domingo, 8 de noviembre de 2015

Cuando la historia triunfa sobre la novela

Mario Szichman



El novelista ruso Vladimir Nabokov decía que la escritura de Jorge Luis Borges le recordaba un pórtico griego: “Usted atraviesa el umbral”, le comentó Nabokov a un periodista, “y detrás no hay absolutamente nada”.
Siempre he tenido una sensación similar con Ragtime, la magnífica novela de Edgar Lawrence Doctorow, quien falleció en julio pasado en Nueva York, a los 84 años de edad.
Como inspiración para trazar un gigantesco fresco narrativo, Ragtime es insuperable. Creo que la genialidad de Doctorow consiste en haber recreado una época histórica: los comienzos del siglo veinte en Nueva York, combinando figuras de la ficción con personajes históricos. Sin embargo, al superponerlos, los personajes históricos pasan al primer plano, en tanto, las familias de la ficción que transitan sus páginas son borrosos, bidimensionales ecos del pasado.
Hasta la manera en que Doctorow articula sus vidas, obliga a esos seres a servir de trasfondo. Por una parte está la familia anglosajona de Padre, Madre, El Niño, el Abuelo, y el Hermano Menor de la Madre. Por el otro lado, la familia judía de Mame (mamá) Tate (papá) y la Niña Pequeña. Solo los seres históricos tienen nombre y apellido. Apenas otro personaje de la ficción: un músico negro, Coalhouse Walker Junior, es galardonado con nombre y apellido, pues ocupa un lugar central en la trama, impulsa la novela, y proporciona el melodrama necesario para transportarla hacia su final. Sin embargo, la tragedia de Coalhouse Walker Junior es menos apasionante que los personajes secundarios.
Coalhouse Walker Junior aparece recién en la página 128 de una novela, que en su versión hardcover tiene 270. El músico negro quiere que la policía de New Rochelle, en las afueras de Nueva York, arreste a un grupo de bomberos que tras obligarlo a detener su vehículo, un flamante Ford, Modelo T (flamante en la primera década del siglo veinte), le causaron daños. También exige una compensación monetaria. En el curso del litigio, el músico negro se convierte en líder de una rebelión durante la cual mueren una docena de personas, incluida la compañera de Coalhouse, y finalmente el músico.
El plot se basa en un texto muy prestigioso, la novela corta Michael Kohlaas, de Heinrich von Kleist, un poeta y narrador alemán. Doctorow no ocultó el antecedente (Kohlaas/ Coalhouse). Hay abundantes paralelos entre ambas figuras. Kohlaas es un comerciante en caballos. A comienzos del siglo dieciséis,  varios hombres armados detienen su marcha  cerca de un castillo en Dresde, Alemania, y le exigen que costee el peaje si desea continuar su marcha. Kohlaas ha pasado en muchas ocasiones anteriores por el mismo sitio, sin que le exigieran pago alguno. Por lo tanto, deja en prenda a dos de sus caballos y decide hacer un reclamo ante la justicia. Kohlaas retorna al lugar al cabo de un tiempo, y descubre que sus caballos han sido maltratados. Furioso por la  injusticia, inicia una rebelión en la cual mueren muchos de sus partidarios, y finalmente Kohlaas. Tanto en el caso de Kohlaas, como en el de Coalhouse, solo se reivindica la causa que hizo detonar la rebelión. Los caballos que originaron la disputa, el Ford, Modelo T dañado por los bomberos de New Rochelle,  son devueltos en buen estado.
Michael Kohlaas es uno de los grandes monumentos de la literatura alemana. La búsqueda de justicia por parte del protagonista tiene una trágica resonancia, pues posee un orgullo casi satánico, y la fragilidad de los justicieros, e ignora cuándo es necesario detenerse.
Pero en Ragtime, el personaje de Coalhouse es un afterthought, una ocurrencia tardía. No solo porque recién emerge en la segunda parte de la novela, sino porque parece un injerto narrativo.  

