miércoles, 28 de febrero de 2018

Cómo hablar por ambos costados de la boca


Mario Szichman





“No soy muy versado en griego”, dijo el gigante.
“Tampoco yo”, respondió el ácaro filosófico.
“Y entonces ¿por qué citas a Aristóteles en griego?”,
Preguntó el sirio.
“Porque”, respondió el otro,
“Es razonable citar lo que no comprendemos
En un lenguaje que no hablamos”.
Voltaire, Micromegas.



      El Concejo Nacional de Maestros de Inglés, con sede en Urbana, Illinois, otorga anualmente los Doublespeak[i] Awards a instituciones y funcionarios que mienten sin mentir, usufructuando una confusa asociación de palabras. En cierta ocasión, los galardones fueron concedidos a una línea aérea que definió el estrellamiento de un avión como “un contacto descontrolado contra el suelo”,  a un hospital, que describió la muerte de un paciente como “un percance de diagnóstico de elevada magnitud[ii]”, y al senador Orrin Hatch, quien dijo que “la pena de muerte es el reconocimiento que hace nuestra sociedad a la santidad de la vida”.
      En su Dictionary of Euphemisms and Other Double Talk, Hugh Rawson da buenos ejemplos de cómo la inflación de términos en el ámbito militar es correlativa a una deflación o encubrimiento del sentido. Es el caso de executive action (el término probable sería “hecho consumado”)  “un eufemismo empleado por la CIA”, dice Rawson, “para sacarse de encima a personas, especialmente los líderes de otras naciones”. 
      En la nomenclatura militar los pertrechos de guerra atacan dos clases de objetivos,  hard, duros, y soft, blandos. Los objetivos duros son ladrillos, concreto o acero. Los objetivos blandos son aquellos constituidos por carnes y huesos, esto es, seres humanos. De ahí que el napalm, una bomba incendiaria, dice Rawson, haya sido rebautizado como soft ordnance, pertrecho de guerra para objetivos blandos.
    En otros casos, los eufemismos pueden llegar a ser demoledores. Las retiradas militares suelen ser definidas como retrograde manoeuver, maniobras de retroceso.
      La frase, dice Rawson, surgió en 1975, cuando el entonces presidente de Vietnam del Sur, Nguyen Van Thieu, decidió retirar sus tropas de varias provincias, ante la embestida del Vietcong. La maniobra de retroceso de Thieu prosiguió hasta que logró maniobrar para ceder el poder, y exiliarse en Estados Unidos.

LA ÚNICA VERDAD ES LA CONFUSIÓN

      Trabajé cerca de treinta años en burós latinoamericanos de agencias noticiosas, en United Press International entre 1981 y 1986, y en The Associated Press entre 1987 y el 2009. No se trataba de una tarea creadora. Había que traducir los despachos del inglés al español. Pero esas agencias tenían una gran ventaja para un escritor. En primer lugar, la traducción permite transformar el lenguaje en instrumento. Cuando se cuenta con un solo idioma, resulta más trabajoso cuestionar la retórica, especialmente la de gobiernos que con tanto entusiasmo se dedican a mentir. Pero si se suma otro idioma, empieza el conflicto entre ambos, y de los chispazos brota la luz. Dos lenguajes siembran más sospechas que uno solo. Nada resulta natural.
      La otra ventaja de trabajar en una agencia era que la copia debía ser distribuida en países con diferente idiosincrasia y distintas maneras de designar lo “prohibido”. El resultado era un lenguaje aséptico, destinado a no ofender a los lectores.
         En ciertos países se podía coger, pero no tirar. En otros se podía tirar, pero no coger. En muchos países, el pico podía servir para designar el extremo de una botella o la cima de una montaña, pero no en Chile.
      En Venezuela hay una expresión afectuosa para los niños: los carajitos. Cuando hice esa mención a unos primos míos durante un infrecuente viaje a la Argentina, se tiraron al suelo de la risa. (En la Argentina uno se podía tirar al suelo. En Venezuela, cuando alguien tiraba algo al suelo, la próxima acción era prohibida para menores de 18 años).
         Un insulto que en la Argentina podía ser preludio a la guerra civil era enviar a alguien a dirigirse a las partes íntimas de la hermana. En Colombia conocí bellas mujeres que se llamaban Concepción  o Consuelo y les decían Concha o Conchita. Había una excelente cantante española, Conchita Piquer. No sé cómo se las arreglaba para visitar la Argentina sin que medio Buenos Aires sonriera ruborizado. 
         Gabriel García Márquez rompió un tabú cuando bautizó su libro “Memorias de mis putas tristes”.
          Además de traducir para más de veinte naciones de América Latina, en ocasiones era necesario explicar. Pues las dos agencias en que trabajé eran norteamericanas, y las tradiciones políticas de Estados Unidos muy difícilmente pueden difundirse en otras partes del mundo. ¿Cuántos partidos políticos hay en Francia? ¿Y en Italia? ¿Y en Austria? En Estados Unidos, desde tiempo inmemorial, hay solo dos partidos que se turnan en el poder: demócratas y republicanos. Habrá muchas bebidas sin alcohol, pero la competencia es entre la Coca Cola y la Pepsi Cola. En una época, la rivalidad entre las revistas de circulación nacional era entre Time y Newsweek.  Aseguraban que si una de las revistas recibía un tubazo, una noticia exclusiva, compartía la información con la antagonista, para no desnivelar las ventas.
           Esa necesidad de pensar en tandas influye, necesariamente, el territorio de la política. En ocasiones, se trata de transitar la cuerda floja, mostrando una actitud de imparcialidad.
        Karen De Young, periodista del Washington Post, señaló en uno de sus artículos que cuando los palestinos lanzaban un ataque militar, el departamento de Estado “condenaba” sus acciones. En cambio, si eran los israelíes los atacantes, el departamento de Estado “deploraba” el episodio. Detrás de esa aparente ponderación podía advertirse hacia donde inclina sus simpatías el Departamento de Estado.





