miércoles, 28 de diciembre de 2016

El viajero del tiempo detenido


Mario Szichman


Existe una expresión en inglés, “It grows on you” (crece en usted, o crece dentro de usted), que podría explicar el tardío y fenomenal éxito del filme Groundhog Day (1993).
Cuando vemos por primera vez una película, una obra de teatro, una escultura, o le damos una primera lectura a una novela, la respuesta puede ser de admiración –aunque eso es infrecuente –, de indiferencia, o de amable curiosidad. Y si hemos accedido a ejemplares de esos diferentes tipos de entretenimiento influídos por el consejo de otras personas, es probable que la respuesta inicial sea un rotundo rechazo.
Marcel Proust decía que una gran novela se emplazaba en el espacio literario no como una adición, sino como algo encargado de reajustar ese espacio. A la búsqueda del tiempo perdido, la comedia humana elaborada por Proust, nada añade a la literatura anterior. Pero sí desplaza de su lugar a muchas obras, algunas las hunde en el olvido, y obliga a los escritores a cambiar de tonalidad o de temática. También despierta ecos imposibles de predecir antes del surgimiento del nuevo aporte. Nadie lee una novela anterior a la escrita por Proust del mismo modo tras examinar su producción. Surge la comparación, la discrepancia, inclusive brotan fallas previamente ignoradas en la escritura. Y Bertolt Brech decía que tras leer a Proust, nadie puede narrar de la manera en que lo hacía previamente.
Groundhog Day es una comedia que pugna con el tiempo detenido. Es la historia de Phil Connors, encargado de pronosticar el tiempo en una emisora de televisión de Pittsburgh. Phil es enviado con la productora de su programa y un camarógrafo, a filmar un evento real en Punxsutawney, Pensilvania: Groundhog Day, el día de la marmota, registrado cada dos de febrero. Los principales funcionarios de la ciudad sacan a una marmota de su jaula, y estudian si el animal puede ver su sombra. En caso afirmativo, se corrobora que habrá otras seis semanas de crudo invierno, en lugar de una primavera temprana. (Una de las ironías del guión es que sin importar si aparece o no la sombra, es imposible abolir las seis semanas que restan de invierno).
Por un inexplicable capricho del destino, el meteorólogo queda atrapado en un túnel del tiempo. Sin importar lo que haga Phil Connors, y eso incluye intentos de suicidio, al día siguiente despierta nuevamente en la cama del mismo motel, siempre el dos de febrero. La situación se reitera en numerosas ocasiones. Y Phil es el único que la advierte. 


Una de las magias de la película es que la reiteración de un mismo día en la vida del protagonista, carece de toda explicación. Y esa fue una sabia decisión del director, Harold Ramis, y del guionista,  Danny Rubin.
Los productores querían que la anomalía fuese explicada. Inclusive propiciaron respuestas. Tal vez Phil tropezaba con una fuente mágica en un parque de diversiones, o alguien entonaba un mantra, o una gitana lanzaba una maldición. Pero, después de todo, tampoco La Metamorfosis de Kafka explica por qué Gregor Samsa despierta una mañana, tras una noche de “sueños perturbadores”, y descubre que se ha transformado “en una monstruosa alimaña”. (Kafka ni siquiera explicó de qué alimaña se trataba. La trascendencia de la mutación es paralela a la incertidumbre de su figura).
Lo único importante en La Metamorfosis, en Groundhog Day, es que el ser humano lidia con una inexplicable arbitrariedad. Si una maldición externa hubiera intervenido en los engranajes del destino, el protagonista hubiera sido inocente de las causas. Las hubiera buscado en el exterior, no en su propia personalidad.
Phil Connors pasa por todas las fases. Empieza en el egocentrismo y concluye vinculado de manera solidaria con otros seres humanos. Él es su propio sujeto de experimentación. Algo debe ocurrir con su carácter que ha provocado esa maldición del día recurrente. Es el único que puede descubrir el origen, y buscar su redención.
La otra magia del filme es que si bien el meteorólogo repite de manera cotidiana su existencia en la fecha del dos de febrero, sus reacciones no se reiteran. En cada oportunidad, hay una transformación del personaje, que pasa por varias gamas del pesimismo, el cinismo, y la desilusión. Tras cada choque con ese día eterno, inmodificable,  Phil va mudando su conducta, y aprendiendo. No siempre con buenos propósitos. A veces lo hace para seducir a una mujer. Si en una ocasión, descubre que la mujer ama la poesía francesa, Phil hace un curso de aprendizaje del francés, para que la dama caiga rendida a sus pies. De igual manera aprende a tocar el piano, a esculpir hielo. Finalmente, altera su rutina frente a las cámaras de televisión. Al principio es notorio el desprecio que siente por el evento en Punxsutawney. Sin embargo, a poco de andar, comienza a simpatizar con los asistentes y con su estrecho mundo. Solo Bill Murray puede lograr la proeza de ser un antihéroe atractivo inclusive cuando es un pelmazo que desprecia a media humanidad, y también un sardónico héroe cuando se afloja y empieza a avenirse con sus semejantes. Lo ha hecho más de una vez. Basta verlo en ese modelo de autocontrol que es Lost in Translation, donde cada gesto vale por cien palabras.
Cuando el pánico comienza a invadir a Phil, y descubre que es un ser trágico, un inmortal condenado a una eterna rutina, como Sísifo, llevando la piedra a la cumbre de la montaña, para luego dejarla caer, se empieza a alterar su visión del mundo.  Un día, al borde de la desesperación, sentado en un bar, reflexiona en voz alta: “¿Qué hace un ser humano cuando se encuentra atascado en un  lugar, y todo lo que hace es siempre lo mismo, jornada tras jornada, sin que nada tenga importancia?” Y un cliente, sentado a su lado, tras escuchar su lamento, responde: “Es una síntesis de lo que me ocurre todos los días”.
Phil podría haber cambiado para mal, y convertirse en un asesino en serie, en un atracador de bancos, en un déspota. Después de todo, cuenta con total impunidad. Una vez despierte al mismo día siguiente, recuperará su inmaculada inocencia.
Pero el protagonista no está atrapado sin salida. No es un personaje de El ángel exterminador de Luis Buñuel empantanado en sus vicios. Phil sufre una transformación para mejor. Por primera vez, aprende a verse a sí mismo, su soledad, y sus defectos. ¿Es el ser humano tan despreciable como suponía al principio? Luego descubre a Rita, su productora, una mujer atractiva, comprensiva, con sentido del humor, paciente. Y aprende a quererla. Y además, lucha para merecer su amor. Una vez más, solo Bill Murray puede concretar esa hazaña sin que Groundhog Day se convierta en una película almibarada. Su controlada ironía nunca lo abandona.
Si al principio la protección que otorga la reincidencia del dos de febrero le permite a Phil cometer maldades, luego, el conocimiento le ayuda en sus buenas acciones, evitando accidentes y situaciones desastrosas para otros seres.

