Mario Szichman
¿Por qué ciertas narrativas crecen fecundas en un
suelo, y otras nunca prosperan, ni siquiera con un buen trasplante? ¿Por qué El buen soldado Schweik de Jaroslav
Hasek es inimaginable fuera de Europa oriental? ¿Es factible un Robinson Crusoe español? ¿Es viable un Buscón inglés?
Cada uno de
los protagonistas mencionados padece un
conflicto insoluble. El buen soldado Schweik
está henchido de ardor patriótico pero ignora quien es dueño de esa patria. No
es lo mismo ser patriota en la patria de uno que patriota en carne ajena. Schweik
es checo, y su país ha sido subyugado por la monarquía austro-húngara. La forma
que tiene el buen soldado de mostrar su lealtad es rehusarse a servir de carne
de cañón en la patria que le ha impuesto el ocupante. Y todas sus aventuras
parten de ese desgarramiento entre lo que es y lo que quieren hacerle creer que
es. Valiente, cargado de enfermedades, varias físicas, una mental (carga
orgulloso los certificados donde se demuestra que es un imbécil) posterga eternamente
su arribo a la línea del frente.
¿Es verosímil transferir Robinson Crusoe a una isla española? Según los historiadores,
Robinson Crusoe es la versión novelada de un auténtico náufrago, Alexander
Selkirk, un marino escocés que pasó cuatro años en una isla desierta. El
naufragio de Selkirk se registró a fines del siglo XVII, cuando esa ocurrencia
era moneda corriente en las principales líneas de navegación del Atlántico.
Muchos españoles fueron víctimas de naufragios. Pero ¿qué convierte a Robinson
Crusoe en una epopeya difícil de imitar en el mundo de habla hispana? Tal vez
su esencia mercantil, poco afín al espíritu español, o quizás su flexibilidad,
secuela de un ímpetu capitalista.
Cada población humana distingue ciertos objetos por
la incidencia que tiene en sus vidas. En los lenguajes Sami, del norte de
Escandinavia, nos informa Peter Trudgill en su excelente trabajo Sociolinguistics,
hay muchas palabras asociadas con el reno. Por su parte, entre los beduinos
árabes, abundan las palabras vinculadas con el camello.
¿Qué harían los anglosajones sin la palabra business? Posiblemente se extinguirían.
Tengo en mi pantalla el diccionario electrónico Oxford. Abro la ventanita de
“business,” y me informa que la palabra se puede traducir como “negocios”, o
“comercio”. Pero cuando se comienzan a analizar las frases hechas que incluyen
“business”, el volumen es abrumador. Si un anglosajón quiere impedir que otro
se entrometa en sus asuntos personales, le dice, “That´s none of your
business”, (eso no es asunto tuyo). A mi perra la saco a pasear para que haga
sus “business”. Cuando el gobierno de Washington debe arrojar por la borda a
una de esas pesadas cargas que son sus secretarios de gabinete, hace creer que
es “business as usual”, que no ha pasado nada.
En nuestros países tenemos los refranes: Antes es la
obligación que la devoción, o Primero el deber, y después el placer. Predomina
el sentimiento estoico, religioso. En Estados Unidos eso se traduce como
“business before pleasure”, negocios antes que el placer.
Y Robinson Crusoe es la primera figura de la
literatura moderna que piensa como un comerciante. ¿Cuál es la esencia del
espíritu mercantil? Que se acomoda a la naturaleza, en vez de enfrentarse a
ella. Así como la naturaleza odia la artritis, el comerciante aborrece todo
aquello que entorpece sus deseos de ganancia. En el mundo del vestuario, un
sucedáneo de la artritis es la armadura. Seguramente un Robinson Crusoe español
nunca se hubiera querido librar de la armadura, aunque no hubiera sobrevivido a
la puesta del sol. (No hay mejor prueba del realismo cervantino que las
maravillosas vicisitudes enfrentadas por el Quijote por su rechazo a prescindir
de algún elemento de su armadura).
Robinson Crusoe cree en el trabajo, y necesita ropajes
cómodos para trabajar. Descubre, a diferencia del conquistador español, que el
oro es totalmente inútil en la isla desierta. Además, Robinson Crusoe es un
personaje práctico, le parece más importante conseguirse una ridícula sombrilla
para protegerse del sol, que ponerse de rodillas y rezar para que Dios lo salve
de los elementos. (El náufrago sólo eleva sus oraciones al señor tras una agotadora
jornada de trabajo).
