Este artículo fue publicado en "Literales" de Tal Cual (20/07/2013)
Mario Szichman
Vladimir Nabokov, un escritor que
nunca ha despertado mi interés, aunque escribió algunas narraciones muy buenas
cuando vivía en Europa, entre ellas un relato titulado El ojo, dijo de Borges que parecía un pórtico griego. “Uno lo
atraviesa”, señalaba Nabokov, “y detrás no hay absolutamente nada”.
He precedido la frase de Nabokov para
escudarme por lo que voy a añadir ahora: Creo que la escritura de Borges se
hubiera beneficiado con un buen editor.
EL ESTILO ES EL HOMBRE
Algunos críticos de Borges hacen suponer que nunca
cometió errores. Hasta Homero se quedó dormido en ciertas ocasiones, pero no
Borges, que como el hombre invisible era insomne, pues sus párpados no
bloqueaban la luz.
Comencé a leer a Borges en la década del
setenta. Ya en esa época me encandilaban sus ideas, y ya en esa época su estilo
me hacía chirriar los dientes. Pierre
Menard, autor del Quijote es una ocurrencia genial. Tratados enteros podrían
escribirse sobre el cuento en que un escritor contemporáneo de Bertrand Russell decide componer no otro
Quijote, “sino el Quijote”
trastornando, con ese solo gesto, toda la idea de la literatura. El texto de
Menard es absolutamente igual al de Cervantes. Excepto que su estilo es
“arcaizante” y “adolece de alguna afectación”, a diferencia de su precursor
“que maneja con desenfado el español corriente de su época”.
De todas maneras, un buen editor le hubiera
recomendado a Borges amputar buena parte
de las tres primeras páginas del relato, donde tanto la erudición como el humor
son abigarrados y deplorables.
Cuando Borges no se preocupaba por el público
al que se dirigía, y al que necesitaba seducir, era incomparable. Puedo citar
muchísimos relatos y ensayos, pero creo que es suficiente con mencionar El idioma analítico de John Wilkins, Kafka y
sus precursores o El acercamiento a
Almotasim para verificar que era un maestro. Basta recordar que una sola frase de
El idioma analítico de John Wilkins desató el texto de Las palabras y las cosas, de Michel Foucault[i].
En Kafka y sus precursores Borges
invierte la causa y el efecto, y en lugar de mostrar a los escritores marcados
por Kafka, muestra aquellos que Kafka ha transformado en sus antecesores, pues
“su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el
futuro”. Y en El acercamiento a Almotasim
Borges nos brinda el argumento para una magnífica novela: “La insaciable busca de un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado en otras:
en el principio, el tenue rastro de una sonrisa o de una palabra; en el fin,
esplendores diversos y crecientes de la razón, de la imaginación y del bien. A
medida que los hombres interrogados han conocido más de cerca a Almotásim, su
porción divina es mayor, pero se entiende que son meros espejos”.
Pero a pesar de todo creo que Borges se hubiera beneficiado con un buen editor. Y como no
soy de esos que ven sólo la paja en el ojo ajeno, debo señalar que he reescrito
varias de mis novelas, porque sus primeras versiones no me convencieron, y
todas ellas han pasado por las horcas caudinas de la profesora Carmen Virginia
Carrillo, cuya tarea siempre ha superado la tarea de corrección para
convertirse en otra de edición, y en ocasiones, de colaboración.
OÍDOS Y REITERACIONES
Hay ciertas palabras y frases en los textos de Borges que parecen
escritas por un hombre con oído de lata. Por ejemplo, en Funes el memorioso, el
primer recuerdo que tiene el narrador del protagonista es “muy perspicuo”. (Perspicuo: Claro, transparente y terso. Dícese de la persona que se
explica con claridad, y del mismo estilo inteligible. Diccionario de la
Real Academia Española).
Y después, abundan en su prosa las abominables menciones a una variedad de cosas abominables, además
de las aguas elementales, los nubarrones
sin límites, mucha infamia, innumerables
antepasados, desvanecidas primaveras, puertas infinitas, fatigados atardeceres,
y especialmente esos espejos que además de ser abominables, porque como la cópula, multiplican el número de los hombres, nunca reflejan una figura de cuerpo entero y se dedican en cambio a inquietar
el fondo de los corredores. Después de cierto tiempo, tanta frase bonita comienza a atacar
los nervios del lector.
Creo que Borges empezó a trastabillar cuando descubrió que era
borgesiano. Muchas de sus descripciones inventarios y catálogos podrían haber
sido descartados sin afectar su prosa. Por el contrario, la hubieran mejorado. Algún
alma caritativa tendría que haberle aconsejado dejar de ser maestro, y no
cultivar tantos discípulos. Pero ¿Quién podía convencer a Borges?
[i] La frase que maravilló a Foucault alude a una enciclopedia china donde “está
escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b)
embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g)
perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como
locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de
camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos
parecen moscas”.
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