“NUESTROS HIJOS DE PERRA”

       En las décadas del treinta y del cuarenta del siglo pasado, todo era más sencillo. Por ejemplo, en América Latina, los funcionarios estadounidenses colocaban a todos los dictadores en el mismo saco. Sin distingo alguno eran, básicamente, unos hijos de perra. Sólo discrepaban en el adjetivo posesivo.  Cuando alguien en el departamento de Estado propuso derrocar a “ese hijo de perra” de Anastasio Somoza Debayle, el presidente Harry Truman se opuso. Un funcionario le preguntó a Truman las razones, y éste respondió: “Yes, he is a son of a bitch, but he is our son of a bitch.” Si bien el dictador nicaragüense era un hijo de perra, era el hijo de perra auspiciado por los norteamericanos.
       Ya para la década del ochenta, las cosas se hicieron más complicadas. Con guerrillas en Guatemala y el Salvador, y con un deterioro de la situación política en Honduras, donde había emplazadas bases militares norteamericanas, hubo que alterar el lenguaje.
       En noviembre de 1984,  el Concejo Nacional de Maestros de Inglés otorgó su máximo galardón al departamento de Estado porque anunció su decisión de anular la palabra “asesinato” en sus informes sobre la situación de los derechos humanos en el mundo. Los escuadrones de la muerte en Centroamérica ya no asesinaban, sino que practicaban “una ilegal o arbitraria supresión de la vida”.
      Organizaciones como Americas Watch, Helsinski Watch y el Comité de Abogados por los Derechos Humanos Internacionales, señalaron que una de las técnicas para distorsionar la información consistía en la evaluación de los abusos. Si el gobierno era amigo de Washington, los abusos eran “presuntos” o “basados en alegaciones”. Si el gobierno era enemigo, los abusos estaban “documentados”, o “basados en informes confiables”.
Otra manera de desfigurar la información consistía en copiar los escritos de las empresas de seguros, que destacan en el sumario los hechos esenciales y reservan su letra microscópica para informar en el cuerpo del escrito las partes desagradables o incómodas.
       Una forma de encubrir las violaciones a los derechos humanos era ensalzar progresos. Por cierto, una técnica heredada de la Inquisición española. Si uno revisa los informes de la Inquisición entre mediados del siglo dieciocho y comienzos del siglo diecinueve, descubrirá que el Santo Oficio era cada vez más moderado, arrojaba a la hoguera a menor cantidad de personas, incineraba menos libros, y criticaba con mayor vigor abusos anteriores.

MODERADOS Y EXTREMISTAS

      El eufemismo ha alcanzado su máxima vitalidad en Medio Oriente, la única región del mundo que no deja dormir a Washington, por la simple razón de que allí está el sesenta por ciento del petróleo que se procesa en el mundo. Estados Unidos siempre ha necesitado aliados en la zona, a fin de enfrentar a los radicales o extremistas. Con el transcurso del tiempo las fórmulas han cambiado. La gran divisoria de aguas fue el ataque contra las torres gemelas en Manhattan, registrado el 11 de septiembre de 2001.
        En la década de los ochenta, y tras el triunfo de la Revolución Islámica en Irán, Estados Unidos necesitaba incrementar sus aliados en la zona, a fin de enfrentar a los radicales o extremistas. Por lo tanto, empezó a buscar moderados. Pero era realmente muy difícil desbrozar la paja del trigo. ¿Quién era un moderado, quién era un extremista? Al final, se llegó a una disputada decisión. Moderados eran aquellos con los que se podía negociar, y extremistas, aquellos que se negaban a entablar tratos. Rápidamente, se descubrió que la calificación era incorrecta.
        En 1987, el gobierno de Ronald Reagan se hundió en un escándalo luego de revelarse que había vendido armas a Irán, a fin de lograr la libertad de algunos rehenes. (Parte del dinero obtenido de la venta de armas fue entregado a los “contras” que intentaban derrocar al gobierno sandinista). Para salir del atolladero, las autoridades norteamericanas dijeron que sólo habían negociado con los “moderados” iraníes. El vocero presidencial Marlin Fitzwater reconoció que era casi imposible distinguir entre moderados y extremistas en el régimen del ayatola Rujola Jomeini. Pero, de todas maneras, dijo Fitzwater, existía “una diferencia semántica”. ¿En qué consistía? Fitzwater nunca lo reveló.
       Lo más interesante del caso es que funcionarios del gobierno israelí, que participaron en las negociaciones, reconocieron en un memorándum enviado al entonces vicepresidente George Bush, que estaban negociando “con los elementos más extremistas” del gobierno de Teherán, y por una simple razón: “hemos descubierto que los extremistas cumplen con sus promesas, a diferencia de los moderados”.
       Si ese tipo de diferencias podía funcionar precariamente en la década del ochenta, después del 11 de septiembre de 2001 perdió vigencia. Ahora, decidir a quien se respalda es mucho más complejo.

Bashar  al  Assad
      
   A medida que la guerra civil en Siria se acrecienta, hay un intenso debate en Washington sobre el respaldo a grupos rebeldes que intentan derrocar al gobierno de Damasco. ¿A quién apoyar? Obviamente a los moderados, que se oponen a los extremistas. ¿Cuáles son las credenciales que permiten distinguir al aliado bueno del aliado malo? La situación se ha complicado para el departamento de Estado pues en Siria, el grupo rebelde mejor organizado está vinculado con al-Qaida, la organización de Osama bin Laden.
      El gobierno de Siria intentó aprovechar esa circunstancia a fin de llevar agua para su molino y realizó una intensa campaña tratando de demostrar que era el mal menor. La campaña no prosperó.