CAMBIOS DE LECTURA

Es sardónico que una película que juega con el tiempo inmovilizado, haya obligado a varios críticos a alterar su opinión sobre el filme a lo largo de los años[i]. Quizás el ejemplo más famoso es el del crítico Roger Ebert, quien escribió dos críticas distintas, una en 1993, cuando el film fue estrenado, y otra en el 2005.
Ebert reconoció que en su crítica de 1993, había subestimado la película. Y por las razones erróneas. “La disfruté con tanta facilidad, que decidí moderar el entusiasmo”, dijo. “Pero existen escasos filmes, y éste es uno de ellos, que profundizan en nuestras memorias, y se convierten en puntos de referencia. Cuando alguien se encuentra en la situación en que necesita la frase: ´Esto me recuerda a Groundhog Day´para explicar cómo se siente, es porque el filme ha logrado algo muy especial”.
Danny Rubin, el guionista de Groundhog Day dice que escribió toda la trama de su guión, en menos de una semana. Al principio, la idea era simplemente contar la vida de un inmortal. ¿De qué modo afectaría a una persona la eternidad? El héroe estaría obligado a interactuar con la historia. ¿Participaría en la Revolución Francesa, en las dos guerras mundiales? Afortunadamente, el proyecto naufragó, no porque la trama fuese insubstancial, sino porque la filmación resultaría muy costosa.
Luego Rubin recordó una vieja idea que había anotado en una tarjeta y abandonado en una archivadora. Era la historia de un hombre que despertaba cada mañana, y siempre se repetía el mismo día. Y la combinación de esas dos ideas fue el germen de Groundhog Day.
Pero, como en la historia de los tres cerditos, sólo un tercero en discordia puede dar conclusión a la narrativa, solo el último de la serie es capaz de construir una vivienda de ladrillo y así aventar la amenaza del lobo. Ese tercero en discordia, para Rubin, fue negar explicación alguna a la repetición del tiempo. “El filme se hizo mucho más humano”, dijo Rubin, “y accesible a la comprensión del espectador, cuando decidimos no explicar esa ruptura en el transcurrir del tiempo. Después de todo, ninguno de nosotros sabe con precisión, porque habitamos este mundo”.



