miércoles, 25 de noviembre de 2015

El Manipulador, de David Unger: Cuando la realidad supera a la ficción más desbordada


Mario Szichman

Para Mario Paredes, la vida de Guatemala
Se había convertido en una comedia de errores
Incorrectamente representada como tragedia.
David Unger, El Manipulador



Willam Faulkner decía que Ode on a Grecian Urn, de John Keats, valía “un sinnúmero de viejas”. Tal vez aludía a una vieja como la usurera de Crimen y Castigo, de Fiodor Dostoievski. Los émulos de los superhombres suelen considerar que la historia puede darse el lujo de prescindir de seres indeseables, siempre en aras de la grandeza colectiva. 
La tentación de darle a la poesía o a la ficción un lustre ausente de la vida real, o considerar  los arquetipos más importantes que los seres humanos encargados de proveer el modelo, es bastante antigua. De Henry Fielding hasta Truman Capote y Don DeLillo, la narrativa está poblada de personajes sobresalientes que pasaron a una segunda mejor vida en obras de ficción. Fielding transformó a Jonathan Wild, un delincuente que trabajaba de ambos lados de la ley, en una de las grandes figuras de la literatura inglesa. El ejemplo fue seguido por Balzac cuando convirtió a Vidocq, otro delincuente transformado en guardián de la ley, en uno de los protagonistas de la Comedia Humana, rebautizándolo Vautrin.
Detrás de muchas grandes novelas, suele brotar una vida que la animó. Antes que Alejandro Dumas escribiera El conde de Montecristo, existió el zapatero Pierre Picaud, su inspirador. Picaud fue víctima de una traición por parte de tres hombres que deseaban quitarle su novia, una mujer de una familia adinerada. Fue acusado falsamente de un crimen contra el estado, pasó varios años prisionero en una isla, tal como el protagonista de la novela de Dumas, y al salir se vengó de una manera mucho más terrible que la de Edmundo Dantes.
En los casos antes mencionados, el personaje de novela superó en mucho al original que despertó la imaginación del narrador.
Sin embargo, a veces, la realidad supera la fantasía más desbordada. Como en el caso de Rodrigo Rosenberg Marzano, un acaudalado abogado guatemalteco. El 12 de mayo de 2009, Rosenberg apareció en un video declarando: “Si usted está viendo este mensaje es que he sido asesinado por el Presidente”. 
La grabación fue propalada dos días después del asesinato de Rosenberg a manos de un sicario, mientras se desplazaba en bicicleta por una urbanización cercana a su vivienda, en la zona 14 de Ciudad de Guatemala. En el video desde el más allá, el abogado implicó en su asesinato al entonces presidente de Guatemala, Álvaro Colom, a su esposa Sandra, y a varios de sus funcionarios más cercanos.
¿La razón del asesinato? Presuntamente para encubrir los homicidios de Khalil Musa, un empresario cafetalero, y su hija Marjorie Musa, dos de los clientes de Rosenberg. Ambos fueron ultimados tres semanas antes de la muerte del abogado.
Según el video Khalil Musa, un empresario cafetalero y textil, y directivo del Banco de Desarrollo Rural de Guatemala, había descubierto varios actos de corrupción en esa entidad financiera, todos ellos relacionados con personas allegadas al presidente.  De acuerdo a la denuncia del abogado Rosenberg, las autoridades guatemaltecas decidieron que era necesario silenciarlo. En abril del 2009, Khalil Musa conducía su vehículo por el centro de ciudad de Guatemala, acompañado de su hija Marjorie, cuando alguien le hizo señas para que se detuviera. Musa frenó su vehículo, y el sicario le disparó seis balazos apoyando su pistola calibre .9 milímetros en la ventanilla semiabierta de la puerta delantera. Uno de los proyectiles, tras atravesar su cuerpo, mató a su hija de manera instantánea.
