea Nacional que escribió un libro sobre los cultos fálicos. Muchos antropólogos copiaron luego sus hipótesis sin mencionarlo, entre ellos algunos muy famosos como Robert Allen Campbell en su libro Phallic Worship.
Cuando entregué la primera versión de Eros y la doncella a la profesora Carmen Virginia Carrillo, sentí que mi mundo, el real y el literario, se derrumbaba. Aquello que digo en la dedicatoria lo repito, Gerardo, porque es la pura verdad: La profesora Carrillo es amable como un hada buena en su trato personal, pero es insobornable, absolutamente insobornable a la hora de señalar fallas narrativas, e implacable cuando se trata de desechar partes enteras. Y eso ocurrió durante diez meses, a ambos lados de la computadora, con la profesora Carrillo en Valera, y yo en Nueva York. Discutimos no solo la estructura de la novela, sino las peripecias a incluir. Y algo fundamental: cómo borrar las huellas históricas y disolverlas en la ficción. Pues cargo con la ventaja, pero también el hándicap, de muchas décadas de periodismo. Y si bien el periodismo y la literatura forman parte de una familia actúan, en realidad, como parientes lejanos.
Una cosa curiosa: Dulaure, el personaje que más me interesó al principio de la escritura, terminó siendo la casilla vacía de Eros y la doncella, y fue reemplazado por las grandes figuras de la Revolución. Los caminos del inconsciente suelen elegir algunas encrucijadas, y desechar otras. En la mayoría de los casos, es bueno acatar el mandato.
No voy a mencionar todos los interrogantes planteados por Gerardo Barcia en su correo, varios de ellos muy iluminadores. Pero sí me hizo pensar, y mucho, una pregunta formulada al final. Voy a parafrasearla. Todo venezolano está obviamente obsesionado por la catástrofe que sufren sus compatriotas. Y busca, al mismo tiempo, una razón interna a fin de mantener las esperanzas. Venezuela es un país que fue diezmado literalmente en la época de la independencia. Décadas después de la muerte de Bolívar, su población era inferior a la que había existido en las postrimerías de la época colonial. Era, como hoy señalaría el político venezolano Diego Arria, apenas “un espacio habitado”.
Pero luego vino el descubrimiento del petróleo, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez –que creó muchas de las obras de infraestructura que hoy está destruyendo el chavismo– y la democracia –chucuta o grande, pero democracia al fin– que colocó al país en una senda de conciliación y de prosperidad –aunque con enormes fallas.
Ahora el chavismo está aposentado, con bastante solidez, en la tierra del sol amada y Gerardo me pregunta, al analizar los avatares de la Revolución Francesa: “¿Valen la pena todos estos accidentes en el tiempo, todas estas coyunturas sin sentido, si se piensa a largo plazo, si se ponen en perspectiva?”  
Lo cierto es que tras el funcionamiento constante de la guillotina, y tras los llamados “matrimonios fluviales”, donde los revolucionarios amarraban a parejas en lanchas, y las ahogaban en ríos, y luego de una serie constante de atrocidades, Francia se libró de muchos de sus verdugos, y surgió Napoleón Bonaparte como salvador de la nación. Obviamente, las conquistas militares de Napoleón lograron rellenar las vacías arcas del tesoro francés. Las consignas más humanitarias, el código Napoleón y cambios en los derechos de propiedad representaron mejoras para vastos sectores de la población. Al trauma de la revolución siguió la paulatina evolución. Y la paz permitió afianzar algunas conquistas.
Pero, si se estudia la Francia previa a la Revolución se verá que ya era una de las principales naciones de Europa. Y cuando llegaron los revolucionarios, no desmantelaron el aparato productivo, lo enfilaron hacia otros objetivos. Francia contaba con una excelente maquinaria de guerra a la que se sumaron cientos de miles de ciudadanos en un océano de monarquías que preferían contratar mercenarios antes que entregarles armas a los súbditos.
Tendría que revisar de nuevo ese período, pero dudo que los revolucionarios, aparte de algunos codiciosos, se hayan dedicado de manera sistemática a robar todo lo que no estaba atornillado al piso. Eran, equivocados o no, buenos patriotas.
Supongo que muchos venezolanos quieren saber si Venezuela logrará resurgir de las cenizas. El problema es que para eso es necesario sobrellevar no solo la formidable destrucción del aparato productivo, sino la maldición de Simón Bolívar.
Poco antes de morir, el Libertador dijo en carta al general Juan José Flores: “Sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos- primitivo, este sería el último período de la América”.
Por supuesto, era la carta de un hombre que había perdido toda esperanza y estaba a las puertas de la muerte. Quizás la mejor tarea que pueden emprender aquellos que aman a Venezuela es desmentir la profecía de Bolívar. En ocasiones, la mejor forma de rendir homenaje a los héroes es traicionar sus augurios.


miércoles, 19 de agosto de 2015

Diego Arria: “¿Tendrá el chavismo un juicio a lo Nuremberg?"

