sábado, 12 de abril de 2014

Transgredir para historiar: Mario Szichman y Eros y la doncella. Por Luis Javier Hernández




En esta oportunidad publico el texto  que el doctor Luis Javier Hernández Carmona escribió sobre mi novela Eros y la doncella, que fue publicado en el diario venezolano Tal Cual hace unos meses:


LUIS JAVIER HERNÁNDEZ CARMONA



En la novela Eros y la doncella (2013) de Mario Szichman, la historia cronológica, conmemorativa se ve intervenida a través de la historia ficcional, y en esa intervención el hecho histórico es sustituido por cuerpos que reclaman su espacio en la escena literaria creando una nueva lógica de sentido a partir del paralelismo simbólico entre discurso erótico y discurso femenino encarnado en el cuerpo de la doncella, un afilado instrumento que cambia la historia e invierte las causalidades, lo profano suplanta lo sagrado, lo malo a lo bueno; en fin, la metáfora femenina no solo mutila los cuerpos, sino que cambia destinos sociales.

La doncella aparece y desaparece entre tiempos e historias; ora como centro de la referencia textual, ora como testigo silente, punto de observación del desencadenamiento de los hechos que giran irreversiblemente entre Tánatos y Eros; espacios enunciativos desde donde la muerte y el deseo se convierten en espectáculo, pero al mismo tiempo, en cultura abyecta que trastoca los niveles referenciales éticos-históricos.

Diversas instancias abren perspectivas que van a determinar los hechos desde los cuerpos desbordados en pasión, cuerpos de la subversión literaria desde donde se enuncia desde la particularidad la creación de espacios de significación que recrean acontecimientos más allá de lo estrictamente histórico. Más bien, desde la desacralización de los espacios históricos, tal cual la Revolución, equiparada a los carruseles que producen ilusiones dentro de los burdeles; esos espacios de la tentación y el pecado que dan destellos de felicidad, al mismo tiempo de permitir el encubrimiento y la simulación. El trastrocamiento de roles y la inversión de los status; las virtuosas tienen la oportunidad de ser impúdicas, y las impúdicas, virtuosas. Y precisamente, es un rasgo a destacar: los personajes de Szichman están conscientes de su capacidad actancial, no solo por encarnar en momentos a actores, sino por vivir dentro de una plena conciencia del cuerpo como elemento literario-referencial. La enunciación en Szichman es de manera preponderante intracorpórea, íntima, desbastadora para los entornos históricos-sociales.

Personajes de la simulación y representación son los actantes de esta novela de Mario Szichman, personajes que se trasmutan en la conversión de lo histórico a lo literario, y allí la historia cronológica cede las certezas a la historia contada, a los artilugios de la imaginación. Surgen las contrariedades para indicar que los éxitos conducen a la condenación del cadalso, tal es el caso de Robespierre, amo y señor de la causalidad discursiva, pero con el estigma de la imposibilidad a cuestas.

Entonces Eros se convierte en instante de liberación y representación de las pasiones aunadas al sacrificio de las víctimas, a la conculcación de la doncella a espacios periféricos que no le permiten acceder al centro enunciativo, y por consiguiente, auxiliar a Robespierre en sus momentos agónicos; momentos de desesperación de querer terminar su existencia. Pero el destino trunca sus propósitos, condenándolo a sufrimiento lento, manera de expurgar en su propia piel y sangre los hechos cometidos en su desandada vida.

Es una novela que privilegia la mirada; los personajes escrutan incesantemente los espacios públicos, el otro es espectáculo del yo enunciante que varía incesantemente según las perspectivas narrativas. Tal es el caso de Robespierre, quien comparte con la doncella la historia textual como imagen central del espectáculo; la mirada y su circunvolución dentro de lo circense, el escenario ficcional por excelencia. Donde lo material (la doncella) se humaniza y adquiere características enigmáticas, aires de mujer fatal que cumple inexorablemente con su dantesco oficio.

Y es que lo verdaderamente placentero está en el mirar, así queda asentado en la “Biblia erótica” de Mirabeau[1], donde una triangulación semiótica nos permite establecer la relación sígnica entre: cuerpo, mirada, espejo; se trata de ejes del placer a partir de la conversión del cuerpo como objeto deseado en función de un sujeto deseante que logra alcanzar el placer más allá del simple tacto. Resaltando así que la presencia de los espejos es la concreción de los lugares de la ficción, donde la imaginación supera los límites de la racionalidad para permitir la homologación entre orgasmo y sueño (desmayo), una forma transitoria de morir bajo la amputación del miembro viril por parte del cuerpo femenino que lo degüella cálidamente. En todo caso, es una amputación simbólica que crea el ambiente del placer y el éxtasis.

La novela plantea un paralelismo semiótico entre los personajes y la doncella. Con respecto a Robespierre; ambos tienen la capacidad de “segar” vidas; impresión que los convierte en recolectores de la muerte a partir de una gracia que atrae y posibilita un estatus. Ambos crean una magia en función del desmembramiento de cuerpos como espectáculo; donde la muerte es espectáculo que logra convivir dentro de los espacios públicos a partir de los principios de una espectacularidad alimentada por las miradas morbosas de los espectadores. Y en rica connotación, todo lo que se convierte en espectáculo logra su inclusión dentro de  la historia textual, esto es, se legitima en medio de lo exageradamente trágico, o mejor dicho, en lo exasperadamente trágico.

Pero además, el decurso narrativo hace que Mirabeau y la doncella coincidan en el éxtasis que reside en la potencialidad erótica configurada bajo el mundo de la ensoñación de los cuerpos amortajados por la pasión. Pasión que a más de arropar, amortaja, porque en esta novela, la pasión es una forma de morir en medio del placer. 

Para Szichman, cotidianizar la muerte significa estructurar una cadencia narrativa que subvierte los órdenes lógicos desde la historia misma, de la cronología legitimadora de la ficción que asume rasgos circenses[2] que quizá la historia conmemorativa intenta borrar, o más bien, transformar en principios éticos que aleccionen a los presentes, y a las generaciones futuras. Así la historia construye su eje referencial a partir del desmembramiento del cuerpo que se fragmenta y se desangra. Especie de rito satánico que humedece pañuelos y reconforta la avidez del público que asiste a las ejecuciones, es decir, al circo de sangre y muerte. Evocación de fragancia que embriaga y posibilita la inserción de los cuerpos expectantes en espacios del éxtasis, sugerencia de la transmigración a escenarios del deleite a través de lo macabro y en la funcionabilidad de la sangre como éter.

El espectáculo requiere de testimonios que se convierten en la verdadera historia de la Revolución escrita sobre la superficie del cadalso; lugar de la acción política, donde decapitar es sinónimo de destronar, y el éxito se mide a través de las partes y no del todo. Porque esta novela de Szichman es una novela de los cuerpos, ellos son estandartes de la fama o de las miserias. Lugar de la condenación o la redención, el cuerpo novelado de Szichman representa en toda su obra narrativa una relación entre la totalidad y la fragmentariedad. En su tradición narrativa, Szichman indaga las estructuraciones textuales a partir del cuerpo y su rescate simbólico, tal y como lo hicieron los románticos, y desde allí establece las diversas coordenadas de significación.

El degüello de las víctimas tiene una profunda relación con lo erótico, morir decapitado es estar cerca del éxtasis que produce el cercenamiento de las cabezas a través de la incursión de la doncella desde sus partes íntimas, desde su entrepierna. En todo caso, es Eros y Tánatos que confluyen en aquella estructura que semeja un cuerpo femenino; pero fundamentalmente, es la gran constructora de la historia a partir de la traslación de rasgos humanos al escenario de la muerte y el espectáculo. Especie de altar donde la muerte es ritualidad a través del espectáculo, y el espectáculo el centro de la historia narrada.

La doncella es centro del deleite, propicia placer a los espectadores, y desde allí, envuelve la relación objeto-espectador en la satisfacción del observar, la libertad de la mirada que satisface el cuerpo en medio de la cotidianidad, en los ascensos y descensos lentos o vertiginosos de la afilada cuchilla que cae sobre las cabezas de los ejecutados. La muerte-espectáculo llega a trivializarse (aunque morir siempre sea un acto horrible) porque los espectadores trasladan sus espacios cotidianos a los escenarios de la ejecución en una domesticación de los lugares del horror e inversión de las perspectivas enunciativas.

 Es importante acotar que el cuerpo de la doncella es único; tiene la posibilidad de rearmarse cada día, va de las partes a un todo y viceversa; acción que no pueden realizar los cuerpos que son ejecutados. Tal es el caso de la princesa, amante de María Antonieta, ajusticiada en plena vía pública, violada, mancillada y desmembrada, y en ese fraccionamiento de los cuerpos. La sociedad misma está en medio de un caos donde sexo maldito y pornografía establecen una forma de vida e inversión de los cánones históricos, ocurridos pero escondidos en nombre de una ética falsaria.

La historia textual salta entre los espacios históricos para diversificarse en los disímiles personajes que se asoman a fin de hacer girar la trama como si fuera un calidoscopio. Los estamentos se fraccionan y los códigos culturales son trastocados desde sus mismas figuraciones; y aparece el absurdo desde la pretensión de escribir una “Biblia erótica” donde lo carnal es la sublimidad que se intenta definir como grandiosidad del ser en busca de la trascendencia.   

Trascendencia que se logra en el cuerpo de la doncella al ser metaforizado por pintores[3], poetas, filósofos que intentan recomponer lo abyecto donde la fealdad hace inclinarse la belleza. Y desde las fronteras del arte y la reflexión, la doncella rejuvenece, renueva su corporalidad y ensancha su significación. Es la isotopía de la resurrección y la metamorfosis que permite superar el cuerpo humano para constituirse en ícono histórico, porque nunca deja de ser una alegoría de lo humano y su relación con el momento trascendental de la muerte. De esta manera, Szichman logra crear una anormalidad estética que subvierte el orden histórico, y desde allí configura una interesante referencialidad literaria que abunda dentro de lo extratextual, y lógicamente, enriquece sus textos desde el orden simbólico.

Y dentro de esta anormalidad estética que va desde los cuerpos amputados o deformes hasta la descomposición social, los corruptos son los que hacen la Revolución, y, simultáneamente, refuerzan el ejército de ejecutados para la permanencia y pervivencia del espectáculo. Y así, todo lo que esté fuera del espectáculo representa la verdadera tortura del humano, como los lechos conyugales convertidos en martirios, al representar una vida íntima aburrida y periférica que solo es posible recomponerla a través del trastrocamiento de los cánones y las normas, o mejor dicho, cuando es incorporada al espacio de lo público dentro de la espectacularidad narrativa.

Paradójicamente, Luis XIV se asemeja a la doncella por su habilidad de armar y desarmar cerraduras, arte de abrir espacios donde lastimosamente las ilusiones y lo idílico conculcan las realidades, y las erecciones derrumban al amor “como un castillo de naipes”. Entonces, los cuerpos son anulados desde la virilidad, donde para muchos la intimidad se convierte en una vergüenza y temor al escándalo público. Y las habilidades literarias son utilizadas para el chantaje y el enriquecimiento, tal es el caso del dramaturgo, que sustituye las obras de teatro por panfletos extorsionadores.

La constitución de esta anormalidad estética en paradoja discursiva enriquece la historia textual al crear una lógica de sentido que sirve de soporte a la trama textual. El incesto se convierte en hazaña, forma por demás estridente de lograr figuración dentro del conglomerado social, pero también, de lograr la auténtica satisfacción con su misma sangre, esto es, en su mismo cuerpo para destruir los cuerpos ancestrales (padre) y con ellos el mundo primordial de las sociedades: la historia.