[i] Un crítico de The Washington Post, tras elogiar la película, dijo que nunca sería elegida como un tesoro de la cinematografía por la Biblioteca del Congreso, debido a su inquietante temática.  Sin embargo, el filme fue designado en el 2006 como merecedor de conservación por la Junta Nacional de Preservación de las Películas en el 2006, y tiene ahora un lugar en la biblioteca.

domingo, 25 de diciembre de 2016

The Stars my Destination, de Alfred Bester. El triunfo del cyberpunk


Mario Szichman


-No tienes nada dentro tuyo, Gully. 
Excepto odio y deseos de venganza-.
-Es más que suficiente-”.
The Stars my Destination.
Alfred Bester




¿Qué es cyberpunkPara sus cultores –y hay algunos excepcionales, como William Gibson, cuya novela Neuromancer es uno de los clásicos del género es un coctel narrativo. Describe sociedades de seres marginales habitando un mundo tecnológico muy avanzado. 
Tal vez la versión cinematográfica más brillante del cyberpunk es Blade Runnerun filme protagonizado por Harrion Ford, donde se confrontan escenas callejeras en Los Ángeles, plagadas de enormes anuncios publicitarios, y de taxis aéreos, con seres dedicados a toda clase de tareas extralegales, que subsisten en derruidos apartamentos. 
A diferencia de distopias como 1984, de George Orwell, donde un estado omnímodo controla hasta los gestos y el pensamiento de sus súbditos, en la narrativa del cyberpunklos gobiernos suelen ser imperceptibles, y en otras instancias han sido reemplazados por gigantescas corporaciones, o por religiones que recuerdan al Santo Oficio. 

Alfred Bester

Alfred Bester es considerado el creador del cyberpunk, y sus novelas The Demolished Man y The Stars my Destinationrepresentan portaestandartes de sus principales atributos.
The Demolished Man narraba la historia de un magnate que asesinaba a su principal contrincante para quedarse dueño absoluto del mercado. Cuando Ben Reich, propietario del conglomerado Monarch Utilities & Resources, se veía amenazado por la bancarrota,  le proponía a su rival, Craye D'Courtney, la fusión de sus empresas. D'Courtney aceptaba la propuesta, pero Reich la interpretaba mal, creía que en lugar de aceptación había existido un rechazo, y decidía asesinar a su rival. 
La novela fue escrita a mediados de la década del cincuenta del siglo pasado, cuando el psicoanálisis había adquirido gran importancia en Estados Unidos. Bester “carne de diván”, como hubiera dicho algún crítico de Freud, aprovechó sus conocimientos de terapia para trabajar temas como el olvido involuntario, o la negación.  La modernidad de su tema: la lucha por el poder en un futuro donde la tarea ya no es controlar el planeta, sino varias galaxias, y en el cual muchos seres cuentan con poderes telepáticos, funciona porque el autor tenía una suave ironía y sabía crear atrabiliarios personajes, más surgidos de la comedia italiana del Renacimiento, que de un imaginario futuro. 
Sí, un ser humano puede averiguar qué piensa otro de sus congéneres. ¿Significa eso un avance o un retroceso? En el caso de Reich, la telepatía se encarga de ofrecerle datos equivocados, cuando propone la fusión de empresas a su rival. Finalmente, el asesinato de D'Courtney conduce a Reich a los inagotables laberintos del pasado, y a descubrir que en su crimen, se ha comportado como Edipo con su padre. 
Bester, criado en la tradición del pulp, sabía que los mejores cultores de la tragedia y de la narrativa seguían siendo los griegos y los isabelinos. Recuerdo que Arnold Haino, editor de Jim Thompson en Lion Books, me dijo que cuando conoció a Thompson, le entregó algunas de las sinopsis que ofrecía a los potenciales escritores interesados en el género policial. Esas síntesis eran plots de episodios bíblicos, o de obras como Edipo ReyLas SuplicantesOtelo, o Ricardo III
Si el cyberpunk necesita seres marginales como contrapartida a los colosos de las finanzas que intentan controlar sus vidas, esos seres marginales requieren de atributos extraordinarios para sobrevivir. Bester conocía la narrativa de aventuras, y siempre surgía algún Scaramouche entre sus intérpretes. La novela de Rafael Sabattini, ambientada en los comienzos de la Revolución Francesa, y hoy algo olvidada, parece haber sugerido varios de los temas de Bester. Así como el protagonista de Scaramouche debía huir de un poderoso enemigo, y para ello se refugiaba en una troupe de cómicos de la legua Gulliver Foyle, personaje central de The Stars My Destination elude a sus enemigos tornándose en un descomunal empresario del espectáculo.


LA TRANSFIGURACIÓN DE GULLIVER FOYLE

Para The Stars my Destination, Bester eligió como trama El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, la más famosa novela de venganza jamás escrita. Gulliver Foyle se introduce en la narrativa como un hombre carente de toda ambición o imaginación. En las primeras frases, ya estamos enterados de la tragedia del personaje: “Había estado agonizando durante ciento setenta días, y todavía no estaba muerto”. Foyle es un completa enigma, un ser carente de todo proyecto, a la deriva en la nave espacial Nomad. Su única intención es encontrar suficiente aire y comida en medio de la destruida nave. Pero su pasividad concluye en el momento exacto en que otro navío, aparentemente de rescate, pasa cerca suyo sin hacer maniobra alguna por salvarlo. Ese desaire lo saca a Foyle de su pasividad, y lo convierte en un monstruo cuyo único propósito es vengar la afrenta. 
La necesidad de venganza reconstruye la mente de Foyle. Adquiere numerosas destrezas, inclusive un lenguaje muy sofisticado, y consigue grandes sumas de dinero, para concretar su el desquite.  
Si en The Demolished Man la principal forma de comunicación era la telepatía, en The Stars my Destination el método de transporte es the jaunt, la movilización instantánea de un punto a otro a través de la mente
Al igual que Edmond Dantès en El Conde de Montecristoel renacimiento de Foyle se registra en una prisión, “Gouffre Martel”, situada en una enorme caverna a prueba de tele transportación. En la prisión, nuevamente siguiendo los pasos de Dantès, Foyle establece un contacto clandestino con una prisionera, Jizbella McQueen. Ella cumple las funciones del abate Farías. Educa al cautivo, quien puede urdir un plan de fuga a fin de concretar la venganza. Tras escapar con Jizbella, Foyle localiza los restos del navío especial en que había estado prisionero, descubre que existe un material de guerra llamado PyrE, que podría convertirlo en el amo del mundo, y se reinventa, tal como lo hizo previamente Dantès, asumiendo el nombre de Geoffrey Fourmyle.
Una de las cualidades de The Stars My Destination es la creación de Gulliver Foyle. Mientras agoniza en su navío, Foyle es un hombre violento, incapaz de compasión. Pero la relación con Jizbella va cambiando sus características externas, aunque no las internas. Y ahí Bester crea una figura que imita la dicotomía del doctor Jekyll y de Míster Hide. ¿Cuál es el verdadero Foley, el encantador hombre de mundo que seduce multitudes con sus modernos espectáculos, o la fiera salvaje que anida en su interior, y es capaz de toda clase de iniquidades? 
Las pasiones más ancestrales de un ser humano pueden coexistir perfectamente con una colectividad del siglo veinticinco. La sociedad tiene la capacidad de transportar a seres humanos de manera casi instantánea, de un lugar a otro. (Bester bromeaba que ese tipo de desplazamiento solo podría servir para engañar a cónyuges, cuando un miembro de una pareja deseaba encontrarse con su amante). También puede hacer prodigios en materia tecnológica. Pero ¿qué ocurre con la naturaleza humana? ¿Puede prosperar tanto como la tecnología? 
Bester usa una metáfora para demostrar que la modernidad está en los inventos, pero no anida en el corazón. Si los trágicos griegos, o Shakespeare, han llegado a la tierra para quedarse, es porque consiguieron reflejar mejor que nadie las pasiones que nos animan y también nos destruyen. 
El rostro de Foyle ha sido marcado por un tatuaje delator. Cada vez que lo anima alguna pasión destructiva, esa pasión enciende su rostro, mostrando las facciones de un tigre. Foyle logra que un cirujano le quite el tatuaje. Pero debe evitar toda emoción, pues la marca retornará a su rostro. Y en circunstancias que ponen en peligro su vida. 
El poder de la mente está muy presente en The Stars my Destination. La mente obliga a Foyle a controlar sus emociones, para no ser delatado por la pasión. El transporte por telepatía se logra gracias al deseo de viajar, y PyrE, el explosivo para acabar con todos los explosivos, y también con la raza humana, es activado por el pensamiento. El deseo de destrucción en la humanidad sigue siendo el más poderoso instrumento de destrucción. 
El final tiene el poder exhibido por la novela en su conjunto. Foyle agoniza, tras numerosas peripecias en que intentó la destrucción de sus enemigos, y del universo entero. Su locura ha cedido el paso a la reflexión, a la necesidad de perpetuación. Moira, esposa, de Foyle, contempla su rostro. Alguien pregunta a Moira: “¿Está muriendo?” Moira responde: “No, recién está despertando”.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

