Mario Szichman
Actualmente estoy trabajando una novela sobre un viajero del tiempo, uno de
los más interesantes géneros de ficción, casi tan antiguo como la propia
narrativa, y al mismo tiempo, uno de los más novedosos. Creo que toda persona
sueña en alguna ocasión con mundos paralelos, o con visitar al pasado para
resolver los entuertos del presente. Una reciente novela First Dawn, de Mike Shepherd, pone a dos viajeros del tiempo, Launa
O'Brian, egresada de la academia militar de West Point y a su jefe, el capitán
Jack Walking Bear, a resolver algunos problemas de nuestro presente,
transitando hacia el pasado. El ejército norteamericano tiene una máquina del
tiempo que los transporta hacia la época aproximada en que las cosas habrían
comenzado a funcionar mal en este mundo… hace aproximadamente unos 6.000 años.
¿Quién no busca una segunda oportunidad? Yo la encontré cuando menos la buscaba.
Crecí en un medio cultural, el de Buenos Aires, donde muchos intelectuales
señalaban la necesidad de contar con un proyecto de vida. Cada época tiene sus
propias predilecciones. En el Renacimiento, el proyecto de un hombre ilustrado
–todavía no existía la idea del intelectual– era abarcar múltiples campos, como
lo hizo Leonardo da Vinci. Para los novelistas y poetas españoles de los siglos
diecisiete y dieciocho, el proyecto era anticipar la creación con el acarreo de
una cruz o de una espada, especialmente una cruz. Multitud de literatos
españoles se enorgullecieron de pertenecer a la Inquisición.
El proyecto de vida en la Argentina requería, obviamente, que la vida fuese
razonablemente sedentaria. Pero gobiernos inestables y dictaduras mesiánicas impedían
el proyecto. Cuando me fui de la Argentina, por primera vez en 1967 –tenía 21
años– gobernaba el dictador militar Juan Carlos Onganía. Tuve una participación
lateral en su asunción al poder. Onganía derrocó al presidente constitucional
Arturo Illia en 1966, el año en que serví a la patria en el Regimiento Tres de
Infantería de La Tablada, en la provincia de Buenos Aires. Ese regimiento
lideró las huestes que desalojaron a Illia de la Casa Rosada, el palacio
presidencial. Aunque no intervine de manera decisiva en ese golpe de estado, yo
aporté mi granito de arena. Recuerdo que la noche anterior al golpe, un
sargento nos ordenó insertar balas en correas de tela que se usaban en las
ametralladoras. No sé cuántas balas inserté en esas correas, pero la fricción
de los proyectiles contra la áspera tela, me desolló los dedos. Tampoco entendí
la necesidad de suministrar munición a las ametralladoras. Todos los golpes
militares en la Argentina han sido incruentos.
Desde esa época valoré mucho la frase de George Bernard Shaw, quien decía
que los generales eran muy iletrados porque los reclutaban de entre los
coroneles. Sin embargo, la experiencia de haber hecho el servicio militar me
ayudó en mi primera novela, Crónica Falsa,
que data de 1967. (Fue reescrita y rebautizada dos años más tarde como La verdadera crónica falsa). Era la
historia del fusilamiento de algunos civiles y militares que se habían alzado
contra el ejército tras el derrocamiento de Juan Perón. Los fusilamientos
fueron descriptos en una maravillosa crónica de Rodolfo Walsh titulada Operación Masacre.
Tanto Crónica Falsa como las dos
novelas siguientes de la Trilogía del Mar Dulce, Los judíos del Mar Dulce y A
las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad, las escribí en Caracas durante
la década del setenta del siglo pasado. En esa época, en Venezuela, era posible
que un intelectual contara con un proyecto a largo plazo.
En 1980, mi novela A las 20:25 la
señora pasó a la inmortalidad ganó un concurso literario convocado por
Ediciones del Norte de New Hampshire, en Estados Unidos. Con el dinero del
premio mi esposa Laura, y yo, decidimos ir un tiempo a Nueva York. No
pensábamos quedarnos más de un año, pero siempre había una excusa para no
regresar, en ocasiones a Buenos Aires, en otras a Caracas.
Entre 1981, cuando publicaron A las
20:25 la señora pasó a la inmortalidad y el año 2000, no volví a publicar.
Y no por falta de ganas, pero las editoriales no estaban interesadas en mis
manuscritos, donde continuaba la saga de la familia Pechof, protagonista de La
trilogía del Mar Dulce. En el ínterin, empecé a tomar apuntes sobre una novela
histórica, que desde el primer momento se llamó Los papeles de Miranda. En el título estaba la idea de la trama.
