Mario Szichman
Estaba escribiendo un artículo para el periódico digital Tal Cual de Caracas, que finalmente
titulé: “Nadie quiere estar en los zapatos del próximo presidente de Argentina,
ni siquiera Mauricio Macri”, cuando tropecé con un interesante informe del
periódico Clarín de Buenos Aires. El
diario hacía alusión a un “sospechoso incendio en el Ministerio de Economía de
Argentina”. Según la publicación era “el cuarto edificio público del Gobierno
argentino que se incendia en este año (2015)”.
Los espontáneos incendios de archivos en importantes oficinas
gubernamentales ayudaron al gobierno de la presidenta saliente, Cristina
Fernández de Kirchner, a desechar datos factibles de comprometer su gestión. La
señora Fernández se hizo célebre por su afán de maquillar las estadísticas
económicas a fin de hacer creer que el país se encaminaba hacia un futuro de
grandeza.
Uno de los incendios, dijo Clarín, fue en el centro de cómputos de la Secretaría
de Hacienda, donde “se asienta el detalle de los gastos del Ministerio”,
acentuando la incertidumbre sobre la verdadera situación económica del país.
Como daños colaterales, en febrero de este año se quemaron computadoras en
la Casa Rosada y en el Senado. En marzo, hubo otro incendio en el Edificio
Libertador, sede de la jefatura del Ejército y del Ministerio de Defensa de la
Nación. Según “Clarín”, por esos días, “El ministro de Defensa, Agustín Rossi,
todavía intentaba reponerse del papelón que significó el robo de un misil y
municiones de un regimiento en Córdoba”.
En el incendio ocurrido en la Casa Rosada, indicó el periódico bonaerense,
“se perdió buena parte del historial de personas” que visitaron el sitio,
“prueba clave para la investigación de la denuncia –entre otras– presentada por
el fallecido fiscal Alberto Nisman contra la Presidenta y otros funcionarios
por el presunto encubrimiento de los dirigentes iraníes acusados por el
atentado contra la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina”. En el
atentado del 18 de julio de 1994 murieron 85 personas y fueron heridas
centenares.
(Por suerte para el gobierno de la anterior presidenta, Nisman apareció
primero suicidado, y luego presuntamente asesinado. En cuanto a la
investigación sobre el extraño caso de su muerte fue postergada hasta el día siguiente
de las calendas griegas).
Pero un detalle que unificó a los incendios fue la excusa, o digamos la
explicación, que justificaba esas
conflagraciones. En uno de los casos, el
origen del incendio en uno de los ministerios, “podría haber sido un
cortocircuito en el sistema de refrigeración de la sala”. El sindicato que
representa a los empleados del ministerio denunció que no se habían actualizado
los equipos e instalaciones eléctricas en el último año y medio. En el incendio
acaecido en el Senado, la causa habría sido “un cortocircuito en las luces del
techo”.
En otras ocasiones, el incendio, como el registrado en la Casa Rosada, fue
resultado de “una sobrecarga de la tensión”, según explicó Aníbal Fernández, jefe
de gabinete de ministros de la presidenta. Fernández añadió que “por supuesto
ya ordenamos cambiar” los cables. Excelente medida, adoptada recién después de registrarse
el fuego. Prevenir es mejor que lamentar.
Aunque las razones usadas por los portavoces de esas oficinas públicas
pueden ser un total embuste, sin embargo no en todas partes se puede mentir de
la misma manera. Cada época se presta a diferente clase de falsedades. Hay mentiras
que son plausibles en una época, y suenan ridículas en otra. Cuando se
registran tantos incendios en edificios del gobierno central, no en una casa de
vecindad, y siempre la causa es la falla en el sistema eléctrico, no se puede
culpar al gobierno de haberlos iniciado, sino al sistema eléctrico. Sigmund
Freud, en su Psicopatología de la vida
cotidiana, daba un ejemplo parecido. Un hombre salía a pasear una noche por
una zona peligrosa de una gran ciudad. Era atacado por unos ladrones, quienes
lo despojaban del dinero y de su reloj. El hombre se dirigía a una jefatura de
policía, y hacía la denuncia con estas palabras: “En tal o cual calle, la
soledad y la oscuridad me robaron el reloj y el dinero”.
Hay una verdad que se esconde tras cualquier patraña o coartada. En este
caso, la verdad es la falta de mantenimiento. Las cosas, en Buenos Aires,
simplemente se echan a perder. Y generalmente, cuando se las compone, es de
manera provisoria. Como dice la canción, “Se arregla con alambre”. Muchas cosas en la Argentina se arreglan con
alambre.
