miércoles, 23 de diciembre de 2015

Identidad compartida de Rafael Baralt: la clonación de Prometeo


Mario Szichman





“¿Qué mayor gloria puede obtenerse de un descubrimiento
 factible de erradicar la enfermedad del ser humano,
y convertirlo en un espécimen invulnerable a todo,
con excepción de la muerte violenta”?
Mary Shelley
Frankenstein


Andrew, uno de los protagonistas de Identidad compartida (Ediciones B de Venezuela, colección Nova, 2015) no es una máquina de reproducir, como la mayoría de los seres humanos, sino apenas un artefacto que puede prolongar la vida de otro individuo de su misma especie capaz de solventar su mantenimiento. El único propósito de Andrew es conservar sus órganos en buen estado, hasta el momento en que deba donarlos –sin su conocimiento o autorización. Quien ha entregado el germen que ha propiciado la vida de Andrew tiene el propósito –digamos altruista– de que su hijo pueda persistir en la tierra más años de los previsto.
El escritor venezolano Rafael Baralt Lovera ha escrito una espléndida novela partiendo de una premisa muy moderna: la clonación. Sin embargo, con variantes, la propuesta es casi tan antigua como el mundo: ¿es posible crear un ser de materiales que no figuran en nuestro catálogo habitual? Y una vez implantado ¿en qué podemos utilizar al personaje?
En Frankenstein o El Prometeo moderno, Mary Wollstonecraft Shelley procreó todo un género de ficción al trabajar el mito del personaje que aparece en el subtítulo de su novela. ¿Cuáles son los elementos de ese mito? Uno proviene de la obra de Esquilo Prometeo encadenado, encargado de traer el fuego desde el sol a la tierra a fin de socorrer a la humanidad. El castigo propinado a Prometeo por el dios Zeus fue sujetarlo a una montaña para que un águila se alimentara de sus entrañas. El otro mito es la historia de Prometeo plasticator. Ese segundo mito es el que ha obtenido más vástagos. En esa versión, Prometeo logró crear o recrear al ser humano animando una figura hecha de arcilla. Tan prolífica ha sido esa idea, que inclusive en el folklore judío, no muy inclinado a usar las fábulas de los gentiles, existe la poderosa figura del golem. La narrativa más famosa sobre el golem involucra a un rabino de Praga que en el siglo dieciséis habría creado una figura de arcilla insuflándole vida, con el propósito de proteger el gueto de la ciudad de ataques antisemitas. Hay otra historia, que se acerca más al monstruo creado por el doctor Victor Frankenstein. Se trata de un golem que tras ser rechazado por una mujer de carne y hueso, se convierte en un monstruo que arrasa con una población.  (El monstruo de Frankenstein no utiliza arcilla sino trozos de cadáveres).
La creación o alteración de seres humanos es un territorio que siempre termina invadido por seres ansiosos de crear una raza superior. También el mito nazi es casi tan antiguo como la humanidad. Y alguien que podría habitar tanto las páginas de Mary Shelley como las de Rafael Baralt es Josef Mengele, el célebre médico de Auschwitz, quien se consideraba un humanista. ¿No había  acaso unificado el color de los ojos a quienes padecían de heterocroma del iris? Esas personas seguían caminando por la tierra, sin el estigma de un ojo de un color, y otro de un matiz distinto, gracias a la inyección de un producto químico. (Nunca pudo verificarse el efecto secundario que había tenido ese producto en los sujetos de experimentación). Después estaban los famosos  gemelos univitelinos, que podrían mejorar la raza aria y ampliarla. Como ya lo había proclamado el Führer, Alemania[i], además de carecer de espacio vital tenía una de las tasas de reproducción más bajas de Europa, y los gemelos podían ser la solución. Cada pareja aria podía multiplicar la población con dos hijos por embarazo. Afortunadamente, la caída del Tercer Reich impidió que Mengele concretara sus sueños.
