domingo, 16 de agosto de 2015

La prostituta y el agente secreto: Los fantasmas de Norman Mailer




Mario Szichman
      


Leí hace muchos años Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer,  una novela que transcurre durante la segunda guerra mundial, y que catapultó a la fama al autor, cuando tenía apenas 25 años de edad. 
Varios intelectuales norteamericanos fueron reclutados durante la contienda, y produjeron luego obras excepcionales, como Joseph Heller, el autor de Catch–22, una fenomenal sátira pacifista y Kurt Vonnegut, quien escribió Matadero Cinco, narrando la destrucción de la ciudad alemana de Dresde –el bombardeo que causó la mayor cantidad de víctimas civiles, tras Hiroshima– y Mother Night,  una espeluznante narración de un doble héroe y doble traidor en la Alemania de Hitler.  Pero a ninguno de ellos se le ocurrió a priori que la guerra podría ser un buen tema para su primera novela. Excepto a Mailer.
            Quizás el detalle más interesante en la confección de Los desnudos y los muertos es que antes de ser llamado a filas, Mailer decidió tomar cursos de literatura en la universidad de Harvard, pese a que estudiaba ingeniería. Su propósito, según indicó luego, era aprovechar la experiencia en combate para debutar como escritor.
Mailer fue enviado a Las Filipinas, donde presenció escasas acciones bélicas, pues fue confinado a una oficina. Por lo tanto, pidió ser transferido a un pelotón de reconocimiento “para poder redactar convincentes escenas de guerra”, según informó su biógrafo Carl Rollyson. 
La novela es memorable por algunas escenas muy feroces, por su sensualidad, y especialmente por una triquiñuela. Su personaje principal Robert Hearn, tras protagonizar dos terceras partes del texto, muere abruptamente en las vísperas.   
En una carrera que se prolongó seis décadas, Mailer escribió numerosas novelas, algunas muy buenas, como Un sueño americano, y un excelente libro de non–fiction: La canción del verdugo. También dirigió películas, y produjo páginas excepcionales en el terreno periodístico. Un libro al que acudo de manera constante es Miami and the Siege of Chicago, donde traza inolvidables retratos de políticos norteamericanos.
Nadie ha superado a Mailer en esta definición de Richard Nixon: “Es posible que haya sido un buen hombre atrapado por un medio ambiente cuyos hábitos le permitieron mantener una inocencia absoluta acerca de las tres cuartas partes de la experiencia mundana. Gracias a eso, logró convertirse en un monstruo del oportunismo en la parte restante que comprendía demasiado bien”.  
A pesar de que  Mailer escribió algunas novelas larguísimas, suelen predominar los fragmentos, o sus brillantes ideas, antes que el conjunto. Su última novela, The Castle in the Forest –uno de sus textos más cortos– no es excepcional, aunque está muy bien narrada. Pero la idea es muy interesante. Un discípulo del diablo trata de mostrar cómo Adolf Hitler creció para convertirse en la encarnación del mal. En lugar de exhibirlo como líder del Tercer Reich, Mailer relacionó la malevolencia del Fuehrer con su familia y con su infancia. Es un relato alegórico con excelentes momentos. Tal vez el mejor es cuando Alois, el padre de Hitler, un criador de abejas, explica a su hijo que “en la colmena no hay buenos cristianos, o caridad alguna. Tampoco existen en las colmenas abejas demasiado débiles para trabajar. Y eso ocurre porque se liberan muy rápido de los inválidos. Las abejas solo obedecen una ley”: la ley del más fuerte. El lector empieza a sentirse aprensivo cuando el padre de Hitler explica que para proteger la buena colmena, “el resto de las abejas de la colonia deben ser exterminadas con gas”.  Es el momento en que la aprensión se transforma en presagio.
Como esas ruinas que permiten recrear castillos y monumentos funerarios a partir de escasos trozos, los textos de Mailer son muy útiles para quien intenta desarrollar un proyecto narrativo con un comienzo, medio y final, sin irse por las ramas. Mailer era proteico, y a veces se esparcía en demasiadas direcciones. Recuerdo la más interminable de sus narraciones: Harlot´s Ghost,  su “novela de la CIA” (1.328 páginas en la versión en inglés, que incluían índice de nombres, glosario, bibliografía, y la amenazante promesa de Continuará).  En esa novela Mailer se dedicó a saquear el mobiliario de la narrativa popular con el mismo placer demostrado por Balzac al desvalijar temas y caracteres primero acechados por Walter Scott, Eugene Sue, o por los artesanos que crearon el roman feuilleton.
La mención a Balzac no es casual. Harlot’s Ghost, que podría ser traducida literalmente como El fantasma de la cortesana, copia en parte el título de la novela de Balzac Esplendores y miserias de las cortesanas traducida al inglés como A Harlot High and Low, así como buena cuota de su temática.
En un artículo publicado en la revista New York el 16 de agosto de 1976, Mailer recordaba que la novela de Balzac “tenía que ver tanto con la policía secreta como con las prostitutas que poblaban sus páginas. Y es que resultaba natural para Balzac”, agregaba, “asociar a las rameras con los agentes políticos”, pues se trata de seres que siempre están interpretando algún papel. La prostituta actúa “como si realmente lo amara a uno. Y eso es algo más misterioso de lo que se piensa. Puede equipararse, en cierta forma, a la labor clandestina”.  