“Las mujeres de Houdini”: Una novela escapista, que no escapa de la realidad


Mario Szichman


"Here's looking at you, kid".
Humphrey Bogart
a Ingrid Bergman
Casablanca


La mancha temática de Las mujeres de Houdini, es una postal en donde los abuelos de la protagonista “volaban, a bordo de un aeroplano ficticio, sobre los aires de París”.
Esa mancha temática se reitera en la portada de la novela de Sonia Chocrón. Recuerda, en su anticipación, The Red Right Hand, la magna obra de Joel Townley Rogers, un mystery que anuncia al asesino en el título.
La primera aparición de dos jóvenes recién casados, Isaac y Lía, “montados en un aeroplano ficticio, surcando los cielos de París, con la torre Eiffel como fondo”, pronostica aquello que ocurrirá luego en la novela, es la columna vertebral de la historia.
Todo narrador pasa su vida describiendo las peripecias que afligen su existencia. Aunque describa, como Edgar Rice Burroughs las aventuras de Tarzán de los monos, o nos introduzca, como Alfred Bester, en una cacería intergaláctica liderada por Gulliver Foley, el protagonista de Stars are my destination. Es, tal vez, una estrategia para emplazar a los personajes lo más lejos posible de sus avatares, o una astucia destinada a eludir el peligro de la confesión.  
¿Y qué ocurre en aquellas novelas que pisan tierra firme? ¿Cuánto hay de confesional en una fábula? ¿Narra el escritor desde la cautela, o necesita interferir en cada página para demostrar lo brillante que es? ¿Y qué sucede con los personajes? Hay dos posibilidades: o están ligados al cordón umbilical del narrador, y son apenas megáfonos encargados de diseminar sus ideas, o han logrado desprenderse del control de su creador y lo obligan a expresar ideas que no figuraban en su libreto.
Las mujeres de Houdini es una buena novela para plantearse esas preguntas. Al menos en las primeras páginas. Porque Sonia Chocrón logra de inmediato atrapar al lector con la historia, con los personajes, y con su voz. Sabe cómo armar individuos, brindarles diálogos plausibles, exhibir sus conflictos. Y de esa manera, compendia una historia familiar desde la ironía y la distancia.
La ficción que tiene a Sara Soler Brandao como protagonista, podría formar parte, tal vez, de la historia de la autora. La pasión con que evoca las tribulaciones de Sara, no deben diferir de manera exorbitante, de sus recuerdos. Su herencia judía (más sefardita que ashkenazi), se refleja en las tres generaciones de su saga. En la novela transitan los abuelos maternos, Lía e Isaac, Helena, la madre de Sara, y la protagonista, la cuasi memorista de la tribu, una esponja para absorber historias, algunas de las cuales son falsas. (La certeza suele arruinar una novela. La incertidumbre la hace avanzar). Los lectores van descubriendo, a cada página, que la mayoría de las teorías de la protagonista se van derrumbando como un castillo de naipes, y son reemplazadas por otras, más acuciantes o dolorosas.

Sonia Chocrón no solo describe una familia de gran complejidad; muestra además un conocimiento de primera mano de los personajes. Hay muchos odios, afectos y aventuras, que parecen aflorar no solo de la inventiva de la autora, sino de sus remembranzas. Y, al mismo tiempo, consigue hilvanar un claro relato que mantiene cautivo al lector.