Mario Szichman






(Fotos de Luisa Benavides)


(Una versión de este reportaje fue publicada en la versión digital del 
Diario Tal Cual de Caracas, Venezuela, el 18 de agosto de 2015)

El actor Robert Mitchum, uno de los grandes de Hollywood, disfrutó en la década del cuarenta de numerosos trabajos; solía participar en cinco o seis películas al año. A veces tenía la fantasía de que en el curso de una filmación, tras abrir una puerta para abandonar una vivienda, tropezaría con su alter ego, que ingresaría a la vivienda procedente de otra filmación. 
Diego Arria podría abrigar similar fantasía, aunque su alter ego está mucho mejor estructurado. Es un político venezolano con una muy destacada participación en las Naciones Unidas durante la década del noventa. Fue representante permanente de Venezuela ante la ONU (1991–1993) y presidente del Consejo de Seguridad (1992) en un momento muy álgido, previo al genocidio en Srebrenica, un enclave bosnio musulmán en la ex Yugoslavia. Tras visitar Srebrenica presidiendo la primera misión en la historia del Consejo de Seguridad a un teatro de guerra, Arria pronosticó las futuras matanzas señalando que el enclave “era un campo de concentración vigilado por la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas” y que los habitantes de Srebrenica enfrentaban “un genocidio en cámara lenta”.  La predicción se concretó en julio de 1995, cuando más de 8.000 bosnios musulmanes, en su mayoría niños y adultos, fueron asesinados por el ejército bosnio serbio bajo el comando del general Ratko Mladic. Arria  acusó a las grandes potencias de haber hecho muy poco para evitar la masacre que en su concepto radicalizaría reacciones de grupos musulmanes en el mundo como respuesta a la falta de acción de la comunidad internacional. Y lamentablemente esto viene ocurriendo.
Es evidente que Arria, como Robert Mitchum, podría ingresar en algún momento por una puerta, con los atributos de un diplomático que de manera escasamente diplomática nunca se calla la boca, –al punto que acusó a la ONU de “cover–up,” encubrimiento de lo que estaba ocurriendo en Srebrenica–, y tropezar enseguida  con su alter ego, un político venezolano que no se cansa de criticar al gobierno de la Revolución Bolivariana, y que ha sufrido duras represalias por su batallar. En mayo de 2010, por órdenes del entonces presidente venezolano Hugo Chávez Frías, invadieron y saquearon su finca La Carolina, en el estado Yaracuy. Días antes, Arria había pronunciado un discurso en el Foro de la Libertad, en Oslo, sugiriendo que Chávez terminaría enfrentando un tribunal por la comisión de “crímenes de lesa humanidad”. 
Este reportaje se realizó a lo largo de una semana, en la ciudad de Nueva York.

Mario Szichman: –Diego, parecería existir una diferencia entre tus actividades como diplomático en la ONU, y como político en Venezuela. Tú lograste dialogar con algunos responsables de la masacre de Srebrenica, inclusive con el presidente de Yugoslavia Slobodan Milosevic, a quien se le procesó por genocidio en Bosnia.  Sin embargo, nunca pudiste entablar un diálogo con el gobierno chavista.
          
