domingo, 23 de agosto de 2015

En ocasiones, la mejor forma de rendir homenaje a los héroes es traicionar sus augurios (Una reflexión sobre Eros y la doncella)


Mario Szichman

Para Gerardo Barcia,
con mi agradecimiento,
por formular tantas
 preguntas incómodas.



Cada etapa histórica convoca distintas preocupaciones. En fecha reciente comencé a apasionarme por las novelas que incluyen un viaje hacia el pasado. El espíritu de los muertos suele pesar sobre el ánimo de los vivos, y es imposible eludir la tentación de redress the wrong, reparar el mal causado por seres humanos inmersos en procesos políticos o sociales. De manera habitual, los viajeros del tiempo desean intervenir en episodios pretéritos a fin de alterarlos.
El relato de Ray Bradbury A Sound of Thunder, la historia de un grupo de cazadores que marcha desde un futuro remoto a un pasado poblado por dinosaurios, y trastorna el devenir cuando uno de ellos pisa sin querer una franja de terreno vedado, es el mejor ejemplo de los riesgos que implica fastidiar las reglas del juego. El guía que conduce a los cazadores explica de esta manera el efecto mariposa. “Un zorro muere porque no consigue 10 ratones. Un león agoniza porque carece de 10 zorros. Al faltar un león, toda clase de insectos, aves de rapiña, infinitos millones de formas de vida son arrojados al caos y a la destrucción”.
Por supuesto, otros autores cuestionan esa premisa: no es lo mismo inquietar la naturaleza que impedir el acceso al poder de algunos monstruos. El ejemplo favorito es Adolf Hitler, que ha generado muy buenas versiones alternativas de la historia. Philip Dick escribió un clásico, The Man in the High Castle, donde se describen las vicisitudes de varios ex ciudadanos norteamericanos sojuzgados por las victoriosas potencias del Eje, tras aplastar a la coalición aliada en la segunda guerra mundial. Dean Kontz, en su Lightning, consigue que Stefan, un ángel guardián, efectúe un viaje en el tiempo para convencer a Hitler que debe cambiar su estrategia si desea triunfar. En realidad, los consejos de Stefan están destinados a sabotear los planes del Führer. Y Robert R. McCammon, en The Wolf´s  Hour, cuenta la historia de un agente de la inteligencia británica que marcha detrás de las líneas alemanas e impide a los nazis usar un arma devastadora contra los aliados. El agente tiene una peculiaridad: es un hombre lobo.  (Todavía no conozco una novela mala o aburrida de McCammon. En cambio, algunas de ellas son espléndidas, como Mister Slaughter).
El tema del viajero del tiempo es muy antiguo. Ya Luciano de Samosata escribió fábulas memorables que siguen siendo copiadas por nuestros contemporáneos.  Pero inclusive sin un retorno al pasado, la proliferación de novelas históricas muestra el terco interés de incursionar en otros ciclos.
Por supuesto, no hay novela histórica que sea realmente histórica. Contar desde el presente episodios ocurridos hace mucho tiempo brinda al narrador la ventaja de conocer el desenlace. En cambio, los contemporáneos de un evento famoso desconocen el futuro. Esos testigos muestran, además de una mirada perspicaz, toda clase de vaticinios ilusorios, apenas vinculados con aquello que finalmente sucedió.

