Mario Szichman
Cada día, una nueva ciencia se expande en Estados Unidos como el fuego en
una pradera. Y, en la mayoría de los casos, se extingue a la misma velocidad.
En esta ocasión, le ha tocado el turno a la wantology.
La palabra want registra, entre otras
acepciones, las de desear y querer, y los profesores de la wantology tiene como objetivo satisfacer las ambiciones de sus
clientes. El inventor de esa práctica social se llama Kevin Kreitman, quien
trabaja como ingeniero industrial.
Según The New York Times, el
propósito inicial de Kreitman era ayudar a gerentes de empresas a elaborar
medidas para escoger productos. Pero luego amplió su pericia y ha hecho una
fortuna organizando seminarios donde adiestra en sus métodos a life coaches. (Podría decirse que un life coach es un asesor o entrenador de
vidas, una especie de terapeuta que ayuda a las personas a adoptar decisiones).
Katherine Ziegler, graduada de psicóloga en la universidad de Illinois,
decidió, tras 20 años de práctica, convertirse en una wantologista. Ziegler
tiene su consultorio en San José, California, y en una reciente entrevista
explicó que el primer paso consiste en preguntar a sus pacientes si están
“flotando hacia un objetivo o navegando en una dirección que permita
alcanzarlo”. La diferencia es grande. Quienes flotan en busca de un objetivo
van a la deriva, sin rumbo fijo. En cambio, quien navega, desea alcanzar sus
metas.
La segunda pregunta que suele formular Ziegler al paciente es ésta: “¿Cómo
desea verse a sí mismo una vez concrete el proyecto?”
En una ocasión, Ziegler recibió la visita de una mujer que vivía en una
casa de mediano tamaño con un pequeño jardín. El anhelo de la mujer era poseer
una casa mucho más grande, y un jardín inmenso. La mujer se negaba a informar
al resto de su familia de su deseo. En primer lugar, su marido había hecho una
serie de renovaciones en la casa donde vivía en ese momento. En cuanto al hijo,
temía que la criticara por ser tan materialista.
La psicóloga sometió a su paciente a una batería de preguntas, que
recibieron breves respuestas:
– ¿Qué es lo que quiere?
–Una casa más grande.
– ¿Cómo se sentirá en una casa más grande?
–En paz.
– ¿Qué otras cosas la hacen sentir en paz?
–Caminar al lado del océano (La casa donde vivía la paciente estaba a una
hora de distancia del océano).
– ¿Suele caminar en lugares cercanos a su casa que le recuerdan el océano?
Sí, había lugares cercanos donde la paciente escuchaba el sonido del agua y
se sentía rodeada de verdor.
A través de ese método socrático de indagación, la paciente fue entendiendo
su propio deseo. En realidad, no quería vivir junto al océano; solo estar
rodeada de verdor y escuchar el sonido del agua, sentirse en paz consigo misma.
Finalmente, la paciente alteró sus propósitos. Aceptó usar una pequeña
habitación de su casa para recrear un ambiente de tranquilidad. En vez de estar
a orillas de un océano, diseñó un pequeño enclave y lo colmó de helechos. En un
rincón emplazó una fuente de agua. En vez de gastar cientos de miles de
dólares, la mujer invirtió una pequeña suma de dinero para ser feliz.
¿Logró la wantóloga Ziegler apaciguar los deseos de su paciente? Los
psicólogos suelen decir que el ser humano es un ser deseante. La conformidad no
entra en sus patrones de conducta. En ocasiones, la ciencia de la wantología
parece la ciencia de la resignación. Tras la crisis económica de fines de la
década pasada, el norteamericano promedio vive en la era de las diminished expectations, las
expectativas menguadas. Vaya a explicarle un wantólogo a un ejecutivo de JP
Morgan, una institución que perdió hace algunos años dos mil millones de
dólares en dinero propiedad de sus clientes –sin consultarles sobre la
conveniencia de sus apuestas– si está dispuesto a canjear una mansión a orillas
del océano por una modesta vivienda donde puede suplir sus deseos originales
con un cuartito repleto de helechos y una fuente en miniatura.
Para el autor de la nota, la única conclusión que extrae de la wantología
es que los norteamericanos necesitan un terapeuta para todo, inclusive para
desear. “¿Es que somos incapaces hasta de identificar nuestros más ordinarios
deseos sin conseguir previamente la guía de un profesional?”, se pregunta el
periodista.
En muchas ocasiones el arte, no la vida, suelen ofrecer mejores respuestas.
Uno de los mejores filmes del cineasta japonés Akira Kurosawa es Vivir (1952). Un día, el burócrata Kanji
Watanabe es informado por su médico que sufre de cáncer terminal. Ante el
oficinista, se abren una serie de posibilidades. Puede disfrutar los últimos
días de vida en clubes nocturnos, emborrachándose con prostitutas, o
reconciliarse con su familia. Pero sus intentos terminan en fracasos. Un día,
Watanabe encuentra a una joven empleada, que es la alegría de vivir. Al principio
la muchacha desconfía de las intenciones de Watanabe. Finalmente, el burócrata
informa de su agonía, y pide a la joven que revele el secreto de su felicidad.
Ella confiesa que se siente dichosa fabricando juguetes para niños. Ha
descubierto que si vida tiene un propósito.
El oficinista adivina que aún no es demasiado tarde. También él puede
encontrar un propósito en su vida, antes de morir. Y en una lucha titánica
contra la burocracia nipona, logra que un pozo séptico infestado de mosquitos
sea transformado en un parque para niños.
Quienes han visto el filme nunca podrán olvidar la escena que precede a la
muerte del burócrata. Watanabe está sentado en una hamaca del parque que ayudó
a construir. La nieve cae, Watanabe observa el lugar con placidez. Ha encontrado
la paz. Comienza a cantar.
Quizás la wantología se concentra demasiado en los deseos individuales, y
olvida la deuda que tenemos con nuestros prójimos. Cuando el deseo incluye
abrirse al mundo, cambia su naturaleza, hace crecer al ser humano. La alternativa
contraria es siempre insatisfactoria, alienta el egoísmo.
Si uno revisa las publicaciones, o el internet, podrá descubrir que en
Estados Unidos, la única obsesión perdurable es la obtención de dinero. Se
pueden rentar madres, padres, abuelas y amigos por un día, hay personas que
donan (en realidad venden) su esperma o alquilan su útero, hay compañías que se
especializan en unir parejas como si se tratara de robots. Pero tal vez el
oficio que refleja mejor el American Way
of Life, y que muy difícilmente se arraigue en otra nación de la tierra es
el de visitantes de tumbas. Por una módica suma, se puede contratar a
plañideras para que visiten puntualmente el sepulcro de algún familiar cercano,
en caso de que algún miembro de la familia no se halle en condiciones de
hacerlo. Tal vez porque está muy ocupado visitando una wantologista y
explicando su deseo más íntimo: no ver nunca más a miembro alguno de su
familia, ya sea vivo o muerto.
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