Diego Arria: –No olvides que cuando negociábamos era buscando la paz en medio de una guerra provocada por el fanatismo. Pero lo hacíamos como representantes de la cúpula política del mundo-- el Consejo de Seguridad de la ONU. Diez años después fui como testigo del Fiscal en La Haya en el juicio a Milosevic, quién nunca pensó que ese día llegaría. La justicia internacional puede tomar tiempo pero llega. Esa es la lección.
M.S.: –Ante ese panorama desolador ¿Cuál es la salida? ¿Tienes alguna propuesta?
D.A.: –No hay salida posible si no rescatamos los poderes públicos –hoy secuestrados por el régimen– Por eso he venido proponiendo hacerlo vía una iniciativa constituyente, con un periodo de transición de tres años que permita desmontar la telaraña jurídica, económica y social que atenaza al país. Claro eso es si realmente se quiere rescatar Venezuela y no solo ocupar pequeños espacios de poder.
M.S.: –Habría que preguntarse, como en El Burlador de Sevilla ¿Tan largo me lo fiais? ¿Crees que el pueblo venezolano aceptará ese período de transición de tres años en un país donde cada minuto cuenta?
D.A.: –Hay que decirles a los venezolanos el equivalente a lo que un médico le puede llegar a decir a uno ante el cuadro clínico de un familiar: “Su estado es grave, estamos ante una situación de emergencia que nos obliga a tomar  acciones radicales y extremas. Existen muchos riesgos pero sin asumirlos no habrá recuperación.  Es muy duro lo que les digo pero créanme no hay otra solución. Lo pueden ir medio curando y medio recuperando con medidas menos intrusivas. Pero nunca, les repito, nunca, se convertirá en el ser vivo y pleno que ustedes quieren”. Así está hoy Venezuela. Puede ser sanada y rescatada pero su tratamiento no será con aspirinas.
M.S.: Tu propuesta me parece utópica en un país donde todos los gobiernos, y especialmente el chavista, fomentaron the instant gratification.


D.A.: –Eso es cierto y preocupante.  Durante generaciones, se ha venido desconociendo  nuestra verdadera realidad económica y social. Ha existido, por parte de muchos, una dependencia emocional del estado. La mayoría del pueblo ha tenido una dependencia equivalente en el campo de la economía, a través de la educación, la sanidad, y otros servicios públicos gratuitos. Y esta “adicción” ha venido pasando de generación en generación. Veo con alarma cuantos dirigentes jóvenes siguen anclados en ese pasado. Y que creen –y les han hecho creer–  que el simple hecho de ser jóvenes es una credencial.
M.S.: –Hace algunas décadas publicaste el libro “Primero la Gente”, donde hablabas de Venezuela como una especie de paraíso en medio de un océano de dictaduras. Y señalaste una dicotomía entre recursos y libertad. Parecía un planteo quimérico pero realizable. ¿Qué ocurrió en el medio?
D.A.: –Señalaba en la introducción al ensayo que “muchos  países tienen libertad sin recursos y otros recursos sin libertad. Nosotros tenemos recursos y libertad. Si aprendemos a usarlos tendremos un país estable con prosperidad económica y social…pero en cambio si no lo hacemos correremos el riesgo de perder la oportunidad, los recursos y la libertad”.
                Eso lo escribí hace 32 años y fui rechazado porque estaba inquietando a los venezolanos. Era como un aguafiestas. ¿Cómo se me ocurría decir algo así con dos partidos políticos fuertes y responsables como AD y COPEI que yo calificaba como las viejas maquinarias? Bueno ya vimos lo acontecido, yo perdí la elección pero el país perdió hasta la libertad.
M.S.: – ¿Sigue existiendo Venezuela como país?
D.A. – Más que un país, Venezuela se ha convertido en un espacio poblado. Donde la mayoría de su gente se ha acostumbrado a que el Estado le provea de servicios gratuitos de todo tipo, aunque sean malos. Es muy difícil que surjan verdaderos ciudadanos cuando un estado se ha convertido en una casa de beneficencia pública. Una sociedad cuya única riqueza material es un recurso natural otorgado por el Todopoderoso y no producto del esfuerzo, es una sociedad débil. Eso explica para mí en gran medida cómo “el bravo pueblo” ha venido aceptando tanta humillación, tanto abuso de una pandilla miserable.
M.S.: – En caso de un triunfo de la oposición ¿se tenderá una mano al derrotado?
D.A.: – Querer forzar la cohabitación sobre el olvido y el borrón y cuenta nueva no nos asegura el futuro. Por lo contrario, lo pone en peligro. La aplicación de justicia no puede ser considerada una acción radical. La justicia es, sencillamente, justicia.
M.S.: – ¿Estás proponiendo un juicio a lo Nuremberg?
D.A.: – No tengo dudas que los principales jerarcas del régimen, tanto  civiles como militares, acabaran siendo procesados. Pero no será como en Nuremberg que fue un tribunal especial. Serán procesados en el hermoso palacio del Tribunal Supremo de Justicia en Caracas cuando rescatemos su independencia. Algunos de ellos serán  también solicitados por la justicia internacional dada la naturaleza de los delitos cometidos como por ejemplo el tráfico de drogas.
M.S.: –Tú afirmas que habrá fraude electoral si no hay observadores internacionales.
          D.A.: No lo digo yo solamente. Hasta la MUD, que es muy cuidadosa en sus apreciaciones sobre el manejo electoral, lo afirma. Incluso su  candidato Henrique Capriles tuvo la acertada iniciativa de ir a la OEA a insistir sobre su importancia.  Entonces asegurar que  es posible darle al gobierno “una paliza” sin la presencia de observadores internacionales no parece responsable. Ya nos ocurrió en la campaña presidencial donde es indudable que Capriles ganó, aunque no defendió la victoria que fue la del pueblo venezolano.
         M.S.: – ¿Qué debe hacer entonces la oposición? 
D.A.: Creo que sus dirigentes deben ser sinceros con el país. Informar que al no tener monitores internacionales aumenta de manera monumental el riesgo de que nos roben la victoria. Eso exige aumentar el nivel de compromiso y de voluntad de salir a defenderla..  Por cierto, esta semana presenté una propuesta pública “Así sí vale la pena votar el 6D” y que te resumo: Votar el 6D debe tener como propósito central desmantelar el régimen tiránico, centralizado, militarizado y corrupto, entregado al régimen cubano. Es una elección para la refundación de la República y rescatar los poderes públicos, y para que, como paso inicial, la AN, desaloje del poder a los siguientes funcionarios, venales y prevaricadores: la Presidenta  y demás miembros del TSJ, el Presidente y demás miembros del CNE, La Fiscal General, el Contralor General y el Defensor del Pueblo. Insisto en que es imprescindible un compromiso efectivo de defender su resultado. ¿Soy optimísta en esta? La verdad que no, pero debemos insistir e insistir.
            
