Mario Szichman
A pesar de que era
graduado de una universidad, hablaba por el costado de la boca, como los
rufianes y los enforcers de la mafia.
Lo aburrían novelistas policiales de la calidad de Raymond Chandler o Dashiell
Hammett (La llave de cristal, de
Hammett, atrajo su atención durante escasas veinte páginas) y sus mentores eran
semianalfabetos guionistas de cine, como Vincent Lawrence. Pero James Cain, el
autor de El cartero llama dos veces y
Double Indemnity, sabía aprovechar
lecciones que otros narradores hubiesen desechado. Lawrence había elaborado una
teoría capaz de diagnosticar las fallas en cualquier script. Su sistema era conocido como Las normas Lawrence, 1, 2 y 3. Cuando alguien le indicaba a
Lawrence que esas normas eran sospechosamente parecidas a los principios de
arte dramático de Aristóteles, con su comienzo, parte media y final, Lawrence
solía responder: “¿Quién diablos es ese Aristóteles, y a quien le ganó?”
Lawrence tenía también
un concepto que Cain aprovechó al máximo. Lo bautizó The love rack, y dijo que era el motor encargado de propulsar sus
guiones. Love rack podría traducirse
como El potro de tormento del amor. ¿Qué significaba exactamente? Lawrence dejaba
que cada escritor se formara su propia opinión. Para Cain, había en la pasión
erótica una colisión entre el deseo y el dolor. Nadie se enamora de otra
persona impunemente, de manera lánguida o despreocupada. El más mediocre de los
seres es capaz de consumirse en las llamas del amor. Es el único momento de la
vida en que se borra de su existencia la vulgaridad y se siente inmortal. Si no
existiera el sufrimiento previo a la seducción, ni a Shakespeare se le habría
ocurrido describir el romance entre Romeo y Julieta.
En apenas siete años, entre 1934 y 1941, Cain usó la fórmula del love rack para escribir cuatro novelas
que se siguen reeditando puntualmente en Estados Unidos: The Postman Always Rings Twice (1934), Double Indemnity (1936), Serenade
(1937) y Mildred Pierce (1941). Las
cuatro fueron llevadas al cine, y excepto Serenade,
se convirtieron en clásicos de Hollywood. No sólo por sus intérpretes: John
Garfield y Lana Turner en The Postman,
Fred McMurray y Barbara Stanwyck en Double
Indemnity, y Joan Crawford y Zachary Scott en Mildred Pierce (uno de los guionistas fue William Faulkner) sino
porque Cain devolvió al cine aquello que previamente le había pedido prestado.
LA SUMA DE NINGUNA PARTE
Albert Camus admitió que El
cartero llama dos veces había sido su modelo para El extranjero. Pero Cain nunca le prestó mucho atención a la
literatura. Lo fascinaba en cambio el cine, especialmente el alemán, previo a
la segunda guerra mundial, y el filme
noir, su directo sucesor. Si alguien desea saber de donde sacó Cain sus ideas
y las plasmó en imágenes, es suficiente revisar filmes de Fritz Lang como “M”, El
vampiro de Dusseldorf, o La trilogía
del doctor Mabuse, y pasar luego a las llamadas B–movies de Hollywood
dirigidas por Howard Hawks, John Huston, o William Wellman.
Es curioso que el cine alemán previo a la segunda guerra mundial (concretamente
el expresionismo vinculado a la productora Ufa) tuviese tanta influencia en
Estados Unidos, pero había una poderosa razón económica: lo barato de su
realización. Muchos críticos de cine norteamericanos han creado toda una
industria subsidiaria en California dando cursos sobre esas películas, y sobre
sus asequibles métodos de filmación. A excepción de las lujosas producciones de
Otto Preminger (Laura) o de Michael
Curtiz (Casablanca), esas películas
gastaban muy poco en decorados, en escenarios, e inclusive en actores o
actrices. Por cada Barbara Stanwyck o Bette Davis, había 10 Linda Darnell o
Jane Russell, por cada Humphrey Bogart o James Cagney, 20 Dana Andrews, John
Garfield o Victor Mature.
