Mario Szichman
La crítica literaria en Estados Unidos no pasa por su mejor momento. En
fecha reciente, un libro bastante famoso recibió en un posting de Amazon opiniones muy desfavorables de los lectores. Un
comentario indicó: “La novela me aburrió profundamente”. El segundo comentario
se redujo a una sola palabra: “Mediocre”. El tercero consideró que el texto
estaba mal escrito.
Los tres lectores aludían a The Great
Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, uno de los grandes clásicos de la
literatura norteamericana.
Pero si la prosa de Scott Fitzgerald ha caído en menosprecio, hay al menos
una compensación: el autobombo. Millares de libros que no pueden estar a la
altura de un solo párrafo de The Great
Gatsby son celebrados en reseñas. En cada una de ellas, el autor disfruta
de las virtudes que parecen escasear en Scott Fitzgerald, en Marcel Proust, o
en Franz Kafka. Basta ver los blurbs (notas
y citas promocionales) que adornan las contraportadas de esos libros.
Tengo una gran debilidad por los autores de éxito. Uno de los últimos que
descubrí es Dean Koontz. Para los cínicos, es el hermano pobre de Stephen King.
Escribe novelas de suspenso, policiales, y de horror que atrapan al lector y no
lo abandonan hasta la última página. Estoy leyendo ahora una de ellas, Lightning, que trabaja el tema del viaje
al pasado. El texto me encanta, pero ¿se merece Koontz este tipo de elogios?
–“La novela
congela al lector hasta su alma, y establece a Koontz como un gran maestro” —The Associated Press
–Un thriller capaz de estremecer los nervios
del lector a partir de la primera página”—The
Christian Science Monitor
–Una prosa alucinógena… La narración más que
moverse, avanza como un cohete por una sombría autopista seguida por el lector
en una violenta persecución”. —The New
York Times
Así
como en el siglo diecinueve proliferaban los “negros”, esos escritores
fantasmas que ayudaban a gigantes como Alejandro Dumas o Eugenio Sue a sumar
cuartillas e incidentes, en estos comienzos del siglo veintiuno ha aparecido
una nueva categoría de “negros”, aquellos que por módicas o razonables sumas –pagadas
por los autores– convierten cada novela o libro de non fiction en un monumento imperecedero de las letras
norteamericanas y/o mundiales. (Como
decía Voltaire en su Cándido, Pangloss
era “el más grande filósofo de toda la provincia, y por lo tanto, del mundo
entero”).
EL PRÍNCIPE DE
LOS CRÍTICOS
Todd Rutherford creó a finales de 2010 un portal de acceso en el internet
denominado GettingBookReviews.com (consiguiendo
reseñas de libros). Allí anunció, a los potenciales autores, que estaba
dispuesto a hacer una reseña de sus libros por una tarifa única: 99 dólares.
Aunque Rutherford no formuló aclaración alguna, era de presumir que las reseñas
serían favorables. ¿Quién está dispuesto a pagar 99 dólares para que le hagan
trizas un libro? Alentados por la oferta, muchos autores enviaron a Rutheford
sus libros, acompañados de un cheque por 99 dólares. Pero algunos clientes, más
ambiciosos, no querían una íngrima y sola reseña, sino un concierto de voces
proclamando las virtudes de su prosa. Por lo tanto, Rutherford creó un nuevo
paquete, y ofreció a los autores escribir 20 distintas reseñas online por la suma de 499 dólares. Y si
alguien deseaba una sinfonía de alabanzas, podría obtener 50 reseñas por 999
dólares.
Para muchos, la oferta era inmoral. El portal de Rutheford traicionaba las
premisas de la crítica habitual que, se supone, debe ser imparcial, y gratuita.
Pero
Rutheford pertenece a la escuela de Ambrose Bierce, quien decía que un cínico
es aquel que por un defecto en su visión, ve las cosas como son, y no como
deberían ser. Si alguien duda de la estrecha relación que suele existir a veces
entre críticos y autores, puede leer la deliciosa novela de Somerset Maugham Cakes and Ale para comprobarlo. Además,
no hay que descuidar las ventajas de esa estrategia conocida como “Yo rasco tu
espalda, y tú me rascas la mía”. Rutheford hizo caso omiso de las quejas y se
dedicó a satisfacer a sus ávidos clientes. A poco de iniciar la empresa, dijo
el empresario a The New York Times,
estaba ganando 28.000 dólares por mes hablando maravillas de cuanto texto caía
en sus manos.
