Mario Szichman
–1–
Durante la ocupación de Polonia por parte
de los nazis, el repertorio clásico de Mendl Melamed en el gueto de Varsovia
fue cuestionado por representantes de las nuevas corrientes teatrales. Estaba
el teatro de protesta, dirigido por Itzhak Ben Ami, principal rival de Mendl
Melamed, el teatro de la crueldad, fundado por Itzhak Ben Ami, y tres pequeños ensambles especializados en dramas de
vanguardia que habían comenzado a cautivar al público gracias al genio de
Itzhak Ben Ami.
Mendl Melamed temía que esas nuevas corrientes
desviaran la atención de su éxito teatral: El
Plato de Madera. La obra narraba la historia de una pareja de ingratos que
habían entregado un plato de madera al miembro más provecto de la familia,
cuyos espasmódicos gestos solían destruir valiosa cristalería. Tras el
fallecimiento del anciano, la pareja decidió arrojar el plato de madera a la
basura, pero el hijo de ambos se oponía. “Permitidme queridos progenitores
conservar este objeto perteneciente a vuestra vajilla”, decía el vástago con retorcida sonrisa. “Tal
vez algún día, tal vez algún día…” En ese momento el vástago hacía una significativa
pausa, giraba el rostro para contemplar al público, y continuaba, “... Tal vez algún
día, ¡serán USTEDES quienes necesiten ese plato!”. El teatro se venía abajo con
los aplausos luego de que el hijo de los ingratos pronunciaba la última frase.
La audiencia, cautivada por el efecto terapéutico de la catarsis, idolatraba al
hijo, en tanto la pareja que encarnaba a los progenitores debía abandonar el
teatro a través de un pasadizo secreto por su propia seguridad.
–2–
El vanguardista director Itzhak Ben Ami
desdeñaba los vulgares despliegues de emoción que marcaban las performances de
Mendl Melamed. Creía que la audiencia necesitaba algo más que un plato de
madera, algunos sollozos o un hijo vengativo. El único propósito del teatro era
abrir los ojos de los espectadores, como preludio a la insurrección.
En el curso de sus conferencias, Itzhak Ben
Ami machacaba el concepto de Deus ex
Machina, la antigua práctica teatral de hacer descender a una deidad en el
escenario para salvar a los personajes atrapados en situaciones desesperadas.
En su tragedia La Casa de Atreo, Itzhak Ben Ami narraba la historia del rey Agamenón
de Micenas, maldecido por los dioses debido a previas ignominias, pero adorado
por los proletarios. Al llegar a la senilidad, Agamenón comenzaba a ser
maltratado por su esposa, Clitmenestra, y por su amante, Egisto. En el segundo
acto, Egisto le ofrecía al provecto rey un plato de hierro para humillarlo. Tras
la muerte del rey, Egisto decidía arrojar el plato de hierro a la basura. Los
proletarios adictos al rey lloraban su impotencia. Pero en ese momento, el deus ex machina encarnado por Itzhak Ben
Ami, era bajado al centro del escenario mediante un juego de poleas. El héroe
arrebataba a Egisto el plato de hierro, y se lo entregaba a un proletario,
quien usaba esa pieza de vajilla para quebrar las cabezas de Clitemnestra y de
su amante.
Tras bajar el telón, Itzhak Ben Ami hacía
un impromptu para explicar el simbolismo de su obra. La moraleja era: siempre
existe una decisión colectiva capaz de transformar la desmoralización en esperanza.
El impromptu era recibido por el público
con grandes aplausos. La audiencia adoraba a Itzhak Ben Ami, no solo por su
claridad dialéctica, sino porque era el único miembro discernible del grupo
teatral. El resto de los intérpretes aparecía cubierto con bolsas de arpillera
de la cabeza a los pies. Se trataba de un recurso inventado por Itzhak Ben Ami
para impedir que los espectadores se complicaran emocionalmente con los
personajes, algo típicamente burgués, y concentraran su atención en verdades
universales.
–3–
En tanto Itzhak Ben Ami se dedicaba a
demoler las convenciones del teatro tradicional, Mendl Melamed, su rival, se esforzaba
en apuntalar los lineamentos clásicos de la dramaturgia, algo calificado por Itzhak
Ben Anui como “obras contaminadas por el espíritu mercantilista de Broadway”.
