miércoles, 5 de agosto de 2015

Cometer fraude es muy sencillo, pero el ganador debe exhibir su rectitud


Mario Szichman



El senador Aloysio Nunes Ferreira, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de Brasil, dijo en fecha reciente que existe “el riesgo de fraude en las elecciones parlamentarias en Venezuela” programadas para el próximo 6 de diciembre.
De acuerdo al legislador, el presidente de Venezuela Nicolás Maduro “renegó” del compromiso asumido con el gobierno brasileño en el ámbito de la Unión de Naciones Suramericanas, Unasur.  Al parecer, dicho compromiso consistía en “permitir el seguimiento de las elecciones venezolanas por parte de organismos internacionales imparciales”. Según Nunes Ferreira, “estamos en camino hacia un fraude electoral gigantesco”.   
En una visita que realizó el mandatario venezolano a Nueva York hace algunos días, descartó la presencia de observadores. “Venezuela no es ni será monitoreada por nadie”, declaró Maduro a la prensa. No es descartable que el gobierno de Caracas acepte la misión de Unasur si se restringe a funciones de “acompañamiento”. En Unasur hay varios gobiernos que observan a Maduro sin excesivo disgusto, y eso hace presumir que algunos delegados podrían servir de “acompañamiento”, un poco como esas orquestas de cuerdas que brindan telón musical a un afamado cantante.
De todas maneras,  la dramática enunciación del senador brasileño es típica de un hombre nacido en un país gigantesco, y con plausibles delirios de grandeza. No olvidemos a ese brasileño que mientras se ahogaba en el Amazonas,  gritaba: “Amazonas, te estoy tragando”.  
Si en Venezuela se comete un fraude electoral, algo que está por verse, no será gigantesco, sino bastante morigerado, y apropiado a las circunstancias. Todavía se cuestiona el triunfo de Nicolás Maduro frente al candidato opositor Henrique Capriles Radonski en los comicios presidenciales del 14 de abril de 2013. En esas elecciones Maduro venció a Capriles por 7.587.579 sufragios a 7.363.980. La diferencia no fue colosal, sino mínima, de apenas 223.599 votos (50,6 por ciento a 49,121 por ciento).
De todas maneras, en situaciones electorales donde existen sospechas de fraude, lo más interesante no es descubrir quién realmente ganó,  sino la reacción de quien ha sido derrotado.
Ya el presidente venezolano advirtió que si la oposición llega a controlar la mayoría de la Asamblea Nacional, se generaría “un proceso de confrontación social”, que dejaría pálido lo ocurrido en febrero de 1989, durante los saqueos y protestas conocidos como el ‘Caracazo’. 
“Si algún día el imperialismo y sus aliados de la ultraderecha fascista venezolana, producto de la maldad que hacen, llegaran a confundir al pueblo y llegaran a Miraflores, ese día empezaría una revolución y le verían la cara a (Ezequiel) Zamora (uno de los líderes de la guerra civil de mediados del siglo XIX), a Simón Bolívar y a (Hugo) Chávez en la calle”, dijo Maduro.
Sería interesante presenciar esa revolución, aunque solo fuese por volver a verles la cara, en vivo y en directo, a Bolívar, a Zamora, y a Chávez. Solo convocar a un foro de las tres figuras, digamos, en el Ateneo de Caracas, sería para alquilar balcones.  
En cuanto a la oposición venezolana, dudo que en caso de ser derrotada inicie una revuelta, excepto si el gobierno triunfa a través de un fraude escandaloso.  Por eso, es previsible que predomine la discreción. En ese sentido, es interesante señalar lo que ocurrió en Estados Unidos en las elecciones de 1960, cuando John Fitzgerald Kennedy derrotó a Richard Nixon. Fueron contados 68 millones de sufragios, y el margen en favor de Kennedy fue de 113.000 votos, menos del uno por ciento.