 
     M.S. – El senador Aloysio Nunes Ferreira, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de Brasil, dijo en fecha reciente que existe “el riesgo de un fraude electoral gigantesco” en las elecciones parlamentarias a llevarse a cabo en Venezuela el próximo 6 de diciembre. ¿Crees en ese vaticinio, o es exagerado?
D.A.: – La verdad es que durante todos estos “años horribilis “como diría la Reina Isabel de Inglaterra los gobernantes y políticos de la región han sido reticentes para opinar primero sobre Chávez y luego sobre Maduro. Unos por indiferencia, otros por temor a expresarse y el resto por acomodo a intereses muy particulares. Se han escondido detrás de esa especie de muralla llamada soberanía que sirve para atacar y para defenderse según el caso. Por esto cobra especial trascendencia la denuncia del Senador Nunes Ferreira. Formula esa afirmación pues es evidente la inexistencia de un árbitro electoral. Lo que existe en Venezuela es el Consejo Nacional Electoral, un órgano al servicio del régimen. Lo he llamado siempre el ministerio de elecciones.
M.S.: ¿Puede el gobierno cometer ese “fraude colosal” del que habla el senador brasileño? En caso afirmativo ¿qué herramientas utilizaría el gobierno?
Creo que este link de una nota de Luis Manuel Aguana resume muy bien la situación, http://ticsddhh.blogspot.com/2015/08/los-hilos-de-un-fraude-gigantesco.html).
M.S.: – Aguana dice que es factible un fraude. Y ofrece estos datos:
–Existe “la imposibilidad de contar con una auditoría independiente del Registro Electoral que nos indique la verdadera cantidad de electores”.
-El sistema de captahuellas, que parecería garantizar “un-elector-un-voto” es, de acuerdo a Aguana, “una mentira” avalada “por una oposición cómplice”.  El sistema “mejora considerablemente la posibilidad del voto múltiple (una persona con diferentes nombres, varios números de cédula y mismas huellas registradas en distintas máquinas”.
- Hay un “aumento consistente de nuevos centros en zonas de difícil o imposible acceso opositor”.
-Se propicia el “gerrymandering”, o distribución tramposa de los distritos electorales. De esa manera, una minoría de votantes escoge a la mayoría de los legisladores.  Seis estados, que concentran el 52 por ciento del Registro Electoral, solo elegirán a 64 diputados. En el resto de los estados, donde se concentra el 48 por ciento de los votantes, serán electos 103 diputados.
           D.A.: -Es que ya el monopolio de los medios de comunicación masivos de TV y Radio no le sirve mucho al régimen para esconder la magnitud de la crisis que sufre el país y que se profundiza de manera acelerada. Este control fue vital en el pasado cuando el tema del abastecimiento de alimentos y medicinas no era tan serio. La violencia que se sufre en el país se puede minimizar pero no esconderla del todo. Siendo ésta la realidad solo el órgano electoral pude salvarlos de una derrota colosal como sería el caso. Y pasar del 15-20 por ciento de apoyo que tiene hoy el régimen a más del 50 por ciento requiere, como dice el senador brasileño, “un fraude colosal”. Podría repetirse la historia que saquemos más votos y tengamos menos diputados gracias al rediseño de las circunscripciones electorales. Nunca, nunca ha sido más peligroso para el régimen perder el control del país vía la Asamblea Nacional que incluso podría-como propongo- hacer procesar a Maduro ante un nuevo he independiente Tribunal Supremo de Justicia. No sería venganza ni de retaliación como dicen algunos dirigentes: simplemente sería un imprescindible acto de justicia.