Con el transcurso de los días, se descubrió que Marjorie y Rosenberg habían mantenido un romance en secreto. Marjorie pensaba divorciarse de su esposo, y casarse con el abogado. Cartas y mensajes telefónicos revelaban una gran pasión amorosa entre ambos.
Es obvio que el abogado quedó devastado por el asesinato de Marjorie y de su padre. Algunos de sus amigos comentaron luego que había perdido las ganas de vivir. Al mismo tiempo, estaba desesperado por vengar las muertes de Marjorie y de Khalil Musa. 
En su novela El Manipulador (Editorial Planeta de México, 2015), el narrador guatemalteco David Unger usa algunos de los datos del caso Rosenberg para contar un romance. Y sin embargo, la trama poco tiene que ver con la historia real. Cuenta con ingredientes del mejor thriller, se lee “de un tirón” (me la devoré en tres días, aunque soy un lector lerdo y El Manipulador tiene 324 páginas) y tanto sus personajes como sus situaciones están descriptos con sabiduría.  
Al comparar El Manipulador con otras obras de ficción basadas en crímenes famosos ––pienso en Libra, de Don DeLillo, o en A sangre fría, de Truman Capote– sospecho que Unger tropezó con una seria dificultad. El asesinato de John F. Kennedy en Dallas, o la matanza de cuatro miembros de la familia de Herbert Clutter en Holcomb, Kansas, por parte de Richard "Dick" Hickock y Perry Smith, permitieron a los autores apropiarse de la historia. Don DeLillo maniobró una historia paralela sobre el homicidio de Kennedy, aprovechando las numerosas teorías conspirativas que surgieron en Estados Unidos. Varios de los protagonistas reales pasaron a cumplir funciones diferentes a las estipuladas. Inclusive el plot central propone que la idea de los conjurados no era matar al presidente, sino herirlo, como advertencia para que no siguiera interfiriendo en sus planes destinados a derrocar a Fidel Castro. La ventaja del novelista es que nunca se apartó de los hechos plausibles, se limitó a elaborarlos siguiendo el guion del suceso real.  
Truman Capote llegó inclusive más lejos. Manipuló a los asesinos, les hizo decir cosas que posiblemente fueron falsas. Hasta les dio esperanzas de conseguir un abogado capaz de salvarles la vida, aunque nunca movió un dedo en esa dirección. Siempre consideró que Richard Hickock y Perry Smith eran seres despreciables que merecían su suerte. En definitiva, su libro era mucho más importante que mantener intacto el cuello de los asesinos. Como los émulos de los superhombres antes mencionados, estaba convencido de que el poema de Keats valía más que dos viles homicidas.
Pero el caso Rosenberg es diferente. Es casi imposible apropiarse de esa historia. La historia del asesinato de Rosenberg, de Khalil y Marjorie Musa parece diseñada para manipular a cualquier narrador, burlarse de él, mostrar sus límites. Creo que ni el más alocado de los delirios puede superar lo ocurrido en esa ocasión.  
The New Yorker publicó en su edición del 4 de abril de 2011 un excelente trabajo de su reportero David Grann titulado A Murder Foretold; Unravelling the ultimate political conspiracy, sobre el caso Rosenberg. En esa ocasión, la revista dedicó más de 30 páginas en letra pequeña a reseñar las increíbles alternativas que rodearon los asesinatos de Khalil y Marjorie Musa, y luego de Rosenberg. Es puro realismo mágico. Difícilmente obedezca a las reglas del discurso poético. Por una parte, nada es lo que parece. Por la otra, es imposible insertar en un relato la inusitada realidad que se despliega ante el lector. No hay una sola certeza que se sostenga. Parece desmentir a cada paso todo intento de racionalidad, obedecer solo a las leyes de la pesadilla. Quizás Los Caprichos de Goya se acerquen a una parcial comprensión de lo ocurrido.