Hay muchas formas de escribir novelas, y si son buenas, siempre triunfan. Uno de los grandes clásicos de la literatura es Tristram Shandy, de Laurence Sterne. Es imposible imaginar el Ulises de James Joyce sin Tristram Shandy. La novela rompe todas las reglas del género. En la época de Sterne, era habitual que las novelas comenzaran con la infancia del héroe. En Tristram Shandy, la novela comienza cuando el héroe reposa en el útero materno. Un capítulo completo está dedicado a describir el ascenso por una escalera. En mitad de la narración, la novela muestra una página en blanco, sin esclarecimiento alguno. Poco más adelante, en otra página, aparece la contraportada, aunque la narración continúa. (Además, Tristram Shandy es muy escatológica y divertida). Ragtime también es un triunfo de la narrativa moderna, aunque las herramientas de esa narrativa son distintas a las que permitieron a Sterne elaborar su obra.
En varias ocasiones, Doctorow intentó explicar la técnica que usó para crear Ragtime. “Cuando uno trabaja bien”, indicó en una oportunidad, “se genera en su entorno una especie de campo magnético. Y cualquier cosa que necesita el autor, está al alcance de la mano”.  Otra vez, dijo: “En primer lugar, hay que inventar algo. Luego, siempre se consigue una fuente encargada de corroborar la invención o, en su defecto, una mentira”. Para el narrador, todo posee el mismo peso específico: “el reportaje, la confesión, el mito, la leyenda, el sueño, la alucinación, y la habladuría de los pobres locos en la calle”.
El novelista mencionó su deambular por las bibliotecas, el hallazgo de manuales que parecían carecer de toda utilidad y, sin embargo, pasaron a constituir parte importante de su texto, por ejemplo, un libro dedicado al sistema de trolebuses en los Estados Unidos.
Pero es evidente que la novela se escribió a partir de personajes históricos emplazados en situaciones absurdas, o tragicómicas. Es difícil encontrar en la narrativa estadounidense una novela donde lo efímero ocupe un lugar tan importante,  y en que el gesto posea tanta relevancia. Cualquier escritor interesado en el pasado sabe que no hay ficción capaz de superar el contexto de un evento histórico, su riqueza, su incertidumbre, sus inexplicables comienzos y finales.
En su libro El Congreso de Verona, François Rene De Chateaubriand, el autor de Memorias de Ultratumba, menciona sus vínculos con la monarquía española durante y después de la invasión de Napoleón a la península ibérica. Pero hay un episodio fugaz, que el autor no explica, y parece destinado a una novela. El año era el 1808, una época en que, por alguna extraña razón, las cabezas desfilaban de perfil, seccionadas por setos, rocas, o balaustradas, con el propósito de enunciar encuentros casuales entre famosos personajes. El escenario preferido era el seto, que facilitaba enmarcar jardines de palacios. De un lado del seto estaba Chateaubriand, el testigo imprevisto que algún día sería famoso. Del otro lado, célebres personajes cuyas cabezas flotantes intercambiaban banalidades. En esa ocasión, Chateaubriand vio desfilar por uno de los setos las cabezas de Napoleón y de su hermano José, el rey de España. El ensayista no hace alusión alguna al diálogo entablado. Estaba más interesado en el elemento teatral.
La función del seto –casi como la función del aparte en el teatro– tiene profuso desempeño en Ragtime. Presumo que Doctorow se divirtió como nunca en su vida cuando mostró a Sigmund Freud recorriendo Nueva York acompañado por sus discípulos Jung y Ferenczi, y por los “jóvenes freudianos” Ernest Jones y A.A. Brill. Doctorow exhibe su maestría con los detalles. “Todos hablaron en torno a Freud, arrojando continuas miradas hacia él, a fin de evaluar su estado de ánimo”.  En determinado momento, Freud necesita ir a hacer sus necesidades. “Todos tuvieron que ingresar a un restaurante de productos lácteos y ordenar vegetales con crema agria, para que Freud pudiera ir al baño”, dijo Doctorow. Luego, tras retornar a su amada Viena, el fundador del psicoanálisis le comentó a Ernest Jones: “Estados Unidos es una equivocación, una gigantesca equivocación”.