En Identidad compartida, el doctor B. Hershon dirige el centro Biogenetics Research. Parece un fiel y morigerado discípulo de Mengele. No apela a operaciones de cambio de sexo, y no observa la evolución de gérmenes letales en organismos humanos analizando sus escasas posibilidades de supervivencia. Tampoco prescinde de la anestesia en las intervenciones quirúrgicas. Pero hay algo que lo equipara con el médico de Auschwitz: Hershon cree que la medicina consiste en buscar atajos, en proteger a seres superiores.  Las víctimas de sus experimentos, aquellas que sufrirán la extirpación de sus órganos, deben aceptar que su sacrificio será por el bien de la humanidad, encarnada en ricos benefactores.
Hay varios elementos de Identidad compartida que sobresalen. En primer lugar, Andrew, el personaje clonado cuya única función es proporcionar órganos, es construido por el novelista prácticamente a partir de cero, desde su celda y desde su ignorancia. La mayor parte de su vida (Baralt hace un snapshot de su existencia cuando tiene 27 años de edad) Andrew ha estado recluido en un cuarto, con esporádicas salidas al gimnasio para conservar sus órganos en buena forma. Cuenta con un compañero virtual que juega al ajedrez con él, y desde hace escasos años es asistido por Lena, una psicoanalista.  
Baralt no oculta sus cartas (excepto en el espléndido final). Ya desde el principio nos informa que “Pese a su extrema inteligencia”, Andrew, “no tenía conciencia de que su cuerpo no le pertenecía, ni de que su vida era el resultado de una experimentación genética”.  
De esa manera, dependiendo de otra anatomía, aquella que en algún momento requerirá uno o todos sus órganos, cualquier jornada puede ser para Andrew la postrera de su existencia, “el último amanecer que verían sus ojos como consecuencia de una arbitrariedad humana”.
Todo en la vida de Andrew es tan aséptico y tan irreal como su creación. Otros le han inventado una historia “adaptada a las exigencias de su fértil intelecto”. Ignora el mundo exterior, y desconoce los secretos de la pasión amorosa. La revelación de la sexualidad formará parte de su descubrimiento del mundo.   
El otro personaje que precipita el conflicto es Josh Peterson, “padre” del clonado prisionero. Josh desconoce su vínculo con Andrew. Su progenitor, Douglas, un acaudalado abogado de San Francisco, decidió enviar a una empresa biogenética una “porción de células madre tomadas al momento del nacimiento de Josh”. Ese vínculo, al principio inexistente, se convertirá en el motor central de la novela. Josh descubre que “alguien más portaba su identidad”. En cuanto a Andrew, su otra mitad, está obligado “a compartir un mundo a medias con el proveedor de sus propios genes”.
La tercera en discordia es Lena, la psicoanalista, quien se enamora de Andrew, contribuye a su fuga del sitio de enclaustramiento, y será testigo final de la transmutación de su amante.
Baralt ha sabido utilizar muy bien el setting de San Francisco a fin de contar su historia. Es una ciudad con una gran carga mítica, y al mismo tiempo, muy moderna, muy plausible para narrar la tragedia de Andrew. Además, la parte tecnológica de la novela no abruma al lector. Hay una inteligente utilización  de los gadgets, y de innovaciones a nivel de computadoras, o de iluminación de recintos. Pero lo más destacado es que se trata de un drama humano, con seres de carne y hueso, conflictos reales, y animado por un perseverante suspenso. Algunos lectores han sugerido que Identidad compartida requiere una secuela. O posiblemente una saga. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Pues bien, eso no es cierto. La segunda parte de El Padrino es tan buena como la primera.

