sábado, 30 de julio de 2016

La Segunda Muerte de Bolívar, de José Luis Cordeiro: Venezuela ¿verdad o espejismo?


Mario Szichman



Viví en Venezuela, entre 1967 y 1971, y entre 1975 y 1980, cuando me fui con mi esposa, Laura Corbalán, para Nueva York, tras recibir un premio de “Ediciones del Norte”, por mi novela A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad. Creíamos, con Laura, que estaríamos un año en The Big Apple. El proyecto inicial era retornar a Caracas, y regresar a Buenos Aires cuando se terminara la dictadura de Jorge Rafael Videla. En definitiva, el proyecto se fue quedando en veremos. La Argentina fue retrocediendo cada vez más en nuestros anhelos, pero nunca abandonamos la idea de volver a Caracas. También ese proyecto quedó en veremos, a medida que Hugo Chávez Frías avanzaba con su ridícula Revolución Bolivariana, y con esos delirios de grandeza que lo impulsaban a regalar la riqueza petrolera a Dios y a María Santísima. Hasta los commuters de Londres, y comunidades pobres de Estados Unidos se beneficiaron de las donaciones del chavismo.
 Bueno, como dicen los españoles, “Quita y no pon, se acaba el montón”. El pueblo venezolano está confinado a una eterna cola tratando de adquirir productos de primera necesidad, la inflación  se calcula en un 700 por ciento anual, el internet se ha convertido en la farmacia virtual de Venezuela, bebés mueren en los hospitales por falta de insumos[i], los animales se mueren de hambre en los zoológicos, miles de venezolanos han debido hacer peregrinajes a Colombia para conseguir comida, y más de un millón y medio están ahora tratando de hacer pie en naciones no siempre generosas.  

José Luis Cordeiro

Hace algunos días, conocí en Nueva York a José Luis Cordeiro, un ingeniero y economista venezolano egresado del MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Solo divulgar su curriculum y el título de sus libros se llevaría la mayor parte de este post. Cordeiro es un venezolano universal, de la estirpe de Francisco de Miranda, y pese a que ha trabajado y visitado ciento treinta países en cinco continentes, su corazón sigue estando en Venezuela.
Acaba de reeditar uno de sus libros: La segunda muerte de Bolívar… y el renacer de Venezuela. La primera edición es de 1998, un año antes de la llegada de Chávez a la presidencia de Venezuela, y la segunda es del presente año.
Pese a que el autor se concentra básicamente en la economía venezolana,  y en la necesidad de su dolarización, es un libro muy ameno. Y, al mismo tiempo, preocupante, pues rompe con muchas ilusiones, y obliga a recordar. Por lo menos a mí, me ha obligado a reconsiderar algunos temas relacionados con Venezuela, y a traer a la memoria, otras que había apartado de mi mente.
Venezuela sigue siendo mi patria adoptiva. Recuerdo que Roberto Bolaño no permitía a nadie hablar bien de Chile, su país de origen, ni mal de México, el país en el cual pudo afincarse y crecer como escritor. Y a mí me ocurre lo mismo con Venezuela.
En mi caso, me niego a cotejar Venezuela con la Argentina. En Venezuela encontré trabajo,  perdurables amistades, y mucha paciencia por parte de seres afectuosos que perdonaron mis desplantes en materia literaria. Escribí tres novelas sobre la guerra de independencia en la Gran Colombia y, pese a ser un musiú, varios intelectuales venezolanos fueron muy generosos en sus críticas. Recuerdo que un amigo argentino me dijo: “Si un venezolano hubiera escrito sobre San Martín lo que tú escribiste sobre Bolívar, lo hubieran crucificado”.
En A la búsqueda del tiempo perdido, Marcel Proust recordaba que una de sus tías era criticada de manera constante por su madre, pues se maquillaba en exceso. Marcel no tomaba en cuenta esas críticas, pues le parecían exageradas. Hasta que un día, las críticas tuvieron su efecto, y el autor descubrió que la tía estaba horriblemente maquillada. Era como si todos los reparos de su madre a lo largo de sus años se hubieran súbitamente condensado en el rostro de su tía, en una sola jornada.
Algo así me ha pasado con Venezuela. Nunca me interesaron mucho las críticas que se vertían sobre ese país tan hospitalario. Tuvo que llegar el chavismo, con los delirios de su comandante eterno, para empezar a revisar mi opinión sobre Venezuela. ¿Era realmente el chavismo un corte con el pasado y una ruptura con la Cuarta República surgida tras el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, o apenas su desmesurada prolongación?
Domingo Alberto Rangel, uno de los grandes intelectuales que ha dado Venezuela, señaló en cierta ocasión que los chavistas “son adecos, pero a lo bestia”. Y Domingo Alberto tenía bastante razón. Muchos de los males del chavismo no se iniciaron con la llegada de Chávez al palacio Miraflores.  En realidad, Chávez llegó a la presidencia porque los venezolanos estaban bastante hartos de los gobiernos de la Cuarta República, con sus escándalos financieros, el saqueo del erario público, o el reparto del poder entre facciones políticas como Acción Democrática, el partido demócrata cristiano Copei, y Unión Republicana Democrática, la agrupación liderada por Jóvito Villalba.
La hiperinflación que hoy asola a Venezuela ha acabado con los ahorros de muchos venezolanos, los sueldos son los más bajos de América Latina, el derecho a la salud, a la educación, se han evaporado. Pero el libro de Cordeiro es devastador en sus señalamientos, porque demuestra que en el medio siglo anterior a Chávez, el despilfarro y el empobrecimiento de los venezolanos ya estaba a la orden del día, junto con la inflación, y el favoritismo hacia sectores vinculados con el gobierno.
Una pequeña, y muy ávida clase media, y sectores directamente oligárquicos, prosperaban de espaldas a un país en el cual la pobreza afectaba a por lo menos un setenta por ciento de la población. Medidas progresistas, como la Reforma Agraria, eran una perfecta burla. Recuerdo un chiste que circulaba cuando llegué a Caracas, en 1967: la reforma agraria implementada por Rómulo Betancourt, era conocida como El Vaticano, porque había dado tres papas en diez años. 
En cuanto al sector público, estaba indigestado con empleados que nunca ocupaban sus puestos. Uno de mis primeros trabajos fue en el canal del estado. (Creo que era el Canal 5). En ese momento, gobernaba Venezuela el adeco Raúl Leoni. Cuando los adecos fueron desplazados por el copeyano Rafael Caldera, me echaron del canal, no porque estuvieran disgustados con mi tarea, sino porque necesitaban reemplazarme con un copeyano. El día que llegó el nuevo director del canal, y una semana antes que me botaran, el salón principal se llenó de empleados que nunca antes había visto en mi vida. Eran todos los que cobraban sueldos de los adecos, sin trabajar. Me imagino que casi de inmediato fueron reemplazados por copeyanos que cumplirían las mismas funciones: presentarse dos veces por mes en la taquilla de pagos, y cobrar un sueldo con el compromiso de  permanecer en sus casas.
Y por supuesto, el mundo de la cultura estaba plagado de parásitos muy talentosos, que habían escrito uno o dos buenos libros de poesía, o de cuentos, o una brillante novela, y a quienes el estado recompensaba con buenos sueldos. De manera casi obligatoria, eso los conminaba a cesar su producción y a vivir de famas pretéritas. Lo mismo ocurre ahora con el chavismo. En un tweet reciente, escribí que La Nueva Enciclopedia de la Cultura Latinoamericana había dedicado a los intelectuales chavistas tres páginas en blanco. La Nueva Enciclopedia es un invento, pero no la pereza de los intelectuales del régimen.