Y eso me hizo recordar un libro muy, pero muy bueno de la escritora
británica Miranda France: Bad Times in
Buenos Aires. (1998). Cuando la autora, una periodista freelance, llegó a Buenos Aires en 1993 para vivir y trabajar,
descubrió una ciudad sumergida en la crisis. “La gente dice que la ciudad se
está hundiendo”, señaló en su libro. “De las 300 marcas de condones en
circulación, apenas ocho son seguros. El tráfico está fuera de todo control… Se
ha descubierto que más de 2.000 conductores de autobuses se hallan clínicamente
deprimidos” (No olvidemos que Buenos Aires es la capital mundial del
psicoanálisis). En cuanto al tango, “Si se lo baila de manera apropiada, puede
ser tan apasionado y carente de amor como la encamada de una sola noche”.
También menciona la proverbial “viveza criolla”. Miranda renta un apartamento y el techo
siempre gotea. Las cucarachas parecen salidas de la novela Almas Muertas, de Nikolai Gogol, escrita a mediados del siglo
diecinueve. Los ascensores no funcionan. Las calles están repletas de huecos, y
las baldosas de las aceras están siempre flojas. Por lo tanto, si un transeúnte
desprevenido las pisa, ¡Splash! se
moja hasta las cejas.
Pero hubo una escena del libro que me impresionó de manera muy particular. La
escritora se dirigió a una oficina pública para realizar un trámite. La oficina
estaba repleta de gente. Y detrás de un escritorio había una sola empleada, que
escribía a máquina con exactamente un solo dedo.
No creo que Buenos Aires haya cambiado mucho en el último cuarto de siglo. Y
si se tiene en cuenta que Buenos Aires es
la Argentina –sumando el conurbano bonaerense tiene más de 15 millones de
pobladores, en un país de 40 millones de habitantes– puede señalarse que es como el pantógrafo que
magnifica los problemas del resto del país.
Estoy convencido que a cada paso, la estadística me va a desmentir.
Posiblemente la Argentina se enfile hacia un destino de grandeza. Está la gran
historia, y la pequeña historia. La macro economía, y la micro economía. Pero
hay algo más: un país está constituido por sus habitantes. Cuando la angustia
predomina, cuando existe el convencimiento generalizado de que todo tiempo
pasado fue mejor, cuando ya todos están de vuelta, cuando los seres humanos se
acostumbran a apretarse los dedos varias veces en la misma puerta, o la ironía
se hace tan corrosiva que resulta insoportable, los mejores planes fracasan.
Escribí una novela sobre la captura del criminal de guerra Adolf Eichmann
en la Argentina. Y lo que me más me sorprendió de su existencia como
“refugiado” era lo mal que vivía (Eichmann nunca fue un refugiado. Como muchos
criminales de guerra fue protegido por el primer gobierno de Perón. De no haber
sido capturado por un comando judío, seguramente hubiera fallecido de muerte
natural en la Argentina).
¿Cómo es posible que un hombre que dispuso de la vida de más de seis
millones de judíos, además de centenares de miles de personas de numerosas
etnias, haya vivido una existencia miserable en un suburbio de Buenos Aires?
Eichmann era un hombre de gustos caros. Tuvo numerosas, bellas amantes, también
con gustos caros. Disfrutó de fortunas enteras. Y de repente, terminó alojado en
un miserable bunker en la calle Garibaldi de San Fernando, en la provincia de
Buenos Aires. Tan deplorable era el sitio donde vivía con su esposa y sus
hijos, que el baño estaba fuera de la vivienda.
Ignoro si la casa contaba con luz eléctrica, o si estaba iluminada con los
famosos faroles “Luz de noche”. Inclusive agentes israelíes que exploraron la
zona, estaban convencidos que allí no podía vivir Eichmann, pues suponían que
contaba con vastos recursos financieros. Estoy convencido de que de haberse
escondido en cualquier otra parte del hemisferio, o en alguna nación del Medio
Oriente, la suerte de Eichmann hubiera sido distinta. Hay una expresión que
usan los porteños para caracterizar el ánimo depresivo: “La pálida”. Eichmann
debe haber sido gravemente afectado por La pálida.