        M.S. –En tu denuncia: “¿QUÉ SE ESPERA?” Mencionas la caída del barril de crudo, un bolívar convertido en papel mojado, la posible hiperinflación, la ola de asesinatos, la violación a los derechos humanos como elementos, supongo, de una situación insostenible. Sin embargo, nadie cree que habrá otro Caracazo.
D.A. –Mario: sin duda que la situación es insostenible. Basta con preguntarle a cualquier ama de casa cómo se las arregla para alimentar a su familia con un ingreso convertido en una miseria que no alcanza para comprar alimentos y medicinas –esto es, cuando se consiguen. El régimen ha guardado los recursos que quedan para financiar a su gente en la campaña, En cualquier otra sociedad el cuadro actual habría generado una explosión social-que no puede descartarse aquí tampoco. En cuanto a la diferencia con el Caracazo es que la oposición no está suscitando algo similar como lo promovieron quienes hoy gobiernan, según se ha podido comprobar.
        M.S.: – Te gusta siempre pensar “out of the box,” fuera de la caja. ¿Por qué no seguir los carriles tradicionales?
D.A.: –Buscar soluciones tradicionales a una situación que además de inédita es abominable no conducirá a nada efectivo. “Pensar fuera de la caja” no es un delito  ni una violación constitucional: es simplemente una necesidad. Si seguimos actuando como si viviésemos una normalidad democrática y no bajo una tiranía de una pandilla  apoyada por la cúpula militar corrupta, seguiremos atrapados.
M.S.: –Muchos podrían acusarte de buscar un golpe de estado.
D.A.: – Estoy buscando un golpe… pero a la conciencia de los venezolanos para que adviertan las consecuencias que tendrán para el futuro de todos el no enfrentar la realidad actual. Mientras dirigentes políticos sigan comiendo bien y tengan ingresos, seguirán en su zona de confort y no sentirán la necesidad y la urgencia de rescatar el país. Vivir  en negación ha tenido un costo horrible –más para nosotros que para ellos
M.S.: – ¿Por qué le caes tan duro a la oposición?
D.A.: – No es cierto eso. Comento las debilidades que observo con el ánimo de que se corrijan pues no quiero contribuir a debilitarla. Son sus actos y posiciones los que la debilita. En mi criterio la oposición formal como hoy está constituida –y a juzgar por sus pronunciamientos públicos– es chavista light. Refleja visiones que corresponden a realidades normales y no a la nuestra. Estamos obligados a hablar con claridad. A no ser “políticamente correctos”. A ser sinceros. Venezuela no tendrá jamás el futuro que merece sin una refundación de la república. Sin una reinvención del estado. Eso implica una verdadera transformación global que no puede hacerse de manera convencional. ¿Tú crees que los miles de activistas chavistas incrustados en todos los espacios públicos van a permitir los cambios indispensables? Por supuesto que no; al igual que los llamados colectivos. Aquí enfrentamos la posibilidad real de que se intente formalizar el estado del poder comunal. Una fuerza armada convertida en una fuerza cómplice de delitos criminales. ¿Cómo se puede evitar eso cuando el régimen tiene el de todos los poderes públicos? Esas son para mí realidades evidentes que no pueden pasar desapercibidas, que deben ser denunciadas y enfrentadas. Y no cuando se presenten, sino a partir de ahora. Mario te ruego te sumes y firmes mi propuesta “Así sí vale la pena votar el 6 D”. Allí verás por qué lo digo.