En la época más oscurantista de Venezuela, o al menos, tan oscurantista como la actual, durante el gobierno de Juan Vicente Gómez, fueron publicados valiosos y demistificadores ensayos de Rufino Blanco Fombona, el extraordinario relato Memorias de un venezolano de la decadencia, de José Rafael Pocaterra (lo descubrí gracias a la mención que hizo Gabriel García Márquez en el curso de una entrevista realizada en 1967, aún antes que se difundiera Cien años de soledad, y cuando no era conocido por Gabo entre los miles de amigos que jamás lo habían visto en su vida), las excepcionales novelas Cubagua y La galera de Tiberio, de Enrique Bernardo Núñez, y Las lanzas coloradas, de Arturo Uslar Pietri.
Más astutos que Gómez, los oscurantistas del chavismo han tratado de beneficiar a los intelectuales amigos, aunque sin resultados ostensibles. Inclusive en materia de autocracia, el chavismo ha fallado. Fíjense lo que ha ocurrido en el terreno deportivo con Pastor Maldonado, al que han apabullado a realazos sin consecuencia alguna. Los bromistas de turno dicen que es el único piloto de Fórmula Uno que cuando corre solo llega segundo.

SEMBRANDO TEMPESTADES

El pasado 22 de julio, La Gaceta Oficial de Venezuela divulgó la resolución 1855, que obliga a las empresas a suministrar trabajadores para que laboren 60 días, prorrogables, en  “aquellas entidades que son objeto de medidas especiales implementadas para fortalecer su producción” en el sector agrícola. Amnistía Internacional dijo que es el equivalente al trabajo forzado.
“Tratar de abordar la fuerte falta de alimentos en Venezuela forzando a la gente a trabajar en el campo es como tratar de curar una pierna quebrada con una curita”, dijo Érika Guevara-Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacional, al referirse a la resolución.
Estamos frente a otra forma de chantaje por parte de un gobierno que ha quedado en minoría. Dudo que afecte a los empleados chavistas, solo a quienes se sospecha de su lealtad. No se los puede enviar a la cárcel, pero sí a batallones de castigo.
Tras la destrucción de la agricultura y de la ganadería –vastamente acelerada en los años del chavismo– reconstruir ese sector esencial necesita algo más que siervos de la gleba. Es imposible que exista infraestructura agropecuaria en Venezuela, cuando ha mermado la extracción del único producto rentable, el petróleo, debido a la destrucción y falta de mantenimiento de plantas, silos y torres de perforación. Lo único que ha perdurado en Venezuela es la mentalidad rentista, y hacerle creer a sus habitantes que son propietarios de un gigantesco casino, aunque en los últimos años todo ha quedado reducido a una ruleta rusa.

… EL RENACER DE VENEZUELA

Esta es una cita del libro La Segunda Muerte de Bolívar: “Una de las formas más visibles y graves de esa otra erosión del petróleo que está deformando y destruyendo la vida de toda Venezuela, es la inflación monetaria… Un presidente ha llegado a convertir el bolívar en una moneda que ha perdido el 40 por ciento de su poder adquisitivo”.
No es una acusación reciente de un político opositor contra el gobierno chavista. Es una denuncia formulada por el escritor Arturo Úslar Pietri en 1948, contra el gobierno de Rómulo Gallegos.
Esta es otra cita del libro: “El bolívar, que llegó a ser una de las monedas más fuertes del mundo, se encuentra hoy en una terrible condición como una moneda enormemente devaluada”. También la cita pertenece a Úslar Pietri. Es de 1998, un año antes de la llegada de Chávez a la presidencia, y constituye uno de los prólogos a la primera edición del libro de Cordeiro.  
Habría que preguntarse si el chavismo es una anomalía en Venezuela, o un resultado lógico de varias décadas de despilfarro del patrimonio público.
Otra pregunta imprescindible es si se puede confiar en la oposición,  dotada de una gran proclividad a meterse en callejones sin salida, y que combina el autobombo y la autoconmiseración, con la ausencia de toda autocrítica.
En la actualidad, la oposición cuenta con una sólida mayoría en la Asamblea Nacional, aunque no ha exhibido mucha garra para defender sus votos frente a un ejecutivo que ha rechazado todas sus propuestas legislativas. El propio presidente Nicolás Maduro “anunció que consideraría la posibilidad de reducir a dos meses el período de los diputados del Parlamento, de mayoría opositora, presentando una enmienda a la Constitución”. (Diario El País, de Madrid).
De todas maneras, tanto el presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, como algunos de sus integrantes, provienen de partidos de la Cuarta República. ¿Están dispuestos esos políticos a enmendar el rumbo, o, en el improbable caso de acceder algún día al poder, aprovecharán la ocasión para seguir drenando los recursos del país?
En el prólogo a la primera edición de La Segunda Muerte de Bolívar, el autor se pregunta: “¿Cómo es posible que un venezolano en 1998 tenga una remuneración equivalente al de otro en 1952? ¡Casi medio siglo de desarrollo perdido!”
Los sueldos actuales en Venezuela son muy inferiores a los de 1998. Es muy difícil que la mayoría de los venezolanos hayan estado tan pobres desde la guerra de la independencia.
Tras analizar el libro de Cordeiro, puede advertirse que la única época de bonanza real en Venezuela, con una moneda estable, aunque con muchas injusticias sociales, no se extendió más de tres décadas, entre los gobiernos de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958) y el primer período de Carlos Andrés Pérez (1974-1979). En esa época, Venezuela contaba con una de las monedas más fuertes de América Latina, una baja tasa de inflación, y fuertes recursos obtenidos de la renta petrolera, aunque eso fue acompañado de gran despilfarro, y del saqueo del erario público.
Cordeiro demuestra como ya, en el primer gobierno patrio presidido por Francisco de Miranda, los republicanos imprimieron moneda sin respaldo, que empobreció a muchos, y permitió el florecimiento de un caudillo muy popular como José Tomás Boves, quien inició sus actividades en la capitanía general de Venezuela como simple pulpero. Un pulpero conocía, mejor que nadie, el valor de las monedas de oro y de plata, y la estafa que significaba transmutarlas por papel sin respaldo en metálico. En ese sentido, los patriotas imitaron el mal ejemplo de los revolucionarios franceses con sus asignados, que no valían ni el papel en que estaban impresos.  
El autor de La Segunda Muerte de Bolívar ofrece una buena descripción de la manera en que se arruinaron hacendados y comerciantes debido a esos billetes. En mi novela Los años de la guerra a muerte, además de usar a Boves como uno de los personajes centrales, convertí al papel moneda en otro protagonista.
Ya en la primera escena, cuando el general José Félix Ribas, uno de los mejores guerreros venezolanos, primo de Bolívar, decide enviar a uno de sus baquianos en tareas exploratorias, ordena a su sobrino que le entregue algunos quebrados de medio real. Se trata de monedas de metal. Y entre ellas brotan “varios billetes de papel ordinario, hechos en una plancha de madera mal estampada, que los patriotas habían intentado meterles por el gañote a sus gobernados”.
Esos billetes azules se habían “convertido en una sentencia de muerte para sus portadores. Firmados por el secretario de Hacienda Roscio, por el Tesorero General Blandín, y por el jefe de la caja de descuento, Tovar, habían fomentado la rebelión de los pulperos, que se habían negado a aceptarlos pues no servían ni para limpiarse el rabo”.
La guerra por la independencia, la necesidad de reclutar soldados, y de pagarles, obligó finalmente a las huestes de Bolívar a imprimir monedas con respaldo.
Cordeiro realiza un eficaz trabajo siguiendo la pista a la moneda venezolana en su trayectoria de dos siglos, y explica que los gobiernos venezolanos, con poquísimas excepciones, nunca han tenido respeto por el bienestar de su pueblo. Pese a que varios han asegurado que su propósito era enseñar al pueblo a pescar, siempre terminaron regalándole un pescado, mientras sus funcionarios se llenaban los bolsillos.
“Venezuela debe elegir entre relanzarse al mundo como un país visionario, o decidir estancarse como un país fracasado”, dice el autor. “El gran fracaso histórico de la segunda mitad del siglo veinte, y este catastrófico inicio del siglo veintiuno no deben repetirse, pero se repetirán a menos que cambiemos drásticamente de dirección”.  Según Cordeiro, “Venezuela necesita nuevos líderes, nuevos sueños, nuevos horizontes”.
¿Lo conseguirá? A veces pienso que he tenido el privilegio de observar el progreso –con todas las fallas antes mencionadas– de un país que parecía romper con muchos de los tabúes de otras naciones latinoamericanas condenadas al fracaso. Y de repente, en menos de dos décadas, Venezuela ha ido a parar al fondo del barranco. ¿Cómo se ha logrado esa increíble transfiguración? ¿Por qué en ciertas épocas un pueblo muestra sus mejores galas, y en otras épocas se resigna a que lo despojen de su dignidad? ¿Por qué no se ha podido desacelerar la hecatombe? ¿Por qué la oposición parece, en el mejor de los casos, una versión light del chavismo? ¿Quedará Venezuela como el primordial ejemplo a no seguir? No creo en la maldad humana como algo intrínseco, o en planes secretos para arruinar un país. Pero es evidente que Venezuela ha perdido el rumbo. ¿Podrá recuperarlo en esta generación, o sus habitantes quedarán condenados a deambular en el desierto, como lo hicieron las tribus judías antes de acceder nuevamente a la tierra prometida? Los países son construidos y destruidos por sus habitantes, a menos que hayan sido colonizados por otras naciones.
“La culpa de nuestros problemas” dice Cordeiro, “no es de los españoles, ni de los gringos, ni de los chinos, la culpa es realmente de los venezolanos. Dentro de nosotros siempre sabremos que la culpa es nuestra: ¡Nuestra y solo nuestra!”
Asumir la responsabilidad es el primer paso para resolver problemas. Lamentablemente, la política venezolana está dominada por el populismo. Y en el populismo, siempre, absolutamente siempre, la culpa la tiene el otro.
            El libro La segunda muerte de Bolívar… y el renacer de Venezuela, de josé Luis Cordeiro se puedo bajar gratis en la siguiente dirección:
http://www.urru.org/Cordeiro/Libros/SegundaMuerteDeBolivar2016.pdf





