Mario Szichman
Stephen King
Tengo una relación de amor y
odio con Stephen King. Ha escrito una novela que para mí es una obra maestra: Misery. Espero que en algún momento se
convierta en un clásico de la literatura norteamericana, como The Great Gatsby o The Catcher in the Rye.
¿Qué es lo que me gusta de Misery? En primer lugar, puedo recordar
el argumento. Y generalmente, solo los buenos argumentos son memorables. Es la
historia de un escritor que sufre un accidente en una zona montañosa y nevada,
y es rescatado de la muerte por una de sus admiradoras. Es un relato de horror,
pues la admiradora es una asesina que mantiene confinado al protagonista en la
cama, y lo droga con un remedio para la tos. La intención de la presunta
benefactora es que el narrador siga en sus garras mientras redacta una novela
en una anticuada máquina de escribir, presumo que siguiendo las indicaciones de
su seguidora. Parte del suspenso, nutrido de una buena ironía, es que algunas
teclas de la máquina se rompen, y el escritor se va quedando sin palabras.
Misery tiene todos
los ingredientes de los clásicos cuentos para niños, con sus brujas, sus ogros,
sus pasadizos secretos, pociones mágicas y la salvación final. Por momentos, si
no fuera porque el protagonista es un adulto, me hace recordar un relato de
Cornell Woolrich, que para mí no tiene paralelos en la ficción norteamericana: Si muero antes de despertar. Es la
historia de un niño sumergido en un mundo de fantasía, con progenitores muy
sensatos, que suelen dudar de sus historias. Por cierto, el padre es un policía
que investiga la desaparición de niños, y para proteger a su hijo de la dura
realidad, arranca cotidianamente la página de sucesos del periódico donde
siempre se brindan nuevos detalles de esos secuestros. Finalmente, una de las
amiguitas del niño desaparece, y éste se encarga de seguir la pista al asesino.
Si hay algo que supere en suspenso a ese relato, todavía no lo he descubierto.
Pero, más allá de Misery, y de las secuelas de esa
novela, me cuesta entusiasmarme con la
producción de Stephen King. (En junio de
1999, King fue atropellado por una camioneta cuando caminaba en una banquina de
la Ruta 5, en Lovell, Maine, y estuvo a punto de perder la vida, en un
accidente que registró ciertos parecidos con Misery)
En una ocasión, en su
excelente libro de non fiction, Danza
Macabra, explicó su filosofía narrativa. King no cree en la sutileza, como
la cultivada por ese genio del cine llamado Jacques Tourner. Cat
People, quizás el filme más famoso de Tourner, cuenta la historia de una
joven serbia, Irena, quien pertenece a una raza de personas que se convierten
en panteras cuando se despierta su pasión. La película está cargada de enorme
erotismo, aunque todo es sugerencia, así como de una persistente amenaza que
nunca requiere de la violencia para asustar al espectador. Hay una célebre escena de Cat People cuando una mujer, espiada por
la asesina, se zambulle en una piscina. De repente, la mujer descubre el acecho
e intenta huir del lugar. Tourner logró resolver la escena mostrando
simplemente el rostro de la mujer, y jugando con las sombras en la piscina.
Bueno, a King eso le
disgustaba. Prefería la violencia gráfica, y raudales de sangre. Aunque es un
escritor muy sensible a la hora de hablar de su oficio, y son muy buenas sus
recomendaciones de autores y libros, hay un costado inmaduro. El tema de Carrie, su primera novela, que lo
catapultó al estrellato, es muy desagradable. El crítico Dwight McDonald decía
que ciertos escritores norteamericanos eran incapaces de lidiar con la
sexualidad adulta, y parecían siempre horrorizados de que “también mamá y papá
lo hacen”. Es la misma sensación que me causa King cuando aborda ciertos temas
escabrosos en su narrativa.
Recuerdo que en el 2013, la
revista de The New York Times publicó
un extenso artículo titulado “Stephen King’s Family Business.” (http://www.nytimes.com/2013/08/04/magazine/stephen-kings-family-business.html)
El “business” de la familia es
la narrativa. Prácticamente todos sus integrantes son escritores: su esposa,
Tabitha King, (autora de ocho respetables novelas), y dos de sus tres hijos:
Joe y Owen. Además, Owen está casado con la escritora Kelly Braffet.
