viernes, 30 de agosto de 2013

Novelas en tres líneas



Mario Szichman


     La novela póstuma de Truman Capote se denomina Answered prayers. El título hace alusión a una frase de Santa Teresa de Ávila: “Las plegarias corroboradas causan más lágrimas que aquellas que permanecen sin contestar”.
     La historia de la literatura está plagada de esas “answered prayers”. En otra ocasión he mencionado la famosa frase de La piel de zapa, donde Balzac se preguntaba si podía encontrarse sobrenadando, en el océano de las literaturas, un libro que pudiera competir con estos tres renglones: “Ayer, a las cuatro de la tarde, se arrojó al Sena una joven desde el Puente de las Artes”.
La respuesta podría estar en Félix Fénéon (1861-1944), un misterioso escritor parisino cuya inmortalidad quedó asegurada con sus Novelas en tres líneas, que publicó en el periódico Le Matin, de París, durante el año 1906, y que fueron divulgadas en fecha reciente por la editorial The New York Review of Books.
      Esos exquisitos, mínimos textos, son uno de los numerosos proyectos que Fénéon emprendió en su vida. Fue también editor de La Revue Blanche, una de las más influyentes revistas que circularon en Francia (1893-1903), y conoció y frecuentó a algunos de los escritores y pintores más famosos. Se lo considera el descubridor del puntillista Georges Seurat, y un importante promotor de artistas del calibre de Signac, de los Pissarro (padre e hijo), de Toulouse-Lautrec, Bonnard, Vuillard, y Maurice Denis.
     Uno de sus escasos artículos firmados se relacionó con el “peligro amarillo”, la supuesta conquista de Occidente por parte de los asiáticos, especialmente japoneses y chinos. Como parte de su investigación, Fénéon entrevistó a tres gigantes de su tiempo: el novelista Jules Verne, el frenólogo Césare Lombroso —responsable de teorías raciales sobre la criminalidad que fueron aplaudidas con entusiasmo en la Alemania nazi y en la Italia fascista— y el gran geógrafo y teórico anarquista Élisée Reclus. Reclus se burló de esas ideas conspirativas y dijo que la amenaza era a la inversa. Lo más probable era que Occidente se dedicara a explotar la población china. 
      Fénéon también fue marchand de arte en la galería Bernheim-Jeune, e incluso creó una editorial, Éditions de la Sirène, donde apareció, en 1924, la primera traducción al francés de una obra de James Joyce (Dédale).
     Surrealistas como Guillaume Apollinaire y Alfred Jarry, así como el simbolista Rémy de Gourmont, rindieron homenaje a su talento.  André Breton dijo de Fénéon tras su muerte: “Aunque lo conocí y quedé asombrado por él, y lo admire y amé, nunca lo entendí completamente. Su caparazón era dura y resbalosa”.
     Tal vez la incomprensión de Breton está relacionada con las muchas máscaras que encubrieron las actividades de Fénéon. Sus tareas más famosas se concretaron en el anonimato, como sus Novelas en tres líneas, o fueron veladas por seudónimos; inclusive muchas de sus cartas las firmaba con sobrenombres. 
     Es posible que esas precauciones no estuvieran dictadas por la timidez, sino por razones políticas: Fénéon era un anarquista que creía en las bondades de la acción directa. Y, por una de esas casualidades del destino, trabajaba en el ministerio de Defensa. Llegó a ser sometido a proceso, en 1894, luego de  que uno de sus compañeros colocó una bomba en el restaurante del Hotel Foyot. En la oficina de Fénéon en el ministerio de Defensa encontraron una ampolla con mercurio y 11 detonadores. Sus amigos no creyeron la acusación, y el poeta Stephan Mallarmé dijo: “Los únicos detonadores que Fénéon carga consigo son sus artículos”. Otros suponen que Fénéon era un activista, y su respuesta ante el fiscal que le exigió que explicara la posesión de esos detonadores fue ambigua.
     Según Fénéon, los detonadores habían sido hallados por su padre, en la calle. Como el padre de Fénéon acababa de fallecer, era imposible verificar si el acusado estaba diciendo la verdad. El fiscal trató de acorralar a Fénéon preguntándole si no hubiera sido mucho más fácil arrojar esos objetos por la ventana de su oficina, en vez de guardarlos. La respuesta de Fénéon parece salida de algunas de sus Novelas de tres líneas: “Si es tan fácil arrojar detonadores a la calle desde una ventana”, declaró al fiscal, “también debe ser fácil encontrarlos en la calle”.