NADA ES NUEVO SALVO LO OLVIDADO

Las preciosas ridículas.

      Nadie habla ya en el lenguaje de Las preciosas ridículas. Un espejo es un espejo, no “el consejero de las gracias”. Tampoco un sillón se define como el sitio donde se desarrollan “las voluptuosidades de la conversación”. Pero persisten el eufemismo, la reticencia para nombrar, el adjetivo inapropiado para describir. Recuerdo que una vez iba en un taxi y al cruzar una esquina, el taxista señaló un edificio quemado hasta los cimientos y me preguntó: “¿Observó las consecuencias del pavoroso?” Para el taxista, pavoroso era sinónimo de incendio.
     Walter Benjamin decía que el eufemismo es “un signo mercantil que hace posible el comercio” con la ideología, y siendo un ornamento, “recibe todo su valor del aficionado”.
     Las actividades amatorias, la muerte, el arte, la política y la estrategia militar, siguen estampados por la perífrasis que congela el lenguaje, lo hace incomprensible, reduce las posibilidades de reflexionar en nuestro entorno, y nos adapta a las cosas más horrendas.



[i] Es difícil traducir doublespeak.  ¿Hablar por los dos costados de la boca? Una traducción literal sería lenguaje doble. Tal vez más acertado sería eufemismo, dar rodeos, ser ambiguo, cubrirse el posterior para no incurrir en la ira de algún grupo político o social.
[ii] Otro hospital anunció la muerte de un enfermo diciendo que se trataba “de un corolario negativo en la atención de un paciente”.

sábado, 24 de febrero de 2018

Amalia Ran: "Dialogar con la historia por medio de la parodia: La narrativa de Mario Szichman"



En su libro “Made of Shores: Judeo-Argentinean Fiction Revisited,” (Bethlehem: Lehigh University Press, 2011), Amalia Ran  analizó el desarrollo de la literatura judeo argentina a través de escritores como Sergio Chejfec, Gabriela Avigur-Roten, Alicia Dujovne Ortiz, Ricardo Feierstein, y Andrés Neuman. Amalia tuvo la gentileza de incluir también entre las novelas comentadas A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad.  Inserto una parte de su iluminador comentario. 
M.S.


Portada de la primera edición

Dialogar con la historia por medio de la parodia: 
La narrativa de Mario Szichman"

El dilema clásico del ser judío se resume de la siguiente forma: ser judío o ser argentino. Ambos se presentan como polos paralelos equivalentes y, en consecuencia, opuestos en la formulación de un yo. A las 20:25 la señora entró en la inmortalidad (1981), de Mario Szichman, última novela en la trilogía sobre la familia Pechof, enfoca las vidas de los Pechof, inmigrantes judíos polacos que arribaron a Argentina en 1917, hicieron su paso por el puerto bonaerense y las colonias hasta radicarse finalmente en la ciudad porteña.
Mientras que las dos primeras novelas de la trilogía, La verdadera crónica falsa (1972, texto revisado que apareció por primera vez bajo el título de Crónica falsa en 1969, y en el 2016 editado por la profesora Carmen Virginia) y Los judíos del Mar Dulce (1971, segunda edición 2013, también a cargo de la profesora Carrillo), destacan el deseo de documentar la experiencia familiar y conservarla mediante el proyecto filmador organizado por Bérele/Bernardo Pechof, segunda generación del país.
Pero la última novela, A las 20:25, regresa en el eje cronológico para narrar un momento especial en la vida familiar.
El protagonista en esta novela es Jaime, el tío de Bernardo y el menor de la primera generación de los Pechof, que se encarga de los asuntos familiares cuando muere Evita Perón en 1952.
Esta obra, como las novelas que la anteceden, se ocupa de la revisión del pasado y de su reformulación –a través de la parodia [i] – para intentar legitimarse y de ese modo ser parte de la versión oficial.
El uso de elementos paródicos en la obra de Szichman marcará la diferencia, señalada anteriormente, entre dos tipos de historias: la oficial y canónica, y la alternativa, que intenta imitarla para incluirse dentro del archivo.
Asimismo, la parodia, que representa el desvío de una norma y su inclusión dentro del texto (Hutcheon 143), cumplirá en la novela un papel fundamental en la reconstrucción del pasado “verdadero” al provocar distintos ethos[ii] es decir, efectos que servirán para cuestionar el tema de la integración en Argentina.
Mi intención consiste en estudiar en este marco sólo la última novela, publicada en 1981, que corresponde, desde el punto de vista cronológico y temático[iii], al corpus narrativo incluido en esta investigación.
El deseo de involucrarse dentro de la gran Historia –al estar consciente de que la experiencia personal, tal como está conservada en la memoria, no coincide con la versión oficial de los hechos pasados, sino que parece acontecer en un espacio paralelo y marginado–, se resume en la siguiente conclusión: para sobrevivir a esa simultaneidad de realidades, hay que eliminar ciertos acontecimientos del pasado y/o acomodarlos de otra forma.

