lunes, 14 de diciembre de 2015

“Esto no puede ocurrir aquí”: hasta que ocurre aquí


Mario Szichman





     Hay escritores norteamericanos que siguen siendo clásicos casi por milagro, en un país donde la abrumadora cantidad de libros que se publican anualmente,  y la corta memoria de los estadounidenses, conspiran contra toda posibilidad de persistencia.
   Posiblemente la academia, o la crítica, ayudan a que esos narradores perduren, aunque ese no es siempre un buen indicio. Hay escritores entronizados por la academia o por la crítica que no han resistido el paso del tiempo. Pienso por ejemplo en Ernest Hemingway. Es muy difícil que alguien haya escrito mejores cuentos que el Hemingway de la primera época. (“Un gato bajo la lluvia”, “Un lugar limpio y bien iluminado”, “Los asesinos”).  Pero el Hemingway de To Have or to Have not, o de El Viejo y el mar es insoportable. 
     Otros escritores, en cambio, tras quedar sumergidos, siempre retornan a la superficie. Como Theodore Dreiser (An American Tragedy, con un comienzo absolutamente inolvidable, y una trama que nunca ha dejado de fascinar), o Erskine Caldwell (Tobacco Road,  El camino del tabaco; God's Little Acre, La chacrita de Dios, y Journeyman, a veces traducido como El predicador viajero, inmitables libros, mezcla de sensualidad, grotesco y tragedia que describen la inverosímil subsistencia de granjeros pobres  en el Deep South).  
     En ese lote nunca puede olvidarse a Sinclair Lewis. Su vena satírica puede verificarse en Babbitt (1922), historia de un corredor de bienes raíces que cree en el Sueño Americano y que en cierto modo presagia el Crash de 1929, en Main Street, Calle Mayor, y en Elmer Gantry, descripción de un predicador evangélico que nunca ha pasado de moda por su insolente ironía.
     En el año 1935, cinco años después de ganar el Premio Nobel de Literatura, Lewis publicó una novela que tuvo un enorme impacto: It Can't Happen Here,  Esto no puede ocurrir aquí, una novela acerca de la elección de un fascista a la presidencia de Estados Unidos. No olvidemos que en 1935, Adolf Hitler gobernaba en Alemania y Benito Mussolini en Italia. Y ambos, hasta ese momento, gozaban de buena prensa en la mayor parte de Europa, y tenían muchos simpatizantes en Gran Bretaña y en los Estados Unidos. La novela de Lewis, que detalla la lucha del periodista Doremus Jessup contra el régimen fascista del presidente Berzelius “Buzz” Windrip, podría parecer un anacronismo en la actualidad, tras la desaparición de Hitler y de Mussolini del escenario mundial, excepto que el empresario de bienes raíces Donald Trump está predicando un lenguaje de odio que lejos de enviarlo al ostracismo lo ha catapultado al tope entre los precandidatos republicanos. 
    “Esto no puede ocurrir aquí”,  pueden alegar los contemporizadores, pero  ¿qué pasa si el ejemplo de Trump se extiende? Después de todo, el ultraderechista Frente Nacional consiguió hace algunos días una gran victoria en Francia, aunque en la segunda ronda recibió un vapuleo. Pero nadie cree que esa organización haya quedado en la lona, y los demagogos suelen florecer con mucha más rapidez que los políticos sensatos. 
     Cuando escribí A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad, aquello que “No podía ocurrir aquí” estaba ocurriendo en la Argentina. Empecé a escribir la novela en 1975. En ese momento, la Argentina era gobernada por María Isabel Martínez de Perón, quien había heredado el cargo de su esposo, Juan Domingo Perón, luego que éste falleció el 1º de julio de 1974. El país se había convertido en un caos, funcionaban los escuadrones de la muerte, había varios grupos guerrilleros, la economía iba a la deriva, y los salvadores de la patria acechaban en las sombras, aguardando el momento en que enderezaran las cargas, apoyados con entusiasmo por algunos sectores políticos. 
     Finalmente, el 24 de marzo de 1976, un triunvirato militar encabezado por el general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Massera, y el brigadier general Orlando Ramón Agosti, asumió el poder. Dos días más tarde, Videla fue designado por sus pares presidente de Argentina. 
     Los militares nunca ocultaron sus propósitos. Solo los ingenuos creen que las palabras de los gobernantes se las lleva el viento. El más explícito fue el general Ibérico Saint Jean, gobernador de facto de la provincia de Buenos Aires. En mayo de 1977, Saint Jean pronunció en un discurso la siguiente frase: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”. Según trascendió en los juicios llevados a cabo luego de la dictadura, unas 100.000 personas fueron torturadas, y entre 10.000 y 30.000 “desaparecieron”. 
     Durante la redacción de A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad (1975-1979) viví en Caracas, que en ese momento era una especie de isla democrática en un océano de dictaduras. Gobernaban Videla en la Argentina, Augusto Pinochet en Chile, Aparicio Méndez en Uruguay, Ernesto Geisel y luego João Baptista de Oliveira Figueiredo en Brasil.  Los vilipendiados gobiernos de la Cuarta República acogieron a asilados de todos esos países sin hesitación alguna. 
     Recuerdo que muchos amigos con los que conversé en Caracas en esa época, me dijeron convencidos: “Eso no puede ocurrir aquí”. Aludían, obviamente, a una dictadura militar. Y por eso, una sección de la novela está dedicada a un personaje, Pinie, quien se salvó del nazismo tras ocultarse en un pozo, en Polonia, durante la segunda guerra mundial. 