LA RESURRECCIÓN DE UN GENIO

     La razón por la cual las Novelas de tres líneas han sido redescubiertas es casi tan bizantina como sencilla y epigramática fue su producción. Camille Plateel, compañera de Fénéon durante medio siglo, guardó esos textos en un álbum, que fue descubierto tras el fallecimiento de ambos por Jean Paulhan, albacea del escritor.
     Más de mil de esos breves textos fueron publicados por Fénéon en el periódico Le Matin. En Francia, esas breves historias son denominadas faits-divers. Antes que Fénéon se encargara de la columna de faits-divers, el contenido era insípido, anodino; un ejemplo: “El funeral del gendarme Refeveuille, asesinado por un ladrón, se llevó a cabo ayer. La ciudad de Evreux pagó por la ceremonia fúnebre”. Fénéon cambió totalmente el estilo de esas grageas de información.
    He aquí algunas de las “novelas” creadas por Fénéon:
    “La señorita Fournier, la señora Vouin, y la señora Septeuil, de Sucy, Tripleval y Septeuil, se ahorcaron: neurastenia, cáncer, desempleo”.
    “Eugène Perichot, de Pailles, agasajó a la señora Lemartrier en su hogar. Eugène Dupuis vino para recogerla. Ambos lo asesinaron: amor”.
    “Vital Frérote, una lavadora de platos de Nancy, que había retornado de Lourdes curada para siempre de tuberculosis, falleció el domingo. Fue un error”.
“Cuando jugaba a las bochas, el señor André, de 75 años, oriundo de Levallois, sufrió un ataque al corazón. Mientras la bocha rodaba, él se alejaba de esta vida”.
    “El señor Scheid, de Dunquerque, le disparó tres balazos a su esposa. Tras errar cada uno de los disparos, decidió apuntarle a su suegra. Esa vez acertó”. 
    Luc Santé, quien tradujo Novels in Three Lines para The New York Review of Books, dijo en la introducción al libro que “En la precisión del lenguaje, en su seco humor, en su ternura, en su crueldad”, esos textos son “La Comedia Humana de Fénéon”.
           

martes, 27 de agosto de 2013

Margot Carrillo, Cubagua y la época dorada de la literatura venezolana



MARIO SZICHMAN


Para José Balza

     En dos pequeños condados del estado de Misisipí, entre 1929 y 1936, William Cuthbert Faulkner construyó el único territorio perdurable de la literatura norteamericana: el condado de Yoknapatawpha. Ahí están, para demostrarlo El sonido y la furia, Mientras agonizo, Luz de Agosto y ¡Absalom, Absalom!
   Entre 1953 y 1961, James Myers Thompson se mostró como un digno sucesor de Fiodor Dostoevski en sus novelas The Killer Inside Me, Savage Night, A Hell of a Woman y Pop. 1280. No hay nada en la literatura norteamericana que anticipe a Thompson. Y es improbable que Jim Thompson encuentre algún día sucesores.
     ¿Qué ocurrió para que esos genios fulguraran en menos de una década sin dejar secuelas? Seguramente, la sociología de la literatura pueda dar una plausible explicación.
     Sería necesario obtener una explicación similar para descubrir por qué entre 1922 y 1931, Venezuela vivió la edad dorada de su literatura, que coincidió con el auge y decadencia del Gomecismo. Pero lo cierto es que no hubo nada antes, nada después, que se asemeje a las perdurables obras forjadas en esa década. Los cuentos grotescos de José Rafael Carrera son de 1922, Ifigenia, de Teresa de la Parra, fue publicada en 1924, al igual que Áspero, de Antonio Arraíz. La torre del timón, de José Antonio Ramos Sucre, es de 1925. La llega en 1931, de la mano de Las lanzas coloradas, de Arturo Uslar Pietri, y Cubagua y La Galera de Tiberio, de Enrique Bernardo Núñez.
    En ese territorio de grandes textos, la escritura de Enrique Bernardo Núñez es muy especial. Sus dos novelas rehúyen la coherencia a la que aspiran las otras obras mencionadas. Se trata de novelas fragmentarias y mesiánicas. El realismo mágico es muy anterior a Gabriel García Márquez y a su precursor Alejo Carpentier: figura entero en Cubagua y en La galera de Tiberio.


