miércoles, 30 de marzo de 2016

…Y se divorciaron y fueron felices


Mario Szichman


De acuerdo a The National Center for State Courts, un millón doscientas mil personas presentaron en Estados Unidos demandas de divorcio en el 2009, último año del cual se hallan disponibles las cifras.
La “industria del divorcio” es uno de los pocos negocios que progresan en el país, sin importar si existe prosperidad o crisis económica. Se estima que la mitad de los matrimonios celebrados en Estados Unidos terminan en divorcio.
Entre abogados, tasadores, detectives, terapeutas y propietarios de bienes raíces vinculados a la industria del divorcio, los ingresos anuales ascienden a entre 50 y 175 mil millones de dólares, dependiendo de los costos que se incluyan.
Los divorcios no solo son costosos a nivel económico, sino emocional. Personas que han soportado cualquier tipo de abusos por parte de sus familiares, y que pese a ello los siguen viendo, aunque sea a la hora de festejar las Navidades o condolerse en un funeral, muestran un peculiar rencor con aquellos que han compartido su cama. Extraños un día, enamorados al día siguiente como si fuesen conocidos de toda la vida, furiosamente desenamorados cinco o diez años después, los integrantes de una pareja en vías de separación sueñan mutuamente con toda clase de destinos trágicos para los causantes de su desdicha.

¿Por qué no abreviar ese sombrío período entre la presentación de los papeles de separación y el hallazgo de otro ser perfecto con el cual piensan compartir su felicidad hasta que otro divorcio los separe? Y esa es la tarea de Jim Halfens, quien creó el concepto del Hotel del Divorcio en Holanda, y ha extendido sus actividades a otros países, entre ellos Estados Unidos.  
El concepto de Halfens es el siguiente: la pareja a punto de divorciarse ingresa en un hotel un viernes, y emerge del hotel el domingo, felizmente divorciada, gracias a la gestión de abogados y mediadores.  
Halfens ha tenido éxito con sus Hoteles del Divorcio en Holanda. En una ocasión, diecisiete parejas aceptaron su plan. Dieciséis emergieron del Hotel del Divorcio listas para emprender nuevas desventuras conyugales.
El empresario holandés ha comenzado a tender sus redes en varias ciudades norteamericanas como Nueva York o Los Ángeles. Pero no se ha molestado en incursionar en Las Vegas, la capital mundial del divorcio. ¿A quién se le ocurre esperar un fin de semana completo en un hotel para recuperar la libertad, cuando en ese lapso se puede volver a casar, comer una tajada de la torta de bodas y divorciarse en al menos dos ocasiones?
Los hoteles creados por Halfens cobran en Holanda una tarifa fija que oscila entre los 3.500 y los 10.000 dólares. En Estados Unidos, el costo asciende a entre 5.000 y 20.000 dólares. Obviamente, cuando se trata de disputar al ex cónyuge la tenencia de los hijos o las propiedades, el cielo es el límite.  
Cuando se analizan los complejos arreglos financieros de las parejas pudientes en Estados Unidos, uno descubre la finalidad principal del matrimonio: quedarse con la mayor parte de los bienes gananciales. Solo los pobres pueden casarse delante o detrás de la iglesia y vivir felices. Las personas con ciertos recursos necesitan firmar decenas o centenares de papeles para protegerse de la codicia de su media naranja. Eso comienza con los prenuptial agreements, los acuerdos firmados antes de dar el sí en el registro civil, y continúa con cada pertenencia que se obtiene tras la boda.  
Randall M. Kessler, directivo de la American Bar Association, que agrupa a los abogados de Estados Unidos, dijo a The New York Times que los divorcios más costosos involucran la lucha por la custodia de los hijos o complejos acuerdos financieros. En esos casos, cada miembro de la pareja debe pagar a los abogados honorarios que superan los 100.000 dólares.
Un holandés, que es asesor de firmas de computadoras, dijo al diario que se sentía muy feliz con el Hotel del Divorcio. El hombre, en la cuarentena, ingresó con su esposa en uno de los hoteles administrados por Halfens. Ambos ya habían estado previamente divorciados, y habían padecido truculentas experiencias. El hombre había tenido que pagar por su primer divorcio unos 30.000 dólares. El proceso de separación demoró un año.  
Para su segundo divorcio, el hombre actuó de manera diferente. Su deseo era separarse en términos amigables. Los resultados fueron como una segunda luna de miel. Durante el fin de semana en el Hotel del Divorcio, los integrantes de la pareja salieron a pasear, cenaron en un restaurant y disfrutaron como si nunca hubiesen estado casados.
Halfens señaló que en otra ocasión, una pareja decidió compartir su última noche marital en la habitación destinada a los recién casados. Fue una agradable forma de despedida, muy superior a sus años de convivencia como marido y mujer. Al día siguiente, ambos firmaron los papeles de divorcio.  
Halfens se siente muy alegre de resolver los problemas causados por la desdicha ajena. En cuanto a él, tras observar lo ocurrido con tantas parejas, se ha convertido en un soltero empedernido.  


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