"Una vez en la Argentina, Pinie vive obsesionado con la idea de que deberá cavar otro pozo en el futuro inmediato. Su socio, Motje, con el que se gana la vida cambiando zapatos por fracs (un frac equivale a cuatro pares de zapatos en la economía de libre mercado propiciada por ambos) le promete que nadie va a meterlo en otro pozo, pues “Esto es la Argentina”. 
Pinie le recuerda que “Lo mismo decían los judíos en Polonia”. 
– ¿Qué decían: Esto es la Argentina? – le preguntó Motje.
–No, dejame que te explique…
–Entonces, no era lo mismo– dijo Motje.
–No podían decir Esto es la Argentina, porque vivían en Polonia.
– ¿Y qué decían?– preguntó Motje.

–Decían: Esto no es Alemania.
–Claro, si era Polonia…
–No, era Rusia. Stalin mandó invadir y todos nos hicimos bolcheviques y decíamos: ´No nos puede pasar nada, esto no es Alemania´.
–Se ve que eran muy inteligentes– comentó Motje.
–Pero después, Polonia fue de Alemania. Entonces, todos los judíos hicimos paso de ganso para ir a Treblinka y decíamos: ´Aj, que suerte, no nos puede pasar nada porque esto no es Rusia´. Los que se salvaron, se quedaron esperando a que Polonia fuera de Polonia. Decían: ´Nos pasó de todo porque esto, o fue de Rusia, o fue de Alemania, pero nunca fue de Polonia´. Al final, Polonia fue de Polonia y los partisanos católicos cazaron a los judíos. A unos por bolcheviques, y a otros por hacer paso de ganso. A los bolcheviques los colgaron y a los otros los fusilaron. Entonces, los dos o tres judíos que quedaron decían:  ´¿Qué es mejor: que ésto no sea Rusia, que ésto no sea Alemania o que ésto no sea Polonia?´ Y a esos los degollaron por dudar. No sirve de nada que esto sea Argentina– concluyó Pinie."