Cuando vi una de las fotos de
una reunión familiar de los King y observé al bello perro tendido en el suelo,
pensé que también el perro debía ser un escritor de best-sellers. Luego leí el reportaje y me dio pánico. Salvando las
distancias, pensé que la autora estaba describiendo a la familia de Los Locos
Adams.
Ignoro si existe la categoría
del incesto literario. Hay obviamente famosas familias de intelectuales. Pero
no debe ser fácil vivir en el seno de ellas. Al menos, en el reportaje los
temas mencionados eran la literatura, el cine, la música y sus derivados.
Claro, eso no ocurre todos los días en la vida de los King. Los hijos están
casados, viven en otros lugares, seguramente están relacionados con personas
que no se dedican a escribir, o a hablar exclusivamente de películas y de
música. Sin embargo, el ambiente hogareño me hizo recordar una extraordinaria
novela satírica de Donald Antrim: The
Hundred Brothers, que ya comenté en un post anterior, y que tiene este
comienzo: “Mis hermanos son Rob, Bob, Tom, Paul, Ralph, Phil, Noah, William,
Nick, Dennis, Christopher, Frank, Simon, Saul, Jim, Henry, Seamus…” Y eso sin
olvidar a los trillizos Herbert, Patrick y Jeffrey, y a los gemelos: Michael y
Abraham, Lawrence y Peter, Winston y Charles, Scott y Samuel … La lista sigue,
durante varias páginas, en la descripción de “The Hundred Brothers,” los cien
hermanos que ocupan, como escenario, la sofocante biblioteca de una mansión en
decadencia. Antrim nos cuenta sus vidas, sus absurdas rivalidades, sus casuales
fechas de nacimiento. (Por ejemplo, once de ellos han nacido el mismo día, el
23 de mayo, “aunque a diferentes horas, en distintos años”), además de sus
tics, sus mezquindades, sus delirios de grandeza.
Aunque es bueno contar con una
gran familia, o por lo menos con una familia ampliada, pues generalmente nos
salva del incesto, y en ocasiones de la locura, una familia plagada de
escritores es, como dicen en Estados Unidos, To good to be true. Hay algo muy empalagoso, y hasta cierto punto
perverso.
En fecha reciente leí On Writing, un libro de King que lidia
con algunos de sus demonios interiores antes de enfilar hacia su oficio de
escritor. Es un Stephen King mucho más humano. La estampa de la familia
perfecta que intentaba ofrecer la revista de The New York Times tenía muy poco que ver con la realidad. El
escritor reconoce que durante muchos años fue adicto al alcohol y a las drogas;
inclusive no recuerda cómo redactó su novela Cujo, en medio de efluvios alcohólicos y drogas fuertes.
Su historia familiar carece de
elementos épicos, aunque abundan los deprimentes. Creció en un hogar con
escasos medios de subsistencia, y con un padre ausente. Para mí, la segunda parte de On Writing es la más interesante, pues
King es honesto, sensato, y además quiere ayudar a sus lectores a convertirse
en escritores.
Su primer consejo: “Si usted
quiere ser un escritor, hay dos cosas que debe hacer por encima de cualquier
otra: leer mucho, y escribir mucho. No hay manera de eludir esas dos cosas,
ningún atajo”. Por supuesto, alguien puede leer mucho y escribir aún más, y
nunca llegará a ser un escritor. Pero tiene mejores posibilidades que quien lee
y escribe poco.
Luego vienen las herramientas
del oficio, especialmente, un buen libro de gramática. Y en este caso, hay una
obra en inglés, que resulta imposible recrear en castellano. Se titula The Elements of Style, y fue escrita por
William Strunk. La versión que
tengo, en paperback, consta de 85
páginas. Debe haber vendido más de un millón de ejemplares desde su primera
edición, en 1919. Todo lo que necesita una persona para escribir, está en ese
libro. La intención de Strunk, según señaló su prologuista E. B. White, “fue eliminar la vasta madeja de la retórica
inglesa”.
La persistente orden de Strunk
era Omit needless words! omita
palabras innecesarias. E insistía luego: “La escritura vigorosa es concisa. Una
frase no debe contener palabras innecesarias, ni un párrafo frases
innecesarias, del mismo modo en que un dibujo no debe tener líneas
innecesarias, o una máquina partes innecesarias. Eso no significa que un
escritor fabrique siempre frases cortas, o que evite detalles… Pero eso sí:
cada palabra cuenta”.