     En su trabajo El sentido de la modernidad en Cubagua (Fondo Editorial SOLAR), Margoth Carrillo Pimentel trabaja justamente los elementos que convierten a la novela en una obra de ruptura que niega además toda síntesis. Es como si ese pasado mítico de una isla enriquecida en el siglo XVI con sus placeres de perlas, no pudiera confrontarse con ese presente miserable de comienzos del siglo XX, aunque los nombres de los protagonistas recurren en ambos tiempos.
     Otros narradores hubieran intentado la recapitulación. Enrique Bernardo Núñez prefirió dejar la obra abierta. Y de esa manera, transfirió al lector la tarea de enmendar esa especie de colcha de retazos empatados. Cuando Carrillo Pimentel dice que su acercamiento a Cubagua se ha convertido en un “acto recurrente, casi obsesivo”, no está haciendo retórica. Leer Cubagua nos enfrenta a dos momentos: el del sortilegio y el del exorcismo. Primero atrapa. Pero luego, cuando se la recuerda, el acto de la memoria parece ser el rechazo antes que la aceptación. Y librarse de su sortilegio resulta imposible.
    Enrique Bernardo Núñez construyó en base al pasado mítico una isla encantada, que el presente rechaza y desdeña. En manos de un escritor menos diestro, hubiéramos tenido una solución de compromiso. La obra podría haber sido algo diáfano, olvidable. Al no permitir la fusión el autor trocó a Cubagua en un acertijo, con su correspondiente casilla vacía.
     Hay muchas maneras de acercarse a Cubagua. La autora prefirió la de los inagotables interrogantes. Cubagua es una novela aluvional. Cada capa nueva sirve para urdir significados variables, para encubrir algunos de sus mitos. Y ni siquiera los mitos alcanzan desarrollo pleno. Enrique Bernardo Núñez tuvo al menos claridad para explicar su concepción: “Nombres, personas, cosas, ruinas, soledades, venían a ser como un eco del tiempo pasado”, dijo el autor en su ensayo Bajo el samán. El escritor prefirió poner el oído en ese disímil eco del tiempo pasado. Y no fue tarea fácil. Porque, como también lo indicó el autor, narrar la verdad de un mundo –la verdad que percibe el autor de ese mundo, “significa por lo general afrontar serios peligros, y en ocasiones, la muerte misma”.
     Margoth Carrillo Pimentel ha logrado en El sentido de la modernidad en Cubagua transmitir con inteligencia, con lúcida elegancia, la belleza de un texto incomparable. La tarea del lector es responder a las inquietantes preguntas que multiplica.
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     Entrevista a Margoth Carrillo Pimentel:
    Mario Szichman: ¿Existe alguna razón para que se crearan en la década del veinte en Venezuela obras de tanta calidad? ¿Actuó la dictadura de Juan Vicente Gómez como un catalizador?
Margoth Carrillo Pimentel: – No creo que en ningún caso una persona que decida perpetuarse en el poder pueda llegar a ser un “catalizador” del arte o la literatura. No obstante, debemos reconocer el auge de escritores, publicaciones y actividades culturales que ocurrieron durante la época gomecista. Yolanda Segnini tiene un excelente estudio al respecto.
     M.S.: ¿Qué es lo que más te obsesiona de Cubagua?
    M.C.P.: –Quizá esa atmósfera poética que se percibe en la lectura de la novela. Enrique Bernardo Núñez supo tejer un relato en el que el juego con el tiempo, la historia o los personajes crean una incertidumbre, una cierta pérdida de la coherencia narrativa que termina sosteniéndose en frases, imágenes o figuras de una factura poética que, particularmente, me conmueve. Nila Cálice sigue siendo un acertijo para mí.
     M.S.: Hay como un sentido de precariedad, de propuestas inconclusas en varios de los libros de autores venezolanos que publicaron en la década del veinte del siglo pasado. Lo noto inclusive en Las lanzas coloradas. Al mismo tiempo, hay una audacia narrativa propia de las vanguardias. ¿Son esa precariedad, esa indeterminación, propias de una vanguardia literaria?
    M.C.P.: Te respondo con otra pregunta, dado que no tengo una respuesta definitiva: ¿acaso la “precariedad” que refieres puede ser un indicio de que estamos hablando de los inicios de la modernidad de nuestra narrativa? En lo que se refiere al tema de la indeterminación, no olvides que ese rasgo es particularmente moderno. Luego tu pregunta me lleva a pensar en la gestación de una modernidad que como tal, posee tanto aciertos como carencias.
     M.S.: ¿Hay alguna explicación para ese fenómeno de obras seminales que se produjeron en la década del veinte?
     M.C. P.: ¿“Una explicación”? No creo. Sí algunas consideraciones en lo que respecta al ambiente cultural venezolano de esa época. A los antecedentes de una publicación tan importante y universal como El cojo ilustrado; a las diversas ediciones que, en efecto, aparecieron en esa época de paradójica luminosidad en la literatura (no olvidemos el oscuro panorama que ofreció la dictadura y lo que llegó a ocurrir en la cárcel de La Rotunda). En fin, que, gracias a la producción literaria de ese momento, nuestras primeras décadas del siglo XX ofrecen otra memoria de la que todavía podemos enorgullecernos y soñar.

