domingo, 29 de noviembre de 2015

Mauricio Macri: setenta balcones y ninguna flor


Mario Szichman




Estaba escribiendo un artículo para el periódico digital Tal Cual de Caracas, que finalmente titulé: “Nadie quiere estar en los zapatos del próximo presidente de Argentina, ni siquiera Mauricio Macri”, cuando tropecé con un interesante informe del periódico Clarín de Buenos Aires. El diario hacía alusión a un “sospechoso incendio en el Ministerio de Economía de Argentina”. Según la publicación era “el cuarto edificio público del Gobierno argentino que se incendia en este año (2015)”.  
Los espontáneos incendios de archivos en importantes oficinas gubernamentales ayudaron al gobierno de la presidenta saliente, Cristina Fernández de Kirchner, a desechar datos factibles de comprometer su gestión. La señora Fernández se hizo célebre por su afán de maquillar las estadísticas económicas a fin de hacer creer que el país se encaminaba hacia un futuro de grandeza.

Uno de los incendios, dijo Clarín,  fue en el centro de cómputos de la Secretaría de Hacienda, donde “se asienta el detalle de los gastos del Ministerio”, acentuando la incertidumbre sobre la verdadera situación económica del país.
Como daños colaterales, en febrero de este año se quemaron computadoras en la Casa Rosada y en el Senado. En marzo, hubo otro incendio en el Edificio Libertador, sede de la jefatura del Ejército y del Ministerio de Defensa de la Nación. Según “Clarín”, por esos días, “El ministro de Defensa, Agustín Rossi, todavía intentaba reponerse del papelón que significó el robo de un misil y municiones de un regimiento en Córdoba”.
En el incendio ocurrido en la Casa Rosada, indicó el periódico bonaerense, “se perdió buena parte del historial de personas” que visitaron el sitio, “prueba clave para la investigación de la denuncia –entre otras– presentada por el fallecido fiscal Alberto Nisman contra la Presidenta y otros funcionarios por el presunto encubrimiento de los dirigentes iraníes acusados por el atentado contra la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina”. En el atentado del 18 de julio de 1994 murieron 85 personas y fueron heridas centenares. 
(Por suerte para el gobierno de la anterior presidenta, Nisman apareció primero suicidado, y luego presuntamente asesinado. En cuanto a la investigación sobre el extraño caso de su muerte fue postergada hasta el día siguiente de las calendas griegas).
Pero un detalle que unificó a los incendios fue la excusa, o digamos la explicación,  que justificaba esas conflagraciones.  En uno de los casos, el origen del incendio en uno de los ministerios, “podría haber sido un cortocircuito en el sistema de refrigeración de la sala”. El sindicato que representa a los empleados del ministerio denunció que no se habían actualizado los equipos e instalaciones eléctricas en el último año y medio. En el incendio acaecido en el Senado, la causa habría sido “un cortocircuito en las luces del techo”.
En otras ocasiones, el incendio, como el registrado en la Casa Rosada, fue resultado de “una sobrecarga de la tensión”, según explicó Aníbal Fernández, jefe de gabinete de ministros de la presidenta. Fernández añadió que “por supuesto ya ordenamos cambiar” los cables. Excelente medida, adoptada recién después de registrarse el fuego. Prevenir es mejor que lamentar.
Aunque las razones usadas por los portavoces de esas oficinas públicas pueden ser un total embuste, sin embargo no en todas partes se puede mentir de la misma manera. Cada época se presta a diferente clase de falsedades. Hay mentiras que son plausibles en una época, y suenan ridículas en otra. Cuando se registran tantos incendios en edificios del gobierno central, no en una casa de vecindad, y siempre la causa es la falla en el sistema eléctrico, no se puede culpar al gobierno de haberlos iniciado, sino al sistema eléctrico. Sigmund Freud, en su Psicopatología de la vida cotidiana, daba un ejemplo parecido. Un hombre salía a pasear una noche por una zona peligrosa de una gran ciudad. Era atacado por unos ladrones, quienes lo despojaban del dinero y de su reloj. El hombre se dirigía a una jefatura de policía, y hacía la denuncia con estas palabras: “En tal o cual calle, la soledad y la oscuridad me robaron el reloj y el dinero”.
Hay una verdad que se esconde tras cualquier patraña o coartada. En este caso, la verdad es la falta de mantenimiento. Las cosas, en Buenos Aires, simplemente se echan a perder. Y generalmente, cuando se las compone, es de manera provisoria. Como dice la canción, “Se arregla con alambre”.  Muchas cosas en la Argentina se arreglan con alambre.
Y eso me hizo recordar un libro muy, pero muy bueno de la escritora británica Miranda France: Bad Times in Buenos Aires. (1998). Cuando la autora, una periodista freelance, llegó a Buenos Aires en 1993 para vivir y trabajar, descubrió una ciudad sumergida en la crisis. “La gente dice que la ciudad se está hundiendo”, señaló en su libro. “De las 300 marcas de condones en circulación, apenas ocho son seguros. El tráfico está fuera de todo control… Se ha descubierto que más de 2.000 conductores de autobuses se hallan clínicamente deprimidos” (No olvidemos que Buenos Aires es la capital mundial del psicoanálisis). En cuanto al tango, “Si se lo baila de manera apropiada, puede ser tan apasionado y carente de amor como la encamada de una sola noche”. También menciona la proverbial “viveza criolla”.  Miranda renta un apartamento y el techo siempre gotea. Las cucarachas parecen salidas de la novela Almas Muertas, de Nikolai Gogol, escrita a mediados del siglo diecinueve. Los ascensores no funcionan. Las calles están repletas de huecos, y las baldosas de las aceras están siempre flojas. Por lo tanto, si un transeúnte desprevenido las pisa, ¡Splash! se moja hasta las cejas.
Pero hubo una escena del libro que me impresionó de manera muy particular. La escritora se dirigió a una oficina pública para realizar un trámite. La oficina estaba repleta de gente. Y detrás de un escritorio había una sola empleada, que escribía a máquina con exactamente un solo dedo.
No creo que Buenos Aires haya cambiado mucho en el último cuarto de siglo. Y si se tiene en cuenta que Buenos Aires es la Argentina –sumando el conurbano bonaerense tiene más de 15 millones de pobladores, en un país de 40 millones de habitantes–  puede señalarse que es como el pantógrafo que magnifica los problemas del resto del país.
Estoy convencido que a cada paso, la estadística me va a desmentir. Posiblemente la Argentina se enfile hacia un destino de grandeza. Está la gran historia, y la pequeña historia. La macro economía, y la micro economía. Pero hay algo más: un país está constituido por sus habitantes. Cuando la angustia predomina, cuando existe el convencimiento generalizado de que todo tiempo pasado fue mejor, cuando ya todos están de vuelta, cuando los seres humanos se acostumbran a apretarse los dedos varias veces en la misma puerta, o la ironía se hace tan corrosiva que resulta insoportable, los mejores planes fracasan.
Escribí una novela sobre la captura del criminal de guerra Adolf Eichmann en la Argentina. Y lo que me más me sorprendió de su existencia como “refugiado” era lo mal que vivía (Eichmann nunca fue un refugiado. Como muchos criminales de guerra fue protegido por el primer gobierno de Perón. De no haber sido capturado por un comando judío, seguramente hubiera fallecido de muerte natural en la Argentina).