Harry Houdini, el famoso ilusionista y artista de la fuga, ocupa también algunas páginas de Ragtime y brilla realmente por su presencia. Doctorow superpone personalidades mezclando situaciones, y de esa manera, la llegada de Freud al coloso del Norte acaba con el manifiesto amor de los hijos por las madres. Houdini estuvo destinado, “junto con (el cantante) Al Jolson, a ser uno de los últimos, desvergonzados, amante de su madre, un movimiento generado en el siglo diecinueve, y que incluyó a Edgar Allan Poe, John Brown, Abraham Lincoln, Y (el pintor) James McNeill Whistler”.  Si bien la recepción a Freud en Estados Unidos fue al comienzo poco auspiciosa, señaló Doctorow, el psicoanalista vienés “logró finalmente vengarse, y pudo verificar que sus ideas comenzaban a destruir la sexualidad en América para siempre”.
Freud, Houdini, son apenas dos de los seres de carne y hueso que respiran en Ragtime. También están la famosa anarquista Ema Goldmann, protagonista de numerosas luchas sindicales, Evelyn Nesbit, una especie de precursora de las diosas del sexo que luego recalaron en Hollywood, por cuyo amor, el millonario Harry K. Thaw asesinó a un famoso arquitecto, Stanford White. Indicó Doctorow que “aunque los periódicos consideraron el homicidio de White El Crimen del Siglo, era apenas el año 1906, y aún faltaban noventa y cuatro años para que concluyera”.
También se incluye en el relato a los multimillonarios John Pierpont Morgan y Henry Ford, y al presidente William Howard Taft, que pesaba 150 kilos cuando asumió el cargo en 1909. Era la época, indicó Doctorow, en que “un hombre que transportaba delante de él un enorme estómago, era considerado en la flor de la vida”, en tanto el pantagruélico consumo de alimentos, constituía “un sacramento del éxito”.
El otro trasfondo lo constituyen los cientos de miles de inmigrantes que llegaron a Estados Unidos a comienzos del siglo veinte, y tuvieron grandes problemas para ser incorporados a la sociedad, así como la proliferación de los enfrentamientos entre proletarios y policías, secundados por rompehuelgas de la agencia de detectives Pinkerton.
Todas las calamidades que afectaban a la sociedad norteamericana parecían provenir de los inmigrantes que arribaron de Italia y de Europa oriental. “Ellos eran despreciados por los neoyorquinos. Eran sucios, analfabetos… carecían de honor, trabajaban por una bicoca. Robaban, se emborrachaban, violaban a sus propias hijas. Se mataban entre ellos de manera casual. Entre aquellos que más los despreciaban”, decía Doctorow, “la mayoría pertenecían a la segunda generación de irlandeses, cuyos padres habían sido acusados de los mismos crímenes”.
Es difícil percibir a Doctorow urdiendo la trama de Ragtime a partir de su episodio central, la afrenta sufrida por Coalhouse Walker Junior a manos de bomberos racistas. Quizás la novela de Von Kleist pesó durante mucho tiempo en su imaginación, pero solo emprendió vuelo una vez el escritor erigió la periferia.
Fue una época tumultuosa en Estados Unidos. En realidad ¿qué época no ha sido tumultuosa en los Estados Unidos? Pero poseía un ingrediente, que luego se fue perdiendo: un desaforado patriotismo. El Padre, uno de los personajes de ficción en Ragtime, ha hecho una fortuna confeccionando banderas, gallardetes, y fuegos artificiales. “El patriotismo”, indicó el autor, “era un sentimiento confiable a comienzos del 1900”, aunque “a través de los Estados Unidos, el sexo y la muerte apenas si podían distinguirse entre sí”.
El país era la tierra de la gran promesa. Nadie podía prever que en el curso de ese siglo los jóvenes norteamericanos participarían en dos guerras mundiales, en la guerra de Corea, en la guerra de Vietnam, en invasiones a díscolas naciones situadas al sur del río Bravo.

La Pax Americana duró apenas algo más que un suspiro. En la época de Theodor Roosevelt y de Taft, existía el mito de que Estados Unidos era infranqueable. El mito ha desaparecido. Basta ver lo ocurrido a comienzos del siglo veintiuno tras la destrucción de las torres gemelas en el World Trade Center. ¿Podrá un sucesor de Doctorow recrear un siglo más tarde algo similar a Ragtime? No es descartable, pues en el campo de la narrativa, la fragilidad suele mover montañas.

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