domingo, 16 de agosto de 2015

La prostituta y el agente secreto: Los fantasmas de Norman Mailer




Mario Szichman
      


Leí hace muchos años Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer,  una novela que transcurre durante la segunda guerra mundial, y que catapultó a la fama al autor, cuando tenía apenas 25 años de edad. 
Varios intelectuales norteamericanos fueron reclutados durante la contienda, y produjeron luego obras excepcionales, como Joseph Heller, el autor de Catch–22, una fenomenal sátira pacifista y Kurt Vonnegut, quien escribió Matadero Cinco, narrando la destrucción de la ciudad alemana de Dresde –el bombardeo que causó la mayor cantidad de víctimas civiles, tras Hiroshima– y Mother Night,  una espeluznante narración de un doble héroe y doble traidor en la Alemania de Hitler.  Pero a ninguno de ellos se le ocurrió a priori que la guerra podría ser un buen tema para su primera novela. Excepto a Mailer.
            Quizás el detalle más interesante en la confección de Los desnudos y los muertos es que antes de ser llamado a filas, Mailer decidió tomar cursos de literatura en la universidad de Harvard, pese a que estudiaba ingeniería. Su propósito, según indicó luego, era aprovechar la experiencia en combate para debutar como escritor.
Mailer fue enviado a Las Filipinas, donde presenció escasas acciones bélicas, pues fue confinado a una oficina. Por lo tanto, pidió ser transferido a un pelotón de reconocimiento “para poder redactar convincentes escenas de guerra”, según informó su biógrafo Carl Rollyson. 
La novela es memorable por algunas escenas muy feroces, por su sensualidad, y especialmente por una triquiñuela. Su personaje principal Robert Hearn, tras protagonizar dos terceras partes del texto, muere abruptamente en las vísperas.   
En una carrera que se prolongó seis décadas, Mailer escribió numerosas novelas, algunas muy buenas, como Un sueño americano, y un excelente libro de non–fiction: La canción del verdugo. También dirigió películas, y produjo páginas excepcionales en el terreno periodístico. Un libro al que acudo de manera constante es Miami and the Siege of Chicago, donde traza inolvidables retratos de políticos norteamericanos.
Nadie ha superado a Mailer en esta definición de Richard Nixon: “Es posible que haya sido un buen hombre atrapado por un medio ambiente cuyos hábitos le permitieron mantener una inocencia absoluta acerca de las tres cuartas partes de la experiencia mundana. Gracias a eso, logró convertirse en un monstruo del oportunismo en la parte restante que comprendía demasiado bien”.  
A pesar de que  Mailer escribió algunas novelas larguísimas, suelen predominar los fragmentos, o sus brillantes ideas, antes que el conjunto. Su última novela, The Castle in the Forest –uno de sus textos más cortos– no es excepcional, aunque está muy bien narrada. Pero la idea es muy interesante. Un discípulo del diablo trata de mostrar cómo Adolf Hitler creció para convertirse en la encarnación del mal. En lugar de exhibirlo como líder del Tercer Reich, Mailer relacionó la malevolencia del Fuehrer con su familia y con su infancia. Es un relato alegórico con excelentes momentos. Tal vez el mejor es cuando Alois, el padre de Hitler, un criador de abejas, explica a su hijo que “en la colmena no hay buenos cristianos, o caridad alguna. Tampoco existen en las colmenas abejas demasiado débiles para trabajar. Y eso ocurre porque se liberan muy rápido de los inválidos. Las abejas solo obedecen una ley”: la ley del más fuerte. El lector empieza a sentirse aprensivo cuando el padre de Hitler explica que para proteger la buena colmena, “el resto de las abejas de la colonia deben ser exterminadas con gas”.  Es el momento en que la aprensión se transforma en presagio.
Como esas ruinas que permiten recrear castillos y monumentos funerarios a partir de escasos trozos, los textos de Mailer son muy útiles para quien intenta desarrollar un proyecto narrativo con un comienzo, medio y final, sin irse por las ramas. Mailer era proteico, y a veces se esparcía en demasiadas direcciones. Recuerdo la más interminable de sus narraciones: Harlot´s Ghost,  su “novela de la CIA” (1.328 páginas en la versión en inglés, que incluían índice de nombres, glosario, bibliografía, y la amenazante promesa de Continuará).  En esa novela Mailer se dedicó a saquear el mobiliario de la narrativa popular con el mismo placer demostrado por Balzac al desvalijar temas y caracteres primero acechados por Walter Scott, Eugene Sue, o por los artesanos que crearon el roman feuilleton.
La mención a Balzac no es casual. Harlot’s Ghost, que podría ser traducida literalmente como El fantasma de la cortesana, copia en parte el título de la novela de Balzac Esplendores y miserias de las cortesanas traducida al inglés como A Harlot High and Low, así como buena cuota de su temática.
En un artículo publicado en la revista New York el 16 de agosto de 1976, Mailer recordaba que la novela de Balzac “tenía que ver tanto con la policía secreta como con las prostitutas que poblaban sus páginas. Y es que resultaba natural para Balzac”, agregaba, “asociar a las rameras con los agentes políticos”, pues se trata de seres que siempre están interpretando algún papel. La prostituta actúa “como si realmente lo amara a uno. Y eso es algo más misterioso de lo que se piensa. Puede equipararse, en cierta forma, a la labor clandestina”.  