A diferencia de las producciones
beniamescas, los actores del grupo guiado por Mendl Melamed exhibían sus
propios rostros, vestían ropas ordinarias, hablaban de manera coherente, se
sentaban en sillas de verdad, usaban cuchillos y tenedores reales, y ponían
comida sobre la mesa. Mendl Melamed creía que el teatro debía reflejar la vida,
la forma en que va cambiando con el transcurso del tiempo, aunque a veces resultaba
necesario alterar algunas convenciones. La estrellita joven que había iniciado
su carrera dos décadas atrás, aparecía ahora envuelta en sombras u oculta por
velos. El galán perdía algunos kilos de peso mediante el sencillo artilugio de usar
trajes negros sobre una faja que cubría el torso y su estómago. Y cuando Micha,
el actor infantil empezó a cambiar la voz, Mendl Melamed lo reemplazó con el
enano Babushka, a quien nunca sería necesario alterarle el vestuario.
–4–
Itzhak Ben Ami era muy desdeñoso de las
ganancias que podía brindarle el teatro. Su fiel audiencia compartía ese desdén, y buena parte de ella solía usar la entrada trasera para eludir la boletería. El vanguardista
director trabajaba con un presupuesto limitado en un pequeño sótano recorrido
por tuberías que goteaban de manera continua. El principal objetivo de Itzhak
Ben Ami era obligar a su audiencia a mantener los ojos bien abiertos, a fin de
que no se rezagaran cuando llegara el momento de iniciar la insurrección. Uno
de sus principales aportes at teatro de vanguardia fue remodelar la galería
alta situada sobre el escenario, repleta de contrapesos de los cuales colgaban los
reflectores y pesadas piezas de decorado. Además de la jaula de hierro en que
descendía al escenario para resolver alguna crisis particular en la trama
mediante el Deux ex Machina, Itzhak
Ben Ami había ordenado colgar de la parte exterior de la galería enormes
cabezas de líderes proletarios. Como la espada de Damocles, esas esculturas pendían
peligrosamente sobre los espectadores, y a veces caían sobre aquellos que
habían olvidado pagar la entrada, otra indicación de que sin el Deux ex Machina, un errático destino
gobernaba el mundo.
–5–
La vida en el gueto de Varsovia empeoró. Soldados
alemanes y guardias lituanos que se desplazaban en pequeños automóviles
secuestraban judíos y los dejaban atados a árboles, desnudos, tras varias horas
de golpearlos con cadenas. Las autoridades germanas decretaron el bloqueo de
las cuentas bancarias de los judíos, quienes, además, debían pagar por un
boleto de tranvía cuatro veces más que los gentiles. Los hombres judíos estaban
obligados a hacer una reverencia ante cada soldado alemán. Los ancianos judíos debían
limpiar letrinas usando cepillos de dientes.
Esas humillaciones tuvieron una fuerte repercusión
en el ánimo de los judíos. La audiencia de Mendl Melamed comenzó a exigir la
presencia de un dios omnisciente a fin de rescatar a los personajes de sus
dificultades. Como no existía justicia alguna en el mundo real, querían que en
el tablado apareciera el dios de la venganza.
–6–
Las redadas de judíos continuaron en el
gueto de Varsovia. El medio millón de personas que congestionaba el gueto meses
antes se redujo a sesenta mil. Había rumores de reubicación en campos de concentración.
Varias organizaciones políticas comenzaron a discutir medidas de resistencia.
En su tragedia Hijo de Eolo, Itzhak Ben Ami ofreció una respuesta artística a la atmósfera
política. La obra narraba la historia del hijo de Eolo, rey de Corinto, llamado
Sísifo, quien se negó a retomar a Las Hades, debido a la profecía de que mataría
a su padre y dormiría con su madre. Aterrado por la profecía, Sísifo decidió
vivir con un pastor y una esfinge. En cierta ocasión, Sísifo fue incapaz de
resolver un simple acertijo presentado por la esfinge: “¿Quién camina en cuatro
patas en la mañana, en dos al mediodía, y en tres en In noche?” Como castigo,
fue condenado a subir una pesada piedra hasta la cumbre de una colina. Pero
todos sus esfuerzos resultaron inútiles, pues la piedra volvía a rodar hacia
abajo.
