Mario
Szichman
La vida de Honorato de Balzac se
puede resumir en una de sus novelas más famosas, La piel de zapa. Cada vez que su dueño expresa un deseo, la piel se
encoge, hasta que finalmente desaparece coincidiendo con la muerte de su
propietario.
El anticuario que entrega la piel
a Raphaël de Valentin le
explica “el gran secreto de la vida humana”. El factor que nos obliga a
abandonar este mundo es el deseo y su materialización. El deseo nos abruma,
dice el anticuario, consumarlo nos destruye.
Balzac consumó sus deseos en algo más de dos décadas, en
perpetua esclavitud. En sus cartas, nos dice Graham Robb,
expresó así las necesidades de un novelista: un sitio tranquilo para trabajar,
una vivienda repleta de objetos caros, bellos, a fin de crear “felicidad y la
sensación de libertad intelectual”, café fuerte, a fin de mantener durante dos
meses el flujo de la inspiración, crecidas deudas y contratos con editores
dotados de cláusulas draconianas con el propósito de aunar la coacción a la
autodisciplina, varios seudónimos y escondites que pemitan eludir a los
acreedores, y un constante estado de ardor amoroso sin las secuelas del
enamoramiento, pues dilapida mucho tiempo.
Pero Balzac amaba a las mujeres,
necesitaba no solo sus cuerpos, sino su amistad. Para él, la lectura femenina
era invaluable. Del mismo modo que Stendhal, vivía rodeado de mujeres. La mayoría de ellas eran amigas, no amantes. Y algunas
eran escritoras, como Zulma Carraud, quien se convirtió en famosa autora de
libros infantiles. En varias ocasiones, Carraud intentó conseguir una buena
esposa para Balzac. El novelista, que en el amor era un perfecto burgués, le
escribió en cierta ocasión explicando qué clase de cónyuge buscaba. Debía tener
alrededor de 22 años (en esa época Balzac había cumplido cuarenta) y aportar
una dote de entre 100.000 y 200.000 francos, “siempre y cuando esa dote pueda
ser empleada en mis asuntos comerciales”. Al principio, su amiga se entusiasmó,
pero luego declinó el pedido, explicando que de su propia experiencia, y de las
novelas de Balzac, había aprendido que el matrimonio es lo más parecido a un
infierno. “Nunca voy a una boda sin lágrimas en mi corazón”, le dijo en una
carta.
También entre las amigas de
Balzac figuraba Laura, su hermana, una mujer de excepcional talento, que
escribió cuentos muy buenos. Laura revisó algunos de sus textos, y su consejo
fue siempre bien recibido. El criterio del novelista era que en sus lecturas las
mujeres exhibían una sabiduría ausente de sus amigos masculinos.
El único escritor que puede
parangonarse con Balzac en su época y en su oficio es Stendhal. Y en la
correspondencia de Balzac, el autor de Rojo
y Negro revela también sus secretos. Stendhal era un desconocido para la
época en que Balzac escribió La Comedia
Humana, y le envió una carta agradeciéndole la reseña de La Cartuja de Parma. En esa célebre
carta Stendhal informaba que cada mañana, a fin de ponerse en “sintonía” antes
de empezar a escribir, leía algunas páginas del Código Civil. Buena parte de La Cartuja de Parma la dictó a un secretario, y la publicó sin
revisarle una sola coma. Aunque mayor que Balzac, su admiración era tan grande
que le envió una copia de la novela donde insertó hojas en blanco. En esa hojas
Balzac debía responder a preguntas sobre estilo y técnica narrativa.
Balzac pocas veces ofreció
sugerencias sobre cómo escribir novelas, aunque sus consejos son excelentes:
hay que respetar la gramática, no empezar a escribir hasta que pase el primer
acceso de entusiasmo, el horario de trabajo debe ser de doce horas diarias, no
hay que leer reseñas de las obras que publicamos, y es necesario tratar al
editor como si fuera un sirviente holgazán. Además, es necesario escribir
exclusivamente para las mujeres.
Pero en las cartas, las mujeres
le roban el show a Balzac. Tal vez la razón más importante es que el narrador
no escribía esas cartas para la posteridad. Le parecía perder el tiempo. Prefería
invertir su talento, su energía creadora, en sus textos de ficción.
Robb, quien analizó el contenido
de esas cartas para The Times Literary
Supplement, dice que las corresponsales escribían como si hubieran sido personajes
de la Comedia Humana. (También existe la posibilidad de que las novelas
reflejasen simplemente las personas que las leían). Muchas de las mujeres que
escribieron a Balzac le agradecieron haberles otorgado una voz cantante.
Algunas pertenecían a un club de
admiradoras de su obra. En una ocasión, dijo una de ellas, un sacerdote la
obligó a condenar ciertos capítulos de sus novelas, pero cuando la mujer se
reunió con sus amigas, una le susurró a otra: “¡Amo a Balzac! El conoce todas las miserias que padecen las mujeres”.
También hubo entre sus
admiradoras quienes cuestionaron su prosa. Una de ellas, después de pedirle un
autógrafo, lamentó que Balzac “ensuciara” su “genio sublime” escribiendo “cosas
estúpidas y absurdas para que el público pueda entender”.
Tampoco escasearon cartas de
mujeres señalando que se hallaban al borde del suicidio. Otras le pidieron
consejos en asuntos amorosos, o en técnicas de seducción, le ofrecieron ayuda
como secretarias, o solicitaron referencias para obtener un trabajo u obtener un
editor a fin de publicar un manuscrito.
Balzac nunca dejó de responder
una sola de las cartas que recibió, ni siquiera las más insultantes. Y fue así
como conoció a su futura esposa, la condesa polaca Hanska. Ella le escribió una
carta anónima en 1832. La correspondencia, que se transformó en varios
volúmenes de cartas, concluyó en 1850, cuando se casaron, cinco meses antes de
la muerte de Balzac.
Una de las lectoras le escribió a
Balzac lo siguiente: “Un día, yo viajaba en un carruaje, usted, en un cabriolé.
Las ruedas de nuestros vehículos se tocaron, y alguien dijo: ‘¡Ese es Balzac!’ Eché una rápida mirada. Por simple curiosidad. Nuestros ojos
se encontraron, las ruedas de nuestros carruajes se alejaron, y quedamos
separados por el ruido de un latigazo”. Era,
obviamente, una invitación para iniciar un romance. Pero Balzac no se dejó
llevar por la tentación. Como le explicó a Alejandro Dumas, “Una
noche de amor representa para mí la escritura de la mitad de una novela. Y ninguna
mujer vale siquiera dos novelas anuales”.
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