[i] La situación de la salud ha sido sintetizada en un excelente trabajo publicado en The New York Times  y que incluyo en este enlace: http://www.nytimes.com/slideshow/2016/06/20/world/americas/a-starving-country/s/20160620-VENEZUELA-slide-UIQU.html

miércoles, 27 de julio de 2016

Cuadros de una Revolución


Mario Szichman


Estados Unidos fue atacado, y algunos de sus ciudadanos murieron en tiroteos. El autor intelectual del audaz operativo era un líder insolente y carismático que, tras negociar con los norteamericanos para obtener dinero y armas, se consideró traicionado por ellos. El gobierno de Washington decidió capturar al líder “vivo o muerto”, e invadió el país en el que se había escondido. Tropas estadounidenses iniciaron la persecución del Enemigo Público Número Uno, quien fue herido y se refugió en una cueva. Esta saga fue narrada por Frank McLynn en un excelente libro sobre la Revolución Mexicana, Villa and Zapata (Carroll & Graf Publishers).
El 9 de marzo de 1916, tropas mexicanas bajo el comando de Doroteo Arango, conocido como Pancho Villa, incursionaron en Columbus, Nuevo México, matando a ciudadanos norteamericanos. Aunque Villa no intervino en los ataques, el gobierno del presidente Woodrow Wilson lo responsabilizó por la incursión y ordenó capturarlo. Villa fue herido en Chihuahua, pero logró eludir a sus perseguidores ocultándose en una caverna. Tuvo suerte con los gringos, pero no con sus compatriotas. Murió seis años más tarde, en una emboscada en Parral, Chihuahua, a manos de sus rivales mexicanos. Muchos señalaron como el instigador de la emboscada al entonces presidente Álvaro Obregón.
Numerosos líderes revolucionarios sufrieron muertes violentas, y en ocasiones misteriosas. “Llama la atención -destaca McLynn- la exigua cantidad de protagonistas de la Revolución que fallecieron en sus lechos”.


UNA GUERRA CIVIL COMO MUY POCAS

Rodolfo Fierro

La saga narrada por McLynn está repleta de épicos incidentes y de inolvidables personajes. Uno de ellos es Rodolfo Fierro, el asesino favorito de Villa, “un psicópata”, dice McLynn, “inclusive para los sanguinarios estándares de la Revolución”.
El revolucionario mexicano tenía gran predilección por su hit man, quizás debido a su imaginación cinematográfica (ya contaremos la incursión de Villa en el mundo de Hollywood).
En los momentos finales de la batalla de Tierra Blanca, el maquinista de un tren repleto de federales, soldados del gobierno, intentó eludir la captura de las fuerzas de Villa abandonando el campo de batalla. Mientras la locomotora aumentaba la velocidad, el verdugo Fierro azuzó a su caballo, saltó hacia la locomotora, asesinó al maquinista y a su compañero, y al cabo de un rato, el tren se detuvo. Todos los federales fueron capturados, y posiblemente asesinados.
En otra ocasión, los villistas apresaron a colorados, insurgentes liderados por Pascual Orozco, un enemigo de Villa. Fierro ofreció a los prisioneros la libertad si eran capaces de correr cien metros a través de un corral, y subir una pared, antes que comenzara a disparar. (Una escena similar se registra en el filme de Jean Pierre Melville Los ejércitos de la noche, aunque los prisioneros son franceses, y sus verdugos, militares nazis).
Fierro no era un psicópata tradicional, dice Mclynn. “Hablaba con dócil tono de voz, nunca presumía, o amenazaba, y su lenguaje corporal se caracterizaba por su suavidad, y por sus modales inofensivos”. Tras pedir a sus secuaces que lo proveyeran de varias pistolas cargadas, Fierro ordenó que soltaran a los prisioneros, de diez en diez.
En las dos horas siguientes, el verdugo mató a exactamente 199 colorados. Uno solo pudo escapar porque Fierro sufrió un calambre en el dedo usado para apretar el gatillo y mientras se dedicaba a masajearlo desatendió al último prófugo.
Fierro murió de manera tan espectacular como vivió. El 14 de octubre de 1915, el asesino y una cuadrilla de villistas llegaron hasta la laguna de Casas Grandes. Al parecer, Fierro llevaba un chaleco repleto de monedas de oro. Cuando sus hombres se mostraron remisos a entrar en las barrosas aguas, Fierro le clavó las espuelas a su caballo. Demasiado tarde descubrió que la laguna era de arenas movedizas. Cuando les pidió a sus hombres que le arrojaran una soga, descubrió que el sadismo se había contagiado. Sus hombres, que lo temían y lo odiaban, le empezaron a lanzar sogas, pero nunca cerca de su cabalgadura. Fierro comenzó a lanzar alaridos y a ofrecer las monedas de oro que cargaba en su chaleco a cambio de su salvación. “Nadie levantó un dedo”, dice el biógrafo, “y los ojos de sus compinches se llenaron de gozo al ver al odiado asesino hundirse en las arenas movedizas”.

HÉROES Y ALIMAÑAS

El autor también muestra el asombroso coraje de algunos individuos, en una guerra civil que dejó entre 350.000 y un millón de muertos. Cuando David Berlanga, un prominente político, iba a ser fusilado, “y mientras Fierro tomaba puntería, Berlanga continuó fumando un cigarro con mano firme, al punto que la ceniza del cigarro no cayó hasta que recibió la descarga”.
La Revolución no cambió decisivamente la política mexicana. La estrategia liderada por el Partido Revolucionario Institucional (una contradicción en sus términos) derivó en lo que el escritor Mario Vargas Llosa calificó de “dictadura perfecta”. El PRI gobernó México ochenta años, perdió la presidencia en el 2000, cuando el Partido de Acción Nacional impuso a su abanderado, Vicente Fox Quesada, y en el 2006 a Felipe Calderón Hinojosa. Pero ya para el 2012, la agrupación pudo recuperar la presidencia de México con Enrique Peña Nieto. El mandatario confronta acusaciones de peculado, y el escándalo de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala el 26 de septiembre de 2014.

