domingo, 29 de noviembre de 2015

Mauricio Macri: setenta balcones y ninguna flor


Mario Szichman




Estaba escribiendo un artículo para el periódico digital Tal Cual de Caracas, que finalmente titulé: “Nadie quiere estar en los zapatos del próximo presidente de Argentina, ni siquiera Mauricio Macri”, cuando tropecé con un interesante informe del periódico Clarín de Buenos Aires. El diario hacía alusión a un “sospechoso incendio en el Ministerio de Economía de Argentina”. Según la publicación era “el cuarto edificio público del Gobierno argentino que se incendia en este año (2015)”.  
Los espontáneos incendios de archivos en importantes oficinas gubernamentales ayudaron al gobierno de la presidenta saliente, Cristina Fernández de Kirchner, a desechar datos factibles de comprometer su gestión. La señora Fernández se hizo célebre por su afán de maquillar las estadísticas económicas a fin de hacer creer que el país se encaminaba hacia un futuro de grandeza.

Uno de los incendios, dijo Clarín,  fue en el centro de cómputos de la Secretaría de Hacienda, donde “se asienta el detalle de los gastos del Ministerio”, acentuando la incertidumbre sobre la verdadera situación económica del país.
Como daños colaterales, en febrero de este año se quemaron computadoras en la Casa Rosada y en el Senado. En marzo, hubo otro incendio en el Edificio Libertador, sede de la jefatura del Ejército y del Ministerio de Defensa de la Nación. Según “Clarín”, por esos días, “El ministro de Defensa, Agustín Rossi, todavía intentaba reponerse del papelón que significó el robo de un misil y municiones de un regimiento en Córdoba”.
En el incendio ocurrido en la Casa Rosada, indicó el periódico bonaerense, “se perdió buena parte del historial de personas” que visitaron el sitio, “prueba clave para la investigación de la denuncia –entre otras– presentada por el fallecido fiscal Alberto Nisman contra la Presidenta y otros funcionarios por el presunto encubrimiento de los dirigentes iraníes acusados por el atentado contra la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina”. En el atentado del 18 de julio de 1994 murieron 85 personas y fueron heridas centenares. 
(Por suerte para el gobierno de la anterior presidenta, Nisman apareció primero suicidado, y luego presuntamente asesinado. En cuanto a la investigación sobre el extraño caso de su muerte fue postergada hasta el día siguiente de las calendas griegas).
Pero un detalle que unificó a los incendios fue la excusa, o digamos la explicación,  que justificaba esas conflagraciones.  En uno de los casos, el origen del incendio en uno de los ministerios, “podría haber sido un cortocircuito en el sistema de refrigeración de la sala”. El sindicato que representa a los empleados del ministerio denunció que no se habían actualizado los equipos e instalaciones eléctricas en el último año y medio. En el incendio acaecido en el Senado, la causa habría sido “un cortocircuito en las luces del techo”.
En otras ocasiones, el incendio, como el registrado en la Casa Rosada, fue resultado de “una sobrecarga de la tensión”, según explicó Aníbal Fernández, jefe de gabinete de ministros de la presidenta. Fernández añadió que “por supuesto ya ordenamos cambiar” los cables. Excelente medida, adoptada recién después de registrarse el fuego. Prevenir es mejor que lamentar.
Aunque las razones usadas por los portavoces de esas oficinas públicas pueden ser un total embuste, sin embargo no en todas partes se puede mentir de la misma manera. Cada época se presta a diferente clase de falsedades. Hay mentiras que son plausibles en una época, y suenan ridículas en otra. Cuando se registran tantos incendios en edificios del gobierno central, no en una casa de vecindad, y siempre la causa es la falla en el sistema eléctrico, no se puede culpar al gobierno de haberlos iniciado, sino al sistema eléctrico. Sigmund Freud, en su Psicopatología de la vida cotidiana, daba un ejemplo parecido. Un hombre salía a pasear una noche por una zona peligrosa de una gran ciudad. Era atacado por unos ladrones, quienes lo despojaban del dinero y de su reloj. El hombre se dirigía a una jefatura de policía, y hacía la denuncia con estas palabras: “En tal o cual calle, la soledad y la oscuridad me robaron el reloj y el dinero”.
Hay una verdad que se esconde tras cualquier patraña o coartada. En este caso, la verdad es la falta de mantenimiento. Las cosas, en Buenos Aires, simplemente se echan a perder. Y generalmente, cuando se las compone, es de manera provisoria. Como dice la canción, “Se arregla con alambre”.  Muchas cosas en la Argentina se arreglan con alambre.
Y eso me hizo recordar un libro muy, pero muy bueno de la escritora británica Miranda France: Bad Times in Buenos Aires. (1998). Cuando la autora, una periodista freelance, llegó a Buenos Aires en 1993 para vivir y trabajar, descubrió una ciudad sumergida en la crisis. “La gente dice que la ciudad se está hundiendo”, señaló en su libro. “De las 300 marcas de condones en circulación, apenas ocho son seguros. El tráfico está fuera de todo control… Se ha descubierto que más de 2.000 conductores de autobuses se hallan clínicamente deprimidos” (No olvidemos que Buenos Aires es la capital mundial del psicoanálisis). En cuanto al tango, “Si se lo baila de manera apropiada, puede ser tan apasionado y carente de amor como la encamada de una sola noche”. También menciona la proverbial “viveza criolla”.  Miranda renta un apartamento y el techo siempre gotea. Las cucarachas parecen salidas de la novela Almas Muertas, de Nikolai Gogol, escrita a mediados del siglo diecinueve. Los ascensores no funcionan. Las calles están repletas de huecos, y las baldosas de las aceras están siempre flojas. Por lo tanto, si un transeúnte desprevenido las pisa, ¡Splash! se moja hasta las cejas.
Pero hubo una escena del libro que me impresionó de manera muy particular. La escritora se dirigió a una oficina pública para realizar un trámite. La oficina estaba repleta de gente. Y detrás de un escritorio había una sola empleada, que escribía a máquina con exactamente un solo dedo.
No creo que Buenos Aires haya cambiado mucho en el último cuarto de siglo. Y si se tiene en cuenta que Buenos Aires es la Argentina –sumando el conurbano bonaerense tiene más de 15 millones de pobladores, en un país de 40 millones de habitantes–  puede señalarse que es como el pantógrafo que magnifica los problemas del resto del país.
Estoy convencido que a cada paso, la estadística me va a desmentir. Posiblemente la Argentina se enfile hacia un destino de grandeza. Está la gran historia, y la pequeña historia. La macro economía, y la micro economía. Pero hay algo más: un país está constituido por sus habitantes. Cuando la angustia predomina, cuando existe el convencimiento generalizado de que todo tiempo pasado fue mejor, cuando ya todos están de vuelta, cuando los seres humanos se acostumbran a apretarse los dedos varias veces en la misma puerta, o la ironía se hace tan corrosiva que resulta insoportable, los mejores planes fracasan.
Escribí una novela sobre la captura del criminal de guerra Adolf Eichmann en la Argentina. Y lo que me más me sorprendió de su existencia como “refugiado” era lo mal que vivía (Eichmann nunca fue un refugiado. Como muchos criminales de guerra fue protegido por el primer gobierno de Perón. De no haber sido capturado por un comando judío, seguramente hubiera fallecido de muerte natural en la Argentina).



