Mario Szichman
“¿Puede el río generar nuevas
aguas diferentes a las transcurridas/
o es apenas un disco roto que
gira sin parar?”
Laura Cracco
“The
Founding of New Societies,” [i]
un ensayo sociológico compilado por Louis Hartz, es un buen análisis del modo
en que el viejo mundo creó y distorsionó al nuevo. La idea de Hartz es que
existe en toda creación histórica una mutación, un retorno a las raíces, y un
congelamiento de su devenir.
La América Latina que se independiza de
una sociedad feudal como la española marcha en una dirección. La América del
Norte independizada de una Inglaterra inmersa en la revolución industrial
avanza en otra. Cada fragmento del nuevo mundo, dice Hartz, refleja una fase de
la revolución europea, junto con “el inmovilismo de la fragmentación”.
RECUERDOS DEL
FUTURO
Una refrescante aproximación
a ese concepto está presente en varios textos publicados o presentados en
ponencias por la profesora Carmen Virginia Carrillo. Al analizar la obra de poetisas
venezolanas como Miyó Vestrini, Márgara Russoto, Carmen León Ferro, o Laura
Cracco, (Ver: http://lapalabreradecv.blogspot.com/2013/11/mustia-memoria-de-laura-cracco-el.html),
la ensayista señala que esas creadoras han encontrado en el desarraigo su voz
más auténtica y perdurable. Esos seres extraños en tierra extraña muestran en
algunos de los poemas analizados, dice la profesora Carrillo, que “El emigrante
vive en el afuera y su condición es el tránsito. Si bien anhela regresar, en el
fondo reconoce la imposibilidad del deseo, pues el lugar del origen ya no es el
mismo”.
Cada comunidad intenta reaccionar de manera
diferente en el nuevo país. Se puede observar en los periódicos que publica, en
las librerías que frecuenta, en las celebraciones donde exhibe su orgullo.
Pero, en todos los casos, hay una cierta nostalgia que puede llegar a ser muy
deprimente. Se puede observar, por ejemplo, en los objetos que preserva, en su
música.
Sin importar el lugar de donde provienen,
esos seres transplantados son como capas geológicas de una historia que ha
dejado de transcurrir en el nuevo suelo. Y eso depende de la época en que han
llegado a una ciudad. Sus proyectos marcan el momento en que abandonaron sus
países, en que coagularon su indagación.
En ocasiones, recibo el boletín de una
librería muy bien surtida de Manhattan. Los títulos en inglés se mantienen al
día, y se esfuman con la misma regularidad con que aparecen, pues la industria
editorial norteamericana necesita cada quince o veinte días vaciar las
estanterías y llenarlas con novedades. Pero los títulos en español tienen la
persistencia de la memoria, aluden a un pasado que resulta incomprensible para
quienes siguen viviendo en los países de origen. Inclusive se puede identificar
a los libreros por sus peinados de época y por sus preferencias bibliográficas.
Si un uruguayo abandonó el país en la época de José María Bordaberre, a
comienzos de la década del setenta, sigue teniendo en sus anaqueles Las venas abiertas de América Latina, y
la narrativa de Carlos Martínez Moreno (obviamente la de Juan Carlos Onetti).
Un peruano de la misma época atesora los textos de Mariátegui, y un chileno,
los ensayos de Martha Harnecker. Sin importar el origen, todos los libros tienen
la consistencia del hojaldre. Están mal encuadernados, pésimamente impresos, y
cada una de sus páginas porta la mácula de un papel oscurecido y crepitante
manchado por el ácido. Paso por alto las tertulias, que recuerdan a las
sesiones de espiritismo, donde se convoca no tanto a los antepasados como a los
fantasmas de los participantes, cuando eran jóvenes y tenían todo un futuro por
delante, y regreso a algo más vital, al texto de la profesora Carrillo.
La extranjería, nos dice, al aludir a las poetas
estudiadas, “es percibida como condición irrenunciable. El extranjero vive en
una perenne y fallida búsqueda de una patria que pueda considerar como suya,
sin embargo, no logra la conciliación en
un mundo que le es ajeno, y vive en la incertidumbre de no reconocerse en los espacios, en la lengua, en las costumbre
y en las cosas”. Aquellos encargados de trasplantar las ideas de una vieja
sociedad al nuevo mundo tienen dos problemas: crear una historia con los restos
marchitos de cosechas extrañas, y acudir a un pasado que frena su evolución.
Los emigrados parten de cero, la historia cesa de transcurrir. Aterrados por la
incertidumbre de lo nuevo, los futuros colonizadores se aferran a lo perdido, a
un pasado muy diferente al que abandonaron.
El pasado de aquel que emigra a otras
tierras no se despliega del mismo modo que el pasado de quien permaneció en el
lugar y verifica que lo pretérito ha evolucionado como el porvenir. Nuevos
textos aparecen divulgando sus diversas, contradictorias facetas. Al avanzar en
la tierra de origen, la historia permite reconfigurar partes de lo antiguo.
Seres invisibles empiezan a hacerse visibles. El cambio en las maneras de ver
el pasado es muy perceptible en algunos países. Uno de los propósitos de las
clases gobernantes es privilegiar a sus elites, y denigrar u olvidar a otras.
Pero, con la movilidad social, cambia el contenido de esas clases. Allí está el
caso de Estados Unidos. Cada diez o quince años son descubiertas minorías que
eran invisibles para los padres fundadores. En ocasiones, les diseñan blasones.
También se crean meses en que todos deben sentirse orgullosos de algo.
Talleyrand dijo de los aristócratas que
huyeron de Francia tras la revolución y retornaron luego de la caída de
Napoleón: “No han aprendido nada, y nada han olvidado”. ¿Y cómo podía ser de
otra manera? ¿Qué ser humano se acostumbra a vivir en un mundo que conoció en
su infancia y el cual ha sido alterado hasta hacerse irreconocible?
[i]
Se trata de una antología de historia comparativa que cuenta, además, con
excelentes textos de historiadores como Kenneth D. McRae, Richard M. Morse,
Richard Rosencrance y Leonard M. Thompson. (Harcourt Brace Jovanovich, Nueva
York, 1964).
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