    Motje estaba equivocado, y Pinie estaba en lo correcto. No servía de nada que estuviesen viviendo en la Argentina. En cualquier momento eso podía ocurrir. Y ocurrió.
     En Venezuela, desde el año 1999, “Esto que no puede ocurrir aquí”, está ocurriendo todos los días. 
     Las elecciones parlamentarias del seis de diciembre de 2015, ganadas de manera aplastante por la oposición al gobierno de Nicolás Maduro Moros, seguramente pasarán a la historia de Venezuela como apenas otro fin del comienzo, más que el comienzo del fin. Vamos a cederle la palabra al ensayista y político Alonso Moleiro, quien expresó los casi insuperables desafíos que aguardan al venezolano ansioso por emerger de casi 17 años de pesadilla chavista:

“Las cosas en Venezuela” señaló Moleiro, “no sólo están mal, sino que están peor de lo que el común de la gente piensa. El daño hecho es muy grande y la carga política de los rojos, que en cualquier otro lugar hace rato que se hubiera expresado con claridad, ha sido inmerecidamente mínima”.
    Moleiro también indicó: “Con los méritos asistenciales, de carácter parcial, y los logros sociales del chavismo, que a estas alturas ya lucen minúsculos, la olla de presión social en gestación, que está siendo infravalorada por la dirigencia del PSUV, está produciendo un deterioro y una erosión social que ya parece completamente irreversible”. 
   En la crisis, señaló el ensayista, "concurren tres circunstancias excepcionalmente graves: ha sido demasiado grande el volumen del dinero administrado; el colapso económico que se aproxima nunca había sido conocido en Venezuela, y el chavismo tiene demasiado tiempo administrando de forma unilateral y unidimensional todo el poder en el país." 
    Ahora viene la parte menos glamorosa y más difícil: tratar de reducir el inconmensurable daño causado por el chavismo, que ignoró uno de los principios fundamentales de la economía, conocida como la ciencia de la escasez, no de la abundancia. Cuando el crudo pasó la barrera de los cien dólares por barril, y se mantuvo en esa franja varios años, Chávez derrochó el erario de todos los venezolanos, aguardando la continuación de la magia. Seguramente luego vendría una cotización del crudo a 200 o 300 dólares el barril. Lamentablemente, su temprana muerte le impidió verificar a donde conduciría su fenomenal dilapidación de los recursos. Quien lo comprobó, amargamente, fue su reemplazante –un substituto elegido por Chávez, no lo olvidemos– quien pasó a representar un personaje famoso en el vodevil: el que recibe las bofetadas. Hay quienes nacen con estrella, y otros nacen estrellados.  Y Maduro tuvo que observar cómo el petróleo iba cayendo palo abajo sin que sus encendidos discursos impidieran el descenso del precio. Y de la cota de más de 100 dólares por barril, tenemos en diciembre de 2015 el crudo Brent a 41,44 dólares el barril, el precio más bajo desde febrero de 2009. (El crudo Brent se cotiza mucho más alto que el crudo venezolano). 
     Por supuesto, si el chavismo, con el crudo a más de 100 dólares el barril, nada hizo para reservar un solo dólar a fin de enfrentar la época de las vacas flacas, menos pudo hacer cuando la cotización del petróleo cayó a más de la mitad. Maduro urdió un recurso infantil: inventó una guerra económica que impedía el despegue de Venezuela hacia la estratosfera. No olvidemos que entre las tareas asignadas al chavismo figura también la salvación del planeta.
Russ Dallen, quien lidera el banco de inversiones Latinvest, dijo que el sucesor de Chávez “debe ser uno de los escasos líderes que resulta derrotado en una guerra económica que él mismo inventó”. 
     Alonso Moleiro, con la cabeza fría y un razonamiento muy bien articulado, señaló que "parte del debate político que sobrevendrá en los próximos meses, consiste en hacerle ver a los venezolanos que la dirigencia chavista tiene muchas explicaciones qué dar. Los casos de corrupción ya son excesivos; dentro de muy poco será un imperativo nacional normalizar el abastecimiento, acabar con la inflación, colocarle orden fiscal a las cuentas del país, conocer la verdad sobre los detalles que consolidaron la administración irresponsable, manirrota y antinacional que adelantaron los chavistas durante estos años, causantes últimos, qué duda pueda caber, de la crisis nacional actual. (El texto completo de Moleiro está en (http://www.talcualdigital.com/Nota/121061/6d-al-cierre-del-decimo?utm_source=hootsuite).