Extraños en un país extraño

Portada de la traducción al inglés           

La novela retoma la historia de los Pechof en la noche del 26 de julio de 1952, cuando se inicia el velorio nacional por Evita, a la hora de su defunción: las veinte y veinticinco, momento crítico que detiene al país durante las siguientes dos semanas. Este principio trágico en el contexto nacional desencadena una serie de eventos que ocurrirán en un tiempo a-temporal, puesto que cada minuto que pasa sigue paralizado siempre en las veinte y veinticinco. El primer dilema, por lo tanto, consiste en cómo adaptar las vidas (que no dejan de fluir) al detenimiento histórico oficial. En el caso de los Pechof, el conflicto es más grave porque deben enfrentarse a una muerte dentro de la familia, la de sobrina Rifque, quien acaba de suicidarse. Mientras que la nación está velando a la primera dama, los Pechof, obligados por la religión judía a enterrar a los muertos en el mismo día de defunción, recurren a varias soluciones originales, pues desde el momento de la muerte de Evita, está en función el impedimento nacional de emitir servicios administrativos, tales como firmar los certificados de defunción. Por lo tanto, se requiere una solución rápida.

Disfraces

 Jaime propone enmascarar a la familia y su pasado judío, inventando un origen católico y criollo, para convencer al médico antisemita que firme el certificado que les permita enterrar a la muerta. Asimismo, la yuxtaposición del proyecto de Jaime frente a la orden oficial de congelar el fluir del tiempo, expone la crítica por parte del narrador referente a la inutilidad y vanidad de ambos intentos.
La ruptura con el eje temporal establece un juego con la propia noción histórica, al plantear dos hilos narrativos paralelos.
En primer lugar, la novela gira alrededor del pasado de los Pechof y de su conflicto en el presente de la narración. A su vez, el segundo hilo narrativo enfatiza otra historia ficticia, en la cual se imagina un nuevo pasado para la familia, que habría comenzado por su apellido, reemplazado por Gutiérrez Anselmi, y por la invención de raíces criollas que se remontan a 1840.
La selección de esta fecha para comenzar la historia familiar cinco décadas antes de la verdadera llegada de los Pechof al país, reside en el deseo de vincularla con la historia nacional, recuperada con la unificación de la nación en aquel año:
“Jaime quería tramar el futuro de los Gutiérrez Anselmi para articularlo con pasos que darían los Pechof a partir de mil novecientos dieciocho. Si había elegido como punto de partida el año mil ochocientos cuarenta, era porque podía tomar tres generaciones de ventaja sobre su familia”.
La reconstrucción del nuevo pasado que coincidiera con la historia oficial y que les permitiera a los Pechof pertenecer al colectivo argentino ocurre de distintas formas. Ante todo, el enmascaramiento del pasado judío con otro, de tipo criollo católico, significa recrear “recuerdos” de lo que supuestamente ocurrió y se experimentó.
Puesto que el pasado judío se vincula con los sentidos –tiene olores e imágenes, colores y objetos concretos–, es necesario re-pensar cada elemento que lo constituye y reinventarlo de una manera verosímil. Paradójicamente, el pasado verdadero resulta la causa de exclusión y, por ende, debe ser desestructurado para parecerse al que está en los libros de Historia, en museos y en la memoria colectiva:

Eso era lo bueno de ser goi, pensó Jaime. Dónde miraban, ahí saltaba un recuerdo interesante que de inmediato se engarzaba con una historia repleta de sucesos heroicos.
El menor de los incidentes tenía un puesto de honor en los libros. […] Tal vez ahí estaba la falla de los Pechof. La petit histuar nunca precedía a la grand histuar […] El problema de los Pechof era que no podían reivindicar pasado alguno. Los vestidos no tenían su antecesor en un arcón, una hidropesía no derivaba en un reuma ni una catatonía provenía de una neuropatía congénita. Los Pechof  habían surgido en el año diecisiete y cualquiera podía detectar que tras las fachadas de sus viviendas no había casas previas. En cada objeto estaba latente el origen y la decisión de no omitir que una guerra los había transfigurado en incunables (53-54).

Sin embargo, el problema de los Pechof reside más allá de los artefactos: está en el hecho de que su historia personal no responde a ningún eje cronológico sistemático. Cada catástrofe individual –guerras, pogroms, destierro, migraciones–, se repite constantemente: el abandono de parientes o su desaparición repentina, el reemplazo de territorios y lenguajes; el destierro. La falta de un hilo organizador que explique estas experiencias y que las organice lógicamente indica que lo que fue vivido, según los Pechof, carece de sentido. Más aun, nada evidencia su veracidad.

Imaginar el pasado

Portada de la última edición revisada y ampliada      

El pasado imaginado, por ende, resulta posible y coherente, pues transmite un devenir conocido, que se refleja en el entorno inmediato y en el archivo oficial. Las alternancias de nombres y edades de los distintos miembros de la familia a raíz de la destrucción de los archivos de su ciudad natal, Violinin, en 1917, desafían la reconstrucción verídica de cualquier historia, porque al evaporarse los documentos, se engendran variaciones, paralelismos y repeticiones. A pesar de que se reconocen ciertas fechas en la historia familiar que la ubican dentro del contexto general (entre ellos, la emigración de Polonia durante la Primera Guerra Mundial, la llegada al Hotel de inmigrantes en 1917, el traslado de la familia al interior después de la Semana Trágica de 1919), se bifurcan las versiones referentes al pasado de acuerdo a la experiencia de cada uno de los personajes.
La historia de Dora, por ejemplo, la hermana mayor, comienza con su regreso a Polonia después de una breve escala en París y a partir de su segunda emigración a la Argentina con un grupo de mujeres judías traídas para trabajar en los prostíbulos de Buenos Aires.
A la vez, la versión de Salmen, el hermano mayor, parte del retorno a Buenos Aires alrededor de 1932 para iniciar nuevos negocios, y de la desaparición del padre de la familia, cuyo destino no queda claro hasta el final de la novela.
La ignorancia de los personajes respecto a lo que ocurre alrededor de ellos en el ámbito social y nacional obstaculiza el intento de reorganizar la historia de los Pechof de una manera lógica y lineal. El significado del contexto nacional queda ignorado (una estrategia literaria deliberada por parte del narrador), porque para los personajes, éste sólo remite de nuevo al pasado ya conocido y rechazado. Así se destaca una vez más el efecto paródico burlesco provocado por el hecho de vivir en una realidad simultánea: mientras que alrededor de los Pechof acontece la Historia del siglo XX, ellos están concentrados únicamente en las implicaciones personales.