¿Cómo es posible que un hombre que dispuso de la vida de más de seis millones de judíos, además de centenares de miles de personas de numerosas etnias, haya vivido una existencia miserable en un suburbio de Buenos Aires? Eichmann era un hombre de gustos caros. Tuvo numerosas, bellas amantes, también con gustos caros. Disfrutó de fortunas enteras. Y de repente, terminó alojado en un miserable bunker en la calle Garibaldi de San Fernando, en la provincia de Buenos Aires. Tan deplorable era el sitio donde vivía con su esposa y sus hijos, que el baño estaba fuera de la vivienda.  
Ignoro si la casa contaba con luz eléctrica, o si estaba iluminada con los famosos faroles “Luz de noche”. Inclusive agentes israelíes que exploraron la zona, estaban convencidos que allí no podía vivir Eichmann, pues suponían que contaba con vastos recursos financieros. Estoy convencido de que de haberse escondido en cualquier otra parte del hemisferio, o en alguna nación del Medio Oriente, la suerte de Eichmann hubiera sido distinta. Hay una expresión que usan los porteños para caracterizar el ánimo depresivo: “La pálida”. Eichmann debe haber sido gravemente afectado por La pálida.
Y ahora pienso también que hay algo que siempre me desconcertó de los porteños: la ausencia de flores en sus viviendas. Tras haber vivido en la lujuria tropical de Venezuela, cada retorno a Buenos Aires me causaba un shock debido a la ausencia de flores. Enseguida me sentía afectado por La pálida. Una de las (numerosas) razones por las cuales me enamoré de Laura Corbalán, mi esposa durante 34 años, fue que amaba las flores. Me resultaba algo insólito y muy entrañable. No era típico del ambiente bonaerense. Gracias a ella aprendí a amar las plantas. (También a confundir las naturales con las artificiales. Si quieren adentrarse más en el equívoco, lean esa maravilla de cuento corto que es El viudo, de Carmen Virginia Carrillo. http://lapalabreradecv.blogspot.com/)
La vida no es solo con la gente. La vida es todo aquello que florece a nuestro alrededor. Tal vez es efímero. Pero no mucho más efímero que la vida. Es cuestión de abandonar la solemnidad, no tomarse excesivamente en serio.