¿CIEN AÑOS NO ES NADA?         

Los escépticos dicen que la Revolución Mexicana es La Gran Robolución. O que aquellos vientos trajeron estas tempestades. Lo cierto es que el PRI duró más que el partido Comunista de la Unión Soviética, y que ha vuelto por sus fueros, algo que no ha ocurrido en Rusia. Además, la plaga del narcotráfico, lejos de ser controlada, se ha diseminado.
(Ver en este blog: “Legados del narcotráfico. La política de la impunidad en México”, reseña del libro escrito por Edgar Morales S. y Guadalupe Carrillo T., donde se analiza la realidad mexicana enfocándose en el tema de la lucha contra los barones de la droga, así como el trasfondo de expresiones culturales, que incluyen el narco corrido, y las narco novelas.
Sin embargo, en sus comienzos, la Revolución Mexicana ofreció algunos atributos únicos al siglo veinte. En el arte de la guerra, debemos a los insurrectos varios aportes, entre ellos la “máquina loca”, el uso de locomotoras cargadas de dinamita que eran lanzadas contra los soldados del gobierno, así como algunos de los primeros bombardeos aéreos, y el uso del cine para fines de propaganda.
Las relaciones entre Pancho Villa y Hollywood son material para un libro. Baste decir que a comienzos de 1914, Villa firmó con una empresa cinematográfica un contrato por 25 mil dólares para una película que protagonizaría. Entre las cláusulas del contrato figuraba ésta: “Villa acepta librar todas sus futuras batallas de día” (aún no estaba desarrollada la iluminación cinematográfica nocturna), y “de ser necesario, fingirá combates”. El film The Life of General Villa, con el caudillo actuando, fue estrenado en Nueva York el 9 de mayo de 1914. Además, cuenta con “un típico final feliz de Hollywood”, dice el biógrafo. En la película Villa se convirtió en presidente de México. En la vida real, Villa murió en una emboscada.
Villa fue asesinado el 20 de julio de 1923, a bordo de su carro Dodge, mientras visitaba Hidalgo del Parral, en el estado de Chihuahua, acompañado de algunos de sus lugartenientes. Pese a que había desarrollado un gran instinto para eludir emboscadas, en esa oportunidad, le falló su famosa intuición. La ciudad estaba sospechosamente desierta, y habían desaparecido todos los agentes de policía. Siete hombres armados de rifles dispararon contra su automóvil y nueve balas dumdum, usadas en la caza mayor, destruyeron la cabeza y el pecho del revolucionario, quien murió de manera instantánea. La mayoría de los historiadores coinciden en que el entonces presidente de México, Álvaro Obregón, ordenó matarlo.


ROBA, ROBA, QUE NADA QUEDA

Emiliano Zapata
También la corrupción administrativa tuvo momentos estelares. Tal vez el episodio más famoso fue el Tren Dorado de Venustiano Carranza. En mayo de 1920, acosado por las tropas de Obregón, el entonces presidente Carranza abandonó el palacio y llenó “sesenta vagones de tren con sus secuaces, armas y municiones, archivos del gobierno, y el tesoro nacional en forma de barras de oro”. El Tren Dorado fue emboscado en cada parada. Finalmente, despojos del saqueo quedaron regados junto a los cadáveres de los soldados que defendían a Carranza, hasta que le llegó al perseguido presidente el turno de morir.
Si en la Revolución abundaron los villanos, también descollaron los héroes. La gran figura fue Emiliano Zapata. Según McLynn, Zapata, “con su mística relación con la tierra, incorruptibilidad y martirio, figura junto a los raros santos guerreros de la historia”.
La Revolución dejó testimonios narrativos contemporáneos de la insurrección, como Los de abajo, de Mariano Azuela, y Él águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán. También generó una corriente de muy buenas novelas y relatos, como La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, y El llano en llamas, de Juan Rulfo.
Varios escritores norteamericanos incursionaron en México durante esa época. Curiosamente, Jack London, un novelista considerado “proletario”, escribió reportajes donde no ocultó su racismo o su profunda incomprensión por el fenómeno revolucionario.
John Reed, quien se convirtió en una celebridad mundial con su libro Diez días que estremecieron al mundo, un análisis de la Revolución Bolchevique, escribió un muy buen trabajo sobre la Revolución: México Insurgente.
Durante cuatro meses, en 1913, Reed siguió a Villa en su marcha hacia el sur, desde Texas hasta Chihuahua y Torreón. También trazó un indeleble retrato del asesino Fierro.

Pero la figura emblemática entre los narradores norteamericanos que visitaron México fue el maravilloso cuentista Ambrose Bierce. El autor de El diccionario del diablo, y de Cuentos de civiles y de soldados. Bierce se sumó a las filas de la Revolución, dejando este ejemplar obituario: “Ser un gringo en México, ¡Ah, eso sí que es eutanasia!”

