jueves, 11 de julio de 2013

¿Cuán kafkiano era Kafka?





Mario Szichman

Para Carmen Virginia Carrillo



El escritor cumple en nuestra sociedad un rol a veces difícil de entender. Aunque es un productor intelectual, muy pocos lo aceptan como un simple artesano de la palabra. Parecería como si un aura debe rodear al escritor. Necesita mostrar credenciales que no le pedimos al resto de los mortales. Aunque la propia naturaleza de su tarea lo convierte en una especie de oficinista cuya función es ensamblar frases, se crean en torno al escritor una serie de mitos muy alejados de la realidad.
Cuando William Makepeace Thackeray, el autor de La Feria de las Vanidades y Barry Lyndon dijo en una entrevista de prensa que él trabajaba todos los días en sus novelas, con el mismo horario y la misma rutina que un empleado bancario, de inmediato cayeron las ventas de sus libros más conocidos. El público reaccionó con indignación. Al parecer, la imagen que tenían de Thackeray era la de un ser poseído por los demonios. Lo curioso es que ese rechazo al escritor profesional ocurrió en pleno siglo diecinueve, cuando gigantes de la literatura como Balzac, Dostoievski, Dickens, Victor Hugo, o Alejandro Dumas, tenían similares horarios de trabajo a los del escritor inglés.
Kafka es el grande entre los grandes a la hora de escamotear una personalidad. No hay nadie menos kafkiano que Kafka. Todo lo que hay de inefable, de esotérico, de misterioso, de enigmático en la palabra kafkiano, es imposible de asociar con Kafka. Era un perfecto burócrata cuya vida transcurría entre legajos.
Muchos escritores necesitan una frondosa labor intelectual para ser reconocidos como maestros. No con Kafka. Algunos de sus cuentos tienen apenas media página, su tema no es original, y sin embargo, lo colocan por encima de los grandes maestros. Este es uno de ellos:
Sin hacer alarde alguno, nos cuenta Franz Kafka, Sancho Panza decidió proporcionar a su demonio, al que luego bautizó como Don Quijote, una gran cantidad de novelas de caballería. Y con tanto éxito distrajo Sancho Panza a su demonio que éste se lanzó a toda clase de locas aventuras. Pero “como el demonio carecía de un objeto previamente dictaminado, que hubiera sido el propio Sancho Panza, no causó daño a nadie. Como hombre libre, y con cierto espíritu filosófico, Sancho Panza siguió a su demonio, Don Quijote, en todas sus cruzadas, y tuvo como resultado una diversión grande y edificante hasta el fin de sus días”.
Propongo esta vuelta de tuerca: sin hacer alarde alguno, el abogado Franz Kafka, un alto funcionario del Instituto de Compensación de Accidentes de Trabajo para el reino de Bohemia, en Praga, comenzó a nutrir a su demonio con informes burocráticos. El demonio fue bautizado Franz Kafka, un nombre fácil de recordar. Y el abogado Franz Kafka distrajo con tanto éxito a su demonio que éste comenzó a creerse un poeta, o, como él mismo le informó a su albacea Max Brod, un Schriftstellersein (según la traducción, no se trata de un escritor sino de alguien que se halla en el proceso de ser escritor).
En el libro Franz Kafka: The Office Writings (Stanley Corngold compilador, Oxford University Press, New Jersey, 2009) se esboza la tesis de que, lejos de desdeñar y odiar sus tareas profesionales, Kafka se nutrió de ellas. Y aún más, las usó para alimentar a su demonio. Sin esas labores, tal vez hubiera existido Franz Kafka el escritor, pero no existiría el Kafka que intentamos conocer, ni el término kafkiano. El autor de La metamorfosis no parece haber sido un escritor atormentado, sino el amanuense de un importante funcionario de una aseguradora de Praga. La compilación de estos trabajos de oficina —disertaciones, petitorios, reportes— es en sí misma kafkiana porque la burocracia moderna es kafkiana. Un artículo del abogado Franz Kafka titulado “Medidas para evitar accidentes de trabajo en máquinas de aserrar madera” fue aprovechado por el escritor Franz Kafka para redactar uno de sus mejores relatos: “En la colonia penitenciaria”. El estilo impersonal que muestra el escritor en sus mejores creaciones es una transcripción exacta de sus textos burocráticos. Dice el primer párrafo del texto escrito por el abogado Kafka: “El Instituto presenta con todo respeto las siguientes conjeturas sobre las actividades delineadas en el informe del año pasado en relación a la introducción de ejes de seguridad cilíndricos y con respecto al equipamiento de ejes cuadrados con solapas metálicas en máquinas aserradoras de madera”. ¿Cuántas de esas introducciones formales no preceden a cuentos como La construcción de la muralla china, o El informe para una academia, o Un artista del hambre?
Cuando se analizan esos trabajos que Franz Kafka escribió en sus horas de oficina, aflora de inmediato la veta kafkiana. Cualquiera de ellos, con apenas una breve edición, parecen escritos no por el abogado Kafka, sino por su demonio. Y como al parecer el genio consiste en la concreción de muchas faenas que otros dejan a medio hacer, podemos presumir que Kafka no fue el único que usó ese estilo kafkiano, aunque sí logró darle una mejor confección. Borges no estaba descaminado al decir que Kafka había engendrado textos previos, y que sólo su aparición en la literatura checa había legalizado esos precedentes.

EL MIEDO A LA PÁGINA EN BLANCO

¿Por qué Kafka usó esa estrategia? ¿Por qué esa necesidad de convertirse en amanuense de textos ajenos?  ¿Acaso esa es la única vía de la creación?          
¿Cuál es una de las inquietudes primordiales de un escritor? Voy a aventurar una hipótesis: un escritor sólo se siente a salvo cuando cruza el umbral de aquello que presume estrictamente literario. Pero nadie puede predecir con exactitud cuándo un texto ha cruzado el umbral. Kafka, que puso a tantos protagonistas al borde del umbral, pensó en una solución ingeniosa: negó toda su vida ser un escritor, y se limitó a ser un funcionario en proceso de convertirse en escritor. Y el subterfugio funcionó. Hasta el día de hoy ignoramos si la ironía de Kafka era realmente ironía. Tal vez le atribuimos una ironía que nunca figuró en sus planes. Posiblemente sus textos, que a veces resultan muy cómicos, son en realidad enfáticos tratados que pretenden imponer una ley, o algún estatuto burocrático. Y, como se sabe, toda ley, toda norma oficial, posee un fondo de comicidad, pues ambicionan imponer restricciones muchas veces imposibles de plasmar en un cuerpo animado por tantas pasiones como es el del ser humano.
Así como algunos escritores de temas fantásticos son los realistas de las cosas inexistentes, Kafka es un costumbrista de la burocracia. Ya Gogol, en su novela Las almas muertas, o en los cuentos de El capote, o en La nariz, mostró las infinitas posibilidades del grotesco que acechan en un empleado ministerial. Y es muy difícil encontrar en Kafka un texto más desopilante que La construcción de la muralla china. Toda la planificación de la muralla es una gigantesca burla: el propósito de la muralla es frenar el avance de los mongoles, pero tal propósito nunca se alcanza, pues se trata de una construcción infinita que deja brechas a cada paso. Y es por allí donde los mongoles pueden filtrarse sin problemas.
Más allá de los precursores de Kafka, el verdadero precursor del novelista Franz Kafka fue el abogado Franz Kafka. Sin la labor diurna del jefe de la empresa de seguros, no habría existido producción nocturna del escritor. En realidad, parece existir escasa separación entre el Kafka diurno y el Kafka nocturno.  

1 comentario:

  1. Toda esta reflexión sobre Kafka me ha dado unas ganas tremendas de reelerlo después de tantos años. Yo siempre lo leí en castellano, de hecho Borges hizo una traducción maravillosa de Metamorfosis. Ahora probaré leerlo en inglés

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