La ventaja de Rutheford es que toda su vida ha trabajado en editoriales o
en tareas aledañas, y conoce bien el negocio. En una época fue distribuidor de
libros inspirational. Se trata de
textos dirigidos a seres atribulados. Todos ellos se resumen en este consejo:
Hay que alzar la mandíbula y confiar que mañana será un día mejor. También fue
gerente de ventas de una editorial que publica libros sobre religión. Pero
todas sus tareas le redituaron escasos beneficios... Hasta que tropezó con el
negocio de reseñar libros, y fue “como si hubiera encontrado un filón de oro”,
confesó al periódico.
LA AGONÍA Y EL
ÉXTASIS
En el comercio online, nadie
supera a Amazon, y la mayoría de los productos que anuncia exhiben cuatro o
cinco estrellas. Cinco estrellas es el epítome de la calidad. ¿Cómo se obtienen
esas estrellas? Pidiendo a los clientes que evalúen el producto adquirido. Las
reseñas deben oscilar entre el frenesí y el éxtasis para llegar a las cinco
estrellas.
Ahora bien, excepto los masoquistas o los ociosos, nadie tiene mucho tiempo
de evaluar un producto. Y es ahí donde surgen los reseñadores profesionales
disfrazados de personas comunes y corrientes. Bing Liu, recopilador de datos de
la universidad de Illinois en Chicago, dijo a The New York Times que un 60 por ciento de los productos reseñados
en Amazon tienen cinco estrellas, y un 20 por ciento han recibido cuatro
estrellas. “Pero, como nadie desea escribir reseñas para asignar cinco
estrellas a un producto”, dijo Liu, “muchas de ellas hay que crearlas”. Según
Liu, alrededor de una tercera parte de las reseñas que se presume han sido
escritas por consumidores en realidad son compradas y vendidas en el mercado de
las reseñas pagadas.
Rutheford, el príncipe de los reseñadores, ha colocado ya en el internet
4.531 críticas (favorables) de libros. “En mis trabajos menciono las cosas
positivas de un libro” confiesa, “no las negativas. Se trata de ofrecer un
producto, no de críticas literarias”.
Pero, como buen insider,
Rutheford desconfía de las notas positivas. “Cuando veo 20 críticas positivas y una
negativa, yo apuesto a la negativa”, dijo al diario. “Estoy saturado”.
Sin embargo, muchos de sus clientes están contentos. Uno de ellos encargó a
Rutheford centenares de reseñas, y ni siquiera le pidió que todas fueran
favorables. (Cualquier editor de mérito puede asegurar que si todas las
críticas son positivas, nadie le prestará la menor atención a un libro. Se
requiere un balance, o al menos el simulacro de la discrepancia). Los libros de ese cliente se han convertido en
best-sellers.
Pero en el 2011, Rutheford tropezó con una cliente insatisfecha, Ashley
Lorenzana, quien se quejó de que una reseña de su libro Sex, Drugs & Being and Escort no salió con la premura que
requería. Lorenzana divulgó sus quejas contra Rutheford online, y de inmediato Google suspendió la cuenta publicitaria del
reseñador. Alegó que no aprobaba avisos de firmas que se limitaban a hacer críticas
favorables. Luego, Amazon descartó la mayoría de las reseñas de Rutheford, y su
empresa colapsó.
En estos días, Rutheford ofrece un nuevo servicio: por 99 dólares crea
blogs y divulga en Twitter los méritos de un libro. Cuenta con más de 33.000
seguidores. Es una pena que Rutheford
sólo reseñe escritores vivos. Scott Fitzgerald y otros de su calaña deberán
resignarse a los airados comentarios de lectores que encuentran sus obras
aburridas, mediocres, o mal escritas.
Muy astuta su observación pero tengo que añadir que tiene que haber una diferencia declarable y demostrable entre la crítica por razones legítimas y las pagadas, las dos cuales como relacionista les aseguro son muy diferente. No estoy seguro si el público las conoce pero pienso que si hay veces en cuales las diferencias no se notan.
ResponderEliminarJM de Jesús