viernes, 23 de agosto de 2013

"Los judíos del mar dulce" De lo particular a lo universal en un mar de irreverencia



        En esta oportunidad tengo en mi blog a una invitada especial, 
quien ha escrito una  reseña de mi novela Los judíos del mar dulce 
en su segunda edición, corregida y ampliada. 
        Sin más, cedo la palabra a  Daniela Goldfine



En 1971 Mario Szichman publicó la primera versión de Los judíos del Mar Dulce. Le seguiría La verdadera crónica falsa en 1972 y A las 20:25, la Señora entro en la inmortalidad en 1981. Esta trilogía observa a la familia Pechof en sus desventuras por una Argentina desbordada de peronismo y estancada en los devenires de la salud de la primera dama, Eva Perón. Tanto en la primera versión de Los judíos del Mar Dulce, como en la segunda que acaba de salir en forma de ebook[1], Szichman encuentra en la particular familia Pechof la forma de relatar la historia universal del inmigrante en una Argentina de aparente ficción (las situaciones reales alrededor del fallecimiento Evita no llaman la atención frente a las situaciones inventadas por el autor).
Uno de los mayores logros de Szichman es atenerse cuasi fielmente[2] a las vicisitudes de las familias judías de Europa del este, las cuales logran escapar los pogroms y la Segunda Guerra Mundial para encontrar otro tipo de hostilidad en este país sudamericano. El autor no emplea la crítica burda ni la queja: es la irreverencia hacia lo supuestamente intocable lo que distingue su escritura. A nivel nacional se distinguen las instituciones gubernamentales, la política en general y los vaivenes económicos. A nivel familiar se exhiben las pequeñas bajezas entre hermanos, las trampas para sobrevivir con bajos ingresos y una total desfachatez para describir (parte de) la comunidad judía argentina.[3] Sin embargo, esta familia (idish aparte) podría formar parte de cualquier otra comunidad, ya que los reclamos, la culpa y la soberbia escena durante un casamiento se reflejarían en familias de todo tipo de origen. Así también es como las inestabilidades político-económicas argentinas podrían pertenecer a cualquier país latinoamericano. Aquí radica la vigencia de Los judíos del Mar Dulce.
Los cuarenta y dos años que han transcurrido entre ambas ediciones muestran que no ha habido cambios drásticos en la esencia del país ya que, a pesar de cambios de índole socio-político, los argentinos siguen sorteando la ruleta económica día tras día.
Al comenzar la novela, Szichman cita a Albert Memmi: “Yo era un mestizo de la colonización, que entendía a todos, porque no era totalmente de nadie.” Esa idea de mestizaje–que luego fue retomada por Ricardo Feierstein con su novela Mestizo (1988) — es justamente el espacio necesario para moverse con libertad entre dos culturas y poder apreciar y desmenuzar lo que compone al ser argentino, al ser judío y al ser judeo-argentino. Szichman utiliza a Salmen, Jaime, Natalio, Dora e Itzik (los hermanos Pechof) como arquetipos donde depositar lo más desopilante, ingenuo, malicioso y tierno de las características humanas. La constante contradicción entre lo que se sucede dentro y fuera del hogar de los Pechof es motor de las frustraciones de los protagonistas:
Y pese a todo, Natalio quería hacerse amigo de los Beléndez, jugar con ellos y hacerles favores. Soñaba con tener algún accidente raro y prestigioso, o algún tío militar. Al desprecio contestaba con el acatamiento y transfería el odio que le tenían los goym a sus propios parientes, detestándolos por su inseguridad, porque tenían caras blandas y dientes torcidos, porque al sonreír mostraban las coro­nas de oro, por sus cuerpos barrigones, porque hablaban en público en un idioma carente del prestigio del inglés o el francés, o porque leían en el colectivo el Idische Tzaitung[4]cada una de cuyas letras parecían denunciar la grafología del ser judío. (158)