Hubo denuncias de numerosas irregularidades.  Varios historiadores y ensayistas dijeron que Kennedy se benefició del fraude en dos estados: Texas, donde su compañero de fórmula, Lyndon Baynes Johnson era senador, y en Illinois, sede de la más poderosa maquinaria política demócrata liderada por el alcalde de Chicago Richard Daley. Esos dos estados fueron decisivos para el triunfo de Kennedy. De haberse alineado en el bando republicano, Nixon hubiera alcanzado los 270 votos electorales requeridos para alcanzar la presidencia. (En Estados Unidos un candidato puede ganar en el sufragio popular, y sin embargo, perder en el colegio electoral. Ha ocurrido en ocasiones).   
En Illinois, tras contarse 4,75 millones de sufragios, Kennedy ganó por un margen inferior a los 9.000 votos (0,2 por ciento). Aunque Nixon obtuvo la victoria en 92 de los 101 condados de Illinois, el desmesurado triunfo de Kennedy en el condado Cook de Chicago, por un margen de 450.000 votos, fue decisivo para su triunfo. Earl Mazo, reportero del periódico Herald Tribune de Nueva York, que apoyaba a Nixon, ofreció abundantes evidencias de que Kennedy ganó gracias al fraude.
Algunos ejemplos:
–En el condado Fannin, de Texas, que tenía solo 4.895 votantes registrados, sufragaron 6.138 personas. De ese total, 75 por ciento favoreció a Kennedy.
–En el condado de Angelina, también en Texas, en un solo precinto votaron 86 personas. El resultado en ese precinto fue de 147 sufragios para Kennedy, y 24 para Nixon.
La Junta Electoral de Texas se negó al recuento. La junta estaba compuesta íntegramente por demócratas. 
El periódico Chicago Tribune dijo que las elecciones en Illinois “se caracterizaron” por un fraude “tan descarado”,  como para justificar la conclusión de que “Nixon fue despojado de su victoria”.
Earl Mazo, reportero del diario Herald Tribune, que simpatizaba con Nixon, investigó las denuncias de fraude. En un precinto de Chicago había un cementerio. Los nombres de las personas enterradas eran votantes que habían sufragado en las elecciones.   
En otra ocasión, Mazo visitó una vivienda de Chicago donde presuntamente se alojaban 56 personas que habían votado por Kennedy. La vivienda estaba abandonada desde hacía varios años. Luego que Mazo divulgó cuatro partes de una serie de 12 documentando sus hallazgos, Nixon pidió al editor de The Herald Tribune que cesara la publicación, pues “temía una crisis constitucional”.
Tras la juramentación de John Kennedy, el departamento de Justicia llevó a cabo una investigación sobre las denuncias de fraude, que llegó a un callejón sin salida. El secretario de Justicia se llamaba Robert Kennedy.
En el caso de Venezuela,  ese tipo de fraude resulta impensable. En tres quinquenios de chavismo no hay instancias de que hayan sufragado los muertos, o que se hayan alterado las máquinas de votación.   
El gobierno de la Revolución Bolivariana sabe cómo presionar a aquellos bajo su control. Basta observar cómo recaudó millones de firmas para enfrentar la agresión contra la patria simbolizada en siete personas. Por otra parte, el régimen chavista es el mayor empleador, y los empleados saben por quién votar si desean conservar sus puestos. 
Otra estrategia muy exitosa ha sido un cese de la carestía en las semanas o días finales de las elecciones. Hay todavía dinero en reserva para reponer muchos inventarios en supermercados y centros farmacéuticos en áreas adictas al chavismo. (Resulta evidente que el gobierno no va a invertir un céntimo en zonas controladas por los escuálidos, pues está demostrado que a los enemigos no hay que brindarles ni clemencia).
Hace más de medio siglo, en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, la Unión Republicana Democrática venció por abrumadora mayoría al oficialista Frente Electoral Independiente, en comicios destinados a integrar la Asamblea Nacional Constituyente. El gobierno de Pérez Jiménez desconoció los resultados, y Villalba y otros líderes de la URD debieron abandonar Venezuela. En esa ocasión, Laureano Vallenilla Lanz, ministro del Interior de Pérez Jiménez, enunció una novedosa teoría política: dijo que las elecciones eran como el dominó, ganaba el que conseguía menos puntos. 
En Venezuela, la cosa es más sencilla. Un gobierno como el de la Quinta República nunca pierde las elecciones. Y la reciente inyección de mil millones de dólares en el sistema financiero venezolano, tras la venta de parte de las reservas de oro, podría concretar una serie de milagros en favor de los candidatos oficialistas.  
Una vez se despilfarre ese dinero y se asegure el control de la Asamblea Nacional, ya el gobierno chavista inventará otros métodos para persistir en el poder. Sus funcionarios nunca aprendieron a administrar el erario público, pero a la hora de eternizarse en el Palacio Miraflores, siguen demostrando que son unos genios.



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