¿Cómo es posible que un hombre que dispuso de la vida de más de seis millones de judíos, además de centenares de miles de personas de numerosas etnias, haya vivido una existencia miserable en un suburbio de Buenos Aires? Eichmann era un hombre de gustos caros. Tuvo numerosas, bellas amantes, también con gustos caros. Disfrutó de fortunas enteras. Y de repente, terminó alojado en un miserable bunker en la calle Garibaldi de San Fernando, en la provincia de Buenos Aires. Tan deplorable era el sitio donde vivía con su esposa y sus hijos, que el baño estaba fuera de la vivienda.  
Ignoro si la casa contaba con luz eléctrica, o si estaba iluminada con los famosos faroles “Luz de noche”. Inclusive agentes israelíes que exploraron la zona, estaban convencidos que allí no podía vivir Eichmann, pues suponían que contaba con vastos recursos financieros. Estoy convencido de que de haberse escondido en cualquier otra parte del hemisferio, o en alguna nación del Medio Oriente, la suerte de Eichmann hubiera sido distinta. Hay una expresión que usan los porteños para caracterizar el ánimo depresivo: “La pálida”. Eichmann debe haber sido gravemente afectado por La pálida.
Y ahora pienso también que hay algo que siempre me desconcertó de los porteños: la ausencia de flores en sus viviendas. Tras haber vivido en la lujuria tropical de Venezuela, cada retorno a Buenos Aires me causaba un shock debido a la ausencia de flores. Enseguida me sentía afectado por La pálida. Una de las (numerosas) razones por las cuales me enamoré de Laura Corbalán, mi esposa durante 34 años, fue que amaba las flores. Me resultaba algo insólito y muy entrañable. No era típico del ambiente bonaerense. Gracias a ella aprendí a amar las plantas. (También a confundir las naturales con las artificiales. Si quieren adentrarse más en el equívoco, lean esa maravilla de cuento corto que es El viudo, de Carmen Virginia Carrillo. http://lapalabreradecv.blogspot.com/)
La vida no es solo con la gente. La vida es todo aquello que florece a nuestro alrededor. Tal vez es efímero. Pero no mucho más efímero que la vida. Es cuestión de abandonar la solemnidad, no tomarse excesivamente en serio.

LAS CUENTAS DEL GRAN CAPITÁN

Según los guarismos brindados por el gobierno de Cristina Fernández, desde la imposición de controles cambiarios en el 2011 hasta la fecha, las reservas del Banco Central de Argentina bajaron de 52.000 millones de dólares a 26.000 millones. Pero no todo el mundo cree en esos números. “Muchos economistas locales”, dijo The Wall Street Journal, “señalan que el balance neto es negativo”.  Al menos un economista, Nicolás Dujovne, dijo que las reservas líquidas son de apenas 2.700 millones de dólares, y siguen cayendo. Solo en noviembre, se redujeron en más de mil millones de dólares.
Es decir, que repitiendo la leyenda negra circulante tras el derrocamiento del primer gobierno de Juan Perón, en 1955, lo único que ha quedado en las bóvedas del Banco Central es el plumero con que desempolvan las vacías estanterías.
El mismo Macri confesó que “ignoramos el monto de las reservas” existentes en la principal institución financiera de Argentina. Añadió que las estadísticas son tan poco fiables, y que su equipo económico deberá asumir sus funciones y evaluar la situación antes de anunciar medidas.
Al igual que en Venezuela, la moneda real de la Argentina es el dólar. La tasa oficial es de 9,6 pesos por dólar. Pero si los argentinos quieren comprar dólares, deben comprarlos en el mercado negro, donde se cotizan 15 dólares la unidad. Con el propósito de mantener la tasa oficial, señaló The Financial Times, el Banco Central necesita canjear dólares por pesos. “Sin embargo, “carece de los dólares suficientes para hacerlo de manera indefinida”.
Como en la película The Producers, las autoridades del Banco Central han acudido a lo que el empresario teatral Max Bialystock consideraba creative accounting, una contabilidad innovadora, que consistía en estafar a medio mundo. Escasos días antes de la segunda ronda electoral, y con el propósito de apuntalar, aunque de manera precaria, las reservas monetarias, la institución financiera ordenó a los bancos argentinos vender la mitad de sus existencias en dólares a una tasa desfavorable.
El 21 de noviembre, el Banco Central ordenó a la banca comercial vender la mitad de sus dólares a la tasa oficial de 9,6 pesos. Dujovne calculó que la acción, similar a la adoptada por el gobierno en el 2008 y destinada a la nacionalización de los fondos de pensiones –otra manera de esquilmar a los ahorristas– podría añadir apenas 1.200 millones de dólares a las reservas.
Otra maniobra del Banco Central para apuntalar el peso fue vender unos 17.000 millones de dólares de contratos a término.
The Financial Times dijo que se trataba de una maniobra puramente especulativa. “El esquema, según el cual los inversionistas pueden comprar dólares con seis meses de anticipación  por alrededor de 11 pesos la unidad, garantiza esencialmente saludables ganancias si se concreta una devaluación antes de ese plazo”. Obviamente, los beneficiarios son quienes están enterados del juego. No es aventurado suponer que se trata de personas allegadas al gobierno saliente.
Pero el perdedor es el Banco Central. El equipo económico de Macri de inmediato entabló una demanda contra el presidente de la institución, Alejandro Vanoli, y exigió su destitución, señalando que “dañó el patrimonio nacional” al vender dólares a término “a una tasa artificialmente baja”.
De todas maneras, la maniobra del Banco Central tendrá efectos muy negativos en la gestión de Macri desde el comienzo. Varios economistas han señalado que la escasez de reservas en dólares impide al nuevo gobierno desmantelar el control de capitales. Si el peso se devalúa bruscamente, la inflación, actualmente del 20 por ciento anual –de creer a las cifras oficiales– se acrecentará drásticamente.
Macri hizo una serie de promesas que muy difícilmente pueda concretar en el corto plazo.  “La posibilidad de otras bombas de tiempo financieras”, dijo el periódico londinense, explican que el nuevo presidente de Argentina haya pedido por “paciencia” cuando le consultaron acerca de sus planes económicos. “Realmente no tenemos buena información”, confesó a los periodistas. “Ignoramos la exacta situación que hemos heredado”, añadió.
The Economist señaló por su parte que, sin importar las buenas intenciones de Macri, las reformas económicas que requiere hacer para reducir el déficit fiscal y colocar al país en un plano más competitivo, “causará dolor en el corto plazo”. La banca Barclay estima que habrá una contracción económica  del 1,1 por ciento en el año 2016, antes de una recuperación en el año 2017. El experto Miguel Kiguel dijo a The Economist que “el gran peligro es el malestar social”. Macri ha obtenido una magra victoria, y además, el peronismo controla el Senado, y es la Cámara Alta quien debe ser persuadida de acatar medidas como las de negociar con deudores externos, como los llamados “fondos buitres”.
Realmente, ni Mauricio Macri desea estar en estos momentos en los zapatos de Mauricio Macri. Jean Dehn, encargado del equipo de investigaciones de la consultora Ashmore, dijo al Financial Times que le preocupa la posibilidad de que Macri termine como otros bien intencionados presidentes de la región, incapaces de superar difíciles circunstancias. “El riesgo”, dijo Dehn, “es que Macri sea en la Argentina lo que Vicente Fox fue para México: un ineficaz soplo de aire fresco”.

¿FINALES FELICES?

