miércoles, 21 de mayo de 2014

La policía de la virtud


  Mario Szichman


Diane Ravitch informó en su libro The Language Police[i] que en algunas partes de Estados Unidos las autoridades escolares se mostraron reacias a incluir en un libro infantil la famosa fábula de Esopo El zorro y el cuervo. En la fábula, el zorro espía al cuervo (en realidad, es una cuerva), quien está comiendo un trozo de queso. El zorro elogia al ave, dice que tiene una bella voz, y cuando la cuerva abre el pico para cantar, el trozo de queso cae al suelo, y el zorro lo devora. Las razones para alterar porciones de la  fábula destinada al libro infantil eran obvias. Al menos para el panel de censores imbuidos de la doctrina de los politically correct, esos seres que intentan evitar la difusión del mal en el mundo. En primer lugar, el zorro, un hombre, exhibía inteligencia y astucia. La cuerva, como buena mujer, era vana y tonta, y se hallaba demasiado preocupada por su apariencia. Para atenuar los prejuicios, el comité de selección recomendó cambiar el sexo de los protagonistas. En vez de zorro y cuerva, habría zorra y cuerva. Al final, se invertían los papeles, y la cuerva se encargaba de exaltar la vanidad de la zorra. Se ignora con qué fines, pues la cuerva estaba encargada de devorar el queso. Ahora, los niños norteamericanos leen la fábula feminista de la zorra y la cuerva y muchos de ellos terminan bipolares.

La censura nunca puede evitar el ridículo. Creo que en una ocasión anterior mencioné el tratamiento que el franquismo dio al filme Mogambo, interpretado por Clark Gable y Ava Gardner. La pareja de amantes fue transformada en una pareja de hermanos. Pero la censura no se entrometió con la película. Por lo tanto, los hermanos terminaban en la cama, cometiendo un incesto.

De todas maneras, es difícil encontrar otro país en el mundo donde la mojigatería causa más daño que en Estados Unidos. Y siempre, por la buena causa.

Susan Chira, quien hacía dibujos para manuales escolares, explicó en The New York Times que cesó de aceptar asignaciones tras recibir instrucciones de una editorial. Entre los detalles figuraban las siguientes: El héroe de la historia debía ser un niño hispano, no un wasp. Había que emplazar a dos mellizos negros, un niño y una niña. El inevitable niño oriental debía ser gordo. Estaba también la inevitable aborigen estadounidense. ¿Qué hacer con los blancos? Había que poner al menos a un niño blanco. No, mejor a una niña blanca. Como no se podía olvidar a los discapacitados, la niña blanca había nacido con una malformación congénita, y tenía tres dedos en una mano. Un niño era dueño de un perro setter irlandés. No, era mejor que fuese una perra. ¿Cómo indicar el sexo sin que el comité de aprobación pusiera el grito en el cielo? Sólo faltaba una persona de la tercera edad. Pero en realidad, la anciana parecía de la primera edad por la manera en que trotaba por todas partes. En ese momento, la dibujante estalló y mandó a sus empleadores a lavarse el paltó.

En la actualidad, las universidades norteamericanas enfrentan una nueva ofensiva de los “politically correct.” En esta ocasión, la intención es impedir que la realidad se entrometa en la vida de los alumnos.

En una época, las buenas conciencias censuraban directamente famosas novelas. Pero ahora, la policía de las buenas costumbres exige que ciertos textos vengan con “trigger warnings,” destinados a alertar al estudiante sobre el contenido del material que se disponen a leer. Al parecer, hay libros que pueden afectar el bienestar espiritual. Algunos estudiantes han expresado su temor de que leer una novela “fuerte” podría causar síntomas de trastorno de estrés postraumático, en víctimas de violación o en veteranos de guerra.  

Las advertencias de que un material puede afectar las emociones, “tienen sus raíces ideológicas en el pensamiento feminista”, dijo The New York Times. Tal vez el lugar donde la cautela ha conquistado mayor cantidad de adeptos es en la universidad de California, en la localidad de Santa Bárbara. Allí, el cuerpo estudiantil ha exigido medidas de protección. Pero han existido gestiones similares en el Oberlin College, y en las universidades de Michigan, en Rutgers, y en la George Washington.  

