Mario Szichman
“¿Qué mayor gloria puede obtenerse de un
descubrimiento
factible de
erradicar la enfermedad del ser humano,
y convertirlo en un espécimen invulnerable a todo,
con excepción de la muerte violenta”?
Mary Shelley
Frankenstein
Andrew, uno de los protagonistas de Identidad compartida (Ediciones B de
Venezuela, colección Nova, 2015) no es una máquina de reproducir, como la
mayoría de los seres humanos, sino apenas un artefacto que puede prolongar la
vida de otro individuo de su misma especie capaz de solventar su mantenimiento.
El único propósito de Andrew es conservar sus órganos en buen estado, hasta el
momento en que deba donarlos –sin su conocimiento o autorización. Quien ha entregado
el germen que ha propiciado la vida de Andrew tiene el propósito –digamos
altruista– de que su hijo pueda persistir en la tierra más años de los
previsto.
El escritor venezolano Rafael Baralt Lovera ha
escrito una espléndida novela partiendo de una premisa muy moderna: la
clonación. Sin embargo, con variantes, la propuesta es casi tan antigua como el
mundo: ¿es posible crear un ser de materiales que no figuran en nuestro
catálogo habitual? Y una vez implantado ¿en qué podemos utilizar al personaje?
En Frankenstein
o El Prometeo moderno, Mary Wollstonecraft Shelley procreó todo un género
de ficción al trabajar el mito del personaje que aparece en el subtítulo de su
novela. ¿Cuáles son los elementos de ese mito? Uno proviene de la obra de
Esquilo Prometeo encadenado,
encargado de traer el fuego desde el sol a la tierra a fin de socorrer a la
humanidad. El castigo propinado a Prometeo por el dios Zeus fue sujetarlo a una
montaña para que un águila se alimentara de sus entrañas. El otro mito es la
historia de Prometeo plasticator. Ese
segundo mito es el que ha obtenido más vástagos. En esa versión, Prometeo logró
crear o recrear al ser humano animando una figura hecha de arcilla. Tan
prolífica ha sido esa idea, que inclusive en el folklore judío, no muy
inclinado a usar las fábulas de los gentiles, existe la poderosa figura del golem.
La narrativa más famosa sobre el golem involucra a un rabino de Praga que en el
siglo dieciséis habría creado una figura de arcilla insuflándole vida, con el
propósito de proteger el gueto de la ciudad de ataques antisemitas. Hay otra
historia, que se acerca más al monstruo creado por el doctor Victor
Frankenstein. Se trata de un golem que tras ser rechazado por una mujer de carne
y hueso, se convierte en un monstruo que arrasa con una población. (El monstruo de Frankenstein no utiliza
arcilla sino trozos de cadáveres).
La creación o alteración de seres humanos es un
territorio que siempre termina invadido por seres ansiosos de crear una raza
superior. También el mito nazi es casi tan antiguo como la humanidad. Y alguien
que podría habitar tanto las páginas de Mary Shelley como las de Rafael Baralt
es Josef Mengele, el célebre médico de Auschwitz, quien se consideraba un
humanista. ¿No había acaso unificado el
color de los ojos a quienes padecían de heterocroma del iris? Esas personas
seguían caminando por la tierra, sin el estigma de un ojo de un color, y otro
de un matiz distinto, gracias a la inyección de un producto químico. (Nunca
pudo verificarse el efecto secundario que había tenido ese producto en los sujetos
de experimentación). Después estaban los famosos gemelos univitelinos, que podrían mejorar la raza
aria y ampliarla. Como ya lo había proclamado el Führer, Alemania[i], además de
carecer de espacio vital tenía una de las tasas de reproducción más bajas de
Europa, y los gemelos podían ser la solución. Cada pareja aria podía
multiplicar la población con dos hijos por embarazo. Afortunadamente, la caída
del Tercer Reich impidió que Mengele concretara sus sueños.
En Identidad
compartida, el doctor B. Hershon dirige el centro Biogenetics Research. Parece un fiel y morigerado discípulo de
Mengele. No apela a operaciones de cambio de sexo, y no observa la evolución de
gérmenes letales en organismos humanos analizando sus escasas posibilidades de
supervivencia. Tampoco prescinde de la anestesia en las intervenciones
quirúrgicas. Pero hay algo que lo equipara con el médico de Auschwitz: Hershon
cree que la medicina consiste en buscar atajos, en proteger a seres
superiores. Las víctimas de sus
experimentos, aquellas que sufrirán la extirpación de sus órganos, deben aceptar
que su sacrificio será por el bien de la humanidad, encarnada en ricos benefactores.