LAS VARIAS VIDAS QUE VIVIMOS

Cuando empecé a escribir, a mediados de la década del sesenta, deseaba describir mis experiencias como judío en un ámbito muy hostil, el de Buenos Aires, una ciudad con una fuerte comunidad judía, y una robusta presencia antisemita. El antisemitismo se palpaba en el aire, muchos judíos recortaban su apellido o directamente lo pasaban al castellano. Un Socolinsky se convertía en un Socol, el nombre original del poeta César Tiempo era Israel Zeitlin.
En la época en que escribí mi primera novela, Crónica Falsa (1967), ignoraba, por ejemplo, la protección brindada por el gobierno de Juan Domingo Perón a nazis prófugos de la justicia como Adolf Eichmann o Josef Mengele, entre varios centenares más. (El libro clásico, imprescindible, para enterarse del éxodo de nazis a la Argentina peronista es Hunting Hitler, de Neil Bascomb). Pero, como en la naturaleza nada se pierde, todo se transforma, ese costado de la experiencia judía pude recuperarlo en fecha reciente en una novela, aún inédita, donde creo haber completado un ciclo. Esta vez, no son judíos argentinos, sino agentes secretos israelíes quienes predominan en mi texto, además de Eichmann y Mengele. La mélange es realmente interesante.
Tras irme de la Argentina, luego de varios años de vivir en Caracas, y ahora en Nueva York, mi interés en materia de ficción enfiló hacia la novela histórica. Podría dar muchas razones para ese viraje, en su mayoría falsas. La verdadera razón es que mi última novela sobre la familia Pechof, aún inédita, no le interesó a editorial alguna. Esa etapa había concluido para mí, y si quería seguir publicando, debía cambiar el argumento. (Como quería seguir publicando, cambié el argumento).
Afortunadamente, existía El Precursor Francisco de Miranda, y un gran amigo, Nelson Luis Martínez,  director del periódico Últimas Noticias, de Caracas,  un fervoroso mirandino. Nelson Luis me consiguió varios libros sobre el más grande héroe imperfecto de la historia latinoamericana –mucho más entrañable que Simón Bolívar–  así como ese monumento literario llamado Colombeia. Gracias a ese magnífico periodista, y al editor de editores José Agustín Catalá, mi carrera volvió a despegar vuelo.

Luego llegó Hugo Chávez al Palacio Miraflores, en Venezuela. Y creo que Chávez, más que nadie, contribuyó a la escritura de mis novelas Las dos muertes del general Simón Bolívar, y Los años de la guerra a muerte. El culto de Chávez por Bolívar era tan disparatado como lo fue su gobierno o su –so–called– filosofía política. Dudo que alguien pueda escribir alguna vez una historia del chavismo de manera serena e imparcial. Recuerdo el libro The Revolutionary Has No Clothes: Hugo Chavez’s Bolivarian Farce (El revolucionario está desnudo: la farsa bolivariana de Hugo Chávez), publicado en el 2009. Su autor es A.C. Clark, un seudónimo. (El autor dice que usó el seudónimo para protegerse, y proteger a su familia de posibles represalias de las autoridades venezolanas). En el ensayo se mencionan múltiples anomalías de Chávez y de su entorno político. A veces, el propio autor se muestra sorprendido por la “incontinencia verbal” de Chávez, como cuando describió en cadena por televisión un ataque de diarrea. Y es tan difícil creer en algunos de los eventos registrados en el curso de la “Revolución Bonita” que el autor facilita enlaces de videos donde quedaron registradas múltiples obscenidades y singulares teorías de toda índole, de esas que los alienistas están habituados a oír en los hospicios.
En mi caso, solo puedo exhibir como humilde aporte la decisión del líder máximo de ordenar la cirugía estética del Libertador, a fin de brindarle un rostro adecuado a su ideal de belleza masculina.

La muerte de Chávez, atribuida por su reemplazante, Nicolás Maduro, al imperio del mal –al parecer algún científico surgido del film Dr. Strangelove habría inoculado al líder venezolano células cancerosas a través de ondas hertzianas– no frenó la desbocada fantasía de la nomenclatura chavista. Existe ahora un relato oficial poblado de hadas buenas y de ogros malos. Y si no existe el paraíso, Venezuela puede navegar al menos por el Mar de la Felicidad.