domingo, 24 de julio de 2016

Simón Bolívar, el hombre de las dificultades imposibles de resolver


Mario Szichman

“Solo existe la verdad que hiere”
Napoleón Bonaparte





En 1829, Henri La Fayette Villaume Ducoudray Holstein, publicó Memoirs of Simon Bolivar: President Liberator of the Republic of Colombia,  en la editorial S. G. Goodrich, de Boston, Massachussets. El libro fue luego traducido al alemán y al francés. Recién en el 2010, es decir, 180 años después, apareció una edición en castellano (Terra Firma editores).
Ducoudray Holstein es una de las bestias negras de los pergeñadores del mito bolivariano, al igual que otros militares europeos que revistaron en los ejércitos de La Gran Colombia. En mi opinión, todos ellos, especialmente Gustavus Hippisley en su Narrative of the Expedition to the Rivers Orinoco and Apure in South America, Londres, 1819, y el anónimo autor de Recollection of a Service of Three Years During the War of Extermination, by an Officer of the Colombian Navy (1828), son muy superiores a la mayoría de los historiadores venezolanos, con excepción de Vicente Lecuna, autor de Crónica Razonada de las guerras de Bolívar. Aunque Lecuna era un fervoroso bolivariano, sus argumentos son muy respetables, y es invaluable a la hora de reseñar batallas. Es de lamentar que el culto a Bolívar haya sido una de las piedras angulares de todo presidente asentado en el Palacio de Miraflores. (En ese sentido, recomiendo de manera entusiasta, el ensayo El culto a Bolívar, del gran historiador German Carrera Damas, donde demuele el mito con gran ironía y excelentes fuentes).
Puede acusarse a Ducoudray Holstein de escribir acerca del héroe epónimo con indignación, porque Bolívar se rehusó a darle varias promociones previamente prometidas; pero nadie le puede negar sus aptitudes militares o su prolija documentación.
Ducoudray Holstein sirvió en Francia durante toda la época de la Revolución, y fue luego agregado al estado mayor de Napoleón Bonaparte. Tras la caída del emperador de los franceses, decidió ofrecer sus servicios en la Gran Colombia, y obtuvo en Cartagena el más alto rango militar, el de jefe de brigada. Fue comandante en jefe de los fuertes de Boca Chica, y estuvo en contacto con Bolívar y sus subalternos durante varios años. Muchas de las acusaciones que formuló contra el Libertador están corroboradas en numerosas fuentes. De su excelente libro puede obtenerse un vívido retrato del jefe de los independentistas  de la Gran Colombia. Tal vez el prócer pierde bastante de sus méritos, aunque gana como ser humano. Un héroe de carne y hueso es más importante para su pueblo que el creado por las oficinas de propaganda de sus gobiernos. Ofrece al menos a sus seguidores la posibilidad de emularlos, al menos en sus virtudes.
            Ducoudray Holstein era capaz de reconocer los méritos del Libertador. En uno de los capítulos dice: “Debo hacer justicia al general Bolívar. Puedo afirmar que jamás ha sido un hombre avaro, o que se muera por hacer dinero. Es muy generoso, y poco o nada le importa el dinero. Lo vi una vez vaciando su saquillo de dinero y darle a un oficial hasta el último doblón, quien le había pedido dinero a razón de su salario. Cuando éste se fue, el general se dio la vuelta y me dijo: ´Este pobre diablo está más necesitado que yo, y estas monedas de oro son insignificantes para mí, le he dado todo lo que tenía´”.
No es fácil otorgar al enemigo virtudes, especialmente, en materia de dinero. Balzac solía decir que no se puede ser un gran hombre a bajo precio. Y Bolívar, en ese sentido, era un gran hombre. Tras ser uno de los hombres más ricos de la Capitanía General de Venezuela, terminó no en la pobreza, sino en la miseria.  La lucha por la independencia de varias naciones de América Latina consumió sus ahorros, y no es leyenda, sino realidad, que al morir solo tenía una camisa. Estaba sediento de gloria. Todo lo sacrificó en esa empresa.
Pero, como lo han demostrado otros próceres también sedientos de gloria, la ambición le hizo cometer  numerosos desaciertos. Fue muy cruel y muy mezquino en el tratamiento a sus rivales, comenzando por el Precursor Francisco de Miranda [i].
Bolívar asumió el comando de la fortaleza más poderosa de Venezuela, la de Puerto Cabello, en septiembre de 1811. En junio de 1812, prisioneros españoles confinados en la ciudadela se alzaron, mataron a sus guardias, y la tomaron. Bolívar, en una acción que luego copiaría en varias ocasiones, huyó de la fortaleza como alma que lleva el diablo. Lo acompañaban ocho de sus oficiales, entre ellos Tomás Montilla, uno de sus amigos. Los historiadores coinciden en que la debacle de la Primera República fue resultado de la caída de Puerto Cabello. Bolívar, temiendo ser recriminado por Miranda, encomendó a Tomás Montilla la tarea de explicarle al Precursor, la mala nueva. (Karl Marx dijo en un ensayo periodístico que Bolívar era “el mariscal de las derrotas”).
Entre tanto, Domingo Monteverde, jefe de las fuerzas españolas, logró revertir la  situación en la capitanía general, pues los 1.200 prisioneros españoles en Puerto Cabello constituían una fuerza militar muy respetable. Además, había grandes depósitos de armas y de municiones, y el puerto, uno de los mejores de Venezuela, le permitiría recibir suministros necesarios para continuar la lucha.
La toma de Puerto Cabello por los españoles fue una de las peores catástrofes de la prolongada guerra por la independencia. Desmoralizó a las fuerzas patriotas, hizo que varias docenas de valiosos oficiales  renunciaran al servicio, y que otros directamente desertaran.
Tras recibir la noticia de la caída de Puerto Cabello en su cuartel general de La Victoria, Miranda descubrió que todo estaba perdido, y cuando Monteverde le ofreció una “honrosa capitulación”,  que nunca cumplió, el generalísimo aceptó.
La capitulación fue firmada el 26 de julio de 1812, Miranda pasó de La Victoria a Caracas. De allí se dirigió al puerto de La Guaira, en su intento por abandonar Venezuela a bordo de la corbeta inglesa Saphire.
En La Guaira esperaban a Miranda el comandante militar republicano Manuel María Casas, el jefe político de la localidad, el doctor Miguel Peña, y el teniente coronel Simón Bolívar. Ese triunvirato se encargó de traicionar a Miranda, y de entregarlo a los españoles. Ducoudray Holstein da una excelente descripción de lo ocurrido ese 30 de julio de 1812, algo factible de corroborar en una muy buena biografía de William S. Robertson.
Tras la captura de Miranda, los conjurados le escribieron una carta a Monteverde, informándole de su arresto. Miranda fue enviado en una embarcación a Puerto Rico, y de allí a Cádiz. Murió cuatro años más tarde en el fuerte de La Carraca, sus restos nunca fueron hallados, y ahora, en el Panteón Nacional, solo se hallan sepultados los restos de Bolívar, aunque El Precursor hizo méritos más que suficientes para compartirlo.
Ducoudray Holstein añade que poco después de la entrada de Monteverde a Caracas, Bolívar “tuvo una audiencia con este comandante español, quien lo recibió muy atentamente, y le expresó su satisfacción de que él, Bolívar, hubiese sido un instrumento para poder castigar al traidor Miranda, un rebelde para su Rey. Monteverde prontamente le otorgó un pasaporte para abandonar el país, y escuchando que era su deseo viajar a Curazao, le entregó una carta con una gran recomendación” a un comerciante inglés que debía viajar en la misma embarcación. A bordo de la nave ocurrió un interesante incidente. Cuando el comerciante abrió la carta de Monteverde, y descubrió que el portador de la misma era Bolívar, “expresó en fuertes términos su desaprobación por la conducta” del futuro Libertador en relación a Miranda, “y sin permitirle responder ni una palabra, le ordenó abandonar la embarcación”.  Aunque Bolívar “intentó en vano justificarse” ante el comerciante,  dice el autor de las memorias, “fue obligado a bajarse de la embarcación”. Por suerte consiguió otra en que también viajaba su primo, José Félix Ribas, un valiente general de la independencia, a quien, años más tarde, los españoles capturaron, asaron su cabeza, y la colgaron de una jaula frente a su residencia en Caracas, para que su esposa la observara de manera cotidiana desde la ventana de su dormitorio. (Eso lo conté en la novela Los años de la guerra a muerte).
Ducoudray Holstein señaló que Bolívar tuvo “la fortuna de beneficiarse gracias a la valentía, habilidad y patriotismo de otros. Cuando Ribas fue asesinado, Bolívar huyó. (Manuel) Piar conquistó Guayana en la ausencia de Bolívar, y a pesar de este triunfo, fue condenado a muerte”. Por cierto, la conquista de Guayana por Piar abrió el camino a la reconquista de Venezuela. Bolívar siempre estuvo obsesionado con Caracas, aunque esa ciudad se caracterizó por ser la primera en rendirse, y  la última en liberarse. El vergonzoso juicio a Piar, amañado con la ayuda del general Carlos Soublette, quien fue su fiscal, muestra lo peor de Bolívar: no toleraba rivales.
El general José Antonio Páez, el mejor guerrero de la independencia de la Gran Colombia, “era victorioso cuando Bolívar no estaba con él, y vencido cuando Bolívar dirigía las operaciones militares”. Otro gran militar, el mariscal Antonio José de Sucre, quien obtuvo la victoria decisiva de las armas patriotas, “ganó la Batalla de Ayacucho en Perú cuando Bolívar estaba enfermo”, señaló Ducoudray Holstein.
El historiador alega que un jefe militar más diestro que Bolívar podría haber derrotado a los españoles en tres meses durante la llamada Campaña Admirable de 1813, pero que despilfarró la victoria de una manera incomprensible. Bolívar estaba más interesado en controlar el poder y en ser un dictador omnímodo, señala el historiador, que en afianzar las instituciones. Y un poder absoluto exige encargarse de todas las tomas de decisiones, sin delegar en nadie la autoridad.
     Muchas de las razones de la victoria final de Bolívar no están en sus conquistas militares, sino en la situación que vivió España en la segunda década del siglo diecinueve, a partir del Pronunciamiento del comandante Rafael de Riego  el 1º de enero de 1820 en Cabezas de San Juan, Sevilla. Aunque el pronunciamiento fue resultado de un golpe militar  entre oficiales de las tropas destinadas a luchar contra la sublevación americana, en ese momento los españoles tenían fuerza suficiente para seguir combatiendo a los patriotas. Es necesario agregar que en esa ocasión, Bolívar se manejó como un hábil político.
En junio de 1820, y a raíz de asonada de Riego, el general español Pablo Morillo recibió órdenes de negociar con los insurrectos. Posteriormente Bolívar y Morillo se reunieron en la ciudad de Santa Ana, y firmaron una tregua de seis meses, seguida por otra denominada “La Regularización de la Guerra”.
Aunque el poder de España en las colonias se prolongó algo más allá de la derrota de Ayacucho, muchos asignan el debilitamiento del ejército a la sublevación de Riego, y a las luchas intestinas en la Península entre liberales y absolutistas.
El libro de Ducoudray Holstein, además de resultar apasionante y estar muy bien escrito, contribuye a un mejor conocimiento de la historia latinoamericana porque no solo analiza la figura de Bolívar,  sino los dos pueblos que integraron la Gran Colombia, sus abismales diferencias, su cultura, sus anhelos, y sus proyectos.
Para entender la trágica Venezuela actual, es útil analizar la sociedad de la Capitanía General de Venezuela. Había un germen de autoritarismo representado por Bolívar, que nunca pudo ser eliminado.
Cuando Bolívar viajó al Perú para intervenir en su guerra civil, y dominar a las facciones del marqués de Torre Tagle y de José de la Riva Agüero, mostró sus virtudes y defectos, que nunca lo abandonaron.
Señalé en un trabajo previo que lo habitual en un caudillo era emplazarse en un lugar, y desde allí iniciar la conquista del poder. Pero ese no era el estilo de Bolívar. Él estaba varado en el centro de la nada, rodeado por la anarquía. Tal vez por eso algunos sectores patriotas lo convocaron a Lima. Era el hombre de las dificultades. Su tarea no consistía en remediar calamidades: solo en vaticinarlas y augurar tiempos peores.
Muchos  de los militares que habían iniciado la brega con Bolívar estaban muertos, otros se pudrían en las cárceles de España o habían abandonado la lucha, algunos cansados, otros disgustados, todos burlados. Sólo quedaban en pie de guerra los carentes de influencia o los rebosantes de cinismo. Entre ellos, Bolívar emergía como un gigante.
Al comienzo de la lucha, Bolívar había ostentado esperanzas del mismo modo en que otros lucían escarapelas en sus sombreros. Pero descubrió temprano que los ilusos morían en la primera línea del frente. Vivir consistía en sobrevivir, la tregua era mejor que el combate, el solaz del amor más memorable que el choque entre ejércitos rivales. Y un día, cuando estuvo a punto de ser asesinado por un negro de su confianza en Jamaica, reconoció la clarividencia de toda desilusión. El pueblo solo rendía culto a las pitonisas que vaticinaban derrotas. Nadie se perpetuaba en el poder augurando el bienestar. Bolívar logró participar en los gobiernos patrios tras anclar su destino a la adversidad de los tiempos futuros.
Los peruanos habían convocado a Bolívar a fin de corroborar que era imposible salvar al Perú. Era necesario retroceder a la época del diluvio universal para encontrar una comarca semejante. Y como trasfondo estaba siempre la guerra civil. Los Pizarro se habían enfrentado a los Almagro, el virrey La Serna se había opuesto a Pezuela, Riva Agüero al Congreso, Torre Tagle a Riva Agüero. No pasaba día sin que una facción se dividiera y sus miembros se agredieran con denuedo. Y sin importar quién saqueaba esas tierras, lo primero que hacía era bautizar con otros nombres a sus habitantes naturales, a sus ríos, a sus montañas, para tornarlos extraños en tierra extraña.
Taumaturgo de la política, no pasaba un mes sin que Bolívar renunciara a cargos, honores, o prebendas. Aunque amaba el poder, odiaba administrarlo, examinar las cuentas del erario público, conversar con ministros que tutelaban sus sonrisas como los clérigos preservaban la eucaristía. Bolívar dedicaba más tiempo a declinar responsabilidades que a gobernar. Y cada renuncia a ejercer el poder lo hacía más omnímodo. Napoleón le había enseñado que los reales emblemas del poder eran su sombrero bicornio, sus botas hasta los muslos, su sable corvo, el gesto de acariciar el lóbulo de algún general sumiso. El resto consistía en titubear, esperar a que otros se decidieran a fracasar, hartos de tantos preámbulos.
La demora era la esposa fiel de Bolívar. Nunca lo había traicionado. El destino de quienes se habían apresurado a desafiarlo era siempre una lápida al borde de su sepulcro, o una losa pesando sobre su reputación. Bolívar se agrandaba en el fiasco. Sus palabras eran acatadas de manera abyecta; sus proyectos de leyes eran sancionados a mano alzada. Quien no era dócil se hacía sospechoso, quien lo cuestionaba, se convertía en traidor. La fidelidad consistía en asociarse a la arbitrariedad acaudillada por Bolívar.
En definitiva, Bolívar no era venezolano,  era caraqueño. No había nacido en los Llanos, como Páez, no tenía la ferocidad y convicción del Diablo Briceño, primer postulante de la Guerra a Muerte, un andino.
Siempre me encantó la definición que hizo el historiador español Mariano Torrente de Caracas y de sus habitantes. En su libro Historia de la revolución hispanoamericana decía Torrente:
“La capital de las provincias de Venezuela, Caracas, ha sido la fragua principal de la insurrección americana. Su clima vivificador ha producido los hombres más políticos y osados, los más emprendedores y esforzados, los más viciosos é intrigantes, y los más distinguidos por el precoz desarrollo de sus facultades intelectuales. La viveza de estos naturales compite con su voluptuosidad, el genio con la travesura, el disimulo con la astucia, el vigor de su pluma con la precisión de sus conceptos, los estímulos de la gloria con la ambición de mando y la sagacidad con la malicia. Con tales elementos no es de extrañar que este país haya sido el más marcado en todos los anales de la revolución moderna”.
Bolívar es un excelente ejemplo.





[i]  Ver el trabajo de la profesora Carmen Virginia Carrillo “Dos siglos de la muerte de Francisco de Miranda” publicado en este blog el 13 de julio de 2016, donde analiza la personalidad del Precursor a través de la historia y de la ficción en su ensayo El precursor de la independencia hispanoamericana a tres voces.
http://marioszichman.blogspot.com/2016/07/dos-siglos-de-la-muerte-de-francisco-de.html

jueves, 21 de julio de 2016

Mr. Bowling Buys a Newspaper: Quizás la novela favorita de Raymond Chandler


Mario Szichman



La fama de Donald Henderson (1903-1947), se debe exclusivamente a una novela, Mr. Bowling Buys a Newspaper, y a su entusiasta promotor, el gran narrador norteamericano Raymond Chandler.   
En carta a Frederic Dannay: (quien creó junto con su primo, Manfred Bennington Lee, el detective Ellery Queen), Chandler indicaba que sus novelas policiales preferidas eran The 31st of February, de Julian Symons, Walk the Dark Streets, de William Krasner, y Mr. Bowling Buys a Newspaper, de Henderson.
“Pongo a esos tres escritores”, decía Chandler, “por encima y más allá de gran cantidad de narradores que han pergeñado veinte o treinta libros. Aunque son muy bien conocidos y exitosos, resultan totalmente insignificantes desde un punto de vista literario”.

Tom Hiney, en su libro: Raymond Chandler: A Biography, dice que la novela policial favorita del autor de The Big Sleep (y la que siempre recomendaba leer) era la narración de Henderson.
En una carta a Hamish Hamilton, fechada en enero de 1946, Chandler fue más explícito. Cuando se trataba de novelas policiales, decía, solo las adquiría “si estaba al tanto de lo que estaba comprando”. Y añadía: “Tengo un libro titulado Mr. Bowling Buys a Newspaper. Lo he leído media docena de veces, y lo he comprado a diestra y siniestra, para distribuirlo” entre los amigos. “Creo que es uno de los libros más fascinantes escritos en los últimos diez años. Todo aquel que lo leyó en mi limitado círculo, está de acuerdo conmigo”.
¿Qué es lo que hacía de la novela de Henderson algo tan especial para Chandler? Nada tenía que ver con su prosa hardboiled. No contaba con un detective como Phillip Marlowe, escaseaba el suspenso tradicional –nos enteramos que el señor Bowling es un asesino, a partir de la segunda página– y en lugar de personajes glamorosos de la alta sociedad, tropezamos con seres convencionales, que padecen los grandes inconvenientes de vivir en Londres durante la blitzkrieg nazi (la novela fue publicada en 1943, dos años antes de concluir la guerra).  
Pero el señor William Bowling es un personaje muy especial, y seguramente su autor compartía algunas de las preocupaciones del asesino.   
Henderson era un actor. Trabajó para la BBC de Londres durante la guerra. Una bomba alemana cayó sobre la casa en que residía, y el narrador quedó sepultado entre los escombros. Logró ser rescatado, pero sus pulmones quedaron muy dañados. Es posible que el episodio haya precipitado su muerte, a los 44 años de edad. Es precisamente durante un bombardeo de la aviación alemana, que el señor Bowling descubre su vocación homicida.
El señor Bowling no es un asesino convencional. Y eso es lo que hace tan fascinante y tenebroso.  “Espero que me supongan un ser bastante agradable”, piensa. “Soy un tipo bastante tranquilo, triste”.    
Tampoco se considera un pecador. “No soy peor que cualquier otro tipo. Ayudo a cualquiera que lo necesite. Acepté trabajar con alegría para el esfuerzo de guerra”. Nunca pensó en su “nueva línea” de trabajo, hasta que su vivienda fue bombardeada, y con su esposa, Ivy, quedó enterrado algunas horas. La mujer “comenzó a dar desagradables alaridos. Puse mi mano en su boca, cerca de su nariz. Mi Dios, qué rápido se fue, como una vela al ser apagada”.   
Además, el señor Bowling tiene una buena excusa para justificar lo sucedido. “Fue homicidio solo si uno lo considera así”, dice. “Hay cosas peores. El chantaje es peor. La homosexualidad es peor. ¿Quién dice que el asesinato es el único pecado capital?” Además, no hay que olvidar los beneficios secundarios. “Por primera vez en mi vida, obtuve algo de dinero gracias al seguro. ¡Nunca había pensado en eso!”
La inesperada ocasión le permite abordar su nueva línea de trabajo. Mr. Bowling Buys a Newspaper es una novela donde el azar triunfa, tras indagar si somos capaces de planificar un destino, o el destino se encarga de planificar por nosotros. El título es una de las supremas ironías de esta novela tan peculiar, tan bien escrita. El señor Bowling compra un periódico no para enterarse de las noticias de los demás, sino para averiguar cuan avanzadas están las investigaciones sobre sus crímenes.  
“Nunca leo los periódicos”, le dice el señor Bowling a la dueña de un pub, “a menos me interese ver algo en particular”.  Busca la notoriedad, y al mismo tiempo necesita conservar el anonimato.
Un hombre o una mujer se divorcian, o enviudan. ¿Pueden seguir apostando al mismo destino? El señor Bowling “pierde” a su esposa en un bombardeo. La viudez le impide retornar a la normalidad; solo puede huir hacia adelante. El asesinato no constituye para él una de las bellas artes. Es una manera de recaudar dinero, o de librarse de seres molestos. Además,  un hombre sin atributos descubre que posee un poder divino para decidir quién debe vivir y quien debe morir. Cuenta con un proyecto en una vida previamente carente de rumbo.   
Tras su esposa, Ivy, le siguen otras víctimas. Además, en el curso de su tarea, descubre el verdadero amor. (La vida con esa esposa extinguida como una vela, no era vida, sino un martirio). El nuevo amor le ofrece la coartada perfecta para no ser capturado. Al mismo tiempo, lo encadena a su suerte. La mujer sabe que el señor Bowling es un asesino: tiene pruebas. Si el protagonista intenta zafarse de sus redes, está liquidado. La policía ya le ha advertido de sus sospechas. Los casos en que el señor Bowling ha actuado como un dios, quedan abiertos, mientras se realizan nuevas indagaciones.
La fascinación con Mr. Bowling Buys a Newspaper es doble. Por un lado, la novela está poblada de personas reales, interesantes inclusive en su insignificancia. Por el otro lado, está la mirada de Chandler. ¿Qué encontró ese gran novelista en la escritura de Henderson para leer el texto media docena de veces?  
No conozco un ensayo que analice las lecturas de grandes personajes. O, al menos, no estoy enterado de su existencia. Pero es bueno revisar textos capaces de impresionar a seres que han dejado una huella en la historia. Es, en cierta medida, como leer sus pensamientos. 
Charles Dickens estaba enamorado de la prosa de Tobías Smollet, un escritor muy interesante, pero por debajo de Henry Fielding, el autor de Tom Jones, o de Laurence Sterne, cuya novela, Tristram Shandy, anticipa el Ulises de James Joyce.  El Libertador Simón Bolívar leyó en varias ocasiones, siempre con el mismo fervor, Julia, o la Nueva Eloísa, la novela epistolar de Jean-Jacques Rousseau que para mí constituye –cito a Jorge Luis Borges– una de las formas más famosas del tedio.  
¿Descubrió Chandler en su pasado algo que Henderson exploró en el suyo? Pues una de las funciones de las novelas es permitirnos indagar la vida transcurrida. No es desatinado afirmar que somos viajeros del tiempo. Nuestra permanencia en la tierra permite verificar cómo se comportaron los muertos que admiramos. Y sus lecturas, especialmente su fijación a algunos textos, ayudan a dilucidar sus obsesiones.  
Creo que Mr. Bowling Buys a Newspaper es, en cierto modo, una novela futurista. A partir de su primer homicidio, el señor Bowling se deja guiar por el azar. Es un oportunista de la muerte. Y le fascina la figura del cazador perseguido. No desprecia a Scotland Yard; cree que tiene buenos detectives. Además, no siempre ha sido cuidadoso borrando huellas. Recuerda al personaje de Ante la ley, de Franz Kafka.
La policía británica no es un ente abstracto. En el caso del señor Bowling, dedica exclusivos esfuerzos a su captura. Pero su omnipotente presencia es, al mismo tiempo su undoing. El señor Bowling no advierte que la policía, o la Ley, están por encima del común de los mortales.
“Todos se esfuerzan por llegar a la Ley”, dice el hombre en el relato de Kafka. “¿Cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?” Y el guardián le responde: “Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.
El señor Bowling descubre, en su final, que lejos de haber alcanzado la felicidad, ha vuelto a incurrir en el infierno tan temido.



lunes, 18 de julio de 2016

De la belleza y el furor, de Carmen Virginia Carrillo: Los tenues hilos que permiten aferrarse a la vida


Mario Szichman

“Sólo se convierte en carpintero
Quien se hace sensible
A los signos del bosque”.
GILES DELEUZE