LAS CUENTAS DEL GRAN CAPITÁN

Según los guarismos brindados por el gobierno de Cristina Fernández, desde la imposición de controles cambiarios en el 2011 hasta la fecha, las reservas del Banco Central de Argentina bajaron de 52.000 millones de dólares a 26.000 millones. Pero no todo el mundo cree en esos números. “Muchos economistas locales”, dijo The Wall Street Journal, “señalan que el balance neto es negativo”.  Al menos un economista, Nicolás Dujovne, dijo que las reservas líquidas son de apenas 2.700 millones de dólares, y siguen cayendo. Solo en noviembre, se redujeron en más de mil millones de dólares.
Es decir, que repitiendo la leyenda negra circulante tras el derrocamiento del primer gobierno de Juan Perón, en 1955, lo único que ha quedado en las bóvedas del Banco Central es el plumero con que desempolvan las vacías estanterías.
El mismo Macri confesó que “ignoramos el monto de las reservas” existentes en la principal institución financiera de Argentina. Añadió que las estadísticas son tan poco fiables, y que su equipo económico deberá asumir sus funciones y evaluar la situación antes de anunciar medidas.
Al igual que en Venezuela, la moneda real de la Argentina es el dólar. La tasa oficial es de 9,6 pesos por dólar. Pero si los argentinos quieren comprar dólares, deben comprarlos en el mercado negro, donde se cotizan 15 dólares la unidad. Con el propósito de mantener la tasa oficial, señaló The Financial Times, el Banco Central necesita canjear dólares por pesos. “Sin embargo, “carece de los dólares suficientes para hacerlo de manera indefinida”.
Como en la película The Producers, las autoridades del Banco Central han acudido a lo que el empresario teatral Max Bialystock consideraba creative accounting, una contabilidad innovadora, que consistía en estafar a medio mundo. Escasos días antes de la segunda ronda electoral, y con el propósito de apuntalar, aunque de manera precaria, las reservas monetarias, la institución financiera ordenó a los bancos argentinos vender la mitad de sus existencias en dólares a una tasa desfavorable.
El 21 de noviembre, el Banco Central ordenó a la banca comercial vender la mitad de sus dólares a la tasa oficial de 9,6 pesos. Dujovne calculó que la acción, similar a la adoptada por el gobierno en el 2008 y destinada a la nacionalización de los fondos de pensiones –otra manera de esquilmar a los ahorristas– podría añadir apenas 1.200 millones de dólares a las reservas.
Otra maniobra del Banco Central para apuntalar el peso fue vender unos 17.000 millones de dólares de contratos a término.
The Financial Times dijo que se trataba de una maniobra puramente especulativa. “El esquema, según el cual los inversionistas pueden comprar dólares con seis meses de anticipación  por alrededor de 11 pesos la unidad, garantiza esencialmente saludables ganancias si se concreta una devaluación antes de ese plazo”. Obviamente, los beneficiarios son quienes están enterados del juego. No es aventurado suponer que se trata de personas allegadas al gobierno saliente.
Pero el perdedor es el Banco Central. El equipo económico de Macri de inmediato entabló una demanda contra el presidente de la institución, Alejandro Vanoli, y exigió su destitución, señalando que “dañó el patrimonio nacional” al vender dólares a término “a una tasa artificialmente baja”.
De todas maneras, la maniobra del Banco Central tendrá efectos muy negativos en la gestión de Macri desde el comienzo. Varios economistas han señalado que la escasez de reservas en dólares impide al nuevo gobierno desmantelar el control de capitales. Si el peso se devalúa bruscamente, la inflación, actualmente del 20 por ciento anual –de creer a las cifras oficiales– se acrecentará drásticamente.
Macri hizo una serie de promesas que muy difícilmente pueda concretar en el corto plazo.  “La posibilidad de otras bombas de tiempo financieras”, dijo el periódico londinense, explican que el nuevo presidente de Argentina haya pedido por “paciencia” cuando le consultaron acerca de sus planes económicos. “Realmente no tenemos buena información”, confesó a los periodistas. “Ignoramos la exacta situación que hemos heredado”, añadió.
The Economist señaló por su parte que, sin importar las buenas intenciones de Macri, las reformas económicas que requiere hacer para reducir el déficit fiscal y colocar al país en un plano más competitivo, “causará dolor en el corto plazo”. La banca Barclay estima que habrá una contracción económica  del 1,1 por ciento en el año 2016, antes de una recuperación en el año 2017. El experto Miguel Kiguel dijo a The Economist que “el gran peligro es el malestar social”. Macri ha obtenido una magra victoria, y además, el peronismo controla el Senado, y es la Cámara Alta quien debe ser persuadida de acatar medidas como las de negociar con deudores externos, como los llamados “fondos buitres”.
Realmente, ni Mauricio Macri desea estar en estos momentos en los zapatos de Mauricio Macri. Jean Dehn, encargado del equipo de investigaciones de la consultora Ashmore, dijo al Financial Times que le preocupa la posibilidad de que Macri termine como otros bien intencionados presidentes de la región, incapaces de superar difíciles circunstancias. “El riesgo”, dijo Dehn, “es que Macri sea en la Argentina lo que Vicente Fox fue para México: un ineficaz soplo de aire fresco”.