La prostituta y el agente secreto hacen algo más que actuar. Los papeles que deben recrear representan los momentos más intensos de sus vidas, decía Mailer, algo mucho más real que el resto de lo que hacen. Y en cierta forma, ¿no es acaso el novelista el tercer miembro del trío? ¿Qué puede reemplazar en la vida real a un personaje de ficción liberado de lastres, reiteraciones, momentos muertos, imprecisiones, y de toda incertidumbre, a fin de ejecutar ciegamente la lógica de su destino? 
Se hacía casi inevitable, entonces, que el apodo de Hugh Tremont Montague, el elusivo funcionario de la CIA que habita las páginas de la novela, fuese justamente Harlot.
Al narrar la historia de Harlot a través del agente de la CIA Harry Hubbard, Mailer intentó describir dos fenómenos que en su talentosa histeria le parecían intercambiables: la evolución de Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la era de Vietnam,  y su metamorfosis como escritor entre Los desnudos y los muertos (1948) y Los ejércitos de la noche (1967).
En lugar de capturar la compleja diversidad de esos numerosos y enfrentados países que la comodidad y la costumbre insiste en dar el nombre de Estados Unidos, Mailer eligió la más ostentosa organización invisible: la Agencia Central de Inteligencia, el monolítico paradigma de mucho de lo que persiste en el gran sueño americano a pesar de sus fracasos.
Para Mailer, la CIA sería la punta del iceberg de aquello sumergido en la conciencia estadounidense: un violento, a veces homicida individualismo animado por el mito muy real de la frontera, la certeza omnipotente de que se puede cambiar el curso de la historia a través de algunos asesinatos selectivos, la concreta posibilidad de morir en las vísperas, y la urgencia de ofrecer respuestas simples a problemas complejos. En ese recorrido, Mailer volvió a transitar su desmesurada carrera literaria visitando los grandes sucesos históricos que parecen haber sido engendrados simplemente para alimentar su prosa.
Si no fuese porque el propio Mailer lo divulgó en su ensayo Advertisements for Myself, uno se sentiría tentado a pensar que el novelista encontró una manera original de enfrentar varios años de aridez narrativa: rebañar su propia escritura y los personajes que fue arreando en sus libros. En Harlot’s Ghost los personajes y situaciones que primero fueron planteados en Los desnudos y los muertos y posteriormente en Barbary Shore, The Deer Park, o El sueño americano,  parecen sufrir las alteraciones imperceptibles y las bruscas mutaciones que exhibe la propagación del cáncer en un documental de divulgación científica.
El Hubbard de Harlot’s Ghost lo presagiaba el teniente Robert Hearn de Los desnudos y los muertos, heraldo del fin de la inocencia. El cabo suelto que dejó Hearn al morir abruptamente, fue recogido luego por Mailer en la versión serializada de Un sueño americano, cuando su héroe, Rojack, asesinaba a su esposa casi al comienzo. (“Tomar esa decisión en el primer capítulo de una novela por entregas dividida en ocho partes”, dijo luego Mailer al comentar para la revista Esquire su acto de acrobacia literaria, “es como desnudarse en la vidriera de Macy’s. ¿Qué más puede hacerse después?”)  Y en el medio, atando su propio cordón umbilical, está la omnipotencia de Mailer, que como Sam, el narrador de The Man Who Studied Yoga, es “el hombre que intenta parirse a sí mismo”, y que en Los ejércitos de la noche se transforma en personaje principal de una “historia como novela y de una novela como historia”.    
La primera entrega de Harlot’s Ghost (Mailer nunca escribió la secuela) fue como el libro de oro de su condado. La escribió durante la mayor parte de su sexta década de vida con una energía y un vuelo intelectual que escasos escritores más jóvenes pueden desplegar, aunque algunas partes son superiores al conjunto. Si bien los diálogos son excelentes, muchas veces son usados para proporcionar datos, sin hacer avanzar la narración.
Harlot’s Ghost recuerda el comentario que hizo Mailer sobre una novela de Philip Roth: leerla es como hacer el amor con una mujer complaciente: el tiempo se desliza de manera suave, interminable, pero sin rumbo fijo.
La premisa es cautivante. Desde las entrañas de la CIA, como paradigma del engaño y la simulación, Mailer emprendió un largo y detallado viaje por el lado oscuro del sueño norteamericano. En su tarea, copió los planos de las mansiones de todo autor de bestsellers, desde la gótica de Stephen King en las primeras ochenta páginas hasta la ultramoderna y repleta de gadgets de Ian Fleming, o la cueva primordial de Trevanian, especialmente la descripción del ascenso a una montaña que podría convertirse en un clásico de la literatura estadounidense.
En medio de esa fascinación por la literatura devorable, hay otras marcas más prestigiosas: cuando el protagonista de Harlot’s Ghost recorre el Berlín de la posguerra, hay ecos de una escena proustiana: la visita a un burdel. Por su parte, los diálogos entre abogados y banqueros transformados en burócratas del espionaje recuerdan a los creados por Henry James o por Luis Auchincloss.  
El texto es suma y renovación de las principales preocupaciones de Mailer. El crítico Chandler Brossard sugirió que el autor de Los desnudos y los muertos era como esos crustáceos “que usurpan el desechado caparazón de otros animales a fin de utilizarlo como vivienda temporal”.

