domingo, 18 de mayo de 2014

La fascinación del poder


Mario Szichman



Voltaire se hizo amigo de personajes muy poderosos, pero algunos de ellos, tras la admiración inicial por el filósofo, historiador, poeta y narrador, empezaron a odiarlo con enorme intensidad, a raíz de su vitriólico humor. Entre ellos figuraba el rey Federico de Prusia, quien primero invitó a Voltaire a ser funcionario de su corte, y luego, cuando las cosas se pusieron espesas, ordenó su arresto en Francfort, exigiendo que le devolviera un volumen de sus obras. (El arresto se prolongó cinco meses, y las autoridades prusianas también aprovecharon para humillar a la amante de Voltaire). Inclusive circuló el rumor de que el rey ordenó el vapuleo de Voltaire por uno de sus lacayos.
De todos esos incidentes perdura un relato, La diatriba del doctor Akakia, médico del Papa, una parodia de la túrgida filosofía de Pierre Louis Maupertuis, presidente de la Academia de Ciencias de Berlín, y protegido del monarca.
Y La diatriba fue justamente la gota que rebasó el vaso. Es posible que los celos hayan llevado a Voltaire a menospreciar a Maupertuis, o a tratar de desplazarlo a fin de quedarse como único favorito del rey. Pero Voltaire tenía poderosas razones para ese desdén.
        La desgracia de Maupertuis era que propiciaba curiosas teorías sobre el ser humano. En uno de sus tratados propuso disecar los cerebros de los indios de la Patagonia para descubrir la naturaleza del alma. Además, señaló la ventaja de construir una ciudad donde sólo se permitiera hablar el latín, recomendó excavar un pozo que llegara al centro de la tierra, y aconsejó curar enfermedades y preservar la vida durante varios siglos cubriendo a los pacientes con colofonia, una resina natural.
       Voltaire formuló al monarca algunos comentarios sobre las extrañas teorías de Maupertuis. Dicen que Federico de Prusia tuvo un ataque de risa cuando Voltaire se puso a disecar el libro de su rival. Pero luego, empezó a sospechar que Voltaire estaba enunciando la tesis de un panfleto y empezó a preocuparse.
       A ningún poderoso le gusta que un advenedizo cuestione sus nombramientos. Para Federico de Prusia, el ingreso en su corte de un sabio como Maupertuis: matemático, filósofo, y hombre de letras, era algo similar a emplazar una preciada perla en su corona. Y allí estaba el advenedizo de Voltaire burlándose de esa adquisición. Y por añadidura, poniendo en ridículo a quien se había encargado de nombrarlo.
      Voltaire mostró  La diatriba del doctor Akakia a varios allegados al rey de Prusia, los cuales se rieron mucho y elogiaron su contenido. Uno de los allegados al rey de Prusia comentó el panfleto al monarca.
        Federico de Prusia llamó a Voltaire a sus aposentos privados, le reclamó el manuscrito, y le dijo que era mejor quemarlo. Voltaire aceptó la solicitud del rey, pero antes le dijo: “He aquí, su majestad, el inocente condenado a perecer por el bienestar público”. Antes de destruir el manuscrito, el rey pidió a Voltaire que leyera la sátira.
       Biógrafos de Federico de Prusia aseguran que el rey lanzó carcajadas a cada frase, y cubrió a Voltaire de elogios por la sutil ironía del texto.
Una vez finalizada la lectura, se arrojó el manuscrito a una hoguera.
Federico se congratuló de su victoria, y le informó a Maupertuis que se había eliminado el último obstáculo para que pudiera seguir publicando en paz todas sus necedades. Los subordinados de Federico, que tanto celebraron la diatriba, decidieron tras la reacción del rey que el panfleto era abominable y le retiraron el saludo a Voltaire.
Por supuesto, Voltaire se guardó una copia de la sátira. Al cabo de un tiempo la publicó a espaldas del rey, y la ira de Federico fue similar a la de una mujer engañada. La edición de la diatriba fue incinerada por un verdugo en la Plaza de los Gendarmes de Berlín. Voltaire tuvo que examinar el sacrilegio desde la ventana de una mansión cercana. Aseguran que el filósofo dijo en esa ocasión: “Allí se va el alma de Maupertuis, transformada en humo. ¡Y qué humo, tan negro, tan pesado, tan espeso! Al mismo tiempo, ¡que deplorable pérdida de leña!”
DE LOS PODEROSOS
LÍBRANOS SEÑOR
Luego de su experiencia con el rey de Prusia, Voltaire se mostró mucho más cauteloso a la hora de buscar el favor de los monarcas. E hizo muy bien. Si La diatriba del doctor Akakia le causó tantos problemas, no es difícil imaginar los tormentos que hubiera padecido por su Cándido o el optimismo, o Micrómegas, o por su Diccionario Filosófico, donde no deja títere con cabeza.
Pero, cortejar al poderoso es una atracción que seduce a muchos intelectuales. Isaac Babel, el extraordinario narrador ruso de Caballería Roja y Cuentos de Odesa, se hizo amigo de José Stalin, y creyó que la protección del zar de todas las Rusias le garantizaría una larga vida, aunque fue asesinado luego en una de las purgas de la década del treinta.
Por cierto, Stalin es un personaje muy interesante en la literatura soviética, porque él se encargaba de leer manuscritos controversiales de grandes escritores, como los de Vassily Grossman y Mijail Bulgakov, el autor de El maestro y Margarita, y decidir su destino. En esos casos, el líder soviético no mandó directamente al pelotón de fusilamiento a esos escritores. Los condenó simplemente al limbo, prohibiendo que publicaran sus obras.
Y tenemos casos más recientes, como los de la amistad de Gabriel García Márquez  con Fidel Castro, o la de Noam Chomsky con Hugo Chávez. ¿Qué buscan esos intelectuales en los hombres fuertes? Obviamente, no se trata de un diálogo de iguales. Recuerdo un texto que escribió García Márquez sobre Fidel. Y me llamó la atención uno de sus hábitos. Al parecer, durante su gobierno, no pasaba día sin que el líder cubano tomara apuntes, en libretas, en papeles sueltos, de toda clase de episodios. Ignoro qué se hizo con todos esos papeles, si Fidel los usó como referencias en sus libros, pero dudo que ese sea el método de un intelectual. Más bien habla de una mente desordenada. También dudo que García Márquez le criticara a Fidel esos hábitos tan atropellados.
Quizás el único galardón que puede obtener un intelectual es ser repudiado por los poderosos. Muchos años después de su muerte, Voltaire concitó las iras de Napoleón Bonaparte.
Alfonse de Lamartine cuenta que durante 15 años, Napoleón “pagó a escritores para que degradaran, dañaran y negaran el genio de Voltaire. Él odiaba su nombre. Creía que mientras los hombres exaltaran el recuerdo de Voltaire, su posición” como emperador de los franceses “no estaría segura”.
Voltaire hizo bien en cortar lazos con los mandamases. El desdén que recibió de los autócratas es el mejor indicio de que marchó por la buena senda.






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