Mario Szichman
El título del libro poco
explica: Banvard´s
Folly, la locura de Banvard. Fue publicado por la editorial neoyorquina
Picador en el 2001. Pero el subtítulo informa bastante: “Trece relatos de
insigne oscuridad, famoso anonimato, y endemoniada suerte”.
Su autor, Paul Collins, tiene una tesis
bastante sólida. Si se examinan los documentos de previas épocas, dice, sólo se
tropieza con nombres olvidados.
Generalmente, tras morir,
los personajes históricos y los artistas célebres ingresan en un cono de
sombra, sin importar su gloria previa. La profesora Guadalupe Isabel Carrillo
recordó en un muy buen ensayo sobre la novela de Gabriel García Márquez El general en su
laberinto, el cuasi epitafio con que el gobernador de Maracaibo anunció la muerte de Bolívar: “Me
apresuro a participar la nueva de este gran acontecimiento que sin duda ha de
producir innumerables bienes a la causa de la libertad y la felicidad del país.
El genio del mal, la tea de la anarquía, el opresor de la patria ha dejado de
existir”. (Ver blog http://notaapiedepagina.blogspot.com/).
Obviamente, Bolívar logró inmortalizarse pese a esa infamia.
En el terreno de la literatura
han existido desconocidos en vida que lograron una sólida inmortalidad, como es
el caso de Franz Kafka. En eso también influyó la época en que le tocó vivir y
morir, y su ubicación geográfica. Checoeslovaquia no era la perla más rutilante
del imperio austrohúngaro. Tal vez si Kafka hubiera vivido más cerca de Viena,
hubiera sido famoso antes de morir. De todas maneras Kafka pasará a la historia
como uno de los grandes escritores del siglo veinte, junto con Marcel
Proust y con William Faulkner.
Muchas veces la guerra
interrumpe celebridades. El escritor polaco Witold Gombrowicz es obviamente una
de las grandes figuras literarias del siglo veinte. Pero tuvo la mala suerte de
que fue invitado a ir a la Argentina poco antes de estallar la segunda guerra
mundial. Gombrowicz llegó a Buenos Aires cuando comenzó la guerra. Polonia fue
invadida por los nazis (y también por los soviéticos). El escritor quedó
convertido en un paria durante varios años de su vida literaria. Luego, tras la
guerra, estableció vínculos con expatriados polacos, y colaboró con
publicaciones en París. Finalmente, en 1963, recibió una beca de la Fundación
Ford, vivió un tiempo en Alemania y en Francia, en 1967 obtuvo el Prix
International y falleció en 1969, con una notoriedad bastante consolidada.
Pero los ejemplos que
citamos son de creadores cuya fama se fue consolidando con los años. En cambio
Collins lidia con aquellos cuya nombradía los abrumó en vida, y se derrumbó
tras la muerte. Pues existe una fama creada por las maquinarias de publicidad,
o por el curriculum universitario, y otra que perdura a pesar de esos
artilugios.
Recuerdo que en una
ocasión entrevisté al escritor norteamericano Kurt Vonnegut. Es uno de los
pocos escritores de Estados Unidos, junto con Carson McCullers, Flannery
O´Connor, Faulkner y Jim Thompson, cuya fama está asegurada de por vida –en
realidad, de por muerte.
No hay una sola novela de Vonnegut que
sea mala. A mí me gusta particularmente Mother Night. Sus
relatos son de una perfecta ironía, especialmente los compilados en Welcome to the Monkey
House. Pronto pondré en el blog la entrevista que le hice hace ya varios
años. Era uno de los pocos escritores a los que se puede asignar el título de
sabios.
Pues bien, Vonnegut estaba
convencido de que, al menos en Estados Unidos, los únicos escritores que
perdurarían eran quienes ingresaban en el curriculum universitario. Y me daba
el ejemplo de lo que ocurría con el irlandés James Joyce, posiblemente, el
escritor ilegible más ponderado por los académicos anglosajones.
Ahora que también se incorporó al canon
lacaniano, la inmortalidad de Joyce es inmortal. Invito al lector a leer el Finnegan´s Wake,
y a ofrecer su opinión sobre el texto. Una vez intente –inútilmente–
descifrarlo, puedo informarle que es la obra de un psicótico, y que ni siquiera
se puede traducir al inglés. (Por supuesto, el Ulises es
legible, así como los cuentos de Dubliners y A Portrait of the
Artist as a Young Man) pero al canon literario le interesa la dificultad,
no el placer de leer.
LAS ÉPOCAS INSUFRIBLES
Cada época crea sus
ídolos, y con el mismo placer los derriba. La tarea de Collins, y creo que
muchos lectores le están agradecidos por su gentileza, es redimir del olvido a
personas injustamente célebres durante su vida, y cuyos méritos eran tan
absurdos como sus logros. Ahí está el caso de Martin Tupper, que a mediados del
siglo XIX compartía el Parnaso con Nataniel Hawthorne, Alfred Tennyson y Harry
Longfellow. No sólo eso. Tupper fue uno de los númenes inspiradores de Walt
Whitman (el gran poeta norteamericano dijo en una ocasión que de no ser por Proverbial Philosophy,
el libro más famoso de Tupper, jamás habría escrito Hojas de Hierba).
Además de ser famoso, Tupper fue
quizás el único poeta de la historia moderna que se hizo millonario gracias a
sus versos. Según Collins, Tupper logró vender de Proverbial Philosophy
unos 250 mil ejemplares en el Reino Unido, y 1,5 millones en Estados Unidos.
Estamos hablando de mediados del siglo diecinueve, en la época en que Edgar
Allan Poe necesitaba escribir un cuento por semana para las revistas y diarios
de Baltimore a fin de mantener cosido el cuerpo a su alma.
Pero, como dice Collins, Tupper
cometió un crimen imperdonable para un poeta: “En lugar de optar por morir en
su glamorosa juventud de un acceso de tisis, envejeció y se mantuvo
desaforadamente vivo”.
Como resultado, cuando los
críticos querían enlodar a un nuevo genio, bastaba decir, “Me recuerda a
Tupper”. Y “tupperiano” pasó al diccionario como una forma de insultar a todo
mediocre poeta (por cierto, los poemas de Tupper no se reeditan desde hace más
de un siglo).
Collins dice que
Tupper comparte el Parnaso de nulidades engreídas con figuras tan glamorosas
como él. He aquí un breve recuento:
– Robert Coates. Se trata,
posiblemente, del peor actor que haya transitado alguna vez un escenario. “Un
hombre tan exento de talento y tan confiado en su capacidad”, dice Collins,
“que creó una completa tradición teatral”. Tal vez la performance más memorable
de Coates fue en su papel de Romeo, cuando, antes de morir, tomó un pañuelo de
su bolsillo, limpió cuidadosamente el suelo del tablado, se quitó su gorra, y
la depositó en una almohada. Pero inclusive en ese momento, el héroe no estaba
totalmente convencido de que debía morir. Por lo tanto, cuando uno de los
espectadores gritó: “¡Vuelve a morir, Romeo!” decidió acatar la sugerencia y
“resucitó de manera milagrosa. Luego, se puso de pie, tomó otro trago del
veneno, y volvió nuevamente a morir”.
–John Banvard. A mediados del siglo
diecinueve, Banvard logró el título de “El más famoso pintor viviente del
mundo”. Fue aclamado por Charles Dickens, Henry Longfellow y la reina Victoria.
Banvard se especializaba en gigantescos frescos, o “panoramas móviles”. El más
famoso de ellos fue La
Pintura de Tres Millas de Extensión, resultado de su navegación por el río
Misisipí. La exhibición del panorama hizo de Banvard “El primer pintor
millonario de la historia”. Pero cuando Banvard falleció, fue enterrado en un
osario común, porque su familia no tenía dinero para pagar su entierro. Al poco
tiempo, dice Collins, sus obras más famosas fueron destruidas. En recientes
libros de referencia, no hay una sola alusión a su nombre.
Collins narra las
historias de esos seres desdichados con simpatía y comprensión. Los quince
minutos de fama de que gozaron todos ellos precedió en décadas la popular frase
de Andy Warhol.
Como señala el autor,
"cualquiera que revise los documentos de toda época pasada: diarios,
contratos de venta, testamentos, tropezará únicamente con nombres
olvidados". Afortunadamente, Collins ha sido capaz de rescatarlos de su
merecido anonimato.
Este blog me hizo pensar, lateralmente si se quiere, en el premio Nobel de literatura. Si hacemos una lista de los que no lo recibieron, desde Ibsen y Mark Twain hasta Nabokov y Borges, pasando por Proust, Joyce, García Lorca, Virginia Woolf y una larga lista de etcéteras, tenemos un who's who de lo mejor de la literatura del siglo XX. En cambio, ¿quién lee hoy fuera de los catedráticos a Laxness, Sillenpaa, Spiteller, Echegaray y Pearl Buck? (aunque a ésta sí la conocemos los fanáticos del crossword puzzle del NY Times, ya que su personaje Olan aparece seguido).
ResponderEliminarDaniel, buen reminder! Al parecer, todos los incluidos en la fama durante su tránsito por la tierra suelen pasar a un ignominioso anonimato. (Esto suena como una frase de Borges). En cambio, el talento demora en prosperar, especialmente en vida. Tal vez existen dos Parnasos, el de los consagrados en vida, y aquellos que sólo accedieron a la inmortalidad después de muertos.
ResponderEliminarO tal vez, cada lector tiene su Parnaso, y la inmortalidad del escritor es función de a cuántos de esos Parnasos pertenece
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