Muertes y olvidos

Los Pechof, por ejemplo, ignoran las consecuencias de la Semana Trágica; en términos personales lo consideran como un pogrom más que culmina en otra emigración.
Buenos Aires, que parecía al principio “una tierra de promisión donde la plata crecía en los árboles y las familias estaban compuestas de padre, madre, un casal de hijos y un perrito juguetón, enfrentados a un sol radiante” (65), pronto se revela como una ciudad alienante, en la cual las posibilidades de prosperar social y económicamente son escasas, y donde se los margina.
El intento de alcanzar la legitimación, a pesar de que la propia historia sigue ausente, consiste en la aceptación de su “doble” realidad.
De esta manera, del viaje de Dora sólo queda su retrato en una revista de modas que la confunde con una inmigrante española, y de su pasado como prostituta –la siguiente anécdota: “estaba en su pieza, leyendo la crónica de un corresponsal de la agencia Havas sobre la trata de blancas en Sudamérica e intentaba mirar su vida con el enfoque dramático que había en esas páginas. Pero era como recorrer el mapa de una ciudad trazando rayas con un dedo y suponer que eso suplía una caminata” 93 (119).
La imposibilidad de narrar la experiencia vivida por ella, la deja sola con su retrato como aquella que nunca fue. De nuevo, es la diferencia entre la historia que se registra al final como “verdadera” y la versión ausente de lo “qué realmente pasó” –haber sido parte de la trata de blancas–, lo que provoca el ethos paródico.

De genocidios y otros problemas

El problema de cómo narrar la ausencia que significa el pasado personal se manifiesta también cuando la novela se refiere al tema del Holocausto. Como en los ejemplos anteriores, también aquí, es por medio de la parodia que se acerca a lo silenciado.
La historia, según Motje, el sobreviviente de Dachau, cuyos “mudos testigos de sus penas eran dos panes de jabón que sentaba a su lado, cerca de la tarima de los rezos” (238), es aquella versión “preferida” por sus oyentes –los cuentos de horror, exterminio y muerte, ya conocidos por la comunidad. A su vez, Pinie, el capzn (miserable, pobretón) de la comunidad, “recuerda” otra experiencia en el loj (hueco/cueva) durante aquellos años:

--Tuviste que ver algo –reprochaban a Pinie--, No fue ni uno ni dos. Fueron seis, seis millones de idn muertos…
-- Y creo que se quedan cortos… -intervenía Motje.
--Estaba en el loj – se disculpaba Pinie […]
--¿Vas a decir que no viste nada? 
--¿Queda entre nosotros? – se protegía Pinie.
-- Queda.
--Coblenza. Mil novecientos cuarenta –comenzaba Pinie. --Había nevado toda la noche. Salgo del loj. Buscaba pan. De repente, veo que llega un tren…
-- Ya andamos mejor. ¿Eran deportados?
-- Cuando oigo que alguien llora.
--¿Mucho? Seguro, un torturado.
--Así no puedo –protestaba Pinie. […]
--Ponía los nervios de punta. Todo oscuro, lluvia, truenos. Voy para el tren. Un sol radiante.
-- ¿No dijiste que estaba oscuro?
-- Hablo del otro día. Voy caminando y escucho que sigue llorando. Hermoso día. Todo oscuro, truenos y relámpagos. (238-39, mi énfasis).

La ironía, que corresponde a la reconstrucción de la historia inefable, y el efecto cómico provocado por el relato de Pinie, enfatizan más que nada la imposibilidad de narrar el pasado de una manera “lógica”. La verdadera historia de Pinie no emerge de su memoria, sino de lo que relatan Dora y el narrador: el loj, agujero de Pinie, en el cual él jura haber estado durante toda la guerra, resulta simbólico y ficticio, puesto que representa su experiencia como sepulturero en los campos de concentración.

Fracasos

Con el fracaso total del proyecto de Jaime, se destaca la problemática de formar parte de la historia cuando se niega la identidad personal. Irónicamente, esta negación, de acuerdo al texto, parece la única forma consciente para sobrevivir como judíos marginados en Argentina: si los Pechof desean ser aceptados como argentinos, deben “convertirse” en católicos.
Por lo tanto, al invitar al médico antisemita para identificar a la difunta y firmar el certificado, se organiza un espectáculo teatral a fin de convencerlo que se trata de una familia cristiana y digna:

El médico llegó en un momento de las ocho y veinticinco que se parecía al amanecer. Jaime lo sintió en el olor a gas del sótano y en la garganta rasposa. […]
– ¿Desean algo los señores? –preguntó Pinie haciendo una reverencia.
-- ¿Por qué dijo que era mudo? –se encrespó el médico.
–No, es un chiste –explicó Pinie para salir del paso. --Don Javier siempre dice: A Teófilo le comieron la lengua los ratones. Pero no fue más que la puntita.
–Pero, ¿qué dices, Teófilo? –lo encaró Jaime. Con la mitad de la cara hacía guiños a Pinie y con el resto buscaba la complicidad risueña del médico.
En ese momento, entró Dora acompañada del manager. El manager hizo sonar los tacones de sus botas y se inclinó para que el médico viera la boina que cubría su cabeza. En el pecho llevaba el águila nazi (262-4).
No obstante, cuando el médico descubre el engaño y se niega a firmar los papeles, la escena culmina en un caos completo:
--Yo a usted lo denuncio. Como que hay Dios –lo amenazó el médico. Jaime sintió que el médico se revestía con la piel de la mujer golpeada, y sin saber de dónde surgía, vió que su muñón chocaba en la nariz del enemigo.
–No lo quise hacer. Le juro que no lo quise hacer –dijo arrepentido, pero ya no había forma de replegarse.
El médico sacó una pistola empavonada y golpeó a Jaime en la oreja. Se escapó un tiro y un jarrón, en el que se veía una bailarina, se cortó en dos.
Pinie vino corriendo y golpeó al médico con un martillo. El disparo seguía retumbando en la casa. El manager se escurrió hacia el vestíbulo y huyó a la calle.
El médico volvió a disparar y la bala se hundió en un sillón. Dora vino de la cocina con una pava de agua caliente y la vació en la nuca del médico (270-1).