LAS VIDAS DE NORMAN MAILER

La urgencia de prescindir del pasado y de apropiarse de la vida de otros, que Mailer demostró como personaje literario, está presente en la conversación que se desarrolló con panelistas y público en el Centro de Poesía “YMYWHA” de Nueva York el 25 de febrero de 1991. He aquí algunos fragmentos:
– ¿Existe alguna parte de la personalidad de Norman Mailer que hubiera deseado pertenecer a la CIA?
Norman Mailer: –Siempre creí que si hubiera crecido en una familia diferente, con un pasado totalmente diferente y diferente ideología política, hubiera sido un miembro de la CIA. Debo confesar con franqueza que me encanta la duplicidad, la manipulación, la necesidad de engañar, todo aquello que se practica en nombre de un propósito superior. Creo que hubiera sido un buen agente de la CIA. Y creo que mi narrador, Harry Hubbard, de haber tenido un background similar al mío, hubiera terminado siendo un escritor, un novelista, pues narra muy bien.
– ¿Dónde obtuvo la información contenida en Harlot’s Ghost?
N.M.: –Escribir un libro es como construir un nido: se recoge hasta la última brizna de paja. Hay sugerencias y claves que pueden encontrarse por todas partes. Pero la gran ventaja que tuve al recolectar la información para mi novela es que luego de 43 años de ser escritor y de muchos más años de haber leído ficción, me he vuelto bastante astuto. Puedo decir por regla general cuándo un escritor está diciendo la verdad y cuándo está mintiendo, cuándo su experiencia es profunda, y cuándo es superficial. Además, como me gradué en Harvard en 1943, tuve algunos compañeros de estudio que fueron a la OSS y luego a la CIA. Pero prefiero no hablar de eso.
–Dada la amplitud de Harlot’s Ghost, la cantidad de personajes y su enredo estructural, ¿no necesitó cartografiar la novela para poder concluirla?
N.M.: Lo he hecho algunas veces. He bosquejado algunas novelas por completo. Curiosamente, son las novelas que nunca pude terminar. Una de las razones es que escribir resulta una actividad insalubre. Se puede llegar a odiarla. Lo envejece a uno. Envenena el cuerpo. Es una tarea embrutecedora. Uno debe estar sentado en una silla para exprimir algunas palabras de sus entrañas. Por lo tanto, hay que obtener alguna espléndida zanahoria que lo haga a uno avanzar. Y siempre encontré que mi incentivo era ignorar a dónde iba y descubrir el camino algunos escasos pasos delante del lector.
– ¿Qué le respondería a los críticos que declaran que dejar la palabra “Continuará” al final de Harlot’s Ghost es una manera de esquivar el cuerpo por no haber cumplido con su promesa de escribir la Gran Novela?
N.M.: Estoy hablando en serio cuando digo que escribiré el segundo volumen de Harlot’s Ghost. El título provisorio es Harlot’s Grave (La tumba de la cortesana). Pero no puedo garantizarlo. El ímpetu para escribir una novela es un don, como la capacidad de enamorarse. Uno puede garantizar que concluirá un ensayo, pero cada novela emerge de un ser humano como si se tratara de un regalo.