Mario Szichman
El senador Aloysio Nunes
Ferreira, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de
Brasil, dijo en fecha reciente que existe “el riesgo de fraude en las
elecciones parlamentarias en Venezuela” programadas para el próximo 6 de
diciembre.
De acuerdo al legislador, el
presidente de Venezuela Nicolás Maduro “renegó” del compromiso asumido con el
gobierno brasileño en el ámbito de la Unión de Naciones Suramericanas, Unasur.
Al parecer, dicho compromiso consistía en “permitir el seguimiento de
las elecciones venezolanas por parte de organismos internacionales
imparciales”. Según Nunes Ferreira, “estamos en camino hacia un fraude
electoral gigantesco”.
En una visita que realizó el
mandatario venezolano a Nueva York hace algunos días, descartó la presencia de
observadores. “Venezuela no es ni será monitoreada por nadie”, declaró Maduro a
la prensa. No es descartable que el gobierno de Caracas acepte la misión de Unasur si se restringe a funciones de
“acompañamiento”. En Unasur hay
varios gobiernos que observan a Maduro sin excesivo disgusto, y eso hace
presumir que algunos delegados podrían servir de “acompañamiento”, un poco como
esas orquestas de cuerdas que brindan telón musical a un afamado cantante.
De todas maneras, la dramática enunciación del senador
brasileño es típica de un hombre nacido en un país gigantesco, y con plausibles
delirios de grandeza. No olvidemos a ese brasileño que mientras se ahogaba en
el Amazonas, gritaba: “Amazonas, te
estoy tragando”.
Si en Venezuela se comete un
fraude electoral, algo que está por verse, no será gigantesco, sino bastante
morigerado, y apropiado a las circunstancias. Todavía se cuestiona el triunfo
de Nicolás Maduro frente al candidato opositor Henrique Capriles Radonski en
los comicios presidenciales del 14 de abril de 2013. En esas elecciones Maduro
venció a Capriles por 7.587.579 sufragios a 7.363.980. La diferencia no fue
colosal, sino mínima, de apenas 223.599 votos (50,6 por ciento a 49,121 por
ciento).
De todas maneras, en
situaciones electorales donde existen sospechas de fraude, lo más interesante
no es descubrir quién realmente ganó,
sino la reacción de quien ha sido derrotado.
Ya el presidente venezolano
advirtió que si la oposición llega a controlar la mayoría de la Asamblea
Nacional, se generaría “un proceso de confrontación social”, que dejaría pálido
lo ocurrido en febrero de 1989, durante los saqueos y protestas conocidos como
el ‘Caracazo’.
“Si algún día el imperialismo
y sus aliados de la ultraderecha fascista venezolana, producto de la maldad que
hacen, llegaran a confundir al pueblo y llegaran a Miraflores, ese día
empezaría una revolución y le verían la cara a (Ezequiel) Zamora (uno de los
líderes de la guerra civil de mediados del siglo XIX), a Simón Bolívar y a
(Hugo) Chávez en la calle”, dijo Maduro.
Sería interesante presenciar
esa revolución, aunque solo fuese por volver a verles la cara, en vivo y en
directo, a Bolívar, a Zamora, y a Chávez. Solo convocar a un foro de las tres
figuras, digamos, en el Ateneo de Caracas, sería para alquilar balcones.
En cuanto a la oposición
venezolana, dudo que en caso de ser derrotada inicie una revuelta, excepto si
el gobierno triunfa a través de un fraude escandaloso. Por eso, es previsible que predomine la
discreción. En ese sentido, es interesante señalar lo que ocurrió en Estados
Unidos en las elecciones de 1960, cuando John Fitzgerald Kennedy derrotó a
Richard Nixon. Fueron contados 68 millones de sufragios, y el margen en favor
de Kennedy fue de 113.000 votos, menos del uno por ciento.
Hubo denuncias de numerosas irregularidades. Varios historiadores y ensayistas dijeron que
Kennedy se benefició del fraude en dos estados: Texas, donde su compañero de
fórmula, Lyndon Baynes Johnson era senador, y en Illinois, sede de la más
poderosa maquinaria política demócrata liderada por el alcalde de Chicago
Richard Daley. Esos dos estados fueron decisivos para el triunfo de Kennedy. De
haberse alineado en el bando republicano, Nixon hubiera alcanzado los 270 votos
electorales requeridos para alcanzar la presidencia. (En Estados Unidos un
candidato puede ganar en el sufragio popular, y sin embargo, perder en el
colegio electoral. Ha ocurrido en ocasiones).
