Mario Szichman
En mi novela Las dos muertes del
general Simón Bolívar, le atribuí al Libertador esta frase, que por
supuesto nunca pronunció: “No es la muerte lo que me preocupa, sino la
inmortalidad, que impide a una persona descansar tranquila en su tumba”. Al
menos en esa ocasión, fui profético. La novela fue publicada en el 2004. Seis
años después, el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, decidió
que el Libertador no podía descansar tranquilo en su tumba, y ordenó someterlo
a una segunda autopsia. La primera fue realizada por el médico francés Próspero
Reverend el 17 de diciembre de 1830, cuatro horas después del fallecimiento del
Libertador. La segunda, el 16 de julio de 2010, 180 años después. En la
primera, Reverend, operó solo. En la segunda, Chávez fue asistido por “unas 50
personas, incluidos patólogos e investigadores criminales”, de acuerdo a la
oficial Agencia Venezolana de Noticias.
Chávez, quien además de sus amplios conocimientos de medicina fue el
principal detective forense de su país, ya había señalado en el año 2007: “Yo
nunca me convencí que Bolívar murió de tuberculosis”, descartando la hipótesis
de Reverend.
Bolívar falleció en la ciudad colombiana de Santa Marta en diciembre de
1830. Durante 180 años nadie dudó del diagnóstico del médico francés. La
aparente tuberculosis hizo estragos en su organismo. Al morir, pesaba 38 kilos.
Los síntomas de su agonía, de los que luego haremos referencia, apuntan en esa
dirección. Pero Chávez, para quien nada
humano o divino le era ajeno, desconfiaba del informe forense de Reverend. Y
por una razón muy sencilla: quería demostrar que la oligarquía colombiana,
liderada por el presidente Francisco de Paula Santander, había envenenado al
Libertador con cianuro. La hipótesis de Reverend echaba por tierra su
hipótesis.
Chávez dijo que el hecho de que “tres meses antes de morir, Bolívar
recorrió no sé cuántos kilómetros hasta Bogotá”, era motivo suficiente para
dudar de la versión de Reverend. En otra ocasión, indicó que el padre fundador
de Colombia, y rival del Libertador, al cual acompañó en parte de su carrera
política como vicepresidente, “no dudó cuando le propusieron matar a Bolívar”.
La clara inferencia era que si Santander no había dudado una vez, el 25 de
septiembre de 1828, tampoco hubiera tenido escrúpulos en ordenar su muerte en
Santa Marta, en diciembre de 1830.
Santander no era precisamente un émulo de San Francisco de Asís. Para
decirlo en términos suaves, era un mal bicho. Tras la batalla de Boyacá, y
aprovechando el Decreto de Guerra a Muerte que Bolívar firmó en Trujillo el 15
de junio de 1813, ordenó fusilar al jefe español, el coronel José María
Barreiro y a otros 38 prisioneros (11 de octubre de 1819). Eso fue un crimen de
guerra. Y existen fuertes indicios de que fue el autor intelectual del intento
de asesinato de Bolívar en Bogotá el 25 de septiembre de 1828.
Pero, tampoco Bolívar se quedaba atrás. Ordenó la ejecución de más de 800
prisioneros en La Guaira y Caracas, entre el 13 y el 15 de febrero de 1814, tal
como señalan Richard W. Slatta y Jane Lucas De Grummond en su libro Simon Bolivar's Quest for Glory, (Texas
A & M University Press, 2003). Ignoro si se admiten esos hechos
indisputables en la época de la Revolución Bolivariana. Puede que sean
aceptados con demoledoras excusas pues para esos devotos, Bolívar nunca cometió
errores. Sin embargo, presumo que las autoridades educacionales de Venezuela
eligen barrer esos incómodos episodios debajo de la alfombra.
De
todas maneras, nadie entiende por qué Santander hubiera querido asesinar a
Bolívar en 1830. En los últimos meses de su vida el Libertador no representaba
un peligro para político alguno de la Gran Colombia. Se había convertido en un
paria. Numerosos políticos y ciudadanos del común, tanto en Venezuela como en
Colombia, deseaban intensamente su muerte.
Bolívar renunció a la presidencia el 27 de abril de 1830, y su única
intención, según numerosos historiadores –todos ellos serios– era abandonar
Bogotá y exiliarse en Europa. No lo pudo lograr porque la muerte lo alcanzó
antes. Falleció el 17 de diciembre de 1830, a los 47 años de edad, convertido
en un anciano decrépito, tal como lo muestra un famoso retrato a lápiz del
natural hecho por José María Espinosa apenas semanas antes de su muerte. Por
supuesto, la Revolución Bolivariana le hizo la cirugía estética al Libertador,
y su rostro ha sido confeccionado a gusto y placer del Comandante Eterno. Pero
algún día caerán de su semblante los trozos de gomaespuma, y las nuevas generaciones
volverán a reencontrarse con su verdadera imagen.