     ¿Cuál fue la reacción de Maduro tras la debacle electoral? De manera asombrosa, le reprochó a sus constituyentes que votaran por la oposición, pese a que hizo lo posible y lo imposible por corromperlos con regalos: viviendas, taxis, tabletas. 
     La oposición obtuvo 112 diputados, logrando la mayoría calificada en la Asamblea Nacional. En represalia, Maduro amenazó con reducir la construcción de viviendas. “Yo estaba con la meta de construir cuatro millones de viviendas, pero ahora no sé” pues, “te pedí el apoyo y no me lo diste”,  explicó a quien presumía era su clientela electoral . Hay que reconocerle algo: no usa subterfugios. Cree que los venezolanos constituyen un ejército de pedigüeños, y que a cambio de los regalos, deben entregarle sus votos. 
     Nadie que vivió en la Venezuela previa al chavismo puede entender cómo ese país, uno de los más democráticos y progresistas de América Latina se ha derrumbado no solo a nivel económico, sino moral, de esa manera. Tampoco nadie sabe qué puede ocurrir en los próximos años. La economía de Venezuela parece un enfermo en su etapa terminal. Maduro se niega a admitir la victoria de la oposición,  y rechaza toda posibilidad de diálogo. Inclusive ha dicho que piensa impedir la asunción de los diputados de la oposición el próximo cinco de enero. ¿Está acaso llamando a la guerra civil?
     Hacer un retrato de lo que es hoy Venezuela resulta difícil, no por escasez, sino por abundancia de datos. Pero una de las cosas más preocupantes es cómo el gobierno ha apañado todo tipo de violencia que le permite amedrentar a sectores que no comulgan con su credo –y que, por cierto, ahora son mayoría, al menos en votos. 
      “Las cosas en Venezuela”, vamos a repetir a Moleiro, “no solo están mal, sino que están peor de lo que el común de la gente piensa”. Basta ver un solo problema, bastante tóxico, y excesivamente letal: hay demasiadas armas en poder de indeseables, inclusive arsenales de guerra. Lejos de encubrir su existencia, los maleantes se sienten orgullosos de exhibir su poderío bélico. 
    The Financial Times divulgó el 30 de noviembre pasado una nota de su corresponsal Andres Schipani, con el título de “Venezuela: ´Ours is a nation of thugs,´” Venezuela, “La nuestra es una nación de malandros”. Schipani entrevistó a un señor llamado “Carlos”, habitante de La Acequia, un barrio situado en las colinas de Caracas, quien se aprestaba a concretar su jornada de trabajo: “cargar municiones, apilar granadas, almacenar chalecos antibalas y pasamontañas”. Tal como le explicó al corresponsal del matutino londinense, “Hoy tenemos un secuestro, por lo tanto, debemos estar preparados”.
      Carlos, un hombre de 28 años, trabaja con una banda de 80 hombres y tiene “un portafolio de intereses”, dijo Schipani, “desde secuestros y narcotráfico, hasta asesinatos. Y asegura que tiene un aliado poderoso: el gobierno venezolano”. Inclusive los rifles de asalto que exhibió el señor Carlos, “provienen de la Guardia Nacional Bolivariana”, según aseveró.
     De manera didáctica, y al parecer sin nerviosismo alguno, el señor Carlos dijo: “En ocasiones, la gente del gobierno nos envía a matar a alguien. Trabajamos en sociedad”. Pero ni siquiera un delincuente como el señor Carlos se siente cómodo con su tarea. “No deseo ver a mi país como esto”, confesó, “pero es así como se han dado las cosas. Nos hemos convertido en una nación de malandros”.
     Schipani, dijo que Venezuela descendió de manera “espectacular”, de “modelo de socialismo revolucionario a un estado de matones”.
     El corresponsal recordó también que “hace tres décadas, Venezuela se enorgullecía de uno de los estándares de vida más altos de América Latina. Hoy, después de 17 años de revolución, la mayoría de los pobladores no pueden encontrar papel higiénico en los comercios, aun cuando el país tiene reservas de crudo más grandes que las de Arabia Saudita”. 