EL GRAN ESCAPE

La heroína de Las mujeres de Houdini es Sara Soler Brandao. Sus apellidos parecen muy castizos. Solo el nombre causa incógnita. A poco de andar, se revela como un camouflage. Sara es judía por parte del padre, Isaac Brandao, de origen sefardita. Una herencia con una buena dosis de persecución. Los judíos sefarditas tienen más años de sabiduría que los ashkenazis, como reyes del escape. En la España de la Inquisición, esos judíos eran conocidos como “marranos”. Puesto que los familiares del Santo Oficio perseguían en España a quienes no consumían cerdo –eso se extendía a los moros—los sefarditas decidieron empezar a consumirlo ostentosamente, para salvar sus vidas, o evitar la expulsión. Tan exagerada era la (falsa) devoción de los marranos por esa carne, que los cristianos los rebautizaron con el nombre del animal que más detestaban.  (Muchos apellidos de marranos eran muy españoles, proclives al camouflage. Como por ejemplo Peres. Peres con “ese”, no con zeta. Y sus variantes. Un gran poeta judeo-polaco se llamaba Isaac Leib Peretz. Posiblemente sus ancestros provenían de la judería española).
Y la judeidad es otro de los factores centrales en Las mujeres de Houdini. La judeidad, y en ocasiones, la necesidad de ocultarla. Para eso, Chocrón tuvo la luminosa idea de usar al mago Harry Houdini como uno de los motores encargados de propulsar su historia.
Houdini, née Ehrich Weiss, uno de los grandes ilusionistas del siglo veinte, fue bautizado el rey del escape. Y lo primero que hizo, apenas entró en el mundo del espectáculo, fue escapar de su apellido y enmascararlo con otro, ofreciendo un declarado homenaje a uno de sus ídolos, el mago francés Jean-Eugène Robert-Houdin. (La sombra de su maestro se le hizo luego abrumadora, y escapó de ella escribiendo un tratado donde intentó demostrar que Robert Houdin era un farsante).
Las mujeres de la novela de Chocrón, suelen usar formas primitivas de los trucos de Harry Houdini “para desaparecer del panorama temporalmente”. La protagonista dice que “Por lo visto, el abandono era una tara familiar”. Su abuela había abandonado durante una semana a su abuelo; su madre, Helena, la había abandonado a ella durante cinco años, y ella abandonaba a su amante de turno, Xavier. Pero hay mucho más romance y tragedia en la desaparición de la abuela y de la madre. Y es tarea de la protagonista viajar a la semilla y descubrir los esqueletos en el closet.
El escritor argentino David Viñas hablaba de esos narradores que desacralizaban "mitos muy tiernos, densos, inhibitorios" pero sin usar el lacrimoso estilo del primer Dickens, sino tomando distancia y perspectiva, y sin juzgar. Especialmente, sin juzgar. Lo esencial para el narrador es participar en el juego, y abstenerse de la complicidad. La catarsis es el instrumento de la reflexión. No hay necesidad de estrujar pañuelos o romper lápices.
Chocrón recopila en su novela unos setenta años de historia, que se inicia en París, en la segunda década del siglo veinte, con los recién casados Lía e Isaac Brandao, exhibe flashes de la resistencia en Francia, aunque la tarea riesgosa corre a cargo de su abuela, Lía —una gentil— y culmina en la Venezuela chavista, donde la nieta, Sara, descubre nuevas formas de antisemitismo.
En cierto momento, Chocrón dice que su protagonista “Pasó por los muros externos de la sinagoga de los sefardíes” y “le llamaron la atención unas pintas en color rojo que combinaban sin armonía ni arte algunas esvásticas y frases odiosas contra los judíos”. Antes de la llegada del chavismo, el antisemitismo prácticamente no existía en Venezuela. Al menos, durante mi estadía en ese país, resultaba imperceptible. Pero el comandante eterno decidió que el hombre nuevo debía nutrirse de ese ingrediente.
Por cierto, durante las partes ambientadas en la Caracas del siglo veintiuno, la narradora va diseñando un sutil trasfondo de todo lo que ha ido cambiando en Venezuela durante los últimos tres lustros, desde el agobio burocrático, hasta la destrucción de toda forma de convivencia. El país, dice la escritora, “se debatía entre dos fuerzas naturales: el derrumbe o la inundación. Y entre dos condiciones humanas: la indolencia y la ira”. (Luego recuerda una frase lapidaria de Cantinflas: “¿Vamos a comportarnos como damas y caballeros o como lo que somos?”)
Sara no es una heroína. Al principio parece estar apenas un escalón más arriba del lumpenaje. Es “solamente Sara Soler, la astróloga y pitonisa, exsecuaz de las drogas, la experta en mundos sólidos y gaseosos, en traslaciones, en horarios y karmas”. ¿En qué ha consistido su vida? En “casarse, divorciarse, mudarse, estudiar los mapas siderales, no concebir, tener amantes, fumar yerba y unas cuantas cosas más, sembrar cebollas en el balcón de su apartamentito, adorar a dioses fértiles y criar un perro prestado y latoso”.
Pero Sara se va recreando, mejorando, haciéndose más profunda y sabia, en medio de imprevistas circunstancias. Y logra escapar hacia adelante, indagando en el mundo familiar que ha quedado atrás. Su modelo, “su fuente de vida”, ha sido su abuela Lía, esa mujer que aparecía en la foto del avioncito junto con su cónyuge, el abuelo Isaac, y que desapareció misteriosamente de París durante una semana, dando lugar a toda clase de eróticas conjeturas. Pero la abuela Lía ha tenido una vida más plena, de más riesgo, ayudando a niños a escapar del nazismo.
El friso que pinta Sonia Chocrón de esos dos mundos en que han vivido ella y sus ancestros, es de gran calidad. La suave ironía atempera los ramalazos de la angustia. Sara siempre logra salir adelante.
Las mujeres de Houdini es un libro muy bueno. Y muy especial. Con el acento en "especial". Marcel Proust mencionaba a algunos seres "muy leídos" que bostezaban aburridos cuando alguien le mencionaba un nuevo libro muy bueno. Esos seres "imaginaban algo como un compuesto de todos los libros buenos que habían leído", decía Proust. "Pero un libro realmente bueno es particular, imposible de prever. No consiste en la suma de todas las precedentes obras maestras, sino en algo que no se logra con haberse asimilado perfectamente esa suma, porque están, precisamente, fuera de ella".