Los papeles del prócer venezolano Francisco de Miranda eran los documentos que
fue acumulando a lo largo de su vida guerrera y amorosa, primero en la
capitanía general de Venezuela, luego en España, en Estados Unidos, en Francia,
en Inglaterra, finalmente en Caracas donde, tras ser designado generalísimo de
los ejércitos, claudicó ante los españoles, fue delatado por Simón Bolívar y por
alguno de sus lugartenientes, y terminó muriendo en la prisión de la Carraca,
en Cádiz, en 1816. Pero también los papeles aludían a los roles que había
asumido Miranda en su trajinada vida. (El título es difícil de traducir a otro
idioma, por la doble función que cumple la palabra papel).
Los papeles de Miranda me
ofreció una segunda oportunidad. La documentación, y el aliento para concretar
la novela, provino de Nelson Luis Martínez, quien era secretario general de la
Cadena Capriles de Venezuela, un gran admirador del prócer. Nelson Luis me
proporcionó la mayoría de los volúmenes de esa joya que la Colombeia, donde Miranda volcó su conocimiento y sus reflexiones en
más de una docena de tomos de increíble valor histórico.
Luego vino el espaldarazo, cuando ese editor de editores llamado José
Agustín Catalá se ofreció a publicar la novela, pero con un caveat, que el prólogo fuese escrito por
Domingo Alberto Rangel, uno de los mejores historiadores y ensayistas de
Venezuela, y un hombre con un increíble sentido del humor. En cierta ocasión
dijo que los chavistas eran apenas adecos (simpatizantes del partido Acción Democrática)
pero con muchas ínfulas.
A Los papeles de Miranda (2000)
siguió Las dos muertes del general Simón
Bolívar (2004) y Los años de la
guerra a muerte (2007) esta última reeditadas y mejorada entre el 2012 y el
2013 por la profesora Carmen Virginia Carrillo. Ya señalé en otra ocasión que
gracias a su cuidado, Los años de la
guerra a muerte pasó a ser una de mis novelas más vendidas, tras ocupar
durante algunos años el lugar de la Cenicienta en la Trilogía de la Patria
Boba.
En ocasiones, un proyecto de vida puede ser una condena a cadena perpetua. De
haber seguido con el proyecto de la trilogía del Mar Dulce, dudo que hubiera
continuado publicando. Las experiencias, el cambio de países, alteran nuestra
perspectiva, en ocasiones ponen fin a nuestros agravios infantiles. Y no se
puede seguir siempre en el mismo andarivel. Además, cambian los objetos de
nuestro escarnio, y también nuestra escritura.
Desde la perspectiva de mis primeras novelas, veía muchos callejones sin
salida. A partir de la Trilogía de la Patria Boba, imaginé secuelas (hay una ya
concluida, que requiere una edición final) pero también otros caminos. Mi
novela Eros y la doncella (2013), que
transcurre durante la Revolución Francesa, surgió enteramente de un diálogo por
correo electrónico con la profesora Carrillo. No figuraba, ni remotamente, en
mis planes. Y La región vacía (2014)
fue sugerida –nuevamente por la profesora Carrillo– a partir de un libro de
ensayos, que afortunadamente nunca fue publicado– cuyo tema eran los ataques
del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas del World Trade Center y
contra un ala del Pentágono,
Pero la semilla fue sembrada a partir de encuentros con grandes dadores de
sangre intelectual como son Margot Carrillo, Alexis Rojas, Luis Javier
Hernández, Libertad León, Lucía Parra, Juan Joel Linares, and last, but not least, la profesora Carmen Virginia Carrillo.
Tras celebrarse los bicentenarios de las independencias de los países del
continente americano, y en el marco de esos festejos, el Departamento de
Lenguas Modernas de la Universidad de
los Andes, Núcleo Trujillo, realizó un seminario sobre Novela Histórica, entre
los meses de marzo y mayo de 2012, al que fui invitado.
Ese seminario confirmó para mí los atributos de la imaginación dialógica.
Pues los trabajos que surgieron del mismo, y las constantes discusiones que he
mantenido con sus autores, han marcado buena parte de mi evolución posterior,
no solo en la exploración de nuevas temáticas, sino al nivel de la escritura.
No solemos aprender mucho de nosotros mismos, excepto, quizás, a
condolernos de nuestras desdichas. Todo nuestro aprendizaje proviene de los
demás, inclusive la adquisición de nuevas perspectivas. El libro que editó la profesora
Carmen Virginia Carrillo [i] ha sido
una guía indispensable en varios de mis proyectos.
Leernos desde nosotros mismos, es una absoluta pérdida de tiempo. Aceptar
las críticas de otros intelectuales nos hace crecer. Necesitamos la
sensibilidad, la inteligencia, y especialmente el cuestionamiento de los
expertos. Por lo general, nos anticipan nuevos caminos. Además, nos brindan una
segunda oportunidad.
[i] La Trilogía de la Patria Boba, de
Mario Szichman. Una propuesta de novela histórica del siglo XXI. Trabajos críticos
sobre su obra. Versión digital en Amazon, Kobo, Barnes & Noble y Itunes
store, entre otros sitios.
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