Hay varios elementos de Identidad compartida que sobresalen. En primer lugar, Andrew, el
personaje clonado cuya única función es proporcionar órganos, es construido por
el novelista prácticamente a partir de cero, desde su celda y desde su ignorancia.
La mayor parte de su vida (Baralt hace un snapshot
de su existencia cuando tiene 27 años de edad) Andrew ha estado recluido en un
cuarto, con esporádicas salidas al gimnasio para conservar sus órganos en buena
forma. Cuenta con un compañero virtual que juega al ajedrez con él, y desde
hace escasos años es asistido por Lena, una psicoanalista.
Baralt no oculta sus cartas (excepto en el
espléndido final). Ya desde el principio nos informa que “Pese a su extrema
inteligencia”, Andrew, “no tenía conciencia de que su cuerpo no le pertenecía,
ni de que su vida era el resultado de una experimentación genética”.
De esa manera, dependiendo de otra anatomía,
aquella que en algún momento requerirá uno o todos sus órganos, cualquier
jornada puede ser para Andrew la postrera de su existencia, “el último amanecer
que verían sus ojos como consecuencia de una arbitrariedad humana”.
Todo en la vida de Andrew es tan aséptico y tan
irreal como su creación. Otros le han inventado una historia “adaptada a las
exigencias de su fértil intelecto”. Ignora el mundo exterior, y desconoce los
secretos de la pasión amorosa. La revelación de la sexualidad formará parte de
su descubrimiento del mundo.
El otro personaje que precipita el conflicto es
Josh Peterson, “padre” del clonado prisionero. Josh desconoce su vínculo con
Andrew. Su progenitor, Douglas, un acaudalado abogado de San Francisco, decidió
enviar a una empresa biogenética una “porción de células madre tomadas al
momento del nacimiento de Josh”. Ese vínculo, al principio inexistente, se
convertirá en el motor central de la novela. Josh descubre que “alguien más
portaba su identidad”. En cuanto a Andrew, su otra mitad, está obligado “a
compartir un mundo a medias con el proveedor de sus propios genes”.
La tercera en discordia es Lena, la psicoanalista,
quien se enamora de Andrew, contribuye a su fuga del sitio de enclaustramiento,
y será testigo final de la transmutación de su amante.
Baralt ha sabido utilizar muy bien el setting de San Francisco a fin de contar
su historia. Es una ciudad con una gran carga mítica, y al mismo tiempo, muy
moderna, muy plausible para narrar la tragedia de Andrew. Además, la parte
tecnológica de la novela no abruma al lector. Hay una inteligente
utilización de los gadgets, y de innovaciones a nivel de computadoras, o de
iluminación de recintos. Pero lo más destacado es que se trata de un drama
humano, con seres de carne y hueso, conflictos reales, y animado por un
perseverante suspenso. Algunos lectores han sugerido que Identidad compartida requiere una secuela. O posiblemente una saga.
Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Pues bien, eso no es cierto. La
segunda parte de El Padrino es tan
buena como la primera.
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Rafael Baralt Lovera: “los fines perversos de la clonación”
En un intercambio de mensajes por correo electrónico, Rafael Baralt Lovera,
autor de Identidad compartida, dijo
que “Hace unos años, mientras escribía un ensayo sobre la clonación humana,
tuve que exponer ejemplos donde esta técnica científica pudiera ser utilizada
para fines perversos y contrastarlos con sus opuestos loables. Me encontré con
una posibilidad tan retorcida que nunca la olvidé. Poco a poco fue gestándose
la trama en mi mente”.
Identidad compartida tiene un muy buen “gancho” final, que no
revelaremos. Baralt dice que uno de los incentivos para escribir la novela fue
“tener claro el final de la historia. Me dije: ´¿Cómo hago para plasmar una
escena de drama desgarrador donde aparezcan dos personajes y que uno de ellos
no sepa a ciencia cierta quién es el que está parado frente, aun sintiendo amor
por el otro?´; pero no sólo eso, ¿cómo hacía para trasladar esa misma duda al
lector? Como no creo en lectores ingenuos, sabía que cada uno construiría el
final; es decir, mi intención era lograr que cada lector participara de la
historia. Ese reto fue el detonante. Lo demás fue construir un mapa mental y
dar vida a unos personajes que ya retumbaban en mi cabeza”.