EN VIVO Y EN
DIRECTO
Las guerras civiles que menudearon antes y después de la muerte de Bolívar,
impidieron darle paz a sus restos. Estuvo enterrado durante doce años en la
catedral de Santa Marta, y en 1842, a pedido de uno de sus lugartenientes y más
porfiados enemigos, el general José Antonio Páez, sus restos fueron trasladados
de Santa Marta a Caracas. Ahora están enterrados en el Panteón Nacional de
Venezuela.
En el 2010, los “simbólicos” despojos de su famosa compañera Manuela Sáenz
fueron sepultados a su lado, y ambos quedaron reunidos por la eternidad. Un
merecido homenaje, pues Manuelita salvó la vida a Bolívar y fue realmente, como
señaló el prócer, “La libertadora del Libertador”.
La exhumación de Bolívar, el 16 de julio de 2010, se prolongó durante 19
horas. La fase final del operativo fue transmitida por el canal oficial
Venezolana de Televisión y la teleaudiencia oyó y observó conmovida mientras el
jefe de estado comentaba las alternativas del acto a través de su cuenta en la
red social Twitter, según informó BBC
Mundo.
Una de las frases de Chávez, que merecería figurar junto al Discurso de
Angostura del Libertador y que fue emitida durante la segunda autopsia de
Bolívar es ésta: “Confieso que hemos llorado, hemos jurado. Les digo: tiene que
ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada”. ¿Dudaba alguien que ese esqueleto fuese el de
Bolívar? Hasta ahora nadie puso en entredicho que los restos depositados en el
Panteón eran los del prócer. Lo más desconcertante fue que el esqueleto, según
Chávez, parecía a punto de entrar en combustión. El presidente venezolano
sintió la “llamarada”. Es cierto que se han registrado raros casos de difuntos
que volaron por los aires como si se hubiera tratado de petardos. Pero se
trataba de extintos cuyo fallecimiento había ocurrido en fecha reciente. Y el
centelleo suele ser resultado de una combinación de gases en el interior de sus
cuerpos. Pero esos simulacros de buscapiés necesitan una envoltura de carne.
Las estructuras óseas no lanzan llamaradas.
Otra persona que opinó en el evento fue la fiscal general de Venezuela,
Luisa Ortega Díaz. La magistrada, quien lucía el guardapolvo blanco, como le
cuadra a una profesional de la medicina, aseguró que “se habían producido
importantes hallazgos, de los que el país será informado en su debida
oportunidad”. Al parecer, la debida oportunidad aún no se ha presentado. Hasta
ahora, nada más se ha informado de la veracidad o falsedad de las denuncias de
Chávez, ni de lo que ocurrió a la postre con los restos de Bolívar.
LOS HEREDEROS
ESTÁN MÁS
PREPARADOS QUE
LOS ANTECESORES
La historia de la independencia de América Latina es magra en el
reconocimiento a sus próceres o a sus mártires. Cuando falleció Bolívar, muy
pocos lamentaron su muerte. Por el contrario, algunos personajes importantes se
encargaron de vilipendiarlo de manera obscena.
El gobernador de un estado occidental de la república de Venezuela envió la
noticia a Caracas, diciendo: “Ha muerto el monstruo”.
En los últimos meses de vida de Bolívar, menudearon sobre él los insultos
de los políticos. El historiador Felipe Larrazábal, un devoto del Liberador,
recordó que en el Congreso de Venezuela “no resonaban sino dicterios contra
Bolívar”. Algunos legisladores propusieron “que se declarara al General Bolívar
fuera de la ley si iba a Curazao, y lo mismo a todo aquel que se le uniera”.
Resultaba una “vergüenza no renegar del
Padre de la patria: Fortique pedía su ostracismo perpetuo; Gonzalos lo quería
fuera de la ley; Osío le denostaba; José Luis Cabrera, canario, que para baldón
nuestro había hallado asiento en la asamblea, clamaba: que ´Venezuela no debía
entrar en relaciones de ninguna especie con Bogotá, mientras existiera en su
territorio el General Bolívar´. Y esta proposición se adoptó”.
DE UN PATÓLOGO A
OTRO
Cuatro horas después del fallecimiento del Libertador, el doctor Reverend
hizo la autopsia a Bolívar, “de cuyo examen resultó que tenía un poco dañados
los pulmones y que las pleuras pulmonares estaban adheridas a las costales”,
señaló Larrazábal.