Este año se registró una gran conmoción en el Wellesley College luego de que la institución emplazó la escultura de tamaño natural de un hombre en ropa interior. Centenares de estudiantes firmaron una petición exigiendo que la ofensiva estatua fuera quitada del campus. Un estudiante dijo en The Huffington Post que se trataba de una escultura peligrosa. Firmantes de una petición mencionaron su preocupación de que podría “provocar recuerdos de ataques sexuales entre algunos de los estudiantes”. (¿Por qué no extender la prohibición a la ropa de gimnasia? ¿En qué se diferencia de la usada por futbolistas y basquetbolistas?)

En marzo pasado, en la universidad de California en Santa Barbara, manifestantes enemigos del aborto realizaron una marcha exhibiendo pancartas de fetos abortados. Una profesora especializada en estudios feministas y que se hallaba embarazada en ese momento, señaló que esas pancartas habían afectado su balance espiritual, al punto que agredió a algunos de los manifestantes, y rompió las pancartas. La mujer fue arrestada por vandalismo, agresión y robo. Más de mil estudiantes salieron en su defensa, y firmaron una petición reclamando su libertad.

Entre tanto, en el Oberlin College de Ohio, se hizo circular una propuesta pidiendo a profesores que denuncien cualquier tema capaz de “perturbar el aprendizaje de un alumno” o “causar trauma”. Eso incluye todo aquello que sugiera la inferioridad de un transexual, o de un discapacitado que se desplaza en silla de ruedas.  

La guía recomendaba a los estudiantes mantenerse alertas ante “temas de privilegio u opresión” tales como el racismo, el clasismo, el sexismo, o el heterosexismo. Y daba como ejemplo la novela Things Fall Apart, de Chinua Achebe. La novela transcurre en la Nigeria colonial. Y si bien la narración es considerada “un triunfo de la literatura que todos deberían leer” , al mismo tiempo, podría afectar a lectores “aquejados de racismo, colonialismo, persecución religiosa, violencia, suicidio” u otras plagas.  



EL ZOOLÓGICO DE CRISTAL



Cuando en Estados Unidos una persona tiene un problema físico o mental, decir que está physically (o mentally) handicappedes considerado políticamente incorrecto. (Las traducciones serían físicamente disminuido o mentalmente inhabilitado).

Es preferible señalar que esos seres están “physically (o mentally) challenged.” Challenged es políticamente correcto, pues es más suave aludir a una discapacidad que a una invalidez. Por supuesto, muchos críticos se han burlado de esas etiquetas. Recuerdo que uno de ellos calificó a los impotentes como “vertically challenged,” discapacitados en su verticalidad.

Obviamente, una vez que se sueltan las furias de la corrección política, no hay títere que pueda retener la cabeza. En la universidad de Rutgers, un estudiante propuso alertar a sus compañeros sobre los peligros de leer El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, debido a que algunas escenas “exhiben violencia cruenta y misógina”. También Las aventuras de Huckleberry Finn, la obra maestra de Mark Twain, necesita una nota de precaución, pues el escritor usaba palabras racistas como “nigger.” Y eso sin mencionar la procacidad de las leyendas griegas, repletas de imágenes sexuales, o a Shakespeare, quien en El mercader de Venecia muestra al judío Shylock como un usurero, o a Virginia Woolf, que en “Mrs. Dalloway” trata el tema del suicidio.

Lisa Hajjar, una profesora de sociología en la universidad de California, dijo que esa clase de advertencias “son enemigas de la libertad académica”. La profesora usa en ocasiones gráficas descripciones de torturas en sus cursos sobre conflictos bélicos.

Greg Lukianoff, presidente de la Fundación por la Defensa de los Derechos Individuales en la Educación, dijo al New York Times que  esa policía de la virtud sólo consigue entorpecer la enseñanza. “Cada vez va a ser más difícil hablar de temas serios e incómodos”, dijo Lukianoff.

Por supuesto, la necesidad de no ofender a nadie es muy plausible. Pero puede atravesar raudamente el ridículo. Una vez le preguntaron al gran ensayista norteamericano H. L. Mencken por qué seguía viviendo en los Estados Unidos cuando hallaba tan pocas cosas que elogiar. Mencken respondió con otra pregunta, que ha sobrevivido a muchas policías del lenguaje: “¿Por qué los hombres visitan el zoológico?”








[i] Vintage Books, New York, 2004

No hay comentarios:

Publicar un comentario