     ¿Qué piensa hacer la oposición ante ese desafío concreto planteado por los malandros? ¿Decidirán que todo pase bajo la alfombra, como tantas otras cosas que parecen insolubles en Venezuela?
     La victoria de la oposición venezolana ha sido superior a la que todos esperaban. Pese a que todos los medios de comunicación oficiales les bloquearon el acceso, y transmitieron su mensaje de odio contra sus adversarios/enemigos veinticuatro horas por día, siete días a la semana, mes tras mes, año tras año, la MUD le propinó al gobierno un fenomenal revolcón. 
Quizás el error de ese gobierno plagado de errores que es el gobierno de Maduro fue tratar al pueblo como un menor de edad y nunca asumir la responsabilidad por sus desbarajustes. En realidad, se dedicó de manera sistemática a mentirle en la cara, diciendo que las colas eran un invento mediático de la oposición, o prometiendo un futuro que solo existió en el pasado. 
    El señor Maduro no sabía que las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre se convertirían en un plebiscito de su gestión administrativa. Despilfarró bravuconadas, agitó la bandera alterada genéticamente por Chávez, y que ahora cuenta con ocho estrellas, y un caballo blanco que enfila en sentido contrario al equino previo, prodigó miles de promesas y decenas de miles de amenazas, y su retórica de nada sirvió. 
     Venezuela parece secuestrada por los jefes del señor “Carlos”. Lo que no podía ocurrir en la nación sudamericana, ahora ocurre.  Además, ocurre de todo. Tal vez ha llegado el momento para que la oposición respire hondo, medite un poco, reduzca sus discursos al mínimo necesario, y en cambio prepare planes a fin de aliviar las penurias de millones de habitantes. Sí, como dice Alonso Moleiro, “Las cosas en Venezuela no sólo están mal, sino que están peor de lo que el común de la gente piensa”, hay mucho por hacer. Además, el gobierno sigue controlando la mayoría de los poderes del estado, y sabe cómo arrastrar los pies. Toda medida que pueda adoptar es impopular. Venezuela está asolada por una inflación superior al 200 por ciento, su moneda vale menos que el papel en que está impresa, solo puede importar una tercera parte de lo que importaba antes que viniera la debacle de los precios del crudo, y la carestía alcanza a todos los rubros esenciales. 
     Y son los pobres, no los ricos quienes más sufren en esta Revolución cada vez menos bonita. Un corresponsal de The Wall Street Journal dijo que residentes del popular barrio de Petare, en Caracas, le señalaron que “los pobres son los más castigados por la alta inflación, la escasez” de productos” y “por el crimen”. 
     Si alguien quiere analizar los métodos que tiene un gobierno para destruir un país, puede aprender mucho de la Revolución Bolivariana. Y verificar lo sencillo que resulta traicionar la voluntad popular y saquear las arcas del estado. 

2 comentarios:

  1. Excelente artículo, no tiene desperdicio. Hiciste una radiografía de lo que está pasando, y lo que nos falta por padecer (más que vivir). El daño ha sido enorme y ahora los venezolanos tenemos que pagar las consecuencias de el peor gobierno del que tengamos memoria. Muchas gracias, profesor!

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  2. Apreciado Rafael, gracias por tu comentario. Amo a Venezuela. Es mi patria adoptiva. Me permitió convertirme en periodista y escritor. Viví en tiempos de generosidad, en que se permitía la discrepancia y se respetaba al otro. Nadie me censuró mis escritos. Nadie me consideró un musiú. Tengo una deuda enorme con Venezuela, y especialmente con seres maravillosos que conocí. Ojalá que salga de las tinieblas, del oscurantismo y del malandraje. Si hay un pueblo que no se merece la pesadilla chavista es el venezolano. Con mi amistad, querido Rafael.

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