La prostituta y el agente secreto hacen algo más que actuar. Los papeles que deben recrear representan los momentos más intensos de sus vidas, decía Mailer, algo mucho más real que el resto de lo que hacen. Y en cierta forma, ¿no es acaso el novelista el tercer miembro del trío? ¿Qué puede reemplazar en la vida real a un personaje de ficción liberado de lastres, reiteraciones, momentos muertos, imprecisiones, y de toda incertidumbre, a fin de ejecutar ciegamente la lógica de su destino? 
Se hacía casi inevitable, entonces, que el apodo de Hugh Tremont Montague, el elusivo funcionario de la CIA que habita las páginas de la novela, fuese justamente Harlot.
Al narrar la historia de Harlot a través del agente de la CIA Harry Hubbard, Mailer intentó describir dos fenómenos que en su talentosa histeria le parecían intercambiables: la evolución de Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la era de Vietnam,  y su metamorfosis como escritor entre Los desnudos y los muertos (1948) y Los ejércitos de la noche (1967).
En lugar de capturar la compleja diversidad de esos numerosos y enfrentados países que la comodidad y la costumbre insiste en dar el nombre de Estados Unidos, Mailer eligió la más ostentosa organización invisible: la Agencia Central de Inteligencia, el monolítico paradigma de mucho de lo que persiste en el gran sueño americano a pesar de sus fracasos.
Para Mailer, la CIA sería la punta del iceberg de aquello sumergido en la conciencia estadounidense: un violento, a veces homicida individualismo animado por el mito muy real de la frontera, la certeza omnipotente de que se puede cambiar el curso de la historia a través de algunos asesinatos selectivos, la concreta posibilidad de morir en las vísperas, y la urgencia de ofrecer respuestas simples a problemas complejos. En ese recorrido, Mailer volvió a transitar su desmesurada carrera literaria visitando los grandes sucesos históricos que parecen haber sido engendrados simplemente para alimentar su prosa.
Si no fuese porque el propio Mailer lo divulgó en su ensayo Advertisements for Myself, uno se sentiría tentado a pensar que el novelista encontró una manera original de enfrentar varios años de aridez narrativa: rebañar su propia escritura y los personajes que fue arreando en sus libros. En Harlot’s Ghost los personajes y situaciones que primero fueron planteados en Los desnudos y los muertos y posteriormente en Barbary Shore, The Deer Park, o El sueño americano,  parecen sufrir las alteraciones imperceptibles y las bruscas mutaciones que exhibe la propagación del cáncer en un documental de divulgación científica.
El Hubbard de Harlot’s Ghost lo presagiaba el teniente Robert Hearn de Los desnudos y los muertos, heraldo del fin de la inocencia. El cabo suelto que dejó Hearn al morir abruptamente, fue recogido luego por Mailer en la versión serializada de Un sueño americano, cuando su héroe, Rojack, asesinaba a su esposa casi al comienzo. (“Tomar esa decisión en el primer capítulo de una novela por entregas dividida en ocho partes”, dijo luego Mailer al comentar para la revista Esquire su acto de acrobacia literaria, “es como desnudarse en la vidriera de Macy’s. ¿Qué más puede hacerse después?”)  Y en el medio, atando su propio cordón umbilical, está la omnipotencia de Mailer, que como Sam, el narrador de The Man Who Studied Yoga, es “el hombre que intenta parirse a sí mismo”, y que en Los ejércitos de la noche se transforma en personaje principal de una “historia como novela y de una novela como historia”.    
La primera entrega de Harlot’s Ghost (Mailer nunca escribió la secuela) fue como el libro de oro de su condado. La escribió durante la mayor parte de su sexta década de vida con una energía y un vuelo intelectual que escasos escritores más jóvenes pueden desplegar, aunque algunas partes son superiores al conjunto. Si bien los diálogos son excelentes, muchas veces son usados para proporcionar datos, sin hacer avanzar la narración.
Harlot’s Ghost recuerda el comentario que hizo Mailer sobre una novela de Philip Roth: leerla es como hacer el amor con una mujer complaciente: el tiempo se desliza de manera suave, interminable, pero sin rumbo fijo.
La premisa es cautivante. Desde las entrañas de la CIA, como paradigma del engaño y la simulación, Mailer emprendió un largo y detallado viaje por el lado oscuro del sueño norteamericano. En su tarea, copió los planos de las mansiones de todo autor de bestsellers, desde la gótica de Stephen King en las primeras ochenta páginas hasta la ultramoderna y repleta de gadgets de Ian Fleming, o la cueva primordial de Trevanian, especialmente la descripción del ascenso a una montaña que podría convertirse en un clásico de la literatura estadounidense.
En medio de esa fascinación por la literatura devorable, hay otras marcas más prestigiosas: cuando el protagonista de Harlot’s Ghost recorre el Berlín de la posguerra, hay ecos de una escena proustiana: la visita a un burdel. Por su parte, los diálogos entre abogados y banqueros transformados en burócratas del espionaje recuerdan a los creados por Henry James o por Luis Auchincloss.  
El texto es suma y renovación de las principales preocupaciones de Mailer. El crítico Chandler Brossard sugirió que el autor de Los desnudos y los muertos era como esos crustáceos “que usurpan el desechado caparazón de otros animales a fin de utilizarlo como vivienda temporal”.