Este fue el diagnóstico de Reverend : “La enfermedad de que ha muerto S. E.
el Libertador era en su principio un catarro pulmonar que habiendo sido
descuidado pasó al estado crónico y consecutivamente degeneró en tisis
tuberculosa. Fue pues esta afección morbífica la que condujo al sepulcro al
General Bolívar, pues no deben considerarse sino como causas secundarias las
diferentes complicaciones que sobrevinieron en los últimos días de su
enfermedad, tales como la aracnoides, y la neurosis de la digestión, cuyo signo
principal era un hipo casi continuo”. Añadía luego Reverend: “Si se atiende a
la rapidez de la enfermedad en su marcha, y a los signos patológicos observados
sobre el órgano de la respiración, naturalmente es de creerse que causas
particulares influyeron en los progresos de esta afección. No hay duda que
agentes físicos ocasionaron primitivamente el catarro del pulmón, tanto más
cuanto la constitución individual favorecía el desenvolvimiento de esta
enfermedad, que la falta de cuidado hizo más grave; y que el viaje por mar, que
emprendió el Libertador con el fin de mejorar su salud, lo condujo al contrario
a un estado de consunción deplorable. Todo esto es incontestable. Pero también
debe confesarse que afecciones morales, vivas y punzantes, como debían ser las
que afligían continuamente el alma del General, contribuyeron poderosamente a
imprimir en la enfermedad un carácter de rapidez en su desenvolvimiento y de
gravedad en las complicaciones, que hicieron infructuosos los socorros del
arte”. Como resultado, finalizaba
Reverend, “El sepulcro estaba abierto esperando la ilustre víctima, y hubiera
sido necesario hacer un milagro para impedirle descender a él”.
El doctor Reverend era un hombre muy sabio. Asignaba tanto o más
importancia a los disgustos que había padecido Bolívar en sus últimos meses de
vida, que al avance implacable de la tuberculosis.
En cuanto a la hipótesis de Chávez, de que Bolívar fue envenenado, recuerda
una de las las formuladas en relación a la muerte de Napoleón Bonaparte. La
autopsia original señaló que Napoleón había fallecido de cáncer estomacal.
En enero de 2007, National Geographic
News divulgó los resultados de un nuevo estudio. Los partidarios de la
teoría conspirativa de la historia habían sugerido que Napoleón fue envenenado
con arsénico, tal vez mezclado en el vino o en la comida. Estudios del cabello
de Napoleón mostraron altos niveles de arsénico.
Pero Robert Genta, profesor de patología de la universidad de Texas, quien
participó en la nueva autopsia, señaló que el derrocado emperador de los
franceses murió de cáncer. “Había una gran masa” de tejido canceroso “en la
entrada a su estómago, al menos de 10 centímetros de largo”.
En cuanto al arsénico en el cabello de Napoleón, hubiera sido aún más extraña su ausencia. En esa época,
muchas medicinas e inclusive tónico para el cabello tenían arsénico entre sus
ingredientes.
Owen Connelly, autor de varios libros sobre Napoleón, y profesor de
historia en la Universidad de Carolina del Sur, dijo a National Geographic News que el cáncer era un problema hereditario
en los Bonaparte. “La misma afección causó la muerte de su padre, y de Paulina,
una de sus hermanas”.
El doctor Reverend pudo seguir la evolución de la enfermedad de Bolívar
durante varios días. Es muy difícil que no haya detectado en su organismo
síntomas de intoxicación. La autopsia
confirmó, en lugar de negar, el diagnóstico del médico en el curso de las
jornadas que precedieron al deceso del paciente.
En cuanto a la segunda autopsia de Bolívar, es imposible compararla con la
de Reverend. Para ello tendría que existir. Fue un capricho de Chávez, como el
de esos niños que desarman un juguete para ver lo que tiene adentro, y luego
son incapaces de volver a poner las piezas en su lugar.
En realidad, el fallecido presidente venezolano solo confirmó con su show
mediático que casi dos siglos después de la muerte de Bolívar todo sigue siendo
pantalleo, improvisación, y gran cantidad de tonteras envueltas en la mayoría
de los cuerpos dedicados a la política.
Un año después del deceso del Libertador, The Times de Londres publicó este obituario: “Es probable que
hubiese resultado imposible para el más diestro arquitecto político construir
un edificio permanente de orden social y libertad con los materiales que fueron
puestos en las manos de Bolívar”, aunque “cualquier cosa que pudo hacerse, él
la logró”.
The Times fue más
benigno que el propio Libertador, quien
marchó a la tumba insistiendo, con clara decepción en un diagnóstico
devastador: “La América es ingobernable...el que sirve a una revolución ara en
el mar”.
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