El desastre al final de la novela impulsa una nueva emigración hacia un destino desconocido. Los Pechof concluyen que su historia jamás será parte del canon nacional, renuncian a su “conversión” y salen al exilio. Excluidos una vez más de su entorno y del archivo oficial de la argentinidad, los Pechof se borran del mapa y desaparecen en el olvido. Con el efecto burlesco queda expuesta la historia de aquellos que nunca fueron parte integral del país.



[i] Según Linda Hutcheon, la parodia “se définit normalement non pas en tant que phénomène intratextuel mais en tant que modalité du canon de l’intertextualité. Comme les autres formes intertextuelles (telles que l’allusion, le pastiche, la citation, l’imitation et ainsi de suite), la parodie effectue une superposition de textes“. Véanse: “Ironie, satire, parodie,” Poétique: Revue de théorie et d’analyse littéraires 12.46 (1981): 143.

[ii] La noción de “ethos”, de acuerdo a la definición del grupo Mu, es un efecto provocado en el lector por el texto literario debido a un mensaje particular. Hutcheon agrega que el ethos constituye la respuesta deseada, la reacción o impresión subjetiva motivada por el texto. Según ella, existen tres tipos de efectos provocados por la parodia: el ethos lúdico (neutral), el respetuoso y el burlesco (denigrante). “Ironie, satire, parodie” 145.

[iii] 7 Los siguientes críticos ofrecen un análisis completo sobre esta trilogía, los elementos lúdicos y paródicos y la re-escritura de la historia: Flori Mónica, “La identidad judía argentina en la ficción de Mario Szichman,” Selecta: Journal of the PNCFL 6.1 (1985): 111-15; Marta Morello-Frosch, “Texts Inscribed on the Margins of Argentinian Literature: A las 20:25 la Señora entró en la inmortalidad,” Yiddish 9.1 (1993): 34-43; Morello-Frosch, “Las caretas de la historia en Mario Szichman,” Folio 17 (1987): 49-56; Lindstrom, Jewish Issues in Argentine Literature; Senkman, La identidad judía en la literatura argentina; Sosnowski, La orilla inminente.

miércoles, 21 de febrero de 2018

La cortesana y el agente secreto: los fantasmas de Norman Mailer

Mario Szichman





Leí hace muchos años, en español, Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer,  una novela que transcurre durante la segunda guerra mundial, y que catapultó a la fama al autor, cuando tenía apenas 25 años de edad.
Varios intelectuales norteamericanos fueron reclutados durante la contienda, y produjeron obras excepcionales, como Joseph Heller, el autor de Catch–22, una fenomenal sátira pacifista y Kurt Vonnegut, quien escribió  Slaughterhouse-Five, or The Children's Crusade: A Duty-Dance with Death, donde narró la destrucción de la ciudad alemana de Dresde –el bombardeo que causó la mayor cantidad de víctimas civiles, tras Hiroshima– además de Mother Night,  una espeluznante narración de un doble héroe y doble traidor en la Alemania de Hitler.  Pero a ninguno de ellos se le ocurrió, a priori, que la guerra podría ser un buen tema para su primera novela. Excepto a Mailer.
Quizás el detalle más interesante en la confección de Los desnudos y los muertos es que antes de ser llamado a filas, Mailer, un estudiante de ingeniería, decidió tomar cursos de literatura en la universidad de Harvard. Su propósito, según indicó luego, era aprovechar la experiencia en combate para debutar como escritor.


Mailer fue enviado a Las Filipinas, donde presenció escasas acciones bélicas, pues fue confinado a una oficina. Por lo tanto, pidió ser transferido a un pelotón de reconocimiento “para poder redactar convincentes escenas de guerra”, según informó su biógrafo Carl Rollyson.
La novela es memorable por algunas escenas muy feroces, por su sensualidad, y especialmente por una triquiñuela. Su personaje principal Robert Hearn, tras protagonizar dos terceras partes del texto, muere abruptamente en las vísperas.  
En una carrera que se prolongó seis décadas, Mailer escribió numerosas novelas, algunas muy buenas, como Un sueño americano, y un excelente libro de non–fiction: The Executioner´s Song. También dirigió películas, una de ellas protagonizada por varias de sus ex esposas, y engendró páginas excepcionales en el terreno periodístico. Un libro al que acudo de manera constante es Miami and the Siege of Chicago, donde traza inolvidables retratos de políticos norteamericanos.
Nadie ha superado a Mailer en esta definición de Richard Nixon: “Es posible que haya sido un buen hombre atrapado por un medio ambiente cuyos hábitos le permitieron mantener una inocencia absoluta acerca de las tres cuartas partes de la experiencia mundana. Gracias a eso, logró convertirse en un monstruo del oportunismo en la parte restante que no solo entendía, sino que además, entendía demasiado bien”. 
A pesar de que  Mailer escribió algunas novelas larguísimas, suelen predominar los fragmentos, o sus brillantes ideas, antes que el conjunto. Su última novela, The Castle in the Forest –uno de sus textos más cortos– no fue excepcional, aunque la narración es impecable.
Pero la idea es muy interesante. Un discípulo del diablo trata de mostrar cómo Adolf Hitler creció para convertirse en la encarnación del mal. En lugar de exhibirlo como líder del Tercer Reich, Mailer relacionó la malevolencia del Fuehrer con su familia y con su infancia. Es un relato alegórico con memorables momentos. Tal vez el mejor es cuando Alois, el padre de Hitler, un criador de abejas, explica a su hijo que “en la colmena no hay buenos cristianos, o caridad alguna. Tampoco existen en las colmenas abejas demasiado débiles para trabajar. Y eso ocurre porque se libran muy rápido de los inválidos. Las abejas solo obedecen una ley”: la ley del más fuerte. El lector empieza a sentirse aprensivo cuando el padre de Hitler explica que para proteger la buena colmena, “el resto de las abejas de la colonia deben ser exterminadas con gas”.  Es el momento en que la aprensión se transforma en presagio.