Sonia Chocrón añade esta perfecta coda: la tarea de su narradora es “construir un relato, rellenarlo, colmarlo, de principio a fin, para que la vida tuviera lógica, y fuera una versión acabada y pulcra de lo que alguna vez ocurió”.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Leonard Cohen lo sabía mejor que nadie: No hay cura para el amor




Mario Szichman


 “There ain't no drink, no drug ah, tell them, angels
There's nothing pure enough to be a cure for love.”
Leonard Cohen


La muerte de Leonard Cohen el 7 de noviembre de 2016 a los 82 años de edad, no fue llorada por sus admiradores, pues ya estaban enterados de su inmortalidad. Sus poemas se han eternizado en rituales musicales, y es muy difícil que las próximas generaciones logren erradicarlos de la memoria colectiva.
Sí, es cierto, existen grandes poetas de la música, como Bob Dylan, o The Boss Bruce Springstein, o John Lennon, pero Cohen tiene asignado un pedestal exclusivo pues supo combinar sexualidad con ironía. Lo rebautizaron, entre otras cosas, como “el poeta de la desesperación erótica”. Y eso es fácil de verificar en I´m Your Man; Dance Me To The End Of Love; Everybody Know: Hey, That’s No Way To Say Goodbye; Suzanne;, Hallelujah; So Long, Marianne; o If It Be Your Will.
En I´m Your Man, Cohen le proponía a su compañera: “Si deseas un amante/ haré todo lo que me pidas. Si deseas otra clase de amor/ me pondré una máscara para ti./ Si quieres un compañero, toma mi mano, /si quieres golpearme con furia/aquí estoy. Soy tu hombre./ Si quieres un boxeador/ subiré al cuadrilátero por ti./ Y si quieres un doctor/ examinaré cada pulgada de ti/.”
En  Everybody Knows, predomina el cinismo. Es una especie de himno a la infidelidad conyugal.
 “Todo el mundo sabe, que me amas baby/todo el mundo sabe, que es verdad/ todo el mundo sabe que me has sido fiel/ excepto apenas por una o dos noches./Todo el mundo sabe que has sido discreta/ pero tenías tantas personas que encontrar/ despojada de tus ropas/ y eso, todo el mundo lo sabe”.  El final es como la moderna caída de Adán y Eva: “Todo el mundo sabe que viene la plaga/ todo el mundo sabe que avanza rápido/ todo el mundo sabe que el hombre y la mujer desnudos/ son apenas un brillante artefacto del pasado/. Todo el mundo sabe que la escena ha muerto/ que pondrán un medidor en tu cama/ para revelar/ lo que todo el mundo sabe”.
Cohen podía ser también apocalíptico. En “The Future”,  reclamaba: “Devuelvánme mi noche rota/ mi cuarto con espejos, mi vida secreta/ es muy solitario aquí./ No queda nadie por torturar./ Denme control absoluto, sobre cada alma viviente./ Y tú, yace junto a mí, baby/ ¡Es una orden!.../ Restituyan el muro de Berlín/ denme a Stalin y a San Pablo/ He visto el futuro, hermano; es el asesinato”.  (Usé esa frase: “I've seen the future, brother: /It is murder,” como epígrafe de mi novela La región vacía. Me parecía apropiada para un relato que tiene como trasfondo el ataque a las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Pero ya Oliver Stone había usado previamente esa melodía en su filme Natural Born Killers.)

¿CÓMO LIDIAR CON LA PASIÓN AMOROSA?



Charles Kingsley


Charles Kingsley (1819 – 1875) es un personaje muy interesante de la era victoriana. Fue sacerdote de la Iglesia de Inglaterra, profesor universitario, historiador, novelista, partidario de la reforma social, y amigo de Charles Darwin. Pero, curiosamente, una de las razones de su paso a la historia fue el desenfrenado, explícito amor por su esposa Fanny.
Un historiador señaló que Kingsley “es uno de esos personajes encargados de promover la idea de que los ingleses de la época victoriana constituían una raza de marcianos”. Las cartas que enviaba a su esposa incendiaban el papel. Creía que la vida después de la muerte era un interminable orgasmo. Para su suerte, los victorianos nunca se enteraron de la pasión amorosa del intelectual por su cónyuge. Las cartas y dibujos de Kingsley sólo fueron divulgados a comienzos de la década del setenta del siglo pasado.  