Cuando imagino lo que le depara el destino al nuevo presidente de Argentina, vislumbro algo bastante lúgubre. Lo veo interpretando el rol de algún famoso médico de la televisión como Ben Casey, o el doctor Kildare.  Está vestido con bata de tonos verde claro, con una cofia de plástico transparente en su cabeza, como la que solía lucir Hugo Chávez Frías cuando le practicaba la autopsia al Libertador. Macri tiende sus manos a un ayudante, para que le inserte los guantes de tenue goma. Luego vira el cuerpo, y observa el personaje tendido en la camilla,  encargado de interpretar el rol de la economía argentina, y que exhibe sus vísceras al aire. El flamante mandatario solo necesita echar una ojeada al paciente para emitir su diagnóstico: “Pueden volver a coser al enfermo”, enuncia. “Nada podamos hacer. Este señor padece un cáncer inoperable”.
Así parece funcionar la Argentina desde que tengo uso de memoria. No sé si algún día los argentinos volverán a cantar a la vida. No sé si algún día reinará la justicia. Pero pienso que una buena manera de empezar es con el poema de Baldomero Fernández Moreno:
“Setenta balcones hay en esta casa,
Setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

La piedra desnuda de tristeza agobia,
¡Dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?”

¿Ninguno desea ver tras los cristales
Una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
En los hierros negros abrirse un jazmín?

Si no aman las plantas no amarán el ave,
No sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave...

¡Setenta balcones y ninguna flor!

Esperemos que los argentinos recuperen la esperanza, y la sed de justicia, y olviden los pronósticos desdichados, los vaticinios atroces. Tal vez existen otras alternativas, además de ajustarse el cinturón, reducir el número de hijos que se traen al mundo, o achicarse, siempre achicarse.
Además de Baldomero Fernández Moreno, cuentan con otro grande entre los grandes, Roberto Arlt. Y Arlt siempre estuvo convencido que “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo”.
Ojalá que los argentinos puedan abandonar la tristeza, la solemnidad, el oscuro pasado, el sombrío presente, y empiecen a apostar al peligroso futuro. Pero eso sí, sin olvidar las trastadas de indecentes gobiernos. No es cuestión de vengarse. Simplemente de hacer justicia.






miércoles, 25 de noviembre de 2015

El Manipulador, de David Unger: Cuando la realidad supera a la ficción más desbordada


Mario Szichman

Para Mario Paredes, la vida de Guatemala
Se había convertido en una comedia de errores
Incorrectamente representada como tragedia.
David Unger, El Manipulador



Willam Faulkner decía que Ode on a Grecian Urn, de John Keats, valía “un sinnúmero de viejas”. Tal vez aludía a una vieja como la usurera de Crimen y Castigo, de Fiodor Dostoievski. Los émulos de los superhombres suelen considerar que la historia puede darse el lujo de prescindir de seres indeseables, siempre en aras de la grandeza colectiva. 
La tentación de darle a la poesía o a la ficción un lustre ausente de la vida real, o considerar  los arquetipos más importantes que los seres humanos encargados de proveer el modelo, es bastante antigua. De Henry Fielding hasta Truman Capote y Don DeLillo, la narrativa está poblada de personajes sobresalientes que pasaron a una segunda mejor vida en obras de ficción. Fielding transformó a Jonathan Wild, un delincuente que trabajaba de ambos lados de la ley, en una de las grandes figuras de la literatura inglesa. El ejemplo fue seguido por Balzac cuando convirtió a Vidocq, otro delincuente transformado en guardián de la ley, en uno de los protagonistas de la Comedia Humana, rebautizándolo Vautrin.
Detrás de muchas grandes novelas, suele brotar una vida que la animó. Antes que Alejandro Dumas escribiera El conde de Montecristo, existió el zapatero Pierre Picaud, su inspirador. Picaud fue víctima de una traición por parte de tres hombres que deseaban quitarle su novia, una mujer de una familia adinerada. Fue acusado falsamente de un crimen contra el estado, pasó varios años prisionero en una isla, tal como el protagonista de la novela de Dumas, y al salir se vengó de una manera mucho más terrible que la de Edmundo Dantes.
En los casos antes mencionados, el personaje de novela superó en mucho al original que despertó la imaginación del narrador.
Sin embargo, a veces, la realidad supera la fantasía más desbordada. Como en el caso de Rodrigo Rosenberg Marzano, un acaudalado abogado guatemalteco. El 12 de mayo de 2009, Rosenberg apareció en un video declarando: “Si usted está viendo este mensaje es que he sido asesinado por el Presidente”. 
La grabación fue propalada dos días después del asesinato de Rosenberg a manos de un sicario, mientras se desplazaba en bicicleta por una urbanización cercana a su vivienda, en la zona 14 de Ciudad de Guatemala. En el video desde el más allá, el abogado implicó en su asesinato al entonces presidente de Guatemala, Álvaro Colom, a su esposa Sandra, y a varios de sus funcionarios más cercanos.
¿La razón del asesinato? Presuntamente para encubrir los homicidios de Khalil Musa, un empresario cafetalero, y su hija Marjorie Musa, dos de los clientes de Rosenberg. Ambos fueron ultimados tres semanas antes de la muerte del abogado.
Según el video Khalil Musa, un empresario cafetalero y textil, y directivo del Banco de Desarrollo Rural de Guatemala, había descubierto varios actos de corrupción en esa entidad financiera, todos ellos relacionados con personas allegadas al presidente.  De acuerdo a la denuncia del abogado Rosenberg, las autoridades guatemaltecas decidieron que era necesario silenciarlo. En abril del 2009, Khalil Musa conducía su vehículo por el centro de ciudad de Guatemala, acompañado de su hija Marjorie, cuando alguien le hizo señas para que se detuviera. Musa frenó su vehículo, y el sicario le disparó seis balazos apoyando su pistola calibre .9 milímetros en la ventanilla semiabierta de la puerta delantera. Uno de los proyectiles, tras atravesar su cuerpo, mató a su hija de manera instantánea.
Con el transcurso de los días, se descubrió que Marjorie y Rosenberg habían mantenido un romance en secreto. Marjorie pensaba divorciarse de su esposo, y casarse con el abogado. Cartas y mensajes telefónicos revelaban una gran pasión amorosa entre ambos.
Es obvio que el abogado quedó devastado por el asesinato de Marjorie y de su padre. Algunos de sus amigos comentaron luego que había perdido las ganas de vivir. Al mismo tiempo, estaba desesperado por vengar las muertes de Marjorie y de Khalil Musa. 
En su novela El Manipulador (Editorial Planeta de México, 2015), el narrador guatemalteco David Unger usa algunos de los datos del caso Rosenberg para contar un romance. Y sin embargo, la trama poco tiene que ver con la historia real. Cuenta con ingredientes del mejor thriller, se lee “de un tirón” (me la devoré en tres días, aunque soy un lector lerdo y El Manipulador tiene 324 páginas) y tanto sus personajes como sus situaciones están descriptos con sabiduría.  
Al comparar El Manipulador con otras obras de ficción basadas en crímenes famosos ––pienso en Libra, de Don DeLillo, o en A sangre fría, de Truman Capote– sospecho que Unger tropezó con una seria dificultad. El asesinato de John F. Kennedy en Dallas, o la matanza de cuatro miembros de la familia de Herbert Clutter en Holcomb, Kansas, por parte de Richard "Dick" Hickock y Perry Smith, permitieron a los autores apropiarse de la historia. Don DeLillo maniobró una historia paralela sobre el homicidio de Kennedy, aprovechando las numerosas teorías conspirativas que surgieron en Estados Unidos. Varios de los protagonistas reales pasaron a cumplir funciones diferentes a las estipuladas. Inclusive el plot central propone que la idea de los conjurados no era matar al presidente, sino herirlo, como advertencia para que no siguiera interfiriendo en sus planes destinados a derrocar a Fidel Castro. La ventaja del novelista es que nunca se apartó de los hechos plausibles, se limitó a elaborarlos siguiendo el guion del suceso real.  
Truman Capote llegó inclusive más lejos. Manipuló a los asesinos, les hizo decir cosas que posiblemente fueron falsas. Hasta les dio esperanzas de conseguir un abogado capaz de salvarles la vida, aunque nunca movió un dedo en esa dirección. Siempre consideró que Richard Hickock y Perry Smith eran seres despreciables que merecían su suerte. En definitiva, su libro era mucho más importante que mantener intacto el cuello de los asesinos. Como los émulos de los superhombres antes mencionados, estaba convencido de que el poema de Keats valía más que dos viles homicidas.
Pero el caso Rosenberg es diferente. Es casi imposible apropiarse de esa historia. La historia del asesinato de Rosenberg, de Khalil y Marjorie Musa parece diseñada para manipular a cualquier narrador, burlarse de él, mostrar sus límites. Creo que ni el más alocado de los delirios puede superar lo ocurrido en esa ocasión.  
The New Yorker publicó en su edición del 4 de abril de 2011 un excelente trabajo de su reportero David Grann titulado A Murder Foretold; Unravelling the ultimate political conspiracy, sobre el caso Rosenberg. En esa ocasión, la revista dedicó más de 30 páginas en letra pequeña a reseñar las increíbles alternativas que rodearon los asesinatos de Khalil y Marjorie Musa, y luego de Rosenberg. Es puro realismo mágico. Difícilmente obedezca a las reglas del discurso poético. Por una parte, nada es lo que parece. Por la otra, es imposible insertar en un relato la inusitada realidad que se despliega ante el lector. No hay una sola certeza que se sostenga. Parece desmentir a cada paso todo intento de racionalidad, obedecer solo a las leyes de la pesadilla. Quizás Los Caprichos de Goya se acerquen a una parcial comprensión de lo ocurrido.