EL FANTASMA Y LA CORTESANA




Norman Mailer con  su  última esposa, Norris Church      

Como esas ruinas que permiten recrear castillos y monumentos funerarios a partir de escasos trozos, los textos de Mailer son muy útiles para quien intenta desarrollar un proyecto narrativo con un comienzo, medio y final, y sin irse por las ramas. Mailer era proteico, y a veces se esparcía en demasiadas direcciones. Recuerdo la más interminable de sus narraciones: Harlot´s Ghost,  su “novela de la CIA” (1.328 páginas en la versión en inglés, que incluían índice de nombres, glosario, bibliografía, y la amenazante promesa de Continuará).  En esa novela Mailer se dedicó a saquear el mobiliario de la narrativa popular con el mismo placer demostrado por Balzac al desvalijar temas y caracteres primero acechados por Walter Scott, Eugene Sue, o por los artesanos que crearon el roman feuilleton.
La mención a Balzac no es casual. Harlot’s Ghost, que podría ser traducida como El fantasma de la cortesana, copia en parte el título de la novela de Balzac Esplendores y miserias de las cortesanas (traducida al inglés como A Harlot High and Low) así como segmentos de su temática.
En un artículo publicado en la revista New York el 16 de agosto de 1976, Mailer recordaba que la novela de Balzac “tenía tanto que ver con la policía secreta como con las prostitutas que poblaban sus páginas. Y es que resultaba natural para Balzac”, agregaba, “asociar a las rameras con los agentes políticos”, pues se trata de seres que siempre están interpretando algún papel. La prostituta actúa “como si realmente lo amara a uno. Y eso es algo más misterioso de lo que se piensa. Puede equipararse, en cierta forma, a la labor clandestina”. 
La prostituta y el agente secreto hacen algo más que actuar. Los papeles que deben recrear representan los momentos más intensos de sus vidas, decía Mailer, algo mucho más real que el resto de lo que hacen. Y en cierta forma, ¿no es acaso el novelista el tercer miembro del trío? ¿Quién puede reemplazar en la vida real a un personaje de ficción liberado de lastres, reiteraciones, momentos muertos, imprecisiones, y de toda incertidumbre, a fin de ejecutar ciegamente la lógica de su destino?
Se hacía casi inevitable, entonces, que el apodo de Hugh Tremont Montague, el elusivo funcionario de la CIA que habita las páginas de la novela, fuese justamente Harlot.
Al narrar la historia de Harlot a través del agente de la CIA Harry Hubbard, Mailer intentó describir dos fenómenos que en su talentosa histeria le parecían intercambiables: la evolución de Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la era de Vietnam,  y su metamorfosis como escritor entre Los desnudos y los muertos (1948) y Los ejércitos de la noche (1967).
En lugar de capturar la compleja diversidad de esos numerosos y enfrentados países que la comodidad y la costumbre insiste en dar el nombre de Estados Unidos, Mailer eligió la más ostentosa organización invisible: la Agencia Central de Inteligencia, el monolítico paradigma de mucho de lo que persiste en el gran sueño americano a pesar de sus fracasos.
Para Mailer, la CIA sería la punta del iceberg de aquello sumergido en la conciencia estadounidense: un violento, a veces homicida individualismo animado por el mito muy real de la frontera, la certeza omnipotente de que se puede cambiar el curso de la historia a través de algunos asesinatos selectivos, la concreta posibilidad de morir en las vísperas, y la urgencia de ofrecer respuestas simples a problemas complejos. En ese recorrido, Mailer volvió a transitar su desmesurada carrera literaria visitando los grandes sucesos históricos que parecen haber sido engendrados simplemente para alimentar su prosa.

LA RECOPILACIÓN DE LA ESCRITURA

Si no fuese porque el propio Mailer lo divulgó en su ensayo Advertisements for Myself, uno se sentiría tentado a pensar que el novelista encontró una manera original de enfrentar varios años de aridez narrativa: rebañar su propia escritura y los personajes que fue arreando en sus libros. En Harlot’s Ghost, los personajes y situaciones que primero fueron planteados en Los desnudos y los muertos y posteriormente en Barbary Shore, The Deer Park, o El sueño americano,  parecen sufrir las alteraciones imperceptibles y las bruscas mutaciones que exhibe la propagación del cáncer en un documental de divulgación científica.
El Hubbard de Harlot’s Ghost era presagiado por el teniente Robert Hearn de Los desnudos y los muertos, un heraldo del fin de la inocencia. El cabo suelto que dejó Hearn al morir abruptamente, fue recogido luego por Mailer en la versión serializada de Un sueño americano, cuando su héroe, Rojack, asesinaba a su esposa prácticamente al comienzo. (“Tomar esa decisión en el primer capítulo de una novela por entregas dividida en ocho partes”, dijo luego Mailer al comentar para la revista Esquire su acto de acrobacia literaria, “es como desnudarse en la vidriera de Macy’s. ¿Qué más se puede hacer después?”)
Y en el medio, atando su propio cordón umbilical, está la omnipotencia de Mailer, que como Sam, el narrador de The Man Who Studied Yoga, es “el hombre que intenta parirse a sí mismo”, y que en Los ejércitos de la noche se transforma en personaje principal de una “historia como novela y de una novela como historia”.   
La primera entrega de Harlot’s Ghost (Mailer nunca escribió la secuela) fue como el libro de oro de su condado. La escribió durante la mayor parte de su sexta década de vida con una energía y un vuelo intelectual que escasos escritores más jóvenes pueden desplegar, aunque algunas partes son superiores al conjunto. Si bien los diálogos son muy buenos, muchas veces son usados para proporcionar datos, sin hacer avanzar la narración.
Harlot’s Ghost recuerda el comentario que hizo Mailer sobre una novela de Philip Roth: “leerla es como hacer el amor con una mujer complaciente: el tiempo se desliza de manera suave, interminable, pero sin rumbo fijo”.
La premisa de la novela es cautivante. Desde las entrañas de la CIA, como paradigma del engaño y de la simulación, Mailer emprendió un largo y detallado viaje por el lado oscuro del sueño norteamericano. En su tarea, copió los planos de las mansiones de todo autor de bestsellers, desde la gótica de Stephen King en las primeras ochenta páginas hasta la ultramoderna y repleta de gadgets de Ian Fleming, o la cueva primordial de Trevanian, especialmente la descripción del ascenso a una montaña que seguramente se convertirá en un clásico de la literatura estadounidense.

SE ESCUCHAN LAS MUSAS

En medio de esa fascinación por la literatura devorable, hay otras marcas más prestigiosas: cuando el protagonista de Harlot’s Ghost recorre el Berlín de la posguerra, hay ecos de una escena proustiana: la visita a un burdel. Por otra parte, los diálogos entre abogados y banqueros transformados en burócratas del espionaje recuerdan a los creados por Luis Auchincloss. 
El texto es suma y renovación de las principales preocupaciones de Mailer. El crítico Chandler Brossard sugirió que el autor de Los desnudos y los muertos era como esos crustáceos “que usurpan el desechado caparazón de otros animales a fin de utilizarlo como vivienda temporal”.

TODAS LAS VIDAS DE NORMAN MAILER

La urgencia de prescindir del pasado y de apropiarse de la vida de otros, que Mailer demostró como personaje literario, está presente en la conversación que se desarrolló con panelistas y público en el Centro de Poesía “YMYWHA” de Nueva York el 25 de febrero de 1991. He aquí algunos fragmentos:
– ¿Existe alguna parte de la personalidad de Norman Mailer que hubiera deseado pertenecer a la CIA?
Norman Mailer: –Siempre creí que si hubiera crecido en una familia diferente, con un pasado totalmente diferente y diferente ideología política, hubiera sido un miembro de la CIA. Debo confesar con franqueza que me encanta la duplicidad, la manipulación, la necesidad de engañar, todo aquello que se practica en nombre de un propósito superior. Creo que hubiera sido un buen agente de la CIA. Y sospecho que mi narrador, Harry Hubbard, de haber contado con un background similar al mío, hubiera terminado siendo un escritor, un novelista, pues narra muy bien.
– ¿Dónde obtuvo la información contenida en Harlot’s Ghost?
N.M.: –Escribir un libro es como construir un nido: se recoge hasta la última brizna de paja. Hay sugerencias y claves que pueden encontrarse por todas partes. Pero la gran ventaja que tuve al recolectar la información para mi novela es que luego de 43 años de ser escritor y de muchos más años de haber leído ficción, me he vuelto bastante astuto. Puedo decir por regla general cuándo un escritor está diciendo la verdad y cuándo está mintiendo, cuándo su experiencia es profunda, y cuándo es superficial.
Además, me gradué en Harvard en 1943, y tuve algunos compañeros de estudio que fueron a la OSS y luego a la CIA. Pero prefiero no hablar de eso.
–Dada la amplitud de Harlot’s Ghost, la cantidad de personajes y su enredo estructural, ¿no necesitó cartografiar la novela para poder concluirla?
N.M.: Lo he hecho algunas veces. He bosquejado algunas novelas por completo. Curiosamente, son las novelas que nunca pude terminar. Una de las razones es que escribir resulta una actividad insalubre. Se puede llegar a odiarla. Lo envejece a uno. Envenena el cuerpo. Es una tarea embrutecedora. Uno debe estar sentado en una silla para exprimir algunas palabras de sus entrañas. Por lo tanto, hay que obtener alguna espléndida zanahoria que nos haga avanzar. Y siempre encontré que mi incentivo era ignorar a dónde iba y descubrir el camino escasos pasos delante del lector.
– ¿Qué le respondería a los críticos que declaran que dejar la palabra “Continuará” al final de Harlot’s Ghost es una manera de esquivar el cuerpo por no haber cumplido con su promesa de escribir la Gran Novela?

N.M.: Estoy hablando en serio cuando digo que escribiré el segundo volumen de Harlot’s Ghost. El título provisorio es Harlot’s Grave (La tumba de la cortesana). Pero no puedo garantizarlo. El ímpetu para escribir una novela es un don, como la capacidad de enamorarse. Uno puede garantizar que concluirá un ensayo, pero cada novela emerge de un ser humano como si se tratara de un regalo.