Identidad compartida es la primera novela de Baralt, y su
publicación tiene un final más feliz que el que aguarda a uno de sus
protagonistas.
“En 2014, luego de diez meses de escritura continua, inicié los trámites
para introducirla en Ediciones B,
arriesgándome a recibir un portazo en la cara”, dice el autor. “Después de
todo, era un completo desconocido, con una novela primeriza, enmarcada en un
género tan incomprendido en mi país, ¿quién podría darme una oportunidad? Con
todas las de perder, entregué el manuscrito. Luego de unos meses, que no podría
catalogar de lapso prudencial, recibí respuesta. Una llamada de Ediciones B Venezuela. Mi novela había
sido leída y aceptada por un editor en España. Con ese visto bueno, se publicó Identidad compartida, por el momento,
sólo en territorio venezolano, en Abril 2015. Próximamente estará disponible la
versión digital en Amazon”.
El novelista no desea ser encasillado en géneros. Si bien su primera
narración pertenece al género de la ciencia ficción, señala que “Me gustan las
historias donde se lleve al extremo al ser humano, y la ciencia ficción no
escapa de ello. Los mundos posibles nos asoman sucesos del futuro, o del
pasado, donde el hombre ha tenido que intervenir poniendo a prueba sus
capacidades para resolver situaciones complejas que jamás imaginaron. Mis
autores favoritos de este género son Ray Bradbury, Isaac Asimov, J. J. Benítez
y Robin Cook. Pero no solamente leo este tipo de literatura. Hay demasiados
libros en el mundo por leer, una vida no alcanza, y no puedo permitirme el lujo
de encasillarme. Por ello, he incursionado por todo tipo de narrativas,
encontrando verdaderos hallazgos en Rosa Montero, Paul Auster, José Saramago,
Héctor Abad Faciolince, Oscar Marcano, Haruki Murakami, Norberto José Olivar,
Octavio Paz, Charles Dickens, Carlos Ruiz Zafón, Arundhati Roy, y tantos otros
que no nombro por cuestión de espacio”.
Aunque nacido en Caracas, el
novelista de Identidad compartida revela
un buen conocimiento de San Francisco y de Los Ángeles. No se trata de un
turista, sino de alguien que vivió ahí. Generalmente se comienza describiendo
el sitio donde nacimos. ¿Por qué Baralt eligió la costa Oeste de Estados Unidos
para su primera novela?
“Nací en Caracas y siempre he vivido aquí”, dice Baralt. “Sin embargo, he
tenido la fortuna de viajar mucho. Uno de mis primeros viajes fue a San
Francisco. Esa ciudad causó un gran impacto en mí. Para entonces contaba con 25
años (hace más de veinte años). Hay lugares que se quedan en uno, y San
Francisco lo hizo conmigo. Tengo, además, un gran amigo viviendo en Alameda, Oakland;
así que mi estancia no ha sido un problema. Perdí la cuenta de las veces que he
visitado San Francisco. Me gusta el clima, su gente, la arquitectura, las áreas
verdes y la diversidad cultural. He caminado por sus calles y remontado sus
empinadas cuestas. Hay magia en esa ciudad, y esa magia sirvió de marco para Identidad compartida”.
En la actualidad, Baralt está
trabajando en su segunda novela, incursionando en otro género.
“Tengo un nuevo reto intelectual a cuestas”, señala el novelista. “Si bien
me han pedido que escriba una segunda parte de Identidad compartida, no está en mis planes inmediatos. Ando
sumergido en una nueva historia que dejará sin aliento a más de uno. Esta vez,
dejo a un lado la ciencia ficción para adentrarme en otro género. Eso sí,
prometo llevar al límite la capacidad humana con un tema fuertemente
controversial”.
[i] Ver la introducción a la novela escrita por M.K. Joseph (Oxford University Press, Nueva York,
1969).
¡Excelente reseña!
ResponderEliminarGracias, Cinzia! "Identidad compartida" merece muchos lectores. Con mi amistad.
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