MUERTES PARALELAS

Es siempre necesario leer a los buenos narradores, porque nos enseñan mucho. Especialmente, la manera en que han sorteado obstáculos para construir sus historias. Existe una espectral, insensata realidad llamada Rodrigo Rosenberg Marzano, y la sólida, sensata ficción de El Manipulador, protagonizada por el abogado Rosenweig, un parcial alter ego de Rosenberg. La realidad esbozada por Unger transcurre por los carriles que dictan las reglas de la ficción. En la novela, es presumible que Maryam, la amante de Rosenweig, sea un parcial alter ego de Marjorie Musa, y que Ibrahim Khalil, su padre, sea otra parcial imagen de Khalil Musa.
Maryam está casada con Samir, un hombre que podría ser su padre. Y es él, no sicarios enviados por el gobierno de Guatemala, quien financia el asesinato de su esposa y de su suegro, tras enterarse de la infidelidad de su cónyuge.    
Hay en El Manipulador otros personajes, como Miguel Paredes, que ayuda a Rosenweig en sus investigaciones para encontrar a los asesinos de Maryam y de Ibrahim Khalil, y que tiene un fuerte parecido con Luis Alberto Mendizábal Barrutia, una especie de “súper espía”. Según Wikipedia, Mendizábal “ha participado en varios casos de gran impacto en Guatemala, incluyendo los intentos de golpe de Estado contra el gobierno del licenciado Marco Vinicio Cerezo Arévalo en 1988 y 1989, la red Moreno de contrabando en 1996, el video de Rodrigo Rosenberg en 2009 y la red de contrabando en las aduanas en 2015. Mendizábal es propietario de la Boutique ´Emilio´ ubicada en la zona 10 de la Ciudad de Guatemala, la que –de acuerdo con las investigaciones de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala– funcionó como centro de operaciones para muchos de los casos mencionados”. En mayo de 2015 “la Interpol dictó una orden de captura internacional en su contra por su participación en un caso de defraudación aduanera”.
Mendizábal se encargó de entregar copias del video a varios medios de prensa, y eso causó un escándalo internacional. En la novela de Unger, Mario Paredes, de nuevo, un parcial alter ego de un personaje de la vida real, además de distribuir el video, es el encargado de su grabación. Se trata de un intrigante a tiempo completo, uno de los pocos personajes que muestran similar racionalidad en la ficción y en la vida real. (De inmediato acude a la mente la figura de Joseph Fouché, el ministro de Policía de Napoleón Bonaparte).  
No voy a narrar la trama, porque tiene ingredientes sorpresivos, pero la historia verdadera es tan desconcertante, que inclusive trasciende los límites de la ficción. Rosenberg Marzano quiso hallar a los culpables de los asesinatos de Khalil y Marjorie Musa, sin embargo, no buscó en el sitio correcto.
Dos días después del asesinato de Rosenberg, el presidente Colom aceptó referir el caso a La Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). La investigación sobre el caso Rosenberg fue liderada por Carlos Castresana, un ex fiscal y juez español de cuya integridad nadie duda. Y Castresana reveló una incómoda verdad. Khalil Musa, pese a su impecable reputación, había estado comprando artículos de contrabando para su textilera a una banda de criminales. En determinado momento, Musa entró en disputa con la banda, se negó a pagar la mercancía de contrabando, y fue asesinado. La familia Musa se negó a aceptar la versión de la CICIG, pero lo cierto es que doce hombres fueron arrestados por el asesinato de los Musa, y Castresana ofreció buena documentación, apuntalando su denuncia.
De todas maneras, el bombazo periodístico estalló luego, cuando Castresana convocó a una conferencia de prensa y dijo que “ninguna otra persona sino Rosenberg es el responsable por su propia muerte. Él planificó” hasta el último detalle. 
Se trató de un brillante guion cuyo propósito final era lograr la caída del gobierno de Colom. Fue Rosenberg quien pidió ayuda a parientes lejanos de su ex esposa para concretar el plan. El abogado inclusive negoció la manera en que sería asesinado, según el periódico londinense The Guardian. El precio que pagó a sus futuros asesinos fue de 300.000 quetzales, unos 25.000 dólares. Ordenó a uno de sus guardaespaldas que comprara dos teléfonos celulares, y en uno de ellos envió mensajes de texto formulando amenazas de muerte contra sí mismo.  
Una vez quedó concretado el plan, y tras grabar el video donde acusaba al presidente guatemalteco de su asesinato, Rosenberg tomó su bicicleta, y viajó hacia el sitio donde debía ser acribillado a balazos, en la Segunda Avenida. Luego se sentó, con toda paciencia, a esperar a sus asesinos.  
Pero Rosenberg cometió un error imperdonable para una persona que siempre había sido muy meticulosa en sus proyectos, y nunca olvidaba detalles. “No existe una manzana de Ciudad de Guatemala con más cámaras de seguridad que el sitio del asesinato, debido a que está poblado de residentes muy ricos”, dijo The Guardian. El crimen fue registrado por las cámaras desde distintos ángulos. De esa manera se pudo filmar el vehículo Mazda en el cual huyeron los delincuentes. Los asesinos fueron capturados, y luego de varios meses en la cárcel, empezaron a colaborar con las autoridades.
Me gusta la alternativa elegida por Unger en El Manipulador, pues acata todas las reglas de la mejor ficción. La fantasía que envuelve a Rosenweig y su amante Maryam es una bella historia de amor. Es posible que los desdichados amantes puedan reunirse en el más acá, no en el más allá.  Apuesto decididamente a esos finales felices. Soy un devoto de ellos. Tal vez no se correspondan con la realidad, pero dudo que los lectores de una novela puedan digerir la verdad de lo ocurrido.
Simon Granovsky Larsen, un ensayista y experto en cuestiones relacionadas con la violencia política en Guatemala, dijo a The Guardian: “Los crímenes que ocurren” en la nación centroamericana “son impensables en otras partes del mundo, y rivalizan con cualquier thriller político. En los primeros meses, o inclusive años, luego de un crimen político como el de Rosenberg, es difícil saber si se trata de una loca teoría conspirativa. Y ocurre que luego, una de esas locas teorías conspirativas se convierte en verdad. En otras partes del mundo, eso solo puede pertenecer al territorio de la ficción”.  
Solo me queda una duda: ¿retomará alguien el personaje de Rosenberg en una futura narración? Pienso en su orgullo diabólico, en su desesperación, en ese fabuloso complot que ideó para derrocar a un presidente, y supongo que merece entrar en el panteón literario. El periodista de The Man Who Shot Liberty Valance creía con firmeza que cuando en el Oeste la leyenda era mejor que la realidad resultaba ineludible imprimir la leyenda.