En Illinois, tras contarse
4,75 millones de sufragios, Kennedy ganó por un margen inferior a los 9.000
votos (0,2 por ciento). Aunque Nixon obtuvo la victoria en 92 de los 101
condados de Illinois, el desmesurado triunfo de Kennedy en el condado Cook de
Chicago, por un margen de 450.000 votos, fue decisivo para su triunfo. Earl
Mazo, reportero del periódico Herald
Tribune de Nueva York, que apoyaba a Nixon, ofreció abundantes evidencias
de que Kennedy ganó gracias al fraude.
Algunos ejemplos:
–En el condado Fannin, de Texas, que tenía solo
4.895 votantes registrados, sufragaron 6.138 personas. De ese total, 75 por
ciento favoreció a Kennedy.
–En el condado de Angelina, también en Texas, en
un solo precinto votaron 86 personas. El resultado en ese precinto fue de 147
sufragios para Kennedy, y 24 para Nixon.
La Junta Electoral de Texas se
negó al recuento. La junta estaba compuesta íntegramente por demócratas.
El periódico Chicago Tribune dijo que las elecciones
en Illinois “se caracterizaron” por un fraude “tan descarado”, como para justificar la conclusión de que
“Nixon fue despojado de su victoria”.
Earl Mazo, reportero del
diario Herald Tribune, que
simpatizaba con Nixon, investigó las denuncias de fraude. En un precinto de
Chicago había un cementerio. Los nombres de las personas enterradas eran
votantes que habían sufragado en las elecciones.
En otra ocasión, Mazo visitó
una vivienda de Chicago donde presuntamente se alojaban 56 personas que habían
votado por Kennedy. La vivienda estaba abandonada desde hacía varios años. Luego
que Mazo divulgó cuatro partes de una serie de 12 documentando sus hallazgos,
Nixon pidió al editor de The Herald
Tribune que cesara la publicación, pues “temía una crisis constitucional”.
Tras la juramentación de John
Kennedy, el departamento de Justicia llevó a cabo una investigación sobre las
denuncias de fraude, que llegó a un callejón sin salida. El secretario de
Justicia se llamaba Robert Kennedy.
En el caso de Venezuela, ese tipo de fraude resulta impensable. En
tres quinquenios de chavismo no hay instancias de que hayan sufragado los
muertos, o que se hayan alterado las máquinas de votación.
El gobierno de la Revolución
Bolivariana sabe cómo presionar a aquellos bajo su control. Basta observar cómo
recaudó millones de firmas para enfrentar la agresión contra la patria
simbolizada en siete personas. Por otra parte, el régimen chavista es el mayor
empleador, y los empleados saben por quién votar si desean conservar sus
puestos.
Otra estrategia muy exitosa ha
sido un cese de la carestía en las semanas o días finales de las elecciones.
Hay todavía dinero en reserva para reponer muchos inventarios en supermercados
y centros farmacéuticos en áreas adictas al chavismo. (Resulta evidente que el
gobierno no va a invertir un céntimo en zonas controladas por los escuálidos,
pues está demostrado que a los enemigos no hay que brindarles ni clemencia).
Hace más de medio siglo, en
plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, la Unión Republicana Democrática
venció por abrumadora mayoría al oficialista Frente Electoral Independiente, en
comicios destinados a integrar la Asamblea Nacional Constituyente. El gobierno
de Pérez Jiménez desconoció los resultados, y Villalba y otros líderes de la
URD debieron abandonar Venezuela. En esa ocasión, Laureano Vallenilla Lanz,
ministro del Interior de Pérez Jiménez, enunció una novedosa teoría política:
dijo que las elecciones eran como el dominó, ganaba el que conseguía menos
puntos.
En Venezuela, la cosa es más
sencilla. Un gobierno como el de la Quinta República nunca pierde las
elecciones. Y la reciente inyección de mil millones de dólares en el sistema
financiero venezolano, tras la venta de parte de las reservas de oro, podría
concretar una serie de milagros en favor de los candidatos oficialistas.
Una vez se despilfarre ese
dinero y se asegure el control de la Asamblea Nacional, ya el gobierno chavista
inventará otros métodos para persistir en el poder. Sus funcionarios nunca
aprendieron a administrar el erario público, pero a la hora de eternizarse en
el Palacio Miraflores, siguen demostrando que son unos genios.
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