MUERTES PARALELAS

Es siempre necesario leer a los buenos narradores, porque nos enseñan mucho. Especialmente, la manera en que han sorteado obstáculos para construir sus historias. Existe una espectral, insensata realidad llamada Rodrigo Rosenberg Marzano, y la sólida, sensata ficción de El Manipulador, protagonizada por el abogado Rosenweig, un parcial alter ego de Rosenberg. La realidad esbozada por Unger transcurre por los carriles que dictan las reglas de la ficción. En la novela, es presumible que Maryam, la amante de Rosenweig, sea un parcial alter ego de Marjorie Musa, y que Ibrahim Khalil, su padre, sea otra parcial imagen de Khalil Musa.
Maryam está casada con Samir, un hombre que podría ser su padre. Y es él, no sicarios enviados por el gobierno de Guatemala, quien financia el asesinato de su esposa y de su suegro, tras enterarse de la infidelidad de su cónyuge.    
Hay en El Manipulador otros personajes, como Miguel Paredes, que ayuda a Rosenweig en sus investigaciones para encontrar a los asesinos de Maryam y de Ibrahim Khalil, y que tiene un fuerte parecido con Luis Alberto Mendizábal Barrutia, una especie de “súper espía”. Según Wikipedia, Mendizábal “ha participado en varios casos de gran impacto en Guatemala, incluyendo los intentos de golpe de Estado contra el gobierno del licenciado Marco Vinicio Cerezo Arévalo en 1988 y 1989, la red Moreno de contrabando en 1996, el video de Rodrigo Rosenberg en 2009 y la red de contrabando en las aduanas en 2015. Mendizábal es propietario de la Boutique ´Emilio´ ubicada en la zona 10 de la Ciudad de Guatemala, la que –de acuerdo con las investigaciones de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala– funcionó como centro de operaciones para muchos de los casos mencionados”. En mayo de 2015 “la Interpol dictó una orden de captura internacional en su contra por su participación en un caso de defraudación aduanera”.
Mendizábal se encargó de entregar copias del video a varios medios de prensa, y eso causó un escándalo internacional. En la novela de Unger, Mario Paredes, de nuevo, un parcial alter ego de un personaje de la vida real, además de distribuir el video, es el encargado de su grabación. Se trata de un intrigante a tiempo completo, uno de los pocos personajes que muestran similar racionalidad en la ficción y en la vida real. (De inmediato acude a la mente la figura de Joseph Fouché, el ministro de Policía de Napoleón Bonaparte).  
No voy a narrar la trama, porque tiene ingredientes sorpresivos, pero la historia verdadera es tan desconcertante, que inclusive trasciende los límites de la ficción. Rosenberg Marzano quiso hallar a los culpables de los asesinatos de Khalil y Marjorie Musa, sin embargo, no buscó en el sitio correcto.
Dos días después del asesinato de Rosenberg, el presidente Colom aceptó referir el caso a La Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). La investigación sobre el caso Rosenberg fue liderada por Carlos Castresana, un ex fiscal y juez español de cuya integridad nadie duda. Y Castresana reveló una incómoda verdad. Khalil Musa, pese a su impecable reputación, había estado comprando artículos de contrabando para su textilera a una banda de criminales. En determinado momento, Musa entró en disputa con la banda, se negó a pagar la mercancía de contrabando, y fue asesinado. La familia Musa se negó a aceptar la versión de la CICIG, pero lo cierto es que doce hombres fueron arrestados por el asesinato de los Musa, y Castresana ofreció buena documentación, apuntalando su denuncia.
De todas maneras, el bombazo periodístico estalló luego, cuando Castresana convocó a una conferencia de prensa y dijo que “ninguna otra persona sino Rosenberg es el responsable por su propia muerte. Él planificó” hasta el último detalle. 
Se trató de un brillante guion cuyo propósito final era lograr la caída del gobierno de Colom. Fue Rosenberg quien pidió ayuda a parientes lejanos de su ex esposa para concretar el plan. El abogado inclusive negoció la manera en que sería asesinado, según el periódico londinense The Guardian. El precio que pagó a sus futuros asesinos fue de 300.000 quetzales, unos 25.000 dólares. Ordenó a uno de sus guardaespaldas que comprara dos teléfonos celulares, y en uno de ellos envió mensajes de texto formulando amenazas de muerte contra sí mismo.  
Una vez quedó concretado el plan, y tras grabar el video donde acusaba al presidente guatemalteco de su asesinato, Rosenberg tomó su bicicleta, y viajó hacia el sitio donde debía ser acribillado a balazos, en la Segunda Avenida. Luego se sentó, con toda paciencia, a esperar a sus asesinos.  
Pero Rosenberg cometió un error imperdonable para una persona que siempre había sido muy meticulosa en sus proyectos, y nunca olvidaba detalles. “No existe una manzana de Ciudad de Guatemala con más cámaras de seguridad que el sitio del asesinato, debido a que está poblado de residentes muy ricos”, dijo The Guardian. El crimen fue registrado por las cámaras desde distintos ángulos. De esa manera se pudo filmar el vehículo Mazda en el cual huyeron los delincuentes. Los asesinos fueron capturados, y luego de varios meses en la cárcel, empezaron a colaborar con las autoridades.
Me gusta la alternativa elegida por Unger en El Manipulador, pues acata todas las reglas de la mejor ficción. La fantasía que envuelve a Rosenweig y su amante Maryam es una bella historia de amor. Es posible que los desdichados amantes puedan reunirse en el más acá, no en el más allá.  Apuesto decididamente a esos finales felices. Soy un devoto de ellos. Tal vez no se correspondan con la realidad, pero dudo que los lectores de una novela puedan digerir la verdad de lo ocurrido.
Simon Granovsky Larsen, un ensayista y experto en cuestiones relacionadas con la violencia política en Guatemala, dijo a The Guardian: “Los crímenes que ocurren” en la nación centroamericana “son impensables en otras partes del mundo, y rivalizan con cualquier thriller político. En los primeros meses, o inclusive años, luego de un crimen político como el de Rosenberg, es difícil saber si se trata de una loca teoría conspirativa. Y ocurre que luego, una de esas locas teorías conspirativas se convierte en verdad. En otras partes del mundo, eso solo puede pertenecer al territorio de la ficción”.  
Solo me queda una duda: ¿retomará alguien el personaje de Rosenberg en una futura narración? Pienso en su orgullo diabólico, en su desesperación, en ese fabuloso complot que ideó para derrocar a un presidente, y supongo que merece entrar en el panteón literario. El periodista de The Man Who Shot Liberty Valance creía con firmeza que cuando en el Oeste la leyenda era mejor que la realidad resultaba ineludible imprimir la leyenda.





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