domingo, 22 de noviembre de 2015

Las dos autopsias del general Simón Bolívar


Mario Szichman





En mi novela Las dos muertes del general Simón Bolívar, le atribuí al Libertador esta frase, que por supuesto nunca pronunció: “No es la muerte lo que me preocupa, sino la inmortalidad, que impide a una persona descansar tranquila en su tumba”. Al menos en esa ocasión, fui profético. La novela fue publicada en el 2004. Seis años después, el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, decidió que el Libertador no podía descansar tranquilo en su tumba, y ordenó someterlo a una segunda autopsia. La primera fue realizada por el médico francés Próspero Reverend el 17 de diciembre de 1830, cuatro horas después del fallecimiento del Libertador. La segunda, el 16 de julio de 2010, 180 años después. En la primera, Reverend, operó solo. En la segunda, Chávez fue asistido por “unas 50 personas, incluidos patólogos e investigadores criminales”, de acuerdo a la oficial Agencia Venezolana de Noticias.
Chávez, quien además de sus amplios conocimientos de medicina fue el principal detective forense de su país, ya había señalado en el año 2007: “Yo nunca me convencí que Bolívar murió de tuberculosis”, descartando la hipótesis de Reverend.  
Bolívar falleció en la ciudad colombiana de Santa Marta en diciembre de 1830. Durante 180 años nadie dudó del diagnóstico del médico francés. La aparente tuberculosis hizo estragos en su organismo. Al morir, pesaba 38 kilos. Los síntomas de su agonía, de los que luego haremos referencia, apuntan en esa dirección.  Pero Chávez, para quien nada humano o divino le era ajeno, desconfiaba del informe forense de Reverend. Y por una razón muy sencilla: quería demostrar que la oligarquía colombiana, liderada por el presidente Francisco de Paula Santander, había envenenado al Libertador con cianuro. La hipótesis de Reverend echaba por tierra su hipótesis.  
Chávez dijo que el hecho de que “tres meses antes de morir, Bolívar recorrió no sé cuántos kilómetros hasta Bogotá”, era motivo suficiente para dudar de la versión de Reverend. En otra ocasión, indicó que el padre fundador de Colombia, y rival del Libertador, al cual acompañó en parte de su carrera política como vicepresidente, “no dudó cuando le propusieron matar a Bolívar”. La clara inferencia era que si Santander no había dudado una vez, el 25 de septiembre de 1828, tampoco hubiera tenido escrúpulos en ordenar su muerte en Santa Marta, en diciembre de 1830.
Santander no era precisamente un émulo de San Francisco de Asís. Para decirlo en términos suaves, era un mal bicho. Tras la batalla de Boyacá, y aprovechando el Decreto de Guerra a Muerte que Bolívar firmó en Trujillo el 15 de junio de 1813, ordenó fusilar al jefe español, el coronel José María Barreiro y a otros 38 prisioneros (11 de octubre de 1819). Eso fue un crimen de guerra. Y existen fuertes indicios de que fue el autor intelectual del intento de asesinato de Bolívar en Bogotá el 25 de septiembre de 1828.
Pero, tampoco Bolívar se quedaba atrás. Ordenó la ejecución de más de 800 prisioneros en La Guaira y Caracas, entre el 13 y el 15 de febrero de 1814, tal como señalan Richard W. Slatta y Jane Lucas De Grummond en su libro Simon Bolivar's Quest for Glory, (Texas A & M University Press, 2003). Ignoro si se admiten esos hechos indisputables en la época de la Revolución Bolivariana. Puede que sean aceptados con demoledoras excusas pues para esos devotos, Bolívar nunca cometió errores. Sin embargo, presumo que las autoridades educacionales de Venezuela eligen barrer esos incómodos episodios debajo de la alfombra.
      De todas maneras, nadie entiende por qué Santander hubiera querido asesinar a Bolívar en 1830. En los últimos meses de su vida el Libertador no representaba un peligro para político alguno de la Gran Colombia. Se había convertido en un paria. Numerosos políticos y ciudadanos del común, tanto en Venezuela como en Colombia, deseaban intensamente su muerte.
Bolívar renunció a la presidencia el 27 de abril de 1830, y su única intención, según numerosos historiadores –todos ellos serios– era abandonar Bogotá y exiliarse en Europa. No lo pudo lograr porque la muerte lo alcanzó antes. Falleció el 17 de diciembre de 1830, a los 47 años de edad, convertido en un anciano decrépito, tal como lo muestra un famoso retrato a lápiz del natural hecho por José María Espinosa apenas semanas antes de su muerte. Por supuesto, la Revolución Bolivariana le hizo la cirugía estética al Libertador, y su rostro ha sido confeccionado a gusto y placer del Comandante Eterno. Pero algún día caerán de su semblante los trozos de gomaespuma, y las nuevas generaciones volverán a reencontrarse con su verdadera imagen.

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Las guerras civiles que menudearon antes y después de la muerte de Bolívar, impidieron darle paz a sus restos. Estuvo enterrado durante doce años en la catedral de Santa Marta, y en 1842, a pedido de uno de sus lugartenientes y más porfiados enemigos, el general José Antonio Páez, sus restos fueron trasladados de Santa Marta a Caracas. Ahora están enterrados en el Panteón Nacional de Venezuela.
En el 2010, los “simbólicos” despojos de su famosa compañera Manuela Sáenz fueron sepultados a su lado, y ambos quedaron reunidos por la eternidad. Un merecido homenaje, pues Manuelita salvó la vida a Bolívar y fue realmente, como señaló el prócer, “La libertadora del Libertador”.  