¿FINALES FELICES?

Cuando imagino lo que le depara el destino al nuevo presidente de Argentina, vislumbro algo bastante lúgubre. Lo veo interpretando el rol de algún famoso médico de la televisión como Ben Casey, o el doctor Kildare.  Está vestido con bata de tonos verde claro, con una cofia de plástico transparente en su cabeza, como la que solía lucir Hugo Chávez Frías cuando le practicaba la autopsia al Libertador. Macri tiende sus manos a un ayudante, para que le inserte los guantes de tenue goma. Luego vira el cuerpo, y observa el personaje tendido en la camilla,  encargado de interpretar el rol de la economía argentina, y que exhibe sus vísceras al aire. El flamante mandatario solo necesita echar una ojeada al paciente para emitir su diagnóstico: “Pueden volver a coser al enfermo”, enuncia. “Nada podamos hacer. Este señor padece un cáncer inoperable”.
Así parece funcionar la Argentina desde que tengo uso de memoria. No sé si algún día los argentinos volverán a cantar a la vida. No sé si algún día reinará la justicia. Pero pienso que una buena manera de empezar es con el poema de Baldomero Fernández Moreno:
“Setenta balcones hay en esta casa,
Setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

La piedra desnuda de tristeza agobia,
¡Dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?”

¿Ninguno desea ver tras los cristales
Una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
En los hierros negros abrirse un jazmín?

Si no aman las plantas no amarán el ave,
No sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave...

¡Setenta balcones y ninguna flor!

Esperemos que los argentinos recuperen la esperanza, y la sed de justicia, y olviden los pronósticos desdichados, los vaticinios atroces. Tal vez existen otras alternativas, además de ajustarse el cinturón, reducir el número de hijos que se traen al mundo, o achicarse, siempre achicarse.
Además de Baldomero Fernández Moreno, cuentan con otro grande entre los grandes, Roberto Arlt. Y Arlt siempre estuvo convencido que “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo”.
Ojalá que los argentinos puedan abandonar la tristeza, la solemnidad, el oscuro pasado, el sombrío presente, y empiecen a apostar al peligroso futuro. Pero eso sí, sin olvidar las trastadas de indecentes gobiernos. No es cuestión de vengarse. Simplemente de hacer justicia.






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