Es arduo imaginar un Robinson Crusoe español carente
de rígidos brocados, de camisas que concluyen en cuellos envarados, de casacas
que parecen hechas de latón, o de esos guantes de cabritilla que oprimen las
manos y estrangulan los dedos, o de jubones estrechos y de tela tiesa, o de
esas botas de caña entera, o de sus espuelas, o de sus cascos metálicos, o de
su criado.
En cambio, un Robinson Crusoe español demostraría
una moral invencible, capaz de imitar a ese monarca cuyas ropas comenzaron a
incendiarse cerca de la chimenea y prefirió achicharrarse antes que pedir ayuda.
¿Qué haría Robinson Crusoe, el auténtico, al
tropezar con una armadura? Supongo que la fraccionaría y la volvería a
componer. Y eso, por cierto, es lo que ocurrió en las colonias del norte de
América cuando llegaron los primeros peregrinos. También ellos traían armaduras
enteras. Pronto descubrieron que se trataba de pésimos atavíos para enfrentar a
los indios, pues eran muy pesados, por lo tanto, los herreros decidieron
seccionar las armaduras y unir sus partes con argollas. De esa manera, se
hicieron más livianas, se adaptaron mejor al cuerpo, y protegían mejor contra
las flechas. Al mismo tiempo, de cada armadura original podían obtenerse cuatro
o cinco, una técnica más capitalista que feudal.
Y si Robinson Crusoe nunca podría prosperar en suelo
donde se habla el español, uno de los géneros de la literatura española, la
picaresca, muy difícilmente encuentra un sucedáneo en otras lenguas,
especialmente la inglesa.
¿Qué tiene el Buscón que lo hace intransferible a otros idiomas? Bueno, en primer lugar,
sus inagotables juegos de palabras. Don Pablos, el Buscón, al comentar la
supuesta nobleza del bribón de su progenitor, señala, “Dicen que era de muy
buena cepa, y según él bebía es cosa para creer”. El hermano del Buscón, un
ladrón, muere “de unos azotes que le dieron en la cárcel”. Y su madre lo
siente mucho “por ser tal que robaba a todos las voluntades”.
¿Cómo traducir la hambruna que pasan don Pablos y don
Diego Coronel en la casa del licenciado Cabra? El licenciado tiene “las barbas
descoloridas de miedo de la boca vecina, que de pura hambre parecía que
amenazaba a comérselas”. Don Diego Coronel le explica al Buscón que
intenta “persuadir a las tripas que habían comido, porque no lo querían creer”.
¿Cómo explicar en inglés las peripecias del Buscón en la corte de Madrid,
rodeado de pícaros que se hacen pasar por gentilhombres, y deben mentir para
sobrevivir? Uno de ellos enuncia “Jamás se halla verdad en nuestra boca.
Encajamos duques y condes en las conversaciones, unos por amigos, otros por
deudos, y advertimos que los tales señores, o están muertos o muy lejos”.
Inclusive las ropas cumplen una función impensable para Robinson Crusoe. Hay una
genealogía de la vestimenta que se asocia exclusivamente con la sobrevivencia.
“No hay cosa en todos nuestros cuerpos que no haya sido otra cosa y no tenga
historia”, enuncia uno de esos gentilhombres. “Esta ropilla; pues primero fue
gregüescos, nieta de una capa y bisnieta de un capuz, que fue en su principio,
y ahora espera salir para soletas y otras cosas. Los escarpines, primero son
pañizuelos, habiendo sido toallas, y antes camisas, hijas de sábanas; y después
de todo, los aprovechamos para papel, y en el papel escribimos, y después
hacemos de él polvos para resucitar los zapatos, que de incurables, los he
visto hacer revivir con semejantes medicamentos”.
Leyendo reseñas de críticos anglosajones sobre El Buscón, sigo encontrando rechazo,
hasta repugnancia por la falta de moral de Don Pablos. ¿Qué ética puede
encontrarse en un personaje que tiene como progenitores a un ladrón y a una
hechicera? ¿Qué personaje puede ser rescatado en el peregrinaje que emprende
don Pablos desde su hogar hasta la Corte? Y entonces reflexiono nuevamente en
Robinson Crusoe, con su moral flexible, y sus suaves hipocresías –como abominar
del maldito oro, y luego guardárselo en su faltriquera-- y observo a don
Pablos, que es de una sola pieza, acatando las desdichas que le ha tocado
sufrir, sin mentir nunca, sin tratar de disculparse, y mi admiración continúa
intacta. Pienso que si alguien lo enfrentara para reprocharle su actitud, lo
miraría, arrogante y altanero, y le respondería con una frase que suena mucho
mejor en inglés: “That´s none of your business.”
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