Mario Szichman
En la vida prefiero el
orden cronológico, aunque es un pecado mortal en la narrativa. Gracias a mi
querida y talentosa amiga Alicia Migdal, he recibido un video, grabado en 1983,
donde entrevisté a un ser humano de enorme calidez, modestia y fragilidad, llamado
Ángel Rama. Pueden ver el video de la entrevista en el siguiente enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=XmDCiJVEtcE
Conocí a Ángel a través
de una polémica. Era tan generoso, que en vez de mandarme al demonio se hizo mi
amigo, mi mentor, el promotor de mis novelas. Lo conocí en Venezuela, cuando él
estaba exiliado de la dictadura militar uruguaya. (¿Sería del gobierno de José
María Bordaberry?) En esa época solía pelearme con media humanidad. Escribí dos
libros de ensayo, en uno de ellos critiqué a Miguel Otero Silva, el dueño del
periódico El Nacional de Caracas, quien
quería ser novelista y escribió varios libros para demostrar lo contrario.
Luego arremetí contra Arturo Uslar Pietri, aunque con el autor de Las lanzas coloradas fui injusto de
manera abundante.
Creo que Ángel reivindicó
mi furia, muchas veces injusta, señalando en su diario personal: “Desde que
publico un artículo cada domingo, en (el diario) El Universal, el silencio en torno mío. Para el medio intelectual
es el leprosario, del cual se tiene noticia pero no se habla. Comprendo el
frenesí de Szichman, que lo lleva al ataque: en él siente que existe”. En esa
época me gustaba un lema de Bertolt Brecht: “Los puñetazos son mejores que el
aburrimiento, porque el aburrimiento es lo peor de todo”. (Por cierto, a veces
otros intelectuales ayudan a enderezar las cargas. El profesor Luis Javier
Hernández Carmona escribió un espléndido libro sobre Uslar Pietri, con sagaces insights sobre una de las mejores
novelas de la literatura latinoamericana y los senderos que ha abierto a los
nuevos escritores).
Volvimos a encontrarnos
con Ángel Rama en Nueva York. Él había sido contratado como profesor por la
universidad de Maryland, yo llegué a la ciudad en 1980, tras ganar un premio
literario que nos permitió a Laura Corbalán, mi esposa, y a mí, pagar los
pasajes y lo que pensamos sería una corta estadía. Para Ángel Rama y su esposa,
la escritora Marta Traba, no era una buena época. Creo que el escritor cubano
Reynaldo Arenas le montó a Rama una campaña acusándolo de comunista. Fue una
campaña eficaz, porque el departamento de Estado le negó la renovación de la
visa a Ángel, y éste se vio obligado a liar nuevamente sus bártulos. Por
suerte, el estado francés lo recibió con los brazos abiertos. Lamentablemente,
el estado francés lo recibió con los brazos abiertos, y su destino fue trágico.
El primer encuentro con
Ángel Rama en Nueva York estaba relacionado con su situación personal. En esa
época yo trabajaba para la agencia noticiosa United Press International, y le
propuse a uno de sus jefes entrevistar a Ángel para que ofreciera su opinión
sobre la campaña (infame) que le había montado Reynaldo Arenas. Ángel habló con
muchísimo respeto de Arenas, y usó una blanda ironía para rechazar los
inexistentes cargos.
El segundo encuentro fue
mucho más grato. Frank Janney, el dueño de Ediciones del Norte, donde
publicaron A las 20:25 la señora pasó a
la inmortalidad, mi novela galardonada (lean la segunda versión, la editada
por Carmen Virginia Carrillo, pues es muy superior) invitó a Ángel Rama a que
inaugurara una serie de videos sobre literatura y arte. La grabación se hizo en
un espléndido apartamento de Brooklyn Heights, y la calidad humana y
profesional de Ángel Rama está visible en esa hora de grabación. Es una clase
magistral, ofrecida por un hombre que no solo amaba la literatura, sino que
activaba el amor a la literatura en alumnos y en colegas. Y en el ambiente
intelectual, créanme, esos seres son minoría. La casta intelectual tiene
tendencia a los grandes silencios y a privar de oxígeno las habitaciones por
donde circula. La admonición es su fuerte, así como las palabras definitivas.
Pero Ángel Rama era un gran conversador que incitaba a la conversación y
cargaba de ideas a su interlocutor.
Nunca abandoné una reunión de esas que tenía con él, sin la mente llena
de proyectos. Era un feliz privilegio ser su amigo.
Como decía al comienzo,
en la vida prefiero el orden cronológico, aunque es un pecado mortal en la
narrativa. Me encanta recordar la época en que Alicia Migdal y yo éramos
jóvenes y prácticamente indocumentados en Caracas. Alicia, otra exiliada de
Uruguay, era gran amiga de Ángel (ambos trabajaban en ese ejemplo editorial que
era La Biblioteca Ayacucho). Ella es, además, de esas personas que se convierte
en amiga para siempre. Es una gran escritora, con una carrera floreciente. Tal
vez nuestro trato es infrecuente, pero somos amigos del alma.
Fue Alicia la encargada
de hacer retroceder el tiempo 30 años enviándome el video que grabamos con Ángel Rama. En el
video observo un Ángel muy reconocible,
joven, encantador, sabio, y a un Mario Szichman cuyos rasgos no
reconozco, y en cuya voz y gestos me
identifico con dificultad.
Si prefiero el orden
cronológico es porque ese video de hace tres décadas llegó después de una
noticia de casi tres décadas. Tras la entrevista que le hice a Ángel Rama en
Brooklyn Heights, la UPI decidió mudar su sede central a Washington, D. C.
Recuerdo que estábamos con Laura en un hotel del downtown de Washington, un 27 de noviembre de 1983, cuando Frank
Janney me llamó por teléfono para decirme que Ángel y Marta habían fallecido en
un accidente de aviación en el aeropuerto madrileño de Barajas, junto con el
escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia, y con el novelista peruano Manuel
Scorza. Todos ellos se dirigían de París a Colombia para asistir a una
conferencia internacional de escritores latinoamericanos. Me pregunto cuál hubiera sido el destino de
Ángel Rama de no ser por la campaña de difamación de Reynaldo Arenas.
Luego de tres décadas, un
Ángel Rama en la plenitud de su talento vuelve a cautivar a las nuevas
generaciones. Lo escucho con admiración y con agradecimiento. Ángel no ha
envejecido en sus propuestas o en su
inteligencia, en su sonrisa, en su sentido del humor. De todas maneras, si
pudiese ser propietario de la cronología, le depararía otro destino y,
especialmente, enemigos más amables.
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