El crítico Luc Santé
dijo que Cain absorbió como nadie el clima de las películas policiales donde el
acento pasaba del investigador al asesino o a la asesina. Nadie va a encontrar
mucha belleza en las descripciones de The
Postman Always Rings Twice o de Double
Indemnity, pero sí una precisión en el detalle y un diálogo imposible de
olvidar. Esas dos novelas de Cain no se leen, se devoran. Como señalaba un blurb de The Saturday Review, “nadie ha cesado de leer en la mitad de una
novela de Jim Cain”.
También el setting de California contribuyó a dar
una dimensión muy especial a esas novelas. En cierta ocasión, Cain señaló que
si hubiera escrito la historia de un vagabundo que llega a un café en las
afueras de Washington, nadie hubiera prestado atención a su prosa. Pero
California convoca imágenes de espacios interminables y de pasiones tan
interminables como esos espacios. Al mismo tiempo, la precariedad reina
soberana. Uno puede tener amigos y familiares durante décadas en Nueva York, o
en las grandes urbes del este, inclusive en San Francisco. Pero en Los Angeles,
y en otras ciudades del sur de California, todo es transitorio. Por lo tanto,
los encuentros casuales suelen traer secuelas imposibles de imaginar.
Si se revisa la trama de The Postman y de Double Indemnity se verá que son bastantes similares. Ambas están
narradas en primera persona. En la primera, un drifter se enamora de la esposa del dueño de un café, y ambos
planean el asesinato del marido. (El comienzo ya es clásico: “They
threw me off the hay truck about noon…” Me arrojaron del camión que transportaba heno alrededor del mediodía…) En Double Indemnity, un agente de seguros
queda prendado de la esposa de un contratista, y ambos, nuevamente, deciden
librarse del cónyuge. También en esta novela, el comienzo es difícil de
olvidar. El agente de seguros decide visitar un cliente, al que debe renovarle
el seguro del carro, y es de esa manera “How
I came to this House of Death, that you´ve been reading about in the papers.”
Y fue así como llegué a esa Casa de Muerte, de la cual ustedes han estado
leyendo en los diarios.
Santé dice que la narrativa policial
tradicional, y eso incluye a grandes autores como Hammett o Chandler, no puede
librarse de sus elementos de embellecimiento literario. Hay una famosa escena
en The Big Sleep donde el detective
Philippe Marlowe visita a un cliente que pasa la mayor parte de sus días en un
invernadero, rodeado de orquídeas. Marlowe piensa que las orquídeas tienen la
textura de la carne humana, y el dulzón aroma de la podredumbre. La imagen es
bella, pero se hace rápidamente empalagosa. A Cain nunca lo hubieran
sorprendido en una frase como esa. O en la mecánica del suspenso. Sus
personajes viven siempre al borde del abismo, y con una intensidad difícil de
soportar. Son seres ordinarios a quienes el crimen transforma en personajes
extraordinarios. Es interesante que todos ellos son producto de las
convenciones del género cinematográfico, y poseen el rostro de Peter Lorre, o
de Conrad Veidt, o de cualquier otro intérprete escasamente convencional. The love rack, el potro de tormento del
amor, los lleva a planear crímenes perfectos que se convierten en perfectas
trampas para terminar en la silla eléctrica.
Santé dice que
siguiendo las definiciones estándar, la narrativa de Cain, al menos en sus dos
obras maestras, no ingresa en la categoría de novelas. Son muy cortas
(alrededor de 35.000 palabras cada una) y cada uno de sus capítulos parece
tener la estructura de un fade to black,
el fundido en negro de un filme. El ensayista propone otra definición: esas
novelas serían “poemas en prosa alucinados tras la lectura de un potboiler”, esas obras mediocres
escritas con el único propópsito de ganar dinero.
Pero Cain tenía una
idea más precisa de sus logros. Al comentar Mildred
Pierce, dijo que la narrativa es simplemente la descripción de un fracaso, “y
si en algunas ocasiones un sueño se hace realidad, rápidamente advertimos que
es lo peor que nos podría haber ocurrido”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario