Publicada en el diario Tal Cual de Caracas el 13 de julio de
2013
Elizabeth Araujo: En su reciente
novela Eros y la
doncella, usted describe a un Francisco de Miranda sibarita y algo vividor
¿Será esa la imagen que proyectó en los venezolanos de su tiempo el Precursor
de la Independencia?
Mario Szichman: El
Precursor era un sibarita y algo vividor para los españoles, los franceses y
tal vez para los británicos de su tiempo. Las mujeres caían rendidas a sus
pies. Era lo que los ingleses calificarían de “A strapping felow.” Un tipo
corpulento y muy buen mozo. No fue el amante de Catalina de Rusia, pero es
evidente que la emperatriz fue una de las numerosas mujeres que lo protegió.
Pero los venezolanos de su tiempo no tenían esa imagen. Lo consideraban una
especie de Anticristo. Cuando Miranda invadió la Vela de Coro, en 1806, los
bien pensantes de su época ofrecieron donativos para quienes lograran su
captura. Y cuando capituló ante Monteverde, en julio de 1812, fue entregado a
los españoles por jóvenes patriotas, que lo acusaron de traidor. Entre esos
jóvenes figuraba Simón Bolívar. Se trata del episodio más vergonzoso en la vida
del Libertador. Si los venezolanos quieren reivindicar a Miranda, deberían
trasladar sus restos al Panteón Nacional o al menos depositar allí ese
excepcional archivo histórico que es Colombeia.
Miranda merece ese homenaje, no Hugo Chávez.
Pero déjame agregar algo más. Miranda no
estaba programado para aparecer en Eros y la doncella.
Fue una sugerencia de la profesora Carmen Virginia Carrillo, quien es además la
editora de la novela.
E. A: ¿Cuánta de
esta historia es ficción y cuánto hay de realidad?
M. S: Los
principales hechos que narro en mis novelas históricas se basan en lo que
podríamos considerar la realidad. Aunque no hay libro histórico exento de
ficciones, especialmente los que se producen en América Latina. Pero yo tengo
un ardid: busco episodios que ningún historiador ha podido registrar. Por
ejemplo, en Eros y
la doncella describo el evento donde Danton desentierra el cadáver de
su esposa, Louise, en un cementerio de Francia. Danton no estuvo presente en
los funerales de su amada esposa, y necesitaba rendirle un postrero homenaje.
No hay registro histórico de ese episodio. Pero el novelista puede ingresar en
espacios vedados al historiador y reconstruirlos. Por lo tanto, si alguien se
quiere enterar de lo ocurrido con la exhumación del cadáver de Louise, y las
reacciones de Danton, deberá acudir a un texto de ficción: el mío.
E. A. ¿Qué encuentra
usted de atractivo de la historia de Venezuela al punto de que le dedica mayor
atención en casi toda su obra literaria?
M. S: Nací en la Argentina,
un país donde todos los próceres morían de perfil, diciendo frases de una
cursilería que todavía hoy me curva los dedos de los pies. Imagina, Elizabeth,
que un historiador argentino tuvo la petulancia de poner el título de “El santo
de la espada” a un libro sobre San Martín. Nuestros héroes existían de la
cintura para arriba. Y de repente, llego a Venezuela, y descubro próceres cuya
vida erótica era casi tan interesante como sus hazañas militares. ¡Eran seres
de carne y hueso! Hay un solo libro que recomiendo a todos los lectores
deseosos por conocer el carácter de Bolívar: El diario de
Bucaramanga, de Perú de Lacroix. Allí, el Libertador narra hasta sus
visitas a los burdeles de París. Es un héroe muy novelable. Por cierto, en
fecha reciente descubrí que San Martín había tenido una amante peruana, Rosita
Campuzano. Y por supuesto, la historia de la independencia de la Gran Colombia
está plagada de numerosos episodios de descabellado heroísmo. Antes de
entregarse a la oligarquía, José Antonio Páez protagonizó hazañas que sólo se
encuentran en Homero. Nada de eso encontré en la historia argentina.
E. A: En muchos de
esos relatos, usted se descubre como el periodista que es. ¿Es una enfermedad
contagiosa el periodismo de la cual resulta difícil curarse?
M. S: Depende del
país en que contraes la enfermedad. Trabajé un tiempo como periodista en la
Argentina, entre 1971 y 1975. Eran tiempos muy difíciles. Los periodistas eran
amenazados de manera constante. Varios fueron asesinados. Muchos de los periódicos,
que se decían tribunas de doctrina, censuraban la noticia, o la tergiversaban.
Recuerdo que cada vez que le preguntaban a un amigo donde estaba empleado,
respondía “Trabajo como pianista en un prostíbulo”. Le parecía esa tarea más
digna que confesar su labor en un periódico bonaerense. Pero en Venezuela, era
totalmente distinto. Trabajé en diferentes publicaciones en Caracas, entre 1975
y 1980. Nadie me corrigió una coma de mis textos. Conocí personajes como Miguel
Angel Capriles, que eran “bigger than life.” Podría hacerse una excelente
película sobre ese empresario, basada en sus Memorias de la
inconformidad. Algo en el estilo de Citizen Kane. En
ese libro don Miguel Angel contó sin pelos en la lengua los inescrupulosos
métodos que usó para adquirir su empresa. Cuando le pregunté cómo se había
atrevido a revelar tantos detalles sensacionales, me dijo: “Mi intención
inicial era escribir el libro, y después suicidarme. Lamentablemente, a último
momento cambié de idea. Pero el libro ya estaba circulando”.
En fin, si me
preguntas qué es para mí el periodismo, te diré que es el mejor de los
afrodisíacos. Afortunadamente, muchas mujeres bonitas
comparten ese criterio.
E. A: ¿Se hace buen
periodismo en la actualidad o, debido a Mr Google y las redes sociales el
reportero tiende a ser más perezoso para investigar in situ los hechos
noticiosos?
M. S: No hay nada
que ayude a crear un buen periodista. Y no hay nada que contribuya a
destruirlo. Excepto si le niegan trabajo. Pero me voy a poner solemne por un
solo instante: los buenos periodistas buscan la verdad. Y ese sigue siendo el
más poderoso de los afrodisíacos. En todas las épocas se hace buen periodismo.
Aunque las crisis contribuyen a mejorarlo. Somos como esos zopilotes que
prosperan comiendo carroña.
E. A: ¿Cuál ha
sido su experiencia en EEUU, primero como editor para una agencia noticiosa y
ahora como periodista free lance?
M. S: La labor en
una agencia noticiosa es muy aburrida. Trabajé como traductor del inglés al
español, primero para The United Press
International, y luego para The Associated Press.
Pero siempre me las arreglé para escribir mis novelas durante momentos muertos.
Inclusive trabajé trece años en el llamado Graveyard Shift,
el turno del cementerio, de las 11:30 de la noche a las 7:00 de la mañana. Hice
cualquier cosa con tal de reservar algunas horas para mi vida familiar, y para
mi literatura. Prefiero, de todas maneras, el periodismo de calle. Ser
reportero es para mí un absoluto privilegio. La vida es con la gente. Y también
la literatura.
E. A: Desde Latinoamérica hay cierta percepción de que el periodismo que se
practica en EEUU es infalible y de muy alta calidad. ¿Tiene que ver eso con la
formación de la profesión o con el músculo financiero que sustentan empresas
como The New York
Times o The
Boston Globe?
M. S: En
líneas generales, se hace buen periodismo en Estados Unidos. Por supuesto, no
es infalible. Ni remotamente. Tal vez falla menos que en otros países porque
todavía suele respetarse la división entre la parte editorial y la parte
periodística. Mi periódico preferido es The Wall Street
Journal. Es el primer periódico financiero con sentido del humor. The New York Times
está sobrevalorado. El desempeño que tuvo previo a la invasión a Irak fue
deplorable. Algunos de sus reporteros estrellas parecían vivir en la isla de la
fantasía. Y ayudaron a crear un ambiente favorable a la invasión. Fue la época
en que la línea editorial se impuso a la investigación periodística.