 La exhumación de Bolívar, el 16 de julio de 2010, se prolongó durante 19 horas. La fase final del operativo fue transmitida por el canal oficial Venezolana de Televisión y la teleaudiencia oyó y observó conmovida mientras el jefe de estado comentaba las alternativas del acto a través de su cuenta en la red social Twitter, según informó BBC Mundo.
Una de las frases de Chávez, que merecería figurar junto al Discurso de Angostura del Libertador y que fue emitida durante la segunda autopsia de Bolívar es ésta: “Confieso que hemos llorado, hemos jurado. Les digo: tiene que ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada”.  ¿Dudaba alguien que ese esqueleto fuese el de Bolívar? Hasta ahora nadie puso en entredicho que los restos depositados en el Panteón eran los del prócer. Lo más desconcertante fue que el esqueleto, según Chávez, parecía a punto de entrar en combustión. El presidente venezolano sintió la “llamarada”. Es cierto que se han registrado raros casos de difuntos que volaron por los aires como si se hubiera tratado de petardos. Pero se trataba de extintos cuyo fallecimiento había ocurrido en fecha reciente. Y el centelleo suele ser resultado de una combinación de gases en el interior de sus cuerpos. Pero esos simulacros de buscapiés necesitan una envoltura de carne. Las estructuras óseas no lanzan llamaradas.
Otra persona que opinó en el evento fue la fiscal general de Venezuela, Luisa Ortega Díaz. La magistrada, quien lucía el guardapolvo blanco, como le cuadra a una profesional de la medicina, aseguró que “se habían producido importantes hallazgos, de los que el país será informado en su debida oportunidad”. Al parecer, la debida oportunidad aún no se ha presentado. Hasta ahora, nada más se ha informado de la veracidad o falsedad de las denuncias de Chávez, ni de lo que ocurrió a la postre con los restos de Bolívar.

LOS HEREDEROS ESTÁN MÁS
PREPARADOS QUE LOS ANTECESORES

La historia de la independencia de América Latina es magra en el reconocimiento a sus próceres o a sus mártires. Cuando falleció Bolívar, muy pocos lamentaron su muerte. Por el contrario, algunos personajes importantes se encargaron de vilipendiarlo de manera obscena.
El gobernador de un estado occidental de la república de Venezuela envió la noticia a Caracas, diciendo: “Ha muerto el monstruo”.
En los últimos meses de vida de Bolívar, menudearon sobre él los insultos de los políticos. El historiador Felipe Larrazábal, un devoto del Liberador, recordó que en el Congreso de Venezuela “no resonaban sino dicterios contra Bolívar”. Algunos legisladores propusieron “que se declarara al General Bolívar fuera de la ley si iba a Curazao, y lo mismo a todo aquel que se le uniera”. Resultaba una “vergüenza  no renegar del Padre de la patria: Fortique pedía su ostracismo perpetuo; Gonzalos lo quería fuera de la ley; Osío le denostaba; José Luis Cabrera, canario, que para baldón nuestro había hallado asiento en la asamblea, clamaba: que ´Venezuela no debía entrar en relaciones de ninguna especie con Bogotá, mientras existiera en su territorio el General Bolívar´. Y esta proposición se adoptó”. 

DE UN PATÓLOGO A OTRO

Cuatro horas después del fallecimiento del Libertador, el doctor Reverend hizo la autopsia a Bolívar, “de cuyo examen resultó que tenía un poco dañados los pulmones y que las pleuras pulmonares estaban adheridas a las costales”, señaló Larrazábal.
Este fue el diagnóstico de Reverend : “La enfermedad de que ha muerto S. E. el Libertador era en su principio un catarro pulmonar que habiendo sido descuidado pasó al estado crónico y consecutivamente degeneró en tisis tuberculosa. Fue pues esta afección morbífica la que condujo al sepulcro al General Bolívar, pues no deben considerarse sino como causas secundarias las diferentes complicaciones que sobrevinieron en los últimos días de su enfermedad, tales como la aracnoides, y la neurosis de la digestión, cuyo signo principal era un hipo casi continuo”. Añadía luego Reverend: “Si se atiende a la rapidez de la enfermedad en su marcha, y a los signos patológicos observados sobre el órgano de la respiración, naturalmente es de creerse que causas particulares influyeron en los progresos de esta afección. No hay duda que agentes físicos ocasionaron primitivamente el catarro del pulmón, tanto más cuanto la constitución individual favorecía el desenvolvimiento de esta enfermedad, que la falta de cuidado hizo más grave; y que el viaje por mar, que emprendió el Libertador con el fin de mejorar su salud, lo condujo al contrario a un estado de consunción deplorable. Todo esto es incontestable. Pero también debe confesarse que afecciones morales, vivas y punzantes, como debían ser las que afligían continuamente el alma del General, contribuyeron poderosamente a imprimir en la enfermedad un carácter de rapidez en su desenvolvimiento y de gravedad en las complicaciones, que hicieron infructuosos los socorros del arte”.  Como resultado, finalizaba Reverend, “El sepulcro estaba abierto esperando la ilustre víctima, y hubiera sido necesario hacer un milagro para impedirle descender a él”.
El doctor Reverend era un hombre muy sabio. Asignaba tanto o más importancia a los disgustos que había padecido Bolívar en sus últimos meses de vida, que al avance implacable de la tuberculosis.
En cuanto a la hipótesis de Chávez, de que Bolívar fue envenenado, recuerda una de las las formuladas en relación a la muerte de Napoleón Bonaparte. La autopsia original señaló que Napoleón había fallecido de cáncer estomacal.
En enero de 2007, National Geographic News divulgó los resultados de un nuevo estudio. Los partidarios de la teoría conspirativa de la historia habían sugerido que Napoleón fue envenenado con arsénico, tal vez mezclado en el vino o en la comida. Estudios del cabello de Napoleón mostraron altos niveles de arsénico. 
Pero Robert Genta, profesor de patología de la universidad de Texas, quien participó en la nueva autopsia, señaló que el derrocado emperador de los franceses murió de cáncer. “Había una gran masa” de tejido canceroso “en la entrada a su estómago, al menos de 10 centímetros de largo”.
En cuanto al arsénico en el cabello de Napoleón, hubiera sido  aún más extraña su ausencia. En esa época, muchas medicinas e inclusive tónico para el cabello tenían arsénico entre sus ingredientes.
Owen Connelly, autor de varios libros sobre Napoleón, y profesor de historia en la Universidad de Carolina del Sur, dijo a National Geographic News que el cáncer era un problema hereditario en los Bonaparte. “La misma afección causó la muerte de su padre, y de Paulina, una de sus hermanas”.
El doctor Reverend pudo seguir la evolución de la enfermedad de Bolívar durante varios días. Es muy difícil que no haya detectado en su organismo síntomas de intoxicación.  La autopsia confirmó, en lugar de negar, el diagnóstico del médico en el curso de las jornadas que precedieron al deceso del paciente.
En cuanto a la segunda autopsia de Bolívar, es imposible compararla con la de Reverend. Para ello tendría que existir. Fue un capricho de Chávez, como el de esos niños que desarman un juguete para ver lo que tiene adentro, y luego son incapaces de volver a poner las piezas en su lugar.
En realidad, el fallecido presidente venezolano solo confirmó con su show mediático que casi dos siglos después de la muerte de Bolívar todo sigue siendo pantalleo, improvisación, y gran cantidad de tonteras envueltas en la mayoría de los cuerpos dedicados a la política.
Un año después del deceso del Libertador, The Times de Londres publicó este obituario: “Es probable que hubiese resultado imposible para el más diestro arquitecto político construir un edificio permanente de orden social y libertad con los materiales que fueron puestos en las manos de Bolívar”, aunque “cualquier cosa que pudo hacerse, él la logró”.

The Times fue más benigno que el propio Libertador, quien  marchó a la tumba insistiendo, con clara decepción en un diagnóstico devastador: “La América es ingobernable...el que sirve a una revolución ara en el mar”.    

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La tarea del editor es muy poco gratificante… Y sin embargo ¿qué haríamos, sin ese personaje tan creador?


