Mario Szichman
No se
hundan en la desesperación…
El
odio de los hombres pasará, los dictadores morirán,
y el
poder que le robaron al pueblo retornará al pueblo.
Y
mientras los hombres perezcan luchando por la libertad,
la
libertad nunca perecerá.
Charles
Chaplin, discurso de El gran dictador
Antes de su irrupción en Europa
con El Angel Exterminador y Viridiana, Luis Buñuel tuvo un período
muy creativo en México, con filmes como Los
olvidados, Nazarín, La vida criminal de Archibaldo de la Cruz
(una joya que aún no ha obtenido todo el reconocimiento que se merece) Flor Silvestre y Subida al Cielo. En ese último filme hay una escena donde, a
propósito de un brindis en honor a una “mamacita”, un diputado pronuncia un discurso
en que se incluye esta frase: “Quiero desgranar los pétalos del florilegio
engarzados por la clarividente y distinguida concepción de ese gran bardo Pepe
Radilla, gloria inmarcesible de las letras contemporáneas y refulgente sol de
nuestro estado”.
He visto varias veces esa
película, porque un maestro exhibe su genio hasta en obras menores (o,
primordialmente, en obras menores), y porque el discurso del diputado siempre
me causa risa.
Toda cultura tiene su retórica,
pero creo que en el mundo de habla española nos excedemos. Una amiga me
comentaba que en su universidad, cuando asume el nuevo rector primero viene un
sucedáneo del besamanos, y luego el tirano académico les propina a los sufridos
profesores y alumnos un discurso de entre 45 minutos y una hora de duración.
¿Por qué? ¿Por qué la autoridad debe siempre combinarse con el sadismo?
¿Cuántos de esos autócratas están dispuestos a escuchar el discurso de otra
persona en el podio?
Esta frase me retrotrae a la
infancia, a mi autoritario director de la escuela primaria. El pobre hombre
tuvo que cabalgar entre el peronismo y el antiperonismo. En 1955 derrocaron a
Juan Perón. Yo tenía en ese momento 10 años de edad. El director de la escuela
era un fervoroso peronista. Siempre se peleaba para que le permitieran hablar
en los homenajes a la Abanderada de los Humildes, cuando se cumplía un nuevo
aniversario de su ingreso en la inmortalidad, el 26 de julio, (sí, antes que el
Comandante Eterno, otros personajes latinoamericanos lograron ingresar en la
inmortalidad) o el 17 de octubre, fecha patria del peronismo. Los discursos del
director, con el inevitable prólogo de “Señora presidenta de la Sociedad de
Beneficencia, señor presidente de la Cooperadora Escolar”, y el inevitable
epílogo de “Distinguidas damas, caballeros… alumnos” se prolongaba alrededor de
una hora, al aire libre, en el patio de la escuela. Por alguna razón, en la
Argentina, todos los aniversarios de batallas epónimas o fallecimiento de hijos
ilustres ocurren en los meses más crudos del invierno, o a principios de la
primavera. Suele llover en esos aniversarios, o se cuela un viento muy
desagradable por el cuello, y como la Argentina es (o era) un país muy formal,
los pobres educandos tenían que calarse el discurso junto con el frío, sin
posibilidad de abrigarse como Dios manda. El uniforme obligatorio era el albo
guardapolvo, que nada abrigaba.
El director de la escuela también
se había encargado de inaugurar un busto de Eva Perón, instalado a la entrada
de la escuela, pero ese director de escuela, que para nosotros representaba no
solo la autoridad sino algo cercano a la santidad, hizo algo deleznable cuando
cayó el peronismo. Apenas llegó la Revolución Libertadora, pidió permiso a las nuevas
autoridades escolares para romper con una mandarria el busto de Eva Perón. A
partir de ese momento, si bien no me convertí en un anarquista, perdí toda confianza
en las autoridades legítima o ilegítimamente constituidas.
LOS SOCIÓLOGOS
SIEMPRE LLEGAN TARDE
El arte suele anticiparse a la
historia, o aclara sus aspectos más sórdidos. Stanley Kubrick en Dr. Strangelove, Jim Thompson, en The Killer Inside Me, Charles Chaplin, en El Gran Dictador, revelan aspectos de un autócrata que quedan
soterrados en los manuales de historia, o que la historia olvida registrar. Después
llegan los sociólogos, muchísimo después, a corroborar lo que el arte vislumbró
con lujo de detalles.
Los discursos de Peter Sellers en
su interpretación del doctor Strangelove, donde, en medio de sus loas a la
humanidad y al progreso su autónomo brazo artificial se alza exhibiendo el
saludo nazi, o las sádicas peroratas del alguacil Lou Ford, protagonista de The Killer Inside Me, quien mata a sus
oyentes de aburrimiento, antes de asesinarlos, fueron precedidos por Chaplin en
su imitación de Adolfo Hitler. Cuando el dictador habla, los micrófonos se
doblan, sobrecogidos de miedo ante una oratoria homicida. En la época del
estreno de El Gran Dictador, en 1940,
Chaplin estaba en minoría. Todavía en esa época, en 1940, la opinión pública
mundial tenía una opinión dividida sobre Hitler. Las tendencias autoritarias
del Fuhrer, el antisemitismo, y los desmanes de las camisas negras o pardas,
pasaban a un segundo plano, ante sus planes económicos, la abolición del
desempleo, y la recreación de una Alemania poderosa, que parecía el modelo a
seguir tras la catástrofe de la Gran Depresión.
Y esa es la gran dicotomía en el
momento en que se registra el desplome. El sociólogo suele explicar las causas
cuando ya es demasiado tarde. El artista suele anticiparse a ellas.
En estos días he leído algunos
trabajos del sociólogo Heinz Dieterich, sobre el gobierno de Venezuela
presidido por Nicolás Maduro. Dieterich fue quien acuñó el sobrenombre de
Socialismo del Siglo XXI para calificar el experimento político social de Hugo
Chávez. Es un hombre muy inteligente y –algo bastante infrecuente en los
sociólogos políticos– un ser capaz de reconocer sus equivocaciones. Se ha
convertido en un demoledor crítico de la gestión de Maduro, e inclusive estima
que su mandato se terminará en ocho semanas. (Menos aún, porque la predicción
la hizo en la primera semana de marzo de este año).
De
todas maneras, Dieterich no opinaba así de Maduro en abril del año pasado, poco
antes de las elecciones presidenciales. En esa ocasión, Dieterich dijo de Maduro que “está
evolucionando su propio perfil. Mantiene el patrón del comandante, pero está
ganando una estatura propia. Va a ser un buen presidente, sin las condiciones
de un Chávez o un Fidel, pero lo va a ser porque el sistema está estructurado.
Una catástrofe no va a haber”. Otro de sus pronósticos fue que” Nicolás
Maduro ganará con facilidad este domingo”, aunque, en realidad, ganó a duras
penas, y el gobierno chavista se negó a hacer un recuento de votos.
Dieterich cesó su colaboración
con Chávez a fines de la década pasada, y comenzó a formular duras críticas
contra el chavismo. De inmediato, empezaron las calumnias. La organización
chavista Aporrea.org, dijo que el ex-ministro
de Comercio Eduardo Samán recibió en cierta ocasión una llamada telefónica de “Chávez,
quien le habría recomendado no tener contactos con el sociólogo mexicano Heinz
Dieterich y que éste le había solicitado un millón de dólares a cambio de su
asesoría”. Dieterich negó esa acusación durante una entrevista que le hizo Aporrea.org,
y aprovechó para caerle de nuevo al chavismo. “Si el Estado Bolivariano actual ni siquiera puede
organizar la distribución adecuada de papel toilet, lo que puede hacer
cualquier república bananera, ¿cómo se le puede pedir administrar centralmente
una economía moderna totalmente internacionalizada?” preguntaba Dieterich en la
entrevista.
De todas maneras, el sociólogo
tardó algunos años en descubrir que Chávez prometía pan para hoy y hambre para
mañana.
Le bastó a Gabriel García Márquez
un viaje en avión con Chávez, en enero de 1999, poco antes de que Chávez
asumiera la presidencia de Venezuela, para señalar que el carismático líder
parecía un jano bifronte. Por una parte, alguien “a quien la suerte empedernida
le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que
podía pasar a la historia como un déspota más”.
Le bastó a un amigo mío inclusive
menos tiempo para enunciar algo todavía más demoledor. Tras observar un
programa de “¡Aló, Presidente!”, emitió el siguiente diagnóstico: “Un
presidente que habla ante una audiencia ocho, nueve horas seguidas, sin
autorizar a que nadie pueda ir al baño, es un sádico capaz de llegar a
cualquier extremo”.
No voy a acudir a la psicología
para aludir a la personalidad del anal retentivo. Sólo quiero alertar al lector
sobre esos oradores que intentan desgranar los pétalos del florilegio, o
exaltan la gloria inmarcesible de algún refulgente poeta. La tortura de la
prolongada oratoria suele anticipar inenarrables calamidades.
Excelente post como siempre Mario. Un abrazo enorme!
ResponderEliminar¡Gracias, amigo Gerardo!
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