Somos seres más muertos que vivos. La eternidad personal se ve interrumpida en algunos casos por la chispa de la existencia que condesciende a hacernos transitar por el reino de este mundo. Hemos sido inaugurados por el sexo, y clausurados por la muerte, señalaba William Faulkner, y hay escasos fulgores que nos acompañan: el de la poesía es uno de ellos.
Buena parte de la mejor poesía que se ha escrito en América Latina en la segunda mitad del siglo veinte ha sido creada por artífices de la precariedad. De una doble precariedad. No sólo porque la poesía fue creada en circunstancias de peligro, o en los escasos momentos en que el poeta podía librarse de sus múltiples obligaciones, sino porque el fruto iluminado de sus palabras iba a parar a revistas de efímera existencia.
Afortunadamente, existen personas como Carmen Virginia Carrillo,  acuciosa buscadora de textos y ensayista con espléndidos hallazgos. Carmen Virginia se fue haciendo sensible a los signos del bosque.  Desandando los pasos de su progenie, se ha hecho infatigable a la hora de perseguir textos ocultos. Con paciencia cervantina, (Cervantes leía hasta el último papel que recogía en la calle), ha concretado la heroica labor de componer De la belleza y el furor. Propuestas poéticas renovadoras en la década de los sesenta en Venezuela. Ningún artífice de la precariedad, de esa doble precariedad de crear poesía en el fulgor del peligro o de la opaca vida cotidiana, y de depositarla luego en fugaces publicaciones, ha podido eludir la pesquisa de la autora, el hallazgo inusitado, la radiante revelación de alguien muy sabio en el hábito de hacerse sensible a los signos del bosque. 
En nuestra América, donde es tan difícil la empresa de hacerse oír porque los silencios se van acumulando, donde hay tantas voces dispersas que han dejado de encontrar eco, la labor de Carmen Virginia Carrillo ha sido acabar con el silencio estéril y recuperar la palabra. Ella sabe que la poesía necesita hablar, que todas sus voces necesitan hacerse oír.
De esa manera, la autora ha creado un texto seminal sobre la poesía venezolana de la década de los sesenta que supera en mucho lo sugerido por el subtítulo. La escritura se desliza por el texto De la belleza y el furor como quería Juan Carlos Onetti: con la felicidad de la letra. No hay que ser un especialista en poesía, o en poesía latinoamericana, para amar los poemas ofrecidos, o para desear inquirir más sobre los poetas que los ofrendan.

Del silencio y otras sorpresas

Está el silencio como castigo, y está el silencio de la admiración.
Está el silencio que sólo causa una inexplicable aflicción al inocente, y el silencio que acompaña a la muerte. Está el silencio tras concluir una batalla, el silencio que flamea en los destrozados estandartes, o el que se columpia en los mástiles de los barcos luego de pasar la tormenta.
Hubo un silencio antes de la Creación, y el silencio que brota al concluir la misa.
Jesús pide a sus discípulos que acallen sus milagros. Jesús no responde a las acusaciones de quienes lo atormentan, o confunden su silencio con altanería.
El silencio cancela el entusiasmo, acaba con el mundo de los visionarios, apaga los pasos de quienes marchan hacia el cadalso.
Están quienes asignan el silencio para oír más claro, y quienes imponen el silencio para no saber. Está el silencio para indultar y el silencio de la delación.
Para aquel que ora a su Dios, acostumbrado a todos los sonidos de los que oran con él, la oración muda es sospechosa. Y lo mismo ocurre con la poesía. Afortunadamente, muchos de esos silencios, el silencio de la admiración, el silencio de antes de la Creación, el silencio para oír más claro, el silencio de quien desea saber, el silencio del perdón, el silencio del milagro, el silencio de quien no denuncia, no se acobarda, no se rinde, han encontrado su voz en De la belleza y el furor. Parte de la gran poesía de América Latina ha vuelto a hablar en el  libro de Carmen Virginia Carrillo.
Nueva York, mayo de 2013
            

A continuación transcribo la Introducción que la autora hace al libro:
El presente trabajo constituye una revisión crítica de las más relevantes propuestas poéticas, grupales e individuales, de la década del sesenta en Venezuela. Son objeto de estudio las obras de los más destacados integrantes de los grupos surgidos en la capital: Sardio (1958),  Tabla Redonda (1959), El Techo de la Ballena (1961), del movimiento de provincia Trópico uno (1964) y de aquellos autores que, sin haberse unido a estos grupos, iniciaron su obra poética en esta década y cuyos libros han tenido una resonancia significativa en el público lector y en la crítica literaria.
   El análisis de las poéticas en cuestión se realizó a partir del estudio de los grupos y movimientos literarios, cuyos  manifiestos y planteamientos editoriales, especialmente en revistas, permitieron articular  propuestas estético-ideológicas disidentes y  subversivas. Buscaban romper con la cultura dominante y  asumir un compromiso social a través de un lenguaje más cercano a lo conversacional y coloquial, de esta manera  intentaban  darle una dimensión socio-política al arte y la literatura. En  sus obras se puede observar  actitudes estéticas y políticas definidamente rupturales que respondían a un particular proceso de transformación histórico-cultural que no se limitaba al espacio nacional, sino que se insertaba en un proceso de índole continental.
Una actitud generalizada en la literatura aspiraba a superar lo tradicional, no sólo en sus aspectos formales y estilísticos, sino también en su visión del mundo.  La poesía se nutría de la historia, del cotidiano enfrentamiento con  la urbe. La renovación de la palabra era un  arma de combate. Esta propuesta estético ideológica subversiva constituyó la corriente predominante de la época, sin embargo otras tendencias se hicieron presentes en el campo literario; entre ellas destacaron la poética que se abocó a la experimentación formal e imaginativa con una marcada orientación surrealista y la poética que reconstruye la memoria y  asume el discurso poético como palabra fundadora de mundos, que  transforma la realidad  a partir de la reinterpretación y la reivindicación de la historia, las tradiciones y de la geografía autóctonas.
No podemos dejar de mencionar, aunque no será objeto de nuestro estudio, una poética minoritaria que se preocupó particularmente por la perfección formal, cercana al abstraccionismo poético y que, a pesar de mantener cierto gusto por las formas poéticas tradicionales, planteó importantes renovaciones.
Comenzamos el estudio en 1958,  dos años antes de iniciada la década del sesenta,  ya que  el 23 de enero de este año cae la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez  y con este acontecimiento comienza una nueva etapa política en el país, la etapa democrática; sin embargo el gobierno de Rómulo Betancourt  no respondió a las expectativas de los jóvenes intelectuales por lo que surgieron nuevas fracciones de izquierda más radicales y comenzaron a actuar los movimientos  contestatarios e insurreccionales.
El año 1958 marca también el inicio de los grupos y movimientos artístico-literarios  rupturales con  la aparición de Sardio; un año más tarde surge Tabla redonda.  Tras la publicación del octavo número de la revista  Sardio, de  mayo-junio 1961, el grupo se disuelve; aquellos que se identifican con la revolución  cubana  y con las ideologías de  izquierda,  pasan  a  El  Techo  de  la  Ballena. En 1969 se cierra el ciclo de El techo, sin embargo algunos balleneros  continuaron su labor en Rocinante hasta mediados de los años setenta. En el interior del país destaca particularmente la aparición del grupo Trópico uno en 1964, cuyos integrantes combinaron la  ortodoxia política de Tabla Redonda con la irreverencia ballenera.
Las posturas varían: algunas son muy radicales y se identifican con la disidencia, otras se encuentran menos definidas. De  ellos nos interesa particularmente el aporte que ofrecieron a la poesía y cultura y  las relaciones dialógicas que  se establecieron entre los grupos y autores objeto de nuestro estudio.
Consideramos que el mayor aporte de esta investigación consiste en el estudio y explicación  de un período crucial de la poesía venezolana en el  que iniciaron  su producción varios de los  poetas venezolanos que han llegado  a convertirse en autores reconocidos a nivel latinoamericano y europeo. El estudio del  germen  de esa obra fundamental para la poesía de habla hispana y la sistematización de las poéticas que trascendieron el ámbito nacional y el período en que fueron realizadas, es nuestra contribución a la historiografía de la literatura venezolana del siglo XX.
           
 El libro, en su versión digital puede encontrarse en Amazon, Itunes store, Kobo y  Barnes and Noble.