LOS PASOS MARCADOS

En una época realmente creía que la escritura es un proyecto de vida. Mi modelo era Gustavo Flaubert, quien murió cuando estaba escribiendo o corrigiendo las páginas finales de Bouvard y Pecuchet,  en mi opinión, la mejor de sus novelas, un monumento erigido a la estulticia humana.
Marcel Proust tenía un proyecto: A la búsqueda del tiempo perdido, y lo concretó de manera magnífica. También Balzac, y Dostoievski, y obviamente Tolstoi. Pero a veces, nuestros proyectos literarios nos conducen por el mal sendero. Depende de la vida de cada uno. Tal vez el atasco que tuve entre 1981, fecha de publicación de A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad, y Los Papeles de Miranda (2000), me ha brindado una lección: a veces, hay que confiar en lo inesperado. La vida nos trae infinitas sorpresas, y es muy peligroso ignorarlas. Inclusive las catástrofes nos permiten seguir viviendo, y en ocasiones, encontrar la felicidad.
Hace poco recibí un correo de un buen amigo, Gerardo Barcia, comentando algunos aspectos de mi novela Eros y la doncella, que transcurre en la época de la Revolución Francesa, durante el Reino del Terror. Esa novela no estaba programada en mi canon, y sospecho que si la releo –algo que no suelo hacer con mis obras– será como escudriñar en el texto de otro autor.
Cuando la redacté, poco sabía de ese período conocido como el Reino del Terror. Necesitaba concluirla a toda velocidad pues creo en el trabajo como la única cura para la tristeza, la nostalgia, el abandono y la traición. (Siempre nos sentimos traicionados por aquellos seres entrañables que nos abandonan para siempre).
Por lo tanto, opté por leer a cronistas de la época, especialmente The Diary of a Citizen of Paris During ´The Terror´, escrito por Edmond Biré. Ellos me proporcionaron  el background de lo ocurrido en la época de Maximiliano Robespierre.
Aunque la presencia de un cercano fallecimiento fue la razón para escribir Eros y la doncella, la novela no estaba destinada a exaltar la muerte, sino a celebrar la vida. El único personaje que me apasionaba en ese momento era Jacques Antoine Dulaure, un convencionista de la Asamblea Nacional que escribió un libro sobre los cultos fálicos. Muchos antropólogos copiaron luego sus hipótesis sin mencionarlo, entre ellos algunos muy famosos como Robert Allen Campbell en su libro Phallic Worship.
Cuando entregué la primera versión de Eros y la doncella a la profesora Carmen Virginia Carrillo, sentí que mi mundo, el real y el literario, se derrumbaba. Aquello que digo en la dedicatoria lo repito, Gerardo, porque es la pura verdad: La profesora Carrillo es amable como un hada buena en su trato personal, pero es insobornable, absolutamente insobornable a la hora de señalar fallas narrativas, e implacable cuando se trata de desechar partes enteras. Y eso ocurrió durante diez meses, a ambos lados de la computadora, con la profesora Carrillo en Valera, y yo en Nueva York. Discutimos no solo la estructura de la novela, sino las peripecias a incluir. Y algo fundamental: cómo borrar las huellas históricas y disolverlas en la ficción. Pues cargo con la ventaja, pero también el hándicap, de muchas décadas de periodismo. Y si bien el periodismo y la literatura forman parte de una familia actúan, en realidad, como parientes lejanos.
Una cosa curiosa: Dulaure, el personaje que más me interesó al principio de la escritura, terminó siendo la casilla vacía de Eros y la doncella, y fue reemplazado por las grandes figuras de la Revolución. Los caminos del inconsciente suelen elegir algunas encrucijadas, y desechar otras. En la mayoría de los casos, es bueno acatar el mandato.
No voy a mencionar todos los interrogantes planteados por Gerardo Barcia en su correo, varios de ellos muy iluminadores. Pero sí me hizo pensar, y mucho, una pregunta formulada al final. Voy a parafrasearla. Todo venezolano está obviamente obsesionado por la catástrofe que sufren sus compatriotas. Y busca, al mismo tiempo, una razón interna a fin de mantener las esperanzas. Venezuela es un país que fue diezmado literalmente en la época de la independencia. Décadas después de la muerte de Bolívar, su población era inferior a la que había existido en las postrimerías de la época colonial. Era, como hoy señalaría el político venezolano Diego Arria, apenas “un espacio habitado”.
Pero luego vino el descubrimiento del petróleo, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez –que creó muchas de las obras de infraestructura que hoy está destruyendo el chavismo– y la democracia –chucuta o grande, pero democracia al fin– que colocó al país en una senda de conciliación y de prosperidad –aunque con enormes fallas.
Ahora el chavismo está aposentado, con bastante solidez, en la tierra del sol amada y Gerardo me pregunta, al analizar los avatares de la Revolución Francesa: “¿Valen la pena todos estos accidentes en el tiempo, todas estas coyunturas sin sentido, si se piensa a largo plazo, si se ponen en perspectiva?”  
Lo cierto es que tras el funcionamiento constante de la guillotina, y tras los llamados “matrimonios fluviales”, donde los revolucionarios amarraban a parejas en lanchas, y las ahogaban en ríos, y luego de una serie constante de atrocidades, Francia se libró de muchos de sus verdugos, y surgió Napoleón Bonaparte como salvador de la nación. Obviamente, las conquistas militares de Napoleón lograron rellenar las vacías arcas del tesoro francés. Las consignas más humanitarias, el código Napoleón y cambios en los derechos de propiedad representaron mejoras para vastos sectores de la población. Al trauma de la revolución siguió la paulatina evolución. Y la paz permitió afianzar algunas conquistas.
Pero, si se estudia la Francia previa a la Revolución se verá que ya era una de las principales naciones de Europa. Y cuando llegaron los revolucionarios, no desmantelaron el aparato productivo, lo enfilaron hacia otros objetivos. Francia contaba con una excelente maquinaria de guerra a la que se sumaron cientos de miles de ciudadanos en un océano de monarquías que preferían contratar mercenarios antes que entregarles armas a los súbditos.
Tendría que revisar de nuevo ese período, pero dudo que los revolucionarios, aparte de algunos codiciosos, se hayan dedicado de manera sistemática a robar todo lo que no estaba atornillado al piso. Eran, equivocados o no, buenos patriotas.
Supongo que muchos venezolanos quieren saber si Venezuela logrará resurgir de las cenizas. El problema es que para eso es necesario sobrellevar no solo la formidable destrucción del aparato productivo, sino la maldición de Simón Bolívar.
Poco antes de morir, el Libertador dijo en carta al general Juan José Flores: “Sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos- primitivo, este sería el último período de la América”.
Por supuesto, era la carta de un hombre que había perdido toda esperanza y estaba a las puertas de la muerte. Quizás la mejor tarea que pueden emprender aquellos que aman a Venezuela es desmentir la profecía de Bolívar. En ocasiones, la mejor forma de rendir homenaje a los héroes es traicionar sus augurios.


