sábado, 20 de julio de 2013

Borges hubiera necesitado un buen editor

 Este artículo fue publicado en "Literales"  de Tal Cual  (20/07/2013)

Mario Szichman

Vladimir Nabokov, un escritor que nunca ha despertado mi interés, aunque escribió algunas narraciones muy buenas cuando vivía en Europa, entre ellas un relato titulado El ojo, dijo de Borges que parecía un pórtico griego. “Uno lo atraviesa”, señalaba Nabokov, “y detrás no hay absolutamente nada”.
He precedido la frase de Nabokov para escudarme por lo que voy a añadir ahora: Creo que la escritura de Borges se hubiera beneficiado con un buen editor.

EL ESTILO ES EL HOMBRE

Algunos críticos de Borges hacen suponer que nunca cometió errores. Hasta Homero se quedó dormido en ciertas ocasiones, pero no Borges, que como el hombre invisible era insomne, pues sus párpados no bloqueaban la luz.
Comencé a leer a Borges en la década del setenta. Ya en esa época me encandilaban sus ideas, y ya en esa época su estilo me hacía chirriar los dientes. Pierre Menard, autor del Quijote es una ocurrencia genial. Tratados enteros podrían escribirse sobre el cuento en que un escritor contemporáneo de  Bertrand Russell decide componer no otro Quijote, “sino el Quijote” trastornando, con ese solo gesto, toda la idea de la literatura. El texto de Menard es absolutamente igual al de Cervantes. Excepto que su estilo es “arcaizante” y “adolece de alguna afectación”, a diferencia de su precursor “que maneja con desenfado el español corriente de su época”.
De todas maneras, un buen editor le hubiera recomendado a Borges amputar  buena parte de las tres primeras páginas del relato, donde tanto la erudición como el humor son abigarrados y deplorables.
Cuando Borges no se preocupaba por el público al que se dirigía, y al que necesitaba seducir, era incomparable. Puedo citar muchísimos relatos y ensayos, pero creo que es suficiente con mencionar El idioma analítico de John Wilkins, Kafka y sus precursores o El acercamiento a Almotasim para verificar que era un maestro. Basta recordar que una sola frase de  El idioma analítico de John Wilkins desató el texto de Las palabras y las cosas, de Michel Foucault[i]. En Kafka y sus precursores Borges invierte la causa y el efecto, y en lugar de mostrar a los escritores marcados por Kafka, muestra aquellos que Kafka ha transformado en sus antecesores, pues “su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”. Y en El acercamiento a Almotasim Borges nos brinda el argumento para una magnífica novela: “La insaciable busca de un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado en otras: en el principio, el tenue rastro de una sonrisa o de una palabra; en el fin, esplendores diversos y crecientes de la razón, de la imaginación y del bien. A medida que los hombres interrogados han conocido más de cerca a Almotásim, su porción divina es mayor, pero se entiende que son meros espejos”.
Pero a pesar de todo creo que Borges se hubiera beneficiado con un buen editor. Y como no soy de esos que ven sólo la paja en el ojo ajeno, debo señalar que he reescrito varias de mis novelas, porque sus primeras versiones no me convencieron, y todas ellas han pasado por las horcas caudinas de la profesora Carmen Virginia Carrillo, cuya tarea siempre ha superado la tarea de corrección para convertirse en otra de edición, y en ocasiones, de colaboración.

OÍDOS Y REITERACIONES

Hay ciertas palabras y frases en los textos de Borges que parecen escritas por un hombre con oído de lata. Por ejemplo, en Funes el memorioso,  el primer recuerdo que tiene el narrador del protagonista es “muy perspicuo”. (Perspicuo: Claro, transparente y terso. Dícese de la persona que se explica con claridad, y del mismo estilo inteligible. Diccionario de la Real Academia Española).
 Y después, abundan en su prosa las abominables menciones a una variedad de cosas abominables, además de las aguas elementales, los nubarrones sin límites, mucha infamia,  innumerables antepasados, desvanecidas primaveras, puertas infinitas, fatigados atardeceres, y especialmente esos espejos que además de ser abominables, porque como la cópula, multiplican el número de los hombres, nunca reflejan una figura de cuerpo entero y se dedican en cambio a inquietar el fondo de los corredores. Después de cierto tiempo, tanta frase bonita comienza a atacar los nervios del lector.

Creo que Borges empezó a trastabillar cuando descubrió que era borgesiano. Muchas de sus descripciones inventarios y catálogos podrían haber sido descartados sin afectar su prosa. Por el contrario, la hubieran mejorado. Algún alma caritativa tendría que haberle aconsejado dejar de ser maestro, y no cultivar tantos discípulos. Pero ¿Quién podía convencer a Borges?






[i]  La frase que maravilló a Foucault alude a una enciclopedia china donde “está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”. 

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