Desde allí que los estamentos de lo subversivo los dicte la “Biblia erótica” de Mirabeau y no la Revolución, y así se establece una nueva tribuna, nuevos tribunos que comparten la vida con las leyes, y las leyes con el desenfreno y la búsqueda frenética del placer. He ahí el encuentro del estamento real y el estamento ficcional para construir Eros y la doncella; lo real y lo carnavalesco se conjuntan en torno a los cuerpos que se desgarran entre los espacios públicos y los lugares íntimos; donde las apariencias y los murmullos subvierten las posibilidades históricas y banalizan los sentires y sentidos de una Revolución que marcha huérfana en medio de la codicia de los hombres.

Aunque suene paradójico, Eros y la doncella de Mario Szichman es una convulsa historia de amor donde los amantes se mueven en ese terrible laberinto que es la vida; historia del deseo que sobrepasa los cánones históricos y presenta al cuerpo como centro de la existencia humana. Cuerpos vestidos de hipocresía o desnudos de angustias; pero cuerpos al fin que procuran su libertad entre aciertos y desaciertos, vidas o muertes representantes de dos lugares comunes que acompañan paralelamente nuestra existencia: Eros y Tánatos.

Entre ellos dos está la existencia humana en la dimensión espacial de lo público, lo privado y lo íntimo a razón de planos enunciativos para subvertir el orden lineal de la historia y permitir el ingreso de la pluridimensión que nos permite el acto de narrar en su intento de reacomodar los tiempos a través del dictado de la imaginación. Y en esta práctica literaria, Mario Szichman se ha convertido en un verdadero maestro que interroga realidades desde la cotidianidad de los personajes, privilegiando el cuerpo como un gran cartabón en su intento de reflexionar sobre las bondades y miserias de la existencia humana.

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Luís Javier Hernández Carmona

Profesor titular  de la Universidad de los Andes. Venezuela.

Entre sus libros figuran: País Portátil; la itineraria discursiva entre cuerpo, pecado y olvido (2004); Las Lanzas Coloradas, la trama histórica entre la condenación eterna y el amor apocalíptico (2005); Cien años de nostalgia. Cien Años de presente. Gabriel García Márquez y la utopía latinoamericana. (2009). 




Luis Javier Hernández Carmona: (Boconó, Venezuela, 1957). Es profesor Titular  de la Universidad de los Andes. Venezuela. Licenciado en Educación Mención Castellano y Literatura. (ULA). Magíster Scientiae en Literatura Latinoamericana. (ULA). Doctor en Ciencias Humanas (LUZ). Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua. Correspondiente de la Real Academia Española. Vicepresidente Asociación Venezolana de Semiótica. Investigador Activo Nivel “C” PEII. Ministerio de Ciencia y Tecnología. Investigador Activo PEI. Universidad de los Andes. Miembro Principal de la Comisión Humanística CDCHTA-ULA. Editor-Jefe Fondo Editorial “Mario Briceño-Iragorry”. ULA-NURR. Colaborador de las revistas: Cuadernos Americanos, Gaudeamus y Escritos  de México; Silabario de Argentina; Cifra Nueva,Letras, Literatura Hispanoamericana, Actual, Ágora, Utopía y praxis, Escritura, Academia de Venezuela.






[1] Podemos atrevernos a realizar una descomposición de la expresión Mirabeau y crear una alegorización de mirar hermoso, percibir la hermosura. Y ratificar la premisa que privilegia la mirada como fuente del placer, pero también, recordar el peso pecaminoso de la mirada dentro de los estamentos religiosos, éticos, morales.

[2] Al mismo tiempo, la noción del circo dentro de la literatura es la irrupción de los mecanismos de la ficción dentro de las nociones de realidad dentro de la historia textual; mecanismo estructurante de un proceso ficcional que recurre a lo circense para evidenciar la espectacularidad. Y en esta novela, toda la referencialidad gira en torno a lo circense y lo carnavalesco.


[3] En toda la obra de Szichman existe una interesante recurrencia sobre la figura del pintor que plasma en sus lienzos los horrores y las deformidades dentro de una estética de lo feo que crea una frontera permeable entre los centros y las periferias. Punto de encuentro simbólico para reforzar los antagonismos, pero también, para balancear-legitimar las relaciones entre realidad y ficción.

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