 Lo más provocador de los Pechof es su capacidad para adaptarse sin dejar de cuestionar tanto su origen como su destino: su judaísmo intrínseco se une a su argentinidad en formación, pero ninguna parte de su identidad queda fuera de su crítica implacable (crítica que Szichman convierte en una reflexión con dejos de ironía). Un ejemplo:
 Tal vez en una época había estado de moda ser judío, como durante la existencia de Cristo, pensó Natalio. Pero ni siquiera en esa época los judíos querían ser judíos. ¿Acaso Jesús y los doce apóstoles no habían fundado una religión exclusivamente para dejar de ser judíos? Y eso podía verse en cualquier siglo de la historia. La ambición de los judíos era querer ser siempre otra cosa, una especie de proto-argentinos. (224-225)
 Afortunadamente la nueva edición de Los judíos del Mar Dulce mantiene la esencia de la primera edición y los cambios son bienvenidos. Hay más de cien páginas nuevas y un homenaje al Uruguay en forma de incursión de tres de los hermanos Pechof (exiliados por un tiempo por su propia hermana). La forma en la que el autor decide retratar el tiempo de los Pechof en Uruguay convierte a este país en no sólo lo opuesto a una Argentina—Buenos Aires sería más preciso—caótica, injusta y neurótica, sino que esas páginas se convierten en un verdadero cumplido a Uruguay y a sus habitantes. Los Pechof (fieles a su estilo de adaptación) sienten el cambio de ritmo y disfrutan de su exilio forzado, y la inclusión de esta parte del relato se convierte en un hallazgo tanto para el primerizo en esta incursión novelesca como para el que ha leído las dos ediciones.
Finalmente llama a la reflexión la idea de la fusión de historias humanas, así como de trazos de la historia mundial, todo siempre bajo la mirada irreverente del autor. ¿Los personajes son judíos? Sí. ¿Viven en la Argentina? Sí. Sin embargo—y quizás por ello—el lector logra verse reflejado en esta familia como lo hiciera alguna vez en Esperando a la carroza[5]: el absurdo busca concienzudamente retratar una realidad errática y complicada y en el proceso nos sorprende identificándonos un poco más de los que nos hubiera gustado. Es este enredo de sensaciones y paralelos que se explica en esta frase: “La historia aparecía indecisa en los momentos en que habían sido sacadas esas fotos, y cualquiera podía llegar a ser importante”. (67). Aunque en un contexto diferente del que demarca esta línea, es esta capacidad de poner al mismo nivel a un miembro de la familia Pechof y a una figura como Eva Perón lo que sobresale en esta novela. Si los judíos se habían mantenido al margen de la historia nacional argentina hasta 1971, Szichman logra colocarlos de un plumazo en el mismo centro. Es con esta edición del 2013 que se terminan de limar las asperezas de aquella edición y vuelve a salir a la luz esta joya de la literatura argentina y, claro, universal.



Daniela Goldfine es estudiante de doctorado en la Universidad de Minnesota en el Departamento de Español y Portugués. Su enfoque investigativo se centra en la producción cultural judeo-argentina contemporánea y la representación de la memoria, la identidad y el exilio en la literatura, film y las artes plásticas. Ha presentado en diversos congresos sobre estos temas y ha publicado artículos en Ámbitos Feministas, Utah Foreign Language Review y Mathal/Mashal Journal of Islamic and Judaic Multidisciplinary Studies, entre otros.








[1] La novela circula como ebook en Amazon.com, Sony Reader, KoboBooks.com y Barnes and Noble.
[2] Mario Szichman reconoce que perdió algunas amistades por retratar a sus familias demasiado cercanas a la realidad.
[3] El uso de idish (presente en las dos ediciones) es más fácil de seguir en esta segunda edición, ya que las explicaciones se encuentran a pie de página y no en una sección al final del libro como en la edición de 1971.
[4] Diario judío.
[5] Película argentina de Alejandro Doria estrenada en 1985 e inspirada en la obra de teatro del uruguayo Jacobo Langsner. Fue protagonizada por Antonio Gasalla, Enrique Pinti, China Zorrilla, Luis Brandoni y Betiana Blum, entre otros.