Mario Szichman


Maxwell Perkins

Uno de los filmes clásicos de Ernest Lubistch es The Shop Around the Corner, la historia de dos empleados de una tienda bastante lujosa, Matuschek y Compañía, situada en Budapest, que se la pasan peleando todo el día. Alfred Kralik (James Stewart) y Klara Novak (Margaret Sullavan) se odian de manera fervorosa. Ignoran que son amigos por correspondencia, y el mismo desagrado que muestran en público, resulta de alguna manera un incentivo para enamorarse de sus pen pals. Pero el personaje más interesante y trágico es Matuschek (Frank Morgan), el dueño de la tienda, quien es rastreramente engañado por su esposa. El señor Matuschek es un hombre digno, un buen padre de familia, pero renuente a aceptar consejos. Y cada vez que se pone a buscar a uno de sus empleados, Pirovitch (Felix Bressart) para que le brinde su honesta opinión sobre algún tema, Pirovitch huye despavorido.
Al igual que Pirovich, suelo huir despavorido cuando algún amigo escritor me pide que revise uno de sus manuscritos. Mis experiencias han sido de pesadilla. Hace muchos años, un escritor bonaerense me pidió que le ofreciera mi opinión sobre uno de sus libros de cuentos. Le dije que me habían encantado –cosa que no era totalmente cierta– pero que había algunos detalles no muy creíbles. Le señalé dos o tres de ellos, y me respondió: “Che ¿pero vos quien te crees que sos, Balzac?” Mi amigo tenía la opinión de que Balzac era un mal escritor, y que yo ignoraba los principios básicos de la narrativa. Es posible.
En otra ocasión, una excelente escritora –y esta vez lo ratifico, excelente pues una de sus novelas es de las mejores que he leído en varias décadas– me despachó uno de sus manuscritos para que le diera mi dictamen. Siempre he creído que solo los tontos se aprietan los dedos dos veces en la misma puerta. Bueno, reiteré la tontería, e incurrí en el error cometido con el escritor bonaerense. Traté de ser lo más benigno posible. Pero señalé algunos detalles que me parecían exagerados. Había olvidado que en general, quien nos pide un consejo, es muy renuente a aceptarlo, y decide convertirse súbitamente en nuestro enemigo. En realidad, la mayoría de quienes nos piden consejos exigen nuestro total beneplácito y acatamiento. He perdido otra muy valiosa amistad. Hubiera sido preferible huir despavorido, como el señor Pirovitch.
No he hecho una investigación en profundidad, pero pienso que muchos redactores de manuscritos son homicidas en potencia. Algunos logran sublimar sus instintos asesinos, y otros pasan al territorio de la política, como Joseph Goebbels, que tras escribir su novela Michael, se convirtió en ministro de Propaganda de Adolf Hitler.
¿Por qué las palabras diseminadas en una hoja de papel tienen tanta carga emocional? ¿Por qué tantas personas están convencidas que esas palabras están esculpidas en piedra? No lo pensaban William Faulkner, Honorato de Balzac, Ernest Hemingway, Leon Tolstoi, o Fiodor Dostoievski. Es un placer observar las corregidas galeradas de cualquiera de ellos, sus numerosas reescrituras. 
Tengo algunas hipótesis. Los instintos homicidas se diseminan con más asiduidad entre los amateurs. La mayoría de los entrañables narradores mencionados más arriba se ganaban la vida con sus novelas y cuentos. Necesitaban obtener dinero con su trabajo, pagar la comida, la renta, la ropa, en ocasiones la educación de sus hijos, o sus juicios de divorcio. Por lo tanto, pretendían vender sus producciones literarias, y en gran cantidad.
El amateur, en  cambio, trabaja por amor al arte, esa es la primera señal de sus instintos homicidas. Recuerdo que en la película Bullets over Broadway, dirigida por Woody Allen, un dramaturgo amateur se congratulaba de que dieciocho de sus obras teatrales hubiesen sido rechazadas por productores. “Porque tú eres un genio”, le decía un admirador. “Tú no te doblegas ante las fuerzas del mercado”.
La otra hipótesis es que la redacción de un texto nos coloca en paños menores. Estamos en inferioridad de condiciones ante lectores con las ropas puestas. No abundan los escritores claramente seguros de que sus textos sean impecables o imperecederos. La escritora sudafricana Nadine Gordimer, premio Nobel de Literatura, decía que escribir una novela era como subirse a un palo enjabonado. Cuando el narrador creía llegar a la cúspide, era el momento en que sobrevenía el inevitable resbalón.
Un dramaturgo, un guionista de cine, no pueden prescindir del otro. No están diseñando personajes en el papel, sino dando atributos a seres que repetirán sus palabras en un escenario. En los últimos años ha surgido toda una escuela cinematográfica que difunde sus conocimientos en los discos compactos donde se graban películas. Todo filme clásico es acompañado de comentarios de famosos artistas, guionistas y coreógrafos donde explican los entretelones de cualquier filme famoso. Algunos comentarios son inclusive más interesantes que los mismos filmes. No todas las películas reseñadas son Top of the world, pero sí las reseñas. Ahí se explica desde la elaboración de una escena, hasta la luz empleada, o las tomas finalmente elegidas. Tengo un set con cuatro de los filmes más famosos de Fred Astaire y Ginger Rogers. En uno de los comentarios se muestra el diseño completo de cada uno de los guiones. Inclusive se cronometraban los minutos para decidir en qué momento debía surgir una situación cómica, o los famosos one–liners, esos chistes que se expresan en una sola frase. Por ejemplo: “Desearía morir de manera pacífica en mi sueño, al igual que mi abuelo, no lanzando alaridos, como los pasajeros que viajaban en su automóvil”. 

LA MIRADA DEL OTRO

Ya en otro post comenté la admiración que siento por Maxwell Perkins, editor de editores, quien se encargó de revisar los manuscritos de Ernest Hemingway, Ring Lardner, Thomas Wolfe, Erskine Caldwell y James Jones, entre otros grandes de la literatura estadounidense. Pero fue Francis Scott Fitzgerald quien le trajo más problemas a Perkins y, al mismo tiempo, más triunfos. La novela más famosa de Scott Fitzgerald, The Great Gatsby, hubiera pasado por las librerías sin pena ni gloria, de no ser por la reformulación de la trama y los capítulos, o por el rediseño del protagonista.
Nick Carraway, el narrador de El Gran Gatsby, demoraba en explicar, en la primera versión, quién era el misterioso millonario que vivía cerca de su pequeño cottage en una enorme mansión del extremo de Long Island. Jay Gatsby solía ofrecer suntuosas fiestas a decenas de invitados. Muy pocos lo conocían en persona, aunque corría el rumor que “en cierta ocasión había asesinado a un hombre”.


