Mario
Szichman
Baruch
Spinoza era "el más noble, y
el más
querido de los grandes filósofos.
Tal vez era superado por otros a nivel
intelectual, pero a nivel ético, es supremo".
Bertrand
Russell
Es difícil encontrar en toda la historia
de la filosofía un texto como el Tratado
Teológico Político de Baruch Spinoza. El mayor pecado de Spinoza, para sus
nutridos enemigos, fue considerar la Biblia no un texto sagrado, sino un
documento secular, un libro de historia. Y lo peor del caso, repleto de
contradicciones y en ocasiones, vastamente ilógico.
Spinoza conocía los riesgos que corría
con ese ensayo. El tratado fue publicado sin nombre del autor en Amsterdam, en 1670. Para evitar represalias contra el
filósofo y la casa editorial, en la portada original se identificó la ciudad de
publicación como Hamburgo, y al editor como Henricus Kunraht. A pesar de
que Spinoza escribió el tratado en latin, pronto fue traducido a las
principales lenguas europeas, y causó un escándalo tan grande que los rabinos judíos censuraron
a Spinoza. Según señala Bertrand Russell, los cristianos odiaron a Spinoza de
manera tan ecuánime como los judíos. El filósofo Leibnitz, “quien tanto le
debía, ocultó su deuda, y nunca dijo una palabra en su favor”. Cuando Spinoza
comenzó a expresar sus dudas sobre la Biblia en el seno de la comunidad judía
holandesa, le ofrecieron mil florines anuales para que encubriera sus
objeciones. Tras negarse a aceptar el soborno, se lo intentó asesinar. Excluido
de su comunidad, Spinoza se ganó la vida puliendo cristales y murió a los 43
años de edad, víctima de silicosis. El polvo de vidrio le destruyó los
pulmones.
Volney decía que el verdadero progreso
surgió el día en que la duda se hizo “examinadora” y las reglas objetivas fraguaron
de manera paulatina la forma de escoger entre la verdad y la falsedad.
Spinoza decía que “si los hombres fuesen
capaces de regirse de modo constante por una regla preconcebida, y si la
fortuna los favoreciese con persistencia, su alma estaría libre de
supersticiones”. En épocas de prosperidad, hasta los más ignorantes se jactan
de su sabiduría, pero apenas son acosados por la adversidad, “piden consejo a
cualquiera, y lo siguen ciegamente, por absurdo, frívolo o irracional” que sea
el consejo.
Para Spinoza, los tontos consideran que
Dios detesta a los sabios y que impuso la ley “no en nuestro espíritu, sino en
las fibras de los animales. El idiota, el loco, el ave, son los seres que”,
según los tontos, “anima con su aliento las revelaciones del porvenir”. El
filósofo concluía que “la verdadera causa de superstición, es el temor. La
superstición entra en el corazón humano precedida por el miedo”.
El tímido Spinoza tenía el corazón de un
león al defender sus convicciones. Decía que la religión de su época había
entrado en un cono de sombra pues sólo quedaba de ella: “El culto exterior, que
más que homenaje a Dios es adulación, pues ha transformado la fe en prejuicios
y credulidades”.
Ya por ese sólo prólogo la Inquisición
española hubiera condenado a Spinoza dos veces a la hoguera. Pero ese era
apenas el aperitivo. La intención de su Tratado Teológico Político era hacer un
nuevo examen de las Sagradas Escrituras “y llevarlo a cabo con espíritu libre y
sin prejuicios”.
Acatando ese propósito, Spinoza analizó
las Sagradas Escrituras usando las herramientas de la crítica filológica e
histórica. (El gran historiador francés Marc Bloch considera El Tratado Teológico Político una de las
obras maestras de la crítica en esas dos disciplinas).
LA BIBLIA: A WORK IN PROGRESS
Spinoza dice que la Biblia es una obra inacabada,
en incesante estado de construcción. Ni el propio Dios fue capaz de darle un
estilo coherente. (También Jehová hubiera necesitado un buen editor). Por
ejemplo, las profecías “han variado no solamente según la imaginación de cada
profeta y el temperamento especial de su cuerpo, sino también según las
particulares opiniones que cada uno profesaba”.
El
profeta que poseía un ánimo alegre sólo profetizaba victorias, paz “y todo lo que
conduce al hombre a la alegría”. En cambio, si el profeta tenía un ánimo
lúgubre, pronosticaba guerras, suplicios, y todo género de desgracias. Y de ese
modo, la revelación se acomodaba al ánimo de cada augur. También el estilo
variaba. El profeta que residía en zonas rurales usaba en sus metáforas bueyes
y vacas, si era guerrero, mencionaba generales y ejércitos, “si era un
cortesano, citaba tronos”.
El corolario de todo ello, decía Spinoza,
era que “Dios carece de un estilo particular. De acuerdo al grado de
instrucción y al alcance del profeta a quien inspira (Dios) puede ser elegante o grosero, lacónico o prolijo,
severo o ambiguo”.
Pero si esos conceptos eran inquietantes,
la idea que tenía Spinoza de los milagros era totalmente subversiva. El filósofo
decía que los milagros no eran resultado de la voluntad divina, sino de la
ignorancia humana. Cualquier evento que parece contravenir las leyes de la
naturaleza, es simplemente un evento natural cuyas causas no han sido bien
comprendidas. “La naturaleza de Dios y su existencia”, dice Spinoza, “no puede
ser conocida de los milagros. Es mejor percibida gracias al orden fijo e
inmutable de la naturaleza”. Muchos de los presuntos milagros descriptos en las
Sagradas Escrituras, señala Spinoza, “y que son considerados verdaderos, son en
realidad eventos simbólicos e imaginarios”. Cuando por ejemplo en un pasaje de
la Biblia se dice que “Dios abrió las ventanas del cielo, la intención”, señala
Spinoza, “era señalar que había llovido de manera copiosa”.
La descripción que hace Spinoza de los
milagros sugiere que el Antiguo Testamento fue el primer manifiesto populista
de la historia, y se adelantó en centenares de años a toda Revolución Bonita.
El filósofo dice que los narradores bíblicos, en vez de explicar las cosas “por
sus causas próximas”, las presentaban en un estilo capaz de “excitar la
devoción de los hombres”. Es por eso que “hablan con cierta ambigüedad de Dios
y de otras cosas, pues no desean persuadir a la razón, sino sobrecoger la
imaginación”.
En su intento de reemplazar la
superstición por la razón, el Tratado
Teológico Político es uno de los mayores logros de la ciencia histórica
moderna. Escrito en un estilo claro, en un lenguaje cautivante, preciso,
suavemente irónico, Spinoza hizo por la filosofía lo que Voltaire hizo por la
historia. Demolió el ocultismo y la superchería de los poderosos que intentan
mantener a los pueblos en la ignorancia y en la pobreza. El arsenal intelectual
proporcionado por Spinoza, su crítica de las fuentes, la confrontación de los
testimonios, el análisis filológico, la duda metódica, han ayudado a liberar
muchas mentes. Con más pensadores de su talla, habría más honestidad, y menos
comandantes galácticos ensombreciendo el destino de los pueblos.
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