Kingsley fue autor de siete novelas, de una obra de teatro, de dos libros que popularizaron temas científicos. Escribió, además, ocho libros de ensayos, sermones, e historia. Una de sus novelas, The Water Babies, fue durante un siglo uno de los clásicos de la literatura infantil.
Pero las cartas de amor de Kingsley son algo enteramente diferente, que lo trasladaron al siglo veinte. Sigmund Freud seguramente le hubiera dedicado bastante espacio en alguno de sus libros. Y otros textos intentan asociar a Kingsley con las teorías de Michael Foucault.
Las cartas a Fanny no disimulan el ardor amoroso de Kingsley, aunque eso está combinado con una extrema religiosidad. Para Kingsley, el cuerpo era sagrado, y el acto sexual, un sacramento.
No olvidemos que el consummatum est, “Esto se acabó”, las palabras de Cristo al morir en la cruz, pueden ser también interpretadas en un sentido sexual, como Kingsley pareció explicitarlo en sus cartas. Sin embargo, tampoco descuidaba el costado sádico en las relaciones amorosas. Señalaba que antes de la consumación del matrimonio, los amantes debían ser purificados por la mortificación, aunque las recompensas eran muy grandes, y se extendían al más allá. El paraíso, aseguraba, consistía en una “perpetua copulación en el sentido literal, físico de la palabra”.
El entusiasmo de Kingsley por su compañera nunca declinó. Charles Barker, en su ensayo “Kingsley´s Sexuality beyond Sex,” [i] citaba una carta del escritor escrita en 1843: “Cada hombre debe ser honrado en la imagen de Dios, en el sentido predicado por Novalis: tocamos el cielo cuando depositamos nuestra mano en un cuerpo”.
En 1844, Kingsley se casó con Fanny, y consideró las relaciones sexuales como una “vía sacramental con Dios”. La pareja rebautizó la cama matrimonial como un "altar", y consideró las relaciones sexuales una “comunión”. Tras cada consumación, los cónyuges solían rezar y dar gracias al Señor.
Kingsley no le temía al más allá. Consideraba que tras la muerte de los cónyuges, la sexualidad trascendía la cópula, y los esposos podrían disfrutar de un erotismo mayor, liberado del cuerpo.
En sus cartas a Fanny, el filósofo y novelista también dibujaba imágenes de parejas haciendo el amor. Baxter dice que su imaginación era “notable por sus violentos escenarios, y por formas alternativas de consumación donde no existía contacto físico”.
Pero la felicidad marital predicada por Kingsley no siempre encubría la violencia. “Kingsley encontró en la combinación de dolor y placer una solución ulterior al problema de reconciliar los contradictorios impulsos de castigar el deseo, y consentirlo”, indicó Barker.
“Cuando vengas esta noche a la cama”, decía Kingsley a Fanny en una de su cartas, “olvida que alguna vez usaste vestimentas. Abre tus labios a mis besos, y permíteme reposar entre tus pechos”.  
¿Cuanto de ese amor era verdadero y qué dosis existía de perversidad? En una ocasión, Charles le dijo a Fanny: “La carta que escribías acerca de los pies desnudos estuvo a punto de causarme una convulsión”. Freud se hubiera hecho un banquete analizando el fetiche de los pies desnudos.
Tal vez, como señalaba una ensayista, el escritor pertenecía a esa raza de marcianos que proliferó en la Inglaterra Victoriana. O quizás, una sociedad tan represiva como la Inglaterra de mediados del siglo diecinueve alentaba esa clase de fantasías sexuales.
Mientras los genios de la narrativa de esa época abordaban el tema del erotismo sin ambages, los victorianos preferían el jano bifronte de la sexualidad, como en los casos de Robert Louis Stevenson (Doctor Jekyll and Mr. Hyde), o de Oscar Wilde (Balada de la cárcel de Reading).
Fiodor Dostoievski no tuvo problema alguno en incluir entre sus protagonistas a una prostituta, como lo hizo con Sonia Marmeladov en Crimen y Castigo. Dos de las grandes novelas de ese siglo, Madame Bovary y Anna Karenina, tienen a adúlteras como protagonistas. En La piel de zapa, uno de los personajes de Balzac enuncia “El gran secreto de la vida humana”, que es una sumatoria y erotización de las pasiones: Querer, Poder y Saber. El querer, la pasión amorosa, “nos consume”, el poder nos destruye, y el conocimiento nos aplaca.

LA ETERNA ENFERMEDAD

Hay muchos de esos elementos que reaparecen en la poesía de Leonard Cohen. Su pasado era más amplio que el de sus coetáneos. El futuro era mucho más temible. Como sus antecesores, sabía que una pasión trascendente guía nuestros pasos. Y que el mandato de toda divinidad, sin importar su origen, es que crezcamos y nos multipliquemos. El amor condensa nuestra desdicha, aunque también nos abruma de esperanzas. Decía Cohen en una de sus canciones:  

“You don't know me from the wind
you never will, you never did
I'm the little Jew
who wrote the Bible.”

Pero ese pequeño judío que escribió la Biblia, también habló de la necesidad de perpetuar nuestro origen, y habló de todas las formas del deseo. Muchas veces la adversidad nos priva de una pareja, pero nos nutre la fe de nuevos encuentros. “Siempre encontramos a la mujer”, decía Hemingway, “cuando estamos preparados para recibirla”. Lo importante es perseverar, mantenerse enamorado del amor.
Para alegría de la especie humana, Cohen también nos enseñó que “There's nothing pure enough to be a cure for love.” Si, no existe nada, absolutamente nada bastante puro, capaz de curar el amor.
Esa es una de las numerosas razones de que el gran Leonard Cohen perdurará.







[i] Victorian Studies. Vol. 44, No. 3 (Primavera, 2002), pp. 465-488