En el original de Scott Fitzgerald, todo era ambiguo cuando se aludía a Jay Gatsby. Ni siquiera Scott Fitzgerald estaba muy enterado de su linaje. Algunas referencias indican que el escritor pensó al principio en su protagonista como “un negro de piel clara”, en tanto algunos críticos sugieren que, en realidad, “era un judío que intentaba hacerse pasar por gentil”.
¿Qué hizo Perkins con el manuscrito de Scott Fitzgerald? En el caso de los equívocos orígenes de Gatsby, le aconsejó a Scott Fitzgerald resaltar las dudas. Pues el personaje, desesperado por cautivar a una auténtica angloestadounidense como Daisy, el perpetuo amor de su vida, avanza impetuosamente hacia su trágico destino, y al mismo tiempo trastabilla en el incómodo mundo de la alta sociedad, donde más de uno acepta sus invitaciones, y al mismo tiempo lo elude recelando su origen. (Cuando Gatsby es asesinado, solo Nick Carraway, junto con el padre del gángster y un casual invitado a su residencia, asisten a su entierro). 
El crucial sexto capítulo cambió toda la novela. Perkins intervino decisivamente en esa parte de la novela. Hasta ese momento, Scott Fitzgerald ni siquiera había ofrecido una edad aproximada de Gatsby. ¿Era de mediana edad, o un veinteañero? Gatsby surgía como una figura evanescente en medio de personajes bien delineados como Nick Carraway, como Daisy, como Tom Buchanan, el esposo de Daisy, un matón y un cobarde.
Perkins entendía que Gatsby debía ser algo misterioso, pero ¿cómo había obtenido su inmensa fortuna? ¿Era el personaje una herramienta inocente en manos de criminales, o se trataba de un veterano delincuente? ¿Cuál era la razón de que invitara a tantas personas a sus fiestas, la mayoría de las cuales no lo habían visto en su vida?
Por lo tanto, Perkins pidió al escritor que reformulara el capítulo sexto. Y en ese momento se revela el grandioso esquema de Gatsby. Ha estado enamorado de Daisy toda su vida, pero cuando la conoció, era un pobre soldado. Y luego, tras adquirir una fortuna por medios ilícitos, decide reconquistarla a través de la adquisición de una enorme mansión, cerca de donde ella reside, organizar recepciones, y finalmente atraerla a sus brazos. 
Todo eso funciona al principio como un cuento de hadas, con Nick Carraway, amigo de Daisy, actuando de Celestina. Luego, el romance se desbarranca en una estúpida tragedia. 
Analizar el método usado por Perkins para mejorar la novela y contribuir a su trascendencia es casi tan apasionante como la novela misma. La tarea de Perkins era muy creadora porque acabó con la escritura “plana” y permitió colocarla en tres dimensiones. Un solo ejemplo: en la primera versión de la novela, Scott Fitzgerald mencionaba al pasar un enorme cartel que aparecía al costado de la ruta que seguía Nick Carraway en su viaje a Long Island. En el cartel aparecían los enormes ojos del doctor T.J. Eckleburg, un optometrista del condado neoyorquino de Queens. Pero a medida que la novela iba avanzando, y gracias a las sugerencias de Perkins, el optometrista va creciendo en la narración. Hasta que al final Wilson, el asesino de Gatsby, observó con un estremecimiento el anuncio de T.J. Eckleburg, “que había surgido pálido, y enorme, de la noche en disolución”. Wilson decidió la suerte de Gatsby tras exclamar: “Dios todo lo contempla”.
Por alguna razón, necesitamos que una buena novela se nutra de simbolismos. La mirada de un optometrista deviene para Scott Fitzgerald en la mirada de Dios ¿Sería Ilusiones Perdidas una novela tan excepcional si estuviera ausente la temática central, las transformaciones que sufre el papel?  Primero el papel pasa por las manos del impresor David Sechard, luego es usado por Lucien de Chardon, un periodista que se vende al mejor postor, y finalmente, se metaboliza en el devorador de papel, una fábula narrada por el abate Carlos Herrera, en realidad, el convicto Vautrin, quien intenta corromper a Lucien.
Si hay una tarea solitaria que requiere estar bien acompañado, es la del escritor. El editor cumple dos funciones: por un lado, contiene la locura del narrador.  Por el otro lado, de manera bastante curiosa, se encarga de promover sus ideas más desatinadas, pero en un marco comprensible.
He pasado por todas las etapas en materia de escritura. En una época, creía que había que escribir trilogías, y escribí dos. En época más reciente, me apasiona la novela sin antecedentes o consecuentes. Una de mis novelas me llevó cinco años: A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad. De contar con una editora como la profesora Carmen Virginia Carrillo, estoy seguro que la hubiera concluido en menos de un año, aproximadamente el tiempo que me demoró escribir con su invalorable colaboración mis novelas más recientes, Eros y la doncella y La región vacía. (Hay otras dos aún inéditas, y el lapso de confección fue similar).
Cuando alguien escribe de manera solitaria, a menos se llame Balzac, o Dostoievski, o Tolstoi, o Marcel Proust, o Alejandro Dumas, puede enfilar en cualquier dirección, y perderse en toda clase de vericuetos. De todas maneras, dudo que esos autores hayan escrito en completa soledad. Como lo demostró luego la “fábrica” de escritores de Dumas, todos ellos debían contar con asesores, o al menos algo parecido a los editores de la actualidad. Tal vez les facilitaban pautas de trabajo. Es imposible producir tantos libros excepcionales a la buena de Dios.
Nadie me ha podido disuadir, al menos hasta el momento, que las grandes obras son resultado de la inspiración. Estoy, por el contrario convencido, de que son producto de la imaginación dialógica. Se necesita un sounding board que pueda recibir el mensaje y aceptar textos, o recomendar cambios. En realidad, ahora que lo pienso, había una percepción más genial en Perkins que en Scott Fitzgerald, una capacidad de síntesis que el novelista no poseía en ese momento, pero sí el editor, pues ya había tropezado con escenarios parecidos al analizar otros manuscritos.

Algún día me gustaría volver a revisar el manuscrito original de Eros y la doncella, y confrontarlo con el que surgió tras varias revisiones de la profesora Carrillo, pero recuerdo una escena donde intenté describir, desde los manuales de historia, la primera reunión de los Estados Generales en París, el sábado 2 de mayo de 1789, para debatir la difícil situación que vivía Francia. En el original, traté de describir situaciones. La profesora Carrillo me propuso encarnar esas situaciones en personajes, que es, en definitiva, la manera de narrar, no de historiar. En los manuales de historia la Revolución avanza impetuosa, sin mirar ni a derecha o a izquierda, pero en la novela es diferente, pues la Revolución aún no ha logrado ensamblar sus instrumentos de ejecución. La doncella, la guillotina, duerme aún el sueño de los justos. En los manuales de historia, era la hora de la esperanza. En la novela, era la hora de la esperanza sumada a la inquietud. En los libros de historia todo era diáfano. En la novela, todo era muy confuso. Recién después, mucho después, la Revolución alcanzaría el aspecto de un fresco donde desfilarían, uno por vez, jefes revolucionarios que morirían jóvenes, tanto los futuros verdugos como sus ulteriores víctimas. Ese territorio pertenecía a la narrativa, no a la historia. El encuadre era muy diferente.
La historia puede relatar episodios, pero es muy parca a la hora de narrar pasiones. En definitiva, la novela se introduce en los resquicios de la historia, la sobresalta, generalmente le obliga a formular más preguntas que respuestas. El Robespierre de una novela no es el Robespierre de la historia. Sin embargo, lo que pierde en estatura gana en tres dimensiones.
Lo más importante para un escritor es no confundir géneros. Quise aferrarme a la historia, y la novela hubiera perdido eficacia. Maxwell Perkins supo ver en un optometrista la mirada de Dios. La profesora Carrillo descubrió en la espalda de Robespierre un secreto que los libros de historia se niegan a explorar, y logró dar a la narración, un vuelco totalmente inesperado.

No conozco tarea tan poco gratificante como la del editor, y que pueda brindar tantas recompensas al narrador. Hay que tener una madera muy especial, y lidiar con unos egos gigantescos. Es fácil descubrir tendencias homicidas en los escritores. Es otra de las ingratas tareas de los editores, tratar de sofocar los intentos de asesinato. La otra parte, la que poco se revela, es la tarea curativa de un buen editor, su enorme capacidad de perdonar y reparar, y su capacidad creadora. Ah, y además, su incalculable aporte a que una narración adquiera tres dimensiones.