E. A: ¿Cuáles son, a su
juicio, los patrones que definen el periodismo norteamericano, si se le compara
con el de Latinoamérica?
M. S: Hablando de
patrones, los patrones de los periódicos latinoamericanos tienen mucho más
influencia que los patrones en Estados Unidos. Creo que una diferencia notable
es en la estructura de la noticia. Los artículos de periódicos norteamericanos
suelen ser mucho más cortos que los artículos que se publican en periódicos
latinoamericanos. Hay menos solemnidad en la prensa norteamericana. La prensa
latinoamericana es bastante envarada y aburrida. En ese sentido, TalCual se salva.
Ojalá que siempre conserve el mismo desparpajo. Y por supuesto, en Estados
Unidos hay menos uso del material de agencias. Tú examinas diez periódicos
latinoamericanos de distintos países, y siempre traen las mismas noticias
internacionales. Eso es muy difícil que ocurra en Estados Unidos.
E. A: ¿Qué locura es
esta del espionaje cibernético que el gobierno ruso está pensando volver a la
máquina de escribir?
M. S: Mira,
Elizabeth: el hermano mayor nos vigila desde hace muchos años. Lo que a mí me
sorprende es que ahora los gobiernos se asombren ante el espionaje cibernético.
Yo abro cualquier página en el internet, y de inmediato aparecen las compras
que hice por ejemplo en Barnes and Noble,
con la recomendación de que haga otras compras. Y ese espionaje lo están
haciendo las propias empresas que me venden mercancía. El único consuelo que me
queda es pensar es que si nos espían a todos, ya no pueden espiar a nadie.
E. A: Por
cierto, este tema casi tabú de la verdad viene ahora a derrumbarse con las
revelaciones de Snowden de que Washington pinchaba hasta a media Europa.
M. S: De nuevo, me asombra
que alguien se asombre.
E. A: ¿Qué ha
pasado con el Obama que hasta recibió de manera prematura el Premio Nobel de la
Paz y ha ido desdibujándose tanto que hasta parece repetir la fórmula de George
W. Bush en materia de política exterior?
M.S: No quiero hacer
publicidad a mis libros, pero en uno de ellos, El imperio insaciable,
señalé cómo Obama era la profundización del gobierno de Bush en todo lo que se
relacionara con la seguridad nacional. Un ejemplo es la persecución a los whistleblowers,
aquellos que dan el pitazo cuando algo funciona mal en una dependencia del
gobierno. Los procesos a esas personas que denuncian fallas en la
administración se han acentuado durante el gobierno de Obama.
E. A: ¿Por qué para
el público estadounidense el soldado Manning y el ex agente Snowden no son unos
héroes al estilo hollywoodense?
M. S: Porque todavía
no han hecho películas sobre ellos. Pero hay una fuerte corriente de simpatía
hacia Manning y hacia Snowden. No será la mayoría del pueblo norteamericano,
pero se trata de sectores muy lúcidos. Y que tienen peso en la opinión pública.
E. A: En muchos de sus
artículos, a pesar de que escribe desde Nueva York, hace alusión a la situación
política en Venezuela. Hay una pasión que parece hasta desmedida. ¿Por qué?
M. S: Venezuela es mi
patria adoptiva. En Venezuela aprendí a escribir. En Venezuela me hice
periodista. Mis amigos venezolanos nunca me abandonaron. Una universidad
venezolana, el núcleo Rafael Rangel, en el estado Trujillo, se ha convertido en
una generosa alma mater en que se discuten mis novelas. Nadie me trata como un
musiú. Quiero devolverle a esa Venezuela que tanto amo algo de lo que me
brindó. Y lo hago criticando a este horrendo gobierno que le ha caído en desgracia.
Mi oración cotidiana, aunque no soy religioso es: “Dios mío, que Venezuela
emerja de esta pesadilla”. Ojalá que el país pueda volver a ser un ejemplo de
progreso y de convivencia para el resto de América Latina. Por ahora, con
Nicolás Maduro, sólo está garantizada la vida eterna. Pues si Venezuela sigue
así, sus habitantes pronto no tendrán donde caerse muertos.
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