¿Se imagina el lector a un
erudito de la Real Academia Española de la Lengua formulando consejos
similares? Hoy estaba revisando el internet para encontrar un diccionario
histórico de la lengua, y tropecé con un libro en el que un catedrático
agradecía su incorporación a la ilustre academia. El libro es de 1980, y el
agradecimiento ocupa más de 150 páginas. Es una robusta edición, no en tamaño paperback.
Stephen King no se siente
afligido por la angustia de las influencias. Por el contrario, las considera
muy beneficiosas. “Cuando leía de niño a Ray Bradbury,” nos dice, “escribía
como Ray Bradbury. Cuando leía a James M. Cain (el autor de El cartero llama dos veces) escribía
sentencias cortas, sin aditamentos, duras, curtidas”.
En definitiva, escribir es
reescribir las frases de los demás. Eso puede observarse mejor en la llamada
“literatura comercial”, ya se trate de policiales, romances, o ciencia ficción.
Los editores exigen ciertos temas, y ofrecen guidelines, pautas a seguir. Por supuesto, los genios usan esos guidelines repletos de frases y tramas
trilladas, para crear obras maestras. Es el caso de Jim Thompson, a quien Lion Books le entregó la pauta de una
novela que tenía como protagonista a un policía neoyorquino muy corrupto, con
tendencia a tomarse la justicia en sus propias manos. Thompson dijo que sí, que
le interesaba el tema. Seis semanas después, trajo a Lion Books la novela The
Killer Inside Me, una de las obras maestras de la literatura
norteamericana. El policía neoyorquino había sido trasladado a Texas, y seguía
tomándose la justicia en sus propias manos. Con esta diferencia: antes de matar
a sus víctimas mediante la estrangulación o a balazos, las mataba de
aburrimiento.
No hay tantos temas, o
personajes en la literatura universal. La maestría se encuentra en la amalgama.
Y después de leer muchas novelas, y de escribir muchas páginas, toda persona
dedicada al oficio empieza a descubrir que la originalidad es una absoluta
entelequia, en tanto la sabia mezcla de personajes y situaciones muchas veces
se acerca a la genialidad.
Pero es uno de los últimos
consejos de Stephen King el que me parece más fructífero. Dice que cuando
estaba aún en la escuela primaria, descubrió a Murray Leinster, un escritor de
novelas de ciencia ficción. El hallazgo fue que Leinster era un horrendo
escritor. Sus personajes eran tan sólidos como el papel de fumar, las tramas
eran absolutamente absurdas. La novela, dice el escritor, fue muy importante en
su carrera literaria. Pues por primera vez, encontró un narrador malísimo, y
pensó: “Yo puedo escribir mejor que él. Mi Dios! Es que ya estoy escribiendo
mucho mejor que él”. Y añade King: “¿Qué puede ser más alentador para el
escritor en ciernes que descubrir que su obra es superior a la de alguien que
recibe dinero por su tarea?”
Solo leyendo malas novelas se
puede aprender a escribir novelas buenas, dice King. Por lo tanto, El valle de las muñecas, o Flores en el ático, deberían convertirse
en lectura obligatoria de todo escritor en ciernes.
Ernest Hemingway recomendaba a
un narrador que carecía de ideas colocar un dogal en torno a su cuello, arrojar
uno de los extremos por encima de un árbol y pedirle a un amigo que lo sujetara
fuerte. Luego, debía subirse a un banco, y patearlo. La tarea del amigo era
soltar el extremo de la cuerda para que el escritor no muriera estrangulado. “Y
luego, debe ponerse a escribir de inmediato”, decía Hemingway. “Al menos el
sobresalto de sentirse estrangulado le servirá de inspiración”.
Ya dije anteriormente que
tengo una relación de amor y odio con Stephen King. Pero hay algo imposible de
negar: es muy generoso, y siempre brinda buenos consejos. No alardea ni de sus
logros ni de sus defectos. Ha vivido una vida más trágica de lo que desea
confesar. Y tiene demonios interiores para regalar. Es muy recomendable
apropiarse de alguno de ellos.
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