Y ahora pienso también que hay algo que siempre me desconcertó de los
porteños: la ausencia de flores en sus viviendas. Tras haber vivido en la
lujuria tropical de Venezuela, cada retorno a Buenos Aires me causaba un shock
debido a la ausencia de flores. Enseguida me sentía afectado por La pálida. Una
de las (numerosas) razones por las cuales me enamoré de Laura Corbalán, mi
esposa durante 34 años, fue que amaba las flores. Me resultaba algo insólito y
muy entrañable. No era típico del ambiente bonaerense. Gracias a ella aprendí a
amar las plantas. (También a confundir las naturales con las artificiales. Si
quieren adentrarse más en el equívoco, lean esa maravilla de cuento corto que
es El viudo, de Carmen Virginia
Carrillo. http://lapalabreradecv.blogspot.com/)
La vida no es solo con la gente. La vida es todo aquello que florece a
nuestro alrededor. Tal vez es efímero. Pero no mucho más efímero que la vida.
Es cuestión de abandonar la solemnidad, no tomarse excesivamente en serio.
LAS CUENTAS DEL
GRAN CAPITÁN
Según los guarismos brindados por el gobierno de Cristina Fernández, desde
la imposición de controles cambiarios en el 2011 hasta la fecha, las reservas
del Banco Central de Argentina bajaron de 52.000 millones de dólares a 26.000
millones. Pero no todo el mundo cree en esos números. “Muchos economistas
locales”, dijo The Wall Street Journal,
“señalan que el balance neto es negativo”.
Al menos un economista, Nicolás Dujovne, dijo que las reservas líquidas
son de apenas 2.700 millones de dólares, y siguen cayendo. Solo en noviembre,
se redujeron en más de mil millones de dólares.
Es decir, que repitiendo la leyenda negra circulante tras el derrocamiento
del primer gobierno de Juan Perón, en 1955, lo único que ha quedado en las
bóvedas del Banco Central es el plumero con que desempolvan las vacías
estanterías.
El mismo Macri confesó que “ignoramos el monto de las reservas” existentes
en la principal institución financiera de Argentina. Añadió que las
estadísticas son tan poco fiables, y que su equipo económico deberá asumir sus
funciones y evaluar la situación antes de anunciar medidas.
Al igual que en Venezuela, la moneda real de la Argentina es el dólar. La
tasa oficial es de 9,6 pesos por dólar. Pero si los argentinos quieren comprar
dólares, deben comprarlos en el mercado negro, donde se cotizan 15 dólares la
unidad. Con el propósito de mantener la tasa oficial, señaló The Financial Times, el Banco Central
necesita canjear dólares por pesos. “Sin embargo, “carece de los dólares
suficientes para hacerlo de manera indefinida”.
Como en la película The Producers,
las autoridades del Banco Central han acudido a lo que el empresario teatral
Max Bialystock consideraba creative
accounting, una contabilidad innovadora, que consistía en estafar a medio
mundo. Escasos días antes de la segunda ronda electoral, y con el propósito de
apuntalar, aunque de manera precaria, las reservas monetarias, la institución
financiera ordenó a los bancos argentinos vender la mitad de sus existencias en
dólares a una tasa desfavorable.
El 21 de noviembre, el Banco Central ordenó a la banca comercial vender la
mitad de sus dólares a la tasa oficial de 9,6 pesos. Dujovne calculó que la
acción, similar a la adoptada por el gobierno en el 2008 y destinada a la
nacionalización de los fondos de pensiones –otra manera de esquilmar a los
ahorristas– podría añadir apenas 1.200 millones de dólares a las reservas.
Otra maniobra del Banco Central para apuntalar el peso fue vender unos
17.000 millones de dólares de contratos a término.
The Financial Times dijo que
se trataba de una maniobra puramente especulativa. “El esquema, según el cual
los inversionistas pueden comprar dólares con seis meses de anticipación por alrededor de 11 pesos la unidad,
garantiza esencialmente saludables ganancias si se concreta una devaluación
antes de ese plazo”. Obviamente, los beneficiarios son quienes están enterados
del juego. No es aventurado suponer que se trata de personas allegadas al
gobierno saliente.
Pero el perdedor es el Banco Central. El equipo económico de Macri de
inmediato entabló una demanda contra el presidente de la institución, Alejandro
Vanoli, y exigió su destitución, señalando que “dañó el patrimonio nacional” al
vender dólares a término “a una tasa artificialmente baja”.
De todas maneras, la maniobra del Banco Central tendrá efectos muy
negativos en la gestión de Macri desde el comienzo. Varios economistas han
señalado que la escasez de reservas en dólares impide al nuevo gobierno desmantelar
el control de capitales. Si el peso se devalúa bruscamente, la inflación,
actualmente del 20 por ciento anual –de creer a las cifras oficiales– se
acrecentará drásticamente.
Macri hizo una serie de promesas que muy difícilmente pueda concretar en el
corto plazo. “La posibilidad de otras
bombas de tiempo financieras”, dijo el periódico londinense, explican que el
nuevo presidente de Argentina haya pedido por “paciencia” cuando le consultaron
acerca de sus planes económicos. “Realmente no tenemos buena información”,
confesó a los periodistas. “Ignoramos la exacta situación que hemos heredado”,
añadió.
The Economist señaló
por su parte que, sin importar las buenas intenciones de Macri, las reformas
económicas que requiere hacer para reducir el déficit fiscal y colocar al país
en un plano más competitivo, “causará dolor en el corto plazo”. La banca
Barclay estima que habrá una contracción económica del 1,1 por ciento en el año 2016, antes de
una recuperación en el año 2017. El experto Miguel Kiguel dijo a The Economist que “el gran peligro es el
malestar social”. Macri ha obtenido una magra victoria, y además, el peronismo
controla el Senado, y es la Cámara Alta quien debe ser persuadida de acatar
medidas como las de negociar con deudores externos, como los llamados “fondos
buitres”.
Realmente, ni Mauricio Macri desea estar en estos momentos en los zapatos
de Mauricio Macri. Jean Dehn, encargado del equipo de investigaciones de la
consultora Ashmore, dijo al Financial
Times que le preocupa la posibilidad de que Macri termine como otros bien
intencionados presidentes de la región, incapaces de superar difíciles
circunstancias. “El riesgo”, dijo Dehn, “es que Macri sea en la Argentina lo
que Vicente Fox fue para México: un ineficaz soplo de aire fresco”.
¿FINALES
FELICES?
Cuando imagino lo que le depara el destino al nuevo presidente de Argentina,
vislumbro algo bastante lúgubre. Lo veo interpretando el rol de algún famoso
médico de la televisión como Ben Casey, o el doctor Kildare. Está vestido con bata de tonos verde claro,
con una cofia de plástico transparente en su cabeza, como la que solía lucir
Hugo Chávez Frías cuando le practicaba la autopsia al Libertador. Macri tiende
sus manos a un ayudante, para que le inserte los guantes de tenue goma. Luego
vira el cuerpo, y observa el personaje tendido en la camilla, encargado de interpretar el rol de la economía
argentina, y que exhibe sus vísceras al aire. El flamante mandatario solo
necesita echar una ojeada al paciente para emitir su diagnóstico: “Pueden
volver a coser al enfermo”, enuncia. “Nada podamos hacer. Este señor padece un
cáncer inoperable”.
Así parece funcionar la Argentina desde que tengo uso de memoria. No sé si
algún día los argentinos volverán a cantar a la vida. No sé si algún día
reinará la justicia. Pero pienso que una buena manera de empezar es con el
poema de Baldomero Fernández Moreno:
“Setenta balcones hay en esta
casa,
Setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les
pasa?
¿Odian el perfume, odian el
color?
La piedra desnuda de tristeza
agobia,
¡Dan una tristeza los negros
balcones!
¿No hay en esta casa una niña
novia?
¿No hay algún poeta bobo de
ilusiones?”
¿Ninguno desea ver tras los
cristales
Una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los
rosales,
En los hierros negros abrirse un
jazmín?
Si no aman las plantas no amarán
el ave,
No sabrán de música, de rimas, de
amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se
oirá una clave...
¡Setenta balcones y ninguna flor!
Esperemos que los argentinos recuperen la esperanza, y la sed de justicia,
y olviden los pronósticos desdichados, los vaticinios atroces. Tal vez existen
otras alternativas, además de ajustarse el cinturón, reducir el número de hijos
que se traen al mundo, o achicarse, siempre achicarse.
Además de Baldomero Fernández Moreno, cuentan con otro grande entre los
grandes, Roberto Arlt. Y Arlt siempre estuvo convencido que “El futuro es
nuestro, por prepotencia de trabajo”.
Ojalá que los argentinos puedan abandonar la tristeza, la solemnidad, el
oscuro pasado, el sombrío presente, y empiecen a apostar al peligroso futuro.
Pero eso sí, sin olvidar las trastadas de indecentes gobiernos. No es cuestión
de vengarse. Simplemente de hacer justicia.
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