Mario Szichman
“Esta Patria es Caribe
y no Boba”
Simón Bolívar
Hay
dos frases que me han acompañado buena parte de mi vida. Una de ellas pertenece
a Balzac: “No se puede ser un gran hombre a bajo precio”. La otra es de Dylan
Thomas: “¡Qué bello es el humo de las propias naves quemadas!”
La
lucha por la independencia de la Gran Colombia está repleta de gigantes que
incineraron sus naves. Se quemaron en un incendio que diezmó literalmente a su
población. Bolívar, quizás el hombre más rico de Venezuela al comenzar la
lucha, concluyó literalmente con una camisa cubriendo su cuerpo, posiblemente
prestada. Sus camaradas de armas sufrieron muertes horribles. José Félix Ribas,
uno de sus más valientes y más audaces generales, fue asesinado tras una
delación, y su cabeza puesta dentro de una jaula. La guerra a muerte declarada
por Bolívar cobró un terrible precio en la población venezolana, y los
españoles reaccionaron con la misma fiereza. José Tomás Boves, el asturiano, el
gran rival de Bolívar en la primera época de las batallas por la independencia,
y su caudillo más popular, organizaba bailes con las esposas de militares
patriotas que pedían clemencia para sus maridos. Al concluir las danzas
bailadas a la mortecina luz de las velas, las mujeres descubrían los cadáveres
de sus esposos reclinados en sillones.
No
hay en toda la historia latinoamericana una bravuconada mayor que la de Bolívar
luego del terremoto de julio de 1812 que diezmó a sus fuerzas y dejó ilesas a
las tropas enemigas: “Si la naturaleza se opone”, dijo Bolívar en esa ocasión,
“lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.
Los
jefes patriotas, y hay que reconocer, varios generales españoles, eran bigger than life, tanto en su valentía
como en sus atrocidades. No se puede ser
gran hombre a bajo precio.
Mi
pasión por la historia venezolana comenzó en 1967, cuando llegué por primera
vez a Caracas y descubrí el libro El
culto a Bolívar, escrito por uno de los grandes historiadores venezolanos,
Germán Carrera Damas. Si bien durante los años siguientes escribí la Trilogía
del Mar Dulce, tres novelas sobre los Pechof, una familia de judíos argentinos;
la idea de pergeñar una saga sobre la independencia de la Gran Colombia nunca
me abandonó, aunque pasaron dos décadas antes de poder concretarla.
Publiqué
en el 2000 Los papeles de Miranda, en
el 2004 Las dos muertes del general Simón
Bolívar, y en el 2007 Los años de la
guerra a muerte. Entre 1980, año en que divulgué A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad, y el 2000, en que
apareció Los Papeles de Miranda, no
publiqué nada. Nunca dejé de escribir, pero no encontraba editor para mis
novelas. El viraje de una narrativa familiar a otra histórica la explico en
parte en el libro Trilogía de la Patria
Boba de Mario Szichman, Una propuesta de novela histórica del siglo XXI [i], cuya compilación y edición estuvo a cargo
de la profesora Carmen Virginia Carrillo. El libro acaba de
aparecer en su versión electrónica, ya está a la venta en Kobo y próximamente estará disponible en Amazon, Barnes & Nobel, Itunes stores y otras librerías virtuales.
El resto del libro está henchido de ensayos muy inteligentes, muy bien escritos, y que tienen una cualidad bastante difícil de encontrar: no solo enseñan al lector, sino al escritor. Y esto no lo digo por agradecimiento o por afán de elogio. Siempre he creído que a Dickens le hubiera venido muy bien revisar sus escritos tras leer la crítica de ese monstruo genial que se llama Joseph Hillis Miller. Lamentablemente, Dickens falleció algunas décadas antes del nacimiento del crítico.
El resto del libro está henchido de ensayos muy inteligentes, muy bien escritos, y que tienen una cualidad bastante difícil de encontrar: no solo enseñan al lector, sino al escritor. Y esto no lo digo por agradecimiento o por afán de elogio. Siempre he creído que a Dickens le hubiera venido muy bien revisar sus escritos tras leer la crítica de ese monstruo genial que se llama Joseph Hillis Miller. Lamentablemente, Dickens falleció algunas décadas antes del nacimiento del crítico.
Nunca
he creído en la soledad del escritor, o en el genio del escritor. El escritor
necesita comunicarse con sus lectores y críticos. Necesita cultivar su oficio
(lo que otros llaman injustamente genio)
en contacto con sus lectores y críticos. Yo soy un privilegiado pues los
ensayistas que han participado con sus trabajos para el libro me han enseñado.
Inclusive sus ideas las he ido incorporando a nuevos trabajos.
Desde
que descubrí a Mijail Bajtin, insisto hasta el aburrimiento en la idea de que
el escritor funciona a partir de la imaginación dialógica. Les voy a dar un
ejemplo de lo que es un mal crítico y un buen crítico.
Hace muchos años un escritor argentino hizo la crítica de una de mis
primeras novelas. Era uno de los famosos “tapados”, seres clandestinos que estaban revolucionando las artes y cuya fama no
se divulgaba pues se negaban a comercializar su talento. Los atributos del tapado eran que hablaba poco, y sus escritos eran
incomprensibles. Pero la incomprensión formaba parte de su talento y de su atractivo. Como me explicó uno de sus admiradores, “Sin el tapado, todavía andaríamos
arrastrando las espuelas y susurrando alguna estrofa del
Martín Fierro”. Tuve, es cierto, la dicha de que el tapado comentara
mi novela. Pero la intriga me carcomía. ¿Le había gustado la novela? ¿Le había
parecido un bodrio? ¿Cuáles eran sus fallas?
Un día, me encontré con el
tapado en la calle Corrientes. Y trémulo le pregunté qué opinaba de mi novela.
Y él me respondió: “No pretenderás que te haga una crítica del gusto.
Antes me muero que hacer una crítica del gusto. ¿Vez esta alcantarilla?” el
tapado me señaló la entrada a una cloaca, cubierta con una tapa redonda. “Bueno,
antes que hacer una crítica del gusto, levanto la tapa, y me lanzo de cabeza.
La crítica del gusto está muerta. Prefiero el olor a podrido que hacer una
crítica del gusto”.
Pasaron varios años, y leí otras críticas
sobre mi obra, y comprobé que mi novela no era buena. Era la obra de un
principiante. Pero estoy seguro de que el tapado hubiera seguido leyendo mis novelas, aunque hubiesen sido malísimas,
porque él no creía en la crítica del gusto. Su labor como crítico a nadie
ayudaba, aunque todos estaban seguros de que era un genio.
Leer los trabajos que analizan la
Trilogía de la Patria Boba por supuesto que me hace sentir orgulloso, pero hay
algo mucho más importante: me brinda entusiasmo, pues hay crítica, hay
comentario, hay sugerencias y señalamientos, y eso demuestra que me falta mucho
por hacer, por revisar y por replantear.
En los profesores y graduados de la
universidad de Los Andes, Núcleo Rafael Rangel de Trujillo encontré una fuente inagotable de
propuestas y la certificación de que toda obra es A work in progress. Gracias a la imaginación dialógica su
irradiación puede ser infinita.
El análisis de la nueva novela
histórica por parte de Margot Carrillo Pimentel, de la trilogía completa por parte de Carmen
Virginia Carrillo Torea, la “representación de “un héroe más humano en Los papeles de Miranda de Alexis del
Carmen Rojas Paredes, la “deriva entre cotidianeidad y referente histórico en la novela” por Luis
Javier Hernández Carmona, el discurso en
tres tiempos de Las dos muertes del
general Simón Bolívar por Libertad
León González, su posterior examen de Los
años de la guerra a muerte así como los
escritos de Lucía Parra y de Juan Joel Linares
Simancas son notables. Y afortunadamente, apenas forman parte de la
historia. Todos ellos han proliferado en sus tareas críticas, e integran un
elenco del cual me siento orgulloso de formar parte. Están empecinados en
descubrir y redescubrir una de las literaturas más ricas, menos conocidas de
América Latina. Admiro a Margot Margot Carrillo Pimentel por un bello libro que
escribió sobre Enrique Bernando Nuñez y su novela Cubagua, uno de los grandes secretos de nuestra narrativa. Hubiera
querido conocer antes el trabajo de Luis Javier Hernández Carmona sobre Las lanzas coloradas de Arturo Uslar
Pietri, pues trastorna todo lo que se había escrito previamente sobre esa
novela seminal y lanza planteos a tener muy en cuenta. Sin De la belleza y el furor, de Carmen Virginia Carrillo, mi
conocimiento de la poesía venezolana de las décadas del sesenta y del setenta
sería paupérrimo. (Hago una breve mención de la otra parte, su participación en
la reedición de mis novelas y su decisiva
e insustituible participación en mis dos últimas narraciones). Libertad León
González ha escrito una gema de ensayo sobre Octavio Paz. Alexis del Carmen
Rojas Paredes me ha redescubierto no solo al Miranda de Los Papeles, sino al que reaparece en Eros y la doncella. Su trabajo es un fuego de artificio de ideas.
Gracias a su escritura, redescubrí la teatralidad de la Gran Revolución. Y last but not least Lucía Parra y Juan
Joel Linares Simancas van a dar mucho que hablar, tanto en la poesía como el
ensayo. Pertenecen a una nueva generación que ni olvida a sus mayores, ni come
cuentos. Y escriben además, con gran talento.
––0––
Hace
poco recibí una carta de un supuesto amigo bonaerense. Me avisaba que me había
perdido totalmente de vista. Tenía esperanzas de que perseverara en la
escritura pues ignoraba que había ocurrido conmigo. Sí, se había enterado que
estaba publicando en España, pero no conocía la editorial, aunque ya el nombre
no le sonaba bien.
En una ocasión, hace catorce años, escribí un email a Teodoro Petkoff,
el actual director del periódico Tal Cual
de Venezuela. Hacía muchos años que no me comunicaba con él, aunque por
supuesto, estaba enterado de su trayectoria política y periodística. Le escribí
a Teodoro al estilo argentino: “Señor Teodoro Petkoff, de mi mayor
consideración…” Quería saber si le interesaba tener un corresponsal del diario
en Nueva York. Teodoro me respondió diez
minutos más tarde, me preguntó qué eran “esas vainas de mi mayor consideración”,
y de inmediato me convertí en corresponsal de Tal Cual, uno de los galardones que he obtenido en mi patria
adoptiva. Teodoro es uno de los venezolanos encargados de corroborar que no se
puede ser gran hombre a bajo precio. No puedo decir lo mismo de mi amigo, o ex
amigo bonaerense.
Estoy atado por numerosos lazos a Venezuela y a su destino. Vivo tanto
en Venezuela como en Nueva York. A veces vivo más en Venezuela que en Nueva
York. Hay otros pueblos que se merecen el destino impreso por sus gobernantes.
Pero les aseguro que los venezolanos no se merecen la calamidad que padecen día
a día.
Y mi pasión por Venezuela se refleja en La trilogía de la patria boba. Otras novelas integrarán ese ciclo.
En buena parte, gracias a los ensayistas que participaron en el libro que estoy
comentando.
Al escribir esas novelas quemé algunas
naves, pero no me arrepiento. Dudo que muchos de mis lectores compartan mis
opiniones sobre los héroes de la independencia. En otras latitudes un
extranjero, un musiú que se anime a escribir sobre los próceres desde cualquier
perspectiva, es observado con ojos sospechosos. Ni siquiera si prodiga elogios
sobre los padres de la patria. En ese sentido, creo que en Venezuela la cosa es
distinta, simplemente porque esa patria es Caribe y no boba.
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