LAS VIDAS DE NORMAN MAILER

La urgencia de prescindir del pasado y de apropiarse de la vida de otros, que Mailer demostró como personaje literario, está presente en la conversación que se desarrolló con panelistas y público en el Centro de Poesía “YMYWHA” de Nueva York el 25 de febrero de 1991. He aquí algunos fragmentos:
– ¿Existe alguna parte de la personalidad de Norman Mailer que hubiera deseado pertenecer a la CIA?
Norman Mailer: –Siempre creí que si hubiera crecido en una familia diferente, con un pasado totalmente diferente y diferente ideología política, hubiera sido un miembro de la CIA. Debo confesar con franqueza que me encanta la duplicidad, la manipulación, la necesidad de engañar, todo aquello que se practica en nombre de un propósito superior. Creo que hubiera sido un buen agente de la CIA. Y creo que mi narrador, Harry Hubbard, de haber tenido un background similar al mío, hubiera terminado siendo un escritor, un novelista, pues narra muy bien.
– ¿Dónde obtuvo la información contenida en Harlot’s Ghost?
N.M.: –Escribir un libro es como construir un nido: se recoge hasta la última brizna de paja. Hay sugerencias y claves que pueden encontrarse por todas partes. Pero la gran ventaja que tuve al recolectar la información para mi novela es que luego de 43 años de ser escritor y de muchos más años de haber leído ficción, me he vuelto bastante astuto. Puedo decir por regla general cuándo un escritor está diciendo la verdad y cuándo está mintiendo, cuándo su experiencia es profunda, y cuándo es superficial. Además, como me gradué en Harvard en 1943, tuve algunos compañeros de estudio que fueron a la OSS y luego a la CIA. Pero prefiero no hablar de eso.
–Dada la amplitud de Harlot’s Ghost, la cantidad de personajes y su enredo estructural, ¿no necesitó cartografiar la novela para poder concluirla?
N.M.: Lo he hecho algunas veces. He bosquejado algunas novelas por completo. Curiosamente, son las novelas que nunca pude terminar. Una de las razones es que escribir resulta una actividad insalubre. Se puede llegar a odiarla. Lo envejece a uno. Envenena el cuerpo. Es una tarea embrutecedora. Uno debe estar sentado en una silla para exprimir algunas palabras de sus entrañas. Por lo tanto, hay que obtener alguna espléndida zanahoria que lo haga a uno avanzar. Y siempre encontré que mi incentivo era ignorar a dónde iba y descubrir el camino algunos escasos pasos delante del lector.
– ¿Qué le respondería a los críticos que declaran que dejar la palabra “Continuará” al final de Harlot’s Ghost es una manera de esquivar el cuerpo por no haber cumplido con su promesa de escribir la Gran Novela?
N.M.: Estoy hablando en serio cuando digo que escribiré el segundo volumen de Harlot’s Ghost. El título provisorio es Harlot’s Grave (La tumba de la cortesana). Pero no puedo garantizarlo. El ímpetu para escribir una novela es un don, como la capacidad de enamorarse. Uno puede garantizar que concluirá un ensayo, pero cada novela emerge de un ser humano como si se tratara de un regalo.
      

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