Para enfatizar el simbolismo, Itzhak Ben
Ami había ordenado que los utileros hicieran descender gigantescos objetos de
la galería. El plato medía tres metros de diámetro y su contenido era proyectado
en una gigantesca pantalla. En un final conmovedor, miembros del coro,
cubiertos con bolsas de arpillera de pies a cabeza, empujaban el plato de
piedra colina arriba, a fin de ayudar a Sísifo en su eterna tarea. Cuando el
plato estaba a punto dc rodar colina abajo, aplastando al coro, el Deux ex Machina, encarnado por Itzhak Ben Ami, era bajado al
escenario, y daba al plato de piedra un empujón final. El plato salía rodando
por encima de la colina y desaparecía entre bastidores con un colosal
estruendo.
Era indescriptible la emoción causada por
la tragedia, sus solapadas convocatorias a la insurrección. En una ocasión, un
grupo de estudiantes lanzó volantes convocando a la resistencia.
–7–
Aunque se burlaba de las innovaciones
técnicas de Itzhak Ben Ami, Mendl Melamed era un ávido lector de La Gaceta Teatral revista dedicada al
teatro de vanguardia, escrita e impresa en mimeógrafo por Keni Liptzer, quien había
trabajado como extra en la producción de “Shmendrik”, la famosa obra de Avrom
Goldfaden.
Gracias a la publicación, Mendl Melamed
descubrió el teatro en rotonda, que abolía el tradicional escenario y el techo,
abriendo nuevas posibilidades expresivas. Su lectura coincidió con la época en
que una bomba cayó en la marquesina destruyendo el proscenio, cuatro hileras de
butacas y el gallinero. Gracias a la posterior falta de electricidad, Menachem
Mendl decidió iluminar el escenario con velas. Eso hizo que cundiera en la
apiñada audiencia un sentimiento comunitario, gratificando a los actores. Los
objetos que aparecían en el escenario eran también una encomiada novedad, especialmente
el plato de madera y sus variados contenidos, que se convirtieron en la
principal atracción de la obra tras acentuarse el racionamiento de víveres.
–8–
A comienzos de abril del 1943, Itzhak Ben
Ami fue visitado por un hombre que se presentó como “Un crítico del escenario
teatral judío”.
—Me temo que mi actual método de
supervivencia contiene cierta sinceridad y una dosis de cinismo– dijo el
crítico. — ¿Usted conoce a Maurycy Kohn?
– ¿El agente de la Gestapo?— le preguntó
Itzhak Ben Ami.
–Primero fue Maurycy Kohn el millonario;
solo en los últimos meses lo acusaron de ser un agente de la Gestapo. Algo
totalmente infundado. Bueno, yo soy ahora el agente de prensa de Kohn.
—Creo que va a necesitar muy buena
publicidad— dijo Itzhak Ben Ami.
— ¿Nunca se preguntó por qué un millonario
con buenas conexiones se convierte en lo que usted considera un agente de la
Gestapo?
—Nunca.
–El mundo está dividido entre judíos puros
y arios puros— dijo el agente de prensa. —Acusan a los arios puros de eliminar
a los judíos. Por supuesto, cuando los judíos puros tengan la oportunidad, harán
lo mismo con los arios. Y de esa manera las venganzas nunca terminarán.
Afortunadamente, gracias a personas como yo y Maurycy Kohn, esas venganzas
pueden frenarse. Por ejemplo, en las últimas semanas cesaron las deportaciones.
—Volverán a reanudarse— vaticinó Itzhak
Ben Ami.
—Tal vez. Pero entre tanto, han cesado,
gracias, en buena parte, a Maurycy Kohn. Los judíos puros no pueden ascender
los altos escalones de la Gestapo. Ya lo sé, ya lo sé. Los judíos puros están
en la resistencia. Son apenas un puñado. El resto, están en un campo de
concentración, o pronto serán alojados allí, pero una basura como Kohn va todos
los días a la sede de la Gestapo. Él ha convencido a algunos jefes que deben
poner fin a esos insensatos incidentes.
– ¿Incidentes? …Tengo que comenzar los ensayos en cinco minutos– dijo Itzhak Ben
Ami controlando su lengua.
— ¿Por qué cree que Kohn fue capaz de
convencerlos?— preguntó el agente de prensa. –¿Porque es un humanista? No,
porque les mostró a sus jefes algunos
panfletos y les mencionó algunos incidentes que habían ocurrido en las últimas
semanas. Algunos judíos están acumulando armas y asesinando a informantes. En
una ocasión rescataron a uno de sus cabecillas, que había sido capturado por
agentes de la Gestapo. Por lo tanto Kohn, y otras basuras como Kohn, están
buscando algún tipo de entente entre
los alemanes y los judíos. O al menos, de los que aún quedan.
– ¿Van a cesar los asesinatos?— preguntó
Itzhak Ben Ami.
– ¿Asesinatos? No hay asesinatos. Algunas
personas deberán ser desalojadas. Pero otras podrán quedarse. ¿Quién sabe qué
puede ocurrir dentro de tres o seis meses? Le estoy ofreciendo la ocasión de
ganar algo de tiempo.
– ¿Qué quiere de mí?
–Alguna clase de arreglo. Dejen de
imprimir panfletos, de acumular armas, de asesinar a informantes. Digan dónde
podemos encontrar a los más recalcitrantes. ¿Dónde está Mendl Melamed?
–Lo ignoro.
–En cuanto a las autoridades, prometen
subsidiar la producción cultural, aumentar la cantidad de comida que se
distribuye en el gueto, hacer la vista gorda a ciertas irregularidades.
–Nada puedo ofrecerle. ¿Quiere que deje de
presentar El Hijo de Eolo? Tal vez podría
escribir algo sobre el Gotterdammerung [i]—
Itzhak Ben Ami comenzó a mostrar una gran agitación. Su voz le salió atiplada.
–Usted tiene ingenio. Si desea encontrarse
conmigo a medio camino, mejor no mencione a Wagner. No hay objeción alguna que
siga presentando su obra. Me encanta. He hablado maravillas sobre El Hijo de Eolo. Kohn se mostró tan
interesado que me pidió comprar entradas para el próximo domingo… Por cierto,
cuando haga rodar ese gigantesco plato sobre la colina, tal vez podría añadir
como música de fondo algunas notas de La
Heroica de Beethoven. Pero esa es sólo una sugerencia. Dele mis saludos a
su anciana madre.
Itzhak Ben Ami sintió que se le encogía el
corazón. Nadie, ni sus más cercanos amigos, estaba enterado de la existencia de
su madre.
–9–
El ex crítico de la escena judía apareció
en el camarín de Itzhak Ben Ami media hora antes de la presentación.
–Usted no me dijo que traerían un equipo
de filmación— se quejó Itzhak Ben Ami.
—Mil disculpas. Tampoco yo fui informado.
—Los alemanes han estado filmando muchas
reuniones de judíos en los últimos tiempos— dijo Itzhak Ben Ami. —Han filmado
operetas en el cine Fémina, y también algunos conciertos sinfónicos.
—Le dije que intentan encontrar algún tipo
de arreglo— dijo el agente de prensa de Kohn. —En los documentales exhiben a
los judíos de manera favorable. Se acabó el judío Süss. Ahora quieren mostrar a
los judíos cultos.
—En el gueto de Lodz filmaron a judíos en
restaurantes, en parques y en teatros— dijo Itzhak Ben Ami. — “¿Persecución a judíos?
Son todas mentiras”, dijo Goebbels. —“Miren a estas personas. Todos ellos están
viviendo vidas normales...” No hay más judíos en el gueto de Lodz. Tampoco
existe el gueto.
—Nunca prometí que esos incidentes iban a
cesar— dijo el agente de prensa. —Únicamente que habría una pausa. Y por ahora
no se han registrado nuevos incidentes. Es cuestión de ganar tiempo.
—El señor Kohn ¿va a venir solo?
—El invitó a algunos amigos; están dejando
en sus casas las chaquetas de cuero negro y vendrán vestidos con ropas de
civil. Además, tienen dos ventajas: son corteses, y no son estúpidos. Trate de
imitarlos.
—¿Cuando me dejarán ver a mi madre?—
preguntó Itzhak Ben Ami.
– Cuando nos diga donde se esconde el
señor Mendl Melamed.
–Lo ignoro.
–Se le ordenó al señor Melamed que estuviera
en la Umschlagplatz. El plazo venció hace dos días.
—Yo no soy el guardián de Mendl Melamed—
dijo Itzhak Ben Ami.
—Trate de no pasarse de vivo— dijo el crítico.
Ya para ese momento, Mendl Melamed había
pasado a la clandestinidad, y con un grupo de actores desmantelaba relojes para
armar bombas de tiempo.
–10–
Reconstruí éste y otros diálogos cuando
entrevisté a Mendl Melamed unas cuatro décadas más tarde. En esa época el viejo
actor estaba viviendo en Elmhurst, Nueva York, rodeado por souvenirs de su prolongada y escasamente famosa carrera. Cuando
entré en su studio, sentí la embarazosa
intimidad de habitaciones que había visitado previamente, generalmente cuartos
de pintores, de escritores, de cantantes solamente explorados por parientes. El
aroma de sus profesiones estaba eternamente mezclado con el olor de caldo y de
hojas de menta sobrenadando en alguna cacerola descansando en un calentador. Ni
siquiera el olor a trementina en el estudio de un pintor podía disimular esas
emanaciones.
Observé las fotografías en tono sepia
emplazadas en las paredes. Muchas personas rodeaban a Mendl Melamed, la mayoría
eran tan desconocidas como él. Y de repente, en medio de esos seres, aparecía
el gran Paul Muni, el protagonista de Scarface,
rodeado por colegas de The Chicagoans,
un club de arte dramático.
–Fue uno de los fundadores— me dijo Mendl
Melamed. —Al principio no se llamaba Paul Muni; su verdadero nombre era Muni
Weisenfreund. Yo estoy detrás de él, alzando la copa de vino. La foto fue
tomada en 1932, cuando hicimos una corta gira por Estados Unidos. Muni admiraba
mucho El Plato de Madera. Quiso hacer
una película basada en la obra.
Mi depresión aumentó. El rostro que me
observaba en la fotografía no era el de Scarface. Era el rostro de payaso de
Muni Weisenfreund simulando alegría. Si hubiera ignorado que se trataba de Paul
Muni, hubiera pensado: “Otro perdedor nato”.
–Me dice Guedale que está escribiendo un
libro sobre el gueto de Varsovia— me dijo Mendl Melamed mientras me ofrecía un
kuguel[ii] que, estaba
seguro, tendría el mismo gusto de los kuguels que mi abuela solía hornear en
Buenos Aires, y que siempre me causaron acidez. Mi depresión aumentó.
–En realidad, quiero escribir sobre la
vida cultural en el gueto— le dije. –El señor Guedale me dio su nombre–.
Guedale era un viejo anarquista que trabajaba para The Worker's Circle y seguía escribiendo obras de teatro en idisch.
—Bueno, para decirle la verdad– me confesó
Mendl Melamed —no había una gran vida cultural en el gueto; solo intentos sin
mucho valor. La gente tiende a idealizar las cosas.
–Guedale me habló acerca de un documental
que usted rescató.
–El famoso documental— dijo Mendl Melamed
en un tono burlón que me hizo recordar mi infancia, los divertidos, irónicos
gestos de algunos de mis tíos. Ese tono me sacó de la depresión; hubiera
querido besar al viejo.
—Mi hijo pasó ese documental a una cinta
de video. Pero no espere demasiado. Es bastante confuso, aunque podría explicarle
algunas de las escenas– dijo el actor.
Pero yo obtuve más de lo que esperaba. En
las sombrías, parpadeantes imágenes, en los bruscos cambios de enfoque, descubrí
trazos de un mundo irrepetible. La gente estaba más viva en ese documental que
quienes compartían mi vida en Nueva York, o quienes habían habitado mi infancia.
Eran imágenes de seres intensamente vivos. La muerte a punto de acontecer tenía
como único propósito negar su existencia. Era como encontrar el documental de
un animal prehistórico merodeando el Central Park.
Observé
la película como si la hubiera examinado cuadro por cuadro en un proyector de diapositivas.
Nada tenía sentido,y sin embargo, cada imagen era insuperable. La voz de Mendl
Melamed se iba incorporando a las imágenes.
Esa había sido una de las mejores
presentaciones de El hijo de Eolo, me
dijo, reconociendo la calidad de la troupe de su rival, Itzhak Ben Ami. Pero todo
lo que se podía observar eran imprecisas figuras cubiertas por bolsas. Mendl Melamed
narraba con dignidad y calma, intentando ennoblecer los temblorosos, erráticos
movimientos de los actores. Quería convencerme que la audiencia estaba fascinada
por In historia de Sísifo, por la armoniosa pantomima, por la música de
Beethoven. Luego, venía el emocionante final en el cual el clandestino coro
oculto en bolsas de arpillera empujaba el plato de piedra colina arriba para
ayudar a Sísifo en su eterna faena. Esa parte del espectáculo no había sido
registrada por la cámara, me dijo Mendl Melamed.
Cuando el plato de piedra estaba a punto
de rodar colina abajo, Itzhak Ben Ami fue bajado con cuerdas hasta el escenario
e intentó dar a la piedra un último empellón. Pero esa vez, sus esfuerzos
fracasaron.
—Todos estaban muertos del susto— dijo
Mendl Melamed.
Quise ver al gran Itzhak Ben Ami descendiendo
en el escenario, y en cambio observé a un adolescente casi cadavérico vestido con
ajustadas ropas negras. El auténtico Itzhak Ben Ami tenía ojos grandes,
saltones, y movía sus manos sin gracia alguna.
—Tras algunos intentos — dijo Mendl Melamed—
Itzhak Ben Ami dejó caer el plato de piedra al piso, y explicó que había
fracasado en su intento de transformar la desmoralización en esperanza.
Fue entonces cuando Mauricy Kohn, el
millonario y agente de la Gestapo, que estaba en primera fila, se puso de pie,
se inclinó ante la audiencia, y le habló a Itzhak Ben Ami.
—Kohn era un hombre muy apuesto, con
rasgos de actor —me explicó Mendl Melamed. —“Vine aquí con las mejores
intenciones, señor Ben Aim”— dijo —“Estoy bien enterado de la opinión que tiene
de mí. Y no me preocupa. Me acompañan varios amigos que podrían atenuar la aflicción
de nuestro pueblo. Y ¿cuál ha sido su
respuesta? Usted reaccionó como un amateur.
Pero no me siento humillado. Ahora voy a abandonar el teatro con mis amigos. No
espere misericordia”.
–Itzhak Ben Ami solo dijo: “Señor Kohn ¡cuidado!”
y señaló a la galería, allí donde colgaban los reflectores y pesadas piezas de
decorado– dijo Mendl Melamed. –Pero ya era demasiado tarde. Ahora, mire la
escena siguiente. Apenas dura un segundo, pero puedo inmovilizarla.
Mendl Melamed apretó
el botón de Pause en el control de la
videograbadora. Era como la escena del candelabro estrellándose contra los
espectadores de teatro en El Fantasma de
la Ópera, aunque en vez del candelabro, emergía la gigantesca cabeza de
Carlos Marx sobresaliendo de una mezcolanza de cuerpos contraídos y
ensangrentados.
—El crítico murió enseguida, y Kohn quedó
gravemente herido— dijo Mendl Melamed. —Un agente de la Gestapo, aunque había
sido herido en la cabeza por un trozo de concreto, logró sacar su pistola Luger
y le alojó a Itzhak Ben Ami una bala en la columna vertebral. Eso ocurrió el 18
de abril de 1943. Horas más tarde, comenzó la insurrección en el gueto de
Varsovia. El teatro de Itzhak Ben Ami fue uno de los núcleos de la rebelión.
Resistimos tres semanas.
—Hay varias versiones sobre las últimas
palabras de Itzhak Ben Ami –le dije a mi interlocutor.
— ¿Usted se refiere a sus palabras llamando
a la resistencia, o a su grito de ´Masada no volverá a caer´?
—Sí, y a las primeras estrofas del Hatikvah'[iii] que
fueron coreadas por la audiencia.
—No pasó nada de eso— me dijo Mendl
Melamed. —Es imposible ponerse a cantar cuando las balas silban en todas
direcciones. Yo, como miembro del coro, estaba en el escenario, cubierto con
una bolsa, cuando Itzhak Ben Ami recibió el balazo. Sostuve a mi querido amigo
en los brazos durante sus instantes finales. “Me estoy muriendo, Mendl”, me
dijo. “Y antes de morir, quiero darte un consejo. Cambia la utilería en tu obra
de teatro. ¿Por qué no eliges como símbolo un plato de cerámica, de porcelana,
o de cristal de Murano? Tu magnífica obra perderá todo significado a menos
expliques por qué la ingrata pareja castigó al viejo con un objeto tan fastuoso
como un plato de madera. Luego que empezó el bombardeo en Varsovia, querido
amigo, todo el mundo quiere vajilla irrompible.”
[i] Crepúsculo de los dioses.
[ii] Budín hecho de fideos o papas al horno.
[iii] Un poema escrito por Naftali Herz Imber en 1877, que luego se
transformó en el himno nacional de Israel. Hatikvah significa “Esperanza”.
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