––––––––––––––––––––––––


Rafael Baralt Lovera: “los fines perversos de la clonación”

     En un intercambio de mensajes por correo electrónico, Rafael Baralt Lovera, autor de Identidad compartida, dijo que “Hace unos años, mientras escribía un ensayo sobre la clonación humana, tuve que exponer ejemplos donde esta técnica científica pudiera ser utilizada para fines perversos y contrastarlos con sus opuestos loables. Me encontré con una posibilidad tan retorcida que nunca la olvidé. Poco a poco fue gestándose la trama en mi mente”.
     Identidad compartida tiene un muy buen “gancho” final, que no revelaremos. Baralt dice que uno de los incentivos para escribir la novela fue “tener claro el final de la historia. Me dije: ´¿Cómo hago para plasmar una escena de drama desgarrador donde aparezcan dos personajes y que uno de ellos no sepa a ciencia cierta quién es el que está parado frente, aun sintiendo amor por el otro?´; pero no sólo eso, ¿cómo hacía para trasladar esa misma duda al lector? Como no creo en lectores ingenuos, sabía que cada uno construiría el final; es decir, mi intención era lograr que cada lector participara de la historia. Ese reto fue el detonante. Lo demás fue construir un mapa mental y dar vida a unos personajes que ya retumbaban en mi cabeza”.
     Identidad compartida es la primera novela de Baralt, y su publicación tiene un final más feliz que el que aguarda a uno de sus protagonistas.
     “En 2014, luego de diez meses de escritura continua, inicié los trámites para introducirla en Ediciones B, arriesgándome a recibir un portazo en la cara”, dice el autor. “Después de todo, era un completo desconocido, con una novela primeriza, enmarcada en un género tan incomprendido en mi país, ¿quién podría darme una oportunidad? Con todas las de perder, entregué el manuscrito. Luego de unos meses, que no podría catalogar de lapso prudencial, recibí respuesta. Una llamada de Ediciones B Venezuela. Mi novela había sido leída y aceptada por un editor en España. Con ese visto bueno, se publicó Identidad compartida, por el momento, sólo en territorio venezolano, en Abril 2015. Próximamente estará disponible la versión digital en Amazon”.
     El novelista no desea ser encasillado en géneros. Si bien su primera narración pertenece al género de la ciencia ficción, señala que “Me gustan las historias donde se lleve al extremo al ser humano, y la ciencia ficción no escapa de ello. Los mundos posibles nos asoman sucesos del futuro, o del pasado, donde el hombre ha tenido que intervenir poniendo a prueba sus capacidades para resolver situaciones complejas que jamás imaginaron. Mis autores favoritos de este género son Ray Bradbury, Isaac Asimov, J. J. Benítez y Robin Cook. Pero no solamente leo este tipo de literatura. Hay demasiados libros en el mundo por leer, una vida no alcanza, y no puedo permitirme el lujo de encasillarme. Por ello, he incursionado por todo tipo de narrativas, encontrando verdaderos hallazgos en Rosa Montero, Paul Auster, José Saramago, Héctor Abad Faciolince, Oscar Marcano, Haruki Murakami, Norberto José Olivar, Octavio Paz, Charles Dickens, Carlos Ruiz Zafón, Arundhati Roy, y tantos otros que no nombro por cuestión de espacio”.
      Aunque nacido en Caracas, el novelista de Identidad compartida revela un buen conocimiento de San Francisco y de Los Ángeles. No se trata de un turista, sino de alguien que vivió ahí. Generalmente se comienza describiendo el sitio donde nacimos. ¿Por qué Baralt eligió la costa Oeste de Estados Unidos para su primera novela?
     “Nací en Caracas y siempre he vivido aquí”, dice Baralt. “Sin embargo, he tenido la fortuna de viajar mucho. Uno de mis primeros viajes fue a San Francisco. Esa ciudad causó un gran impacto en mí. Para entonces contaba con 25 años (hace más de veinte años). Hay lugares que se quedan en uno, y San Francisco lo hizo conmigo. Tengo, además, un gran amigo viviendo en Alameda, Oakland; así que mi estancia no ha sido un problema. Perdí la cuenta de las veces que he visitado San Francisco. Me gusta el clima, su gente, la arquitectura, las áreas verdes y la diversidad cultural. He caminado por sus calles y remontado sus empinadas cuestas. Hay magia en esa ciudad, y esa magia sirvió de marco para Identidad compartida”.
     En la actualidad, Baralt está trabajando en su segunda novela, incursionando en otro género.
    “Tengo un nuevo reto intelectual a cuestas”, señala el novelista. “Si bien me han pedido que escriba una segunda parte de Identidad compartida, no está en mis planes inmediatos. Ando sumergido en una nueva historia que dejará sin aliento a más de uno. Esta vez, dejo a un lado la ciencia ficción para adentrarme en otro género. Eso sí, prometo llevar al límite la capacidad humana con un tema fuertemente controversial”.




[i] Ver la introducción a la novela escrita por M.K. Joseph (Oxford University Press, Nueva York, 1969).

2 comentarios: