lunes, 16 de junio de 2014

La represión de la sexualidad en un mundo feliz




Mario Szichman

“Y mañana…
Nadie sabe qué nos ofrecerá el mañana…
El mañana es lo desconocido.
…A partir de ahora todas las cosas serán nuevas,
Sin precedentes, imposibles de concebir”.
Nosotros, Yevgeny Zamyatin


             ¿Puede un hombre estar enamorado de una mujer que se llama I-330, y querer estar junto a su cuerpo “cada minuto, cualquier minuto, siempre con ella”?  ¿Es viable para el lector imaginar que ese amor feroz, imposible de acallar o de amedrentar, que obliga a la traición, y conduce a la muerte, es enunciado por un hombre llamado D-503? 
         Nosotros, la novela del escritor ruso Yevgeny Zamyatin (1884-1937) sigue estando en el centro de todas las grandes distopías modernas. No sólo es precursora – reconocida por el propio George Orwell – de 1984 y también de Un mundo feliz de Aldous Huxley –aunque Huxley dijo que su novela fue escrita en reacción a las utopías de H.G. Wells –  y de la extraña, magnífica Anthem, de Ayn Rand.  Kurt Vonnegut indicó que su novela Player Piano (1952) estuvo inspirada en Un mundo feliz, “cuya trama fue gozosamente plagiada de Nosotros. Y Convite para una decapitación, de Vladimir Nabokov, describe una sociedad que muestra afinidades con la narración de Zamyatin. (Nabokov leyó Nosotros durante la elaboración de su novela). 


       Pero Nosotros es una extraña obra precursora. Sus herederos se apropiaron de su estructura, y relegaron a un segundo plano su núcleo central: el ardor erótico, y la sátira.
             El peligro de quien narra una utopía o una distopía (un deprimente sitio imaginario) es dejarse seducir por el escenario. Orwell eludió el riesgo creando un personaje físicamente enfermo. (Creo que sufre de venas varicosas), y Ayn Rand inició la narración anunciando un sofocante, inmediato peligro para su protagonista, antes de diseñar la ciudad ideal donde transcurre la fábula. Zamyatin, por su parte, hizo algo más astuto: reveló la desigual lucha entre el estado y el individuo a través de un esquema malthusiano en que la razón, inicialmente, pertenece a la autoridad.
       En Nosotros, el estado ha conseguido invadir la última frontera del ser humano al despojarlo de su nombre propio. El crítico J. Hillis Miller dice que “Nombrar a alguien es distanciarlo de sí mismo al convertirlo en parte de una familia”.  Pero si despojamos a un ser humano de su nombre y lo trocamos en una sigla, pierde su parentesco y se transfigura en un objeto dispuesto a ser manipulado por la autoridad.  El nombre propio autoriza también el nombre falso, el seudónimo. La clandestinidad es el refugio final de la persona. Pero en las sociedades totalitarias y en los campos de concentración  los seres humanos devienen números y en letras. (Hasta en las cárceles nos permiten mantener nuestra identidad, ser visitados por familiares). Y en su empecinada lucha por rescatar al individuo, Zamyatin devuelve la filiación a sus abstrusos protagonistas, les brinda carne y hueso, y el más pernicioso de los órganos: un alma.
       D-503, el protagonista y narrador de Nosotros, es inicialmente un oficialista. Es un toque de talento de Zamyatin, pues ese tipo de conformistas atrapa mejor la atención del lector que un rebelde inaugural.  D-503 es un ingeniero encargado de construir una nave espacial, la Integral, a fin de trasplantar la felicidad de su gobierno a otros planetas. En un principio, D-503 cree que vive en el mejor de los mundos posibles, hasta que se enamora, contra su voluntad, de I-330.
       Robert Malthus enunciaba que los seres terrestres enfilan hacia su extinción pues  la manufactura de niños se expande de manera geométrica, en tanto la creación de alimentos prospera apenas de manera aritmética. Coleridge resumió bien la incómoda cuestión al señalar que el deseo sexual y el hambre son “pasiones de la necesidad física, y cada uno de ellos están emancipados de la razón y de la voluntad”. Malthus suponía que el ser humano podría rápidamente perecer pues su falla primordial es que actúa durante toda su vida a partir de la cintura. Si no se controlan sus necesidades a través del vicio o de la miseria, decía Malthus, algún día la especie humana desaparecerá en las gargantas de los caníbales.
        Frente a esas pasiones de la necesidad física, el estado, cualquier estado, inclusive el más totalitario, el más horrendo, el más corrupto, asegura tener un solo objetivo: la felicidad universal. Hasta el dictador de Corea del Norte desea la felicidad universal, aunque para conseguirla deba arrojar a perros feroces y sin desayunar contra un tío, un ser malo, trastornado por sus ambiciones de poder. Cuando el fallecido presidente de Venezuela Hugo Chávez pensó en el Mar Caribe, lo rebautizó El Mar de la Felicidad, pues bañaba las costas de su país y las de Cuba, su aliado. La palabra felicidad tiene siempre más sex appeal que la palabra desdicha.
       ¿Cómo puede un estado, cualquier estado, liderar la marcha hacia el júbilo cuando el individuo es un ser asocial que sólo desea poseer al ser amado y fecundarlo, aunque el mundo se venga abajo?
       Esa preocupación  es el eje de Nosotros. Zamyatin contaba con buenos elementos para mostrar el irreconciliable conflicto, pues durante su corta y azarosa vida enfrentó experiencias  similares a las detalladas en su narrativa. Mientras estudiaba ingeniería naval en San Petersburgo participó en la Revolución Bolchevique de 1905. La policía del zar de Rusia lo apresó, y lo envió al exilio interior en Siberia. Una vez triunfó la Revolución de Octubre, en 1917, el escritor fue uno de los primeros críticos de sus tendencias totalitarias. Como resultado, sus escritos fueron prohibidos en Rusia, entre ellos Nosotros. Cuando el texto fue publicado en inglés, en 1924,  Zamyatin fue acusado de traidor, se le cerraron las puertas de la industria editorial y del teatro, las asociaciones profesionales de escritores repudiaron sus textos, y tuvo que pedirle a José Stalin que le permitiera emigrar. En su carta, Zamyatin le dijo al líder soviético: “La verdadera literatura solo puede existir cuando es creada por locos, ermitaños, herejes, soñadores, rebeldes y escépticos, no por funcionarios diligentes y confiables”.  Curiosamente, Stalin aceptó el pedido del escritor, y en 1931 Zamyatin se asiló en París, donde falleció en 1937.
       La trama de Nosotros recuerda al caballo de Troya. En este caso, el armazón es una sociedad ideal,  rodeada por la Gran Muralla hecha de vidrio. Todos son prisioneros en su interior, pero felices, aunque padecen un espionaje constante, pues las paredes son transparentes.
       En épocas pretéritas, en el área donde transcurre la novela, se libró la Guerra de los Doscientos Años. Tras la hecatombe posterior, la población mundial quedó reducida a un 0,2 por ciento de la existente antes del conflicto.
         En el mundo de La Gran Muralla, presidido por El Gran Benefactor, todo está regulado, especialmente el amor. Los celos han sido desterrados de ese mundo feliz, así como la fogosidad sexual. No existen parejas. Las relaciones más comunes son las triangulares o cuadrangulares. Hombres y mujeres reciben del estado cupones rosados donde se marca la fecha y la hora en que pueden acoplarse. (El único período en que se bajan las cortinas en esa sociedad transparente es cuando dos personas se disponen a hacer el amor).
      Las relaciones sexuales son un deporte más, que contribuye a la salud mental. Hasta la perpetuación de la especie se ha hecho más sana gracias a una serie de normas. Por ejemplo, O-90, la novia inicial de D-503, tiene prohibido quedar embarazada, pues es “diez centímetros más corta que la Norma Maternal”. 
Por supuesto, el estado se muestra muy interesado en cultivar otros deportes menos entrelazados, y en fomentar una sana masticación.
Una vez por año, en ese mundo feliz, se realizan elecciones. La jornada ha sido bautizada como El Día de la Unanimidad. El protagonista dice que es como el sucedáneo de las Pascuas de épocas pretéritas. El Benefactor será reelecto sin disidencia alguna, y recibirá una vez más, “las llaves que garantizan la imperecedera fortaleza de nuestra felicidad”.
        El narrador recuerda con sorna las “desordenadas elecciones del pasado cuando, aunque parezca absurdo, los resultados de los comicios eran desconocidos con antelación”. ¿Cómo podía prosperar una civilización en base a “eventualidades totalmente impredecibles”? se pregunta D-503. La humanidad debió padecer siglos de guerra civil hasta llegar a la convicción de que solo la unanimidad nos hace felices.
        Pero dentro del caballo de Troya viven seres humanos, y sus deseos no han podido ser totalmente aplacados por el estado. Por ejemplo,  O-90, la novia de D-503, quiere violar la prohibición que le impide procrear a raíz de su estatura y mudarse en madre, aunque está al tanto de las aterradoras secuelas. Y luego aparece la bella I-330, la vampiresa imposible de resistir, quien conduce a D-503 hacia la felicidad por la senda del pecado. ¿No es inevitable que en algún momento, la dicha se transformará en infortunio por culpa del egoísmo humano?
 El Gran Benefactor desea transportar su civilización, definida por números, e iniciales de letras, y por la perfecta unanimidad, hacia otros planetas. Pero D-503, el ingeniero encargado de construir la nave espacial sabotea los planes, pues su amada, I-330, integra una pequeña banda de rebeldes. El objetivo inicial de la insurrección es destruir el navío espacial. Al parecer, el Integral es el portador de la desdicha universal. Y cunde el desorden en ese mundo feliz. Algunos empiezan a sospechar que ese desorden es causado por el más pernicioso de los órganos: el alma.
       El final de Nosotros es trágico, pero no sombrío. La seductora I-330 muere a manos de sus captores, pero ni la peor de las torturas puede arrancarle las letras y números de sus cómplices.  Y D-503 es sometido a una operación cerebral para extirparle la imaginación y las emociones. Sin embargo, La Gran Muralla ha sido derribada, y otros revolucionarios se unen a la revuelta. Un hombre, D-503, que sólo quería estar junto al cuerpo de su amada “cada minuto, cualquier minuto, siempre con ella” es el héroe de esta historia.
      Zamyatin nos promete un mañana diferente. Nadie sabe qué nos ofrecerá ese mañana. El mañana es lo desconocido. Todas las cosas del mañana serán nuevas, sin precedentes, imposibles de concebir. Pero hay algo de lo cual podemos estar seguros y tranquilos. En ese mañana imposible de imaginar estará abolida la felicidad que nos acecha desde el poder.




No hay comentarios:

Publicar un comentario