2 comentarios:

  1. Muchas gracias Mario, ¡has respondido preguntas incómodas con verdades incómodas! Estoy completamente de acuerdo contigo: "
    la mejor forma de rendir homenaje a los héroes es traicionar sus augurios"

    Y esto tendrá que ser un trabajo de generaciones. La mía, ha quedado muy contaminada, desgastada. Pero también creo que mi generación es débil, superficial. Y es efectivamente nuestra labor construir el camino con trabajo y esfuerzo.

    Quizá tengamos que apelar al General José Felix Ribas que todos tenemos por dentro, que otra cosa no, pero siempre estaba dispuesto a empezar de nuevo, como a las arañas que le rompen la tela.

    También hay que tener en claro lo difícil que es construir y contribuir al mismo tiempo. Ya lo dijo San Agustín: "Para crear hacen falta siglos y gigantes; para destruir un enano y un segundo" ¿Cómo diferenciar a los enanos de los gigantes en el tramposo abismo de la cronología? No lo sé. Pero creo que a veces los extremos nos llevan por senderos con futuro.

    Un abrazo y mil gracias

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  2. Gracias, Gerardo, por tus palabras. Te aseguro que me pusiste a pensar, y mucho, en las trampas que nos tiende la historia. No soy optimista sobre lo que puede ocurrir en Venezuela. Y me temo que el pronóstico de Bolívar se haga realidad. Pienso que cuando le escribió al general Flores se sintió como Moisés cuando rompió las tablas de la ley. Al mismo tiempo, me pusiste a pensar en una novela que, como Eros y la doncella, ha significado algo muy especial para mí. No solo porque pasé a otra etapa, sino por lo ocurrido en los meses de su confección. Por primera vez advertí la sabiduría de esa frase de Nietzche: "Cuando contemplamos el abismo, el abismo nos contempla".
    De todas maneras, hay que continuar la tarea, no dejarse embaucar, y hacer nuestro aporte intentando desmantelar la mentira.
    Seguimos el diálogo. Y tú sigue formulando preguntas incómodas. Son muy bienvenidas.
    Un abrazo
    Mario

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