Saúl Sosnowski es
autor de libros seminales como Borges y
la cábala; Julio Cortázar: una
búsqueda mítica, y La orilla inminente: escritores judíos-argentinos.
También es coautor con Leonardo Senkman de
Fascismo y nazismo en las letras argentinas, de más de 80 artículos
publicados en revistas y volúmenes colectivos, y editor o co-editor de más de
15 libros, varios sobre la represión de la cultura bajo las últimas dictaduras
en el Cono Sur. Es profesor de de Literatura y Cultura Latinoamericana de la
Universidad de Maryland, College Park; dirigió el Centro de Estudios
Latinoamericanos, que fundó en 1989, hasta 2008, y desde 2000 es el Vicerrector
para Asuntos Internacionales. Además, dirige Hispamérica, una revista bastante excepcional en las letras
latinoamericanas por su difusión internacional, y porque en un continente en el
que ni siquiera las universidades o grupos de raigambre literaria logran
persistir en sus esfuerzos, esa
publicación ya está en su 42º año de divulgación consecutiva.
En fecha reciente
conversamos con Sosnowski en Nueva York, parte de un diálogo que iniciamos en
Buenos Aires en 1971, aún antes de que saliera el primer número de Hispamérica, y que se ha prolongado a lo
largo de las décadas en Caracas y en Washington. El diálogo no ha sido
constante, pero siempre he sabido dónde encontrar a Saúl, y él a mí, en
momentos de intensa alegría o de enorme tribulación.
He aquí parte de la
entrevista:
Mario Szichman: Han
pasado cuarenta y dos años desde la fundación de Hispamérica. Esa no parece una aventura literaria sino un proyecto
de vida.
Saúl
Sosnowski: Es posible. Decidí empezar con Hispamérica
cuando estaba en el primer año como profesor de literatura latinoamericana en
la universidad de Maryland, en 1971. Me pareció que las revistas académicas que
circulaban muchas veces se limitaban a reunir un núcleo de ensayos entre dos
tapas. No desvalorizo ni desmerezco ese tipo de publicación, pero a mí me interesaba
hacer una revista donde los lectores pudieran reconocer los diferentes estadios
por los cuales pasa la producción literaria.
MS:
¿Cuál era tu idea original?
SS:
Me interesaba publicar poesía, ficción, teatro. Tanto de los consagrados como
de aquellos que recién estaban comenzando o empezaban a ser reconocidos. Y
quería que los escritores hablaran sobre su propio modo de producir. Es por eso
que en la revista, además de ensayos y notas bibliográficas y reseñas hay
entrevistas con escritores, y una sección llamada taller. Ahora acabo de
publicar el volumen 42 de la revista. Hay 125 números impresos.
MS:
En cuarenta y dos años, hay una legión de escritores que pasaron de
desconocidos a reconocidos, otros que nunca fueron reconocidos y muchos
consagrados que ya no están más entre nosotros. ¿Cómo percibes esa pléyade a
través del prisma de Hispamérica?
SS:
La tarea es compleja. Por ejemplo, entrevisté a Manuel Puig cuando recién
estaba ingresando al mundo académico estadounidense, en 1973. También
entrevisté para Hispamérica a Jorge Luis Borges, a Julio Cortázar, a Carlos
Fuentes, a José Donoso, a Augusto Roa Bastos. En el número 75, cuando
celebramos el 25 aniversario de Hispamérica
le hicimos una entrevista a Adolfo Bioy Casares.
MS:
¿Qué observas entre el primer número de Hispamérica
y el actual?
SS:
Podría hablarte primero de su difusión. La revista está distribuida en todos
los centros de estudios literarios latinoamericanos. Obviamente, la mayor
concentración es en Estados Unidos y en Europa, pero puedes encontrar
ejemplares de Hispamérica en
bibliotecas nacionales, desde Sydney, en Australia, hasta Moscú, en Rusia. Hay
ejemplares de la revista en bibliotecas de China, y en Hong Kong. Eso es muy
gratificante.
MS:
Hispamérica también tiene un perfil
bastante interesante. Generalmente las revistas latinoamericanas se publican en
un país latinoamericano. Y obviamente, el país de publicación marca los
contenidos de esa revista. Por el otro lado, el hecho de que la revista se
publique en Estados Unidos podría obligar a una especie de híbrido. ¿Cómo se
hace para eludir esas tentaciones y peligros?
SS:
Te voy a dar un dato. Soy argentino. Y los primeros 22 números de Hispamérica se imprimieron en Buenos
Aires. A partir del número 23, Hispamérica
se comenzó a imprimir en Estados Unidos. Era la época de la dictadura militar.
Una de las razones era que el linotipista a veces me marcaba, en lápiz, o en
las galeras frases como “Ojo, censura”. Era una manera de avisarme que no era
muy saludable la publicación de algún texto. Como vivía fuera de la Argentina,
ignoraba ciertas peculiaridades de la situación política.
MS:
Era entonces más conveniente observar los peces del otro lado de la pecera.
SS:
Sólo te puedo decir que mi etapa de publicar en la Argentina se acabó hacia
1978 o 1979, en plena dictadura militar. Querría dejar en claro que no soy un
militante de ningún partido, o un exiliado. Me fui de la Argentina en 1964, a
estudiar, y me quedé fuera. Es una aclaración que hago para que no haya
malentendidos. Y también ocurrió otra cosa: publiqué trabajos de personas que
después desaparecieron.
MS:
¿Qué le falta y qué abunda en Hispamérica?
SS:
La revista no tiene números monográficos. En cada número intento presentar la
literatura de diferentes países. Otra cosa que no hago es publicar material
sobre literatura brasileña. Como el nombre de la revista lo indica, me centro
en la América que habla y escribe en español. Si hubiera decidido publicar
literatura en portugués hubiera requerido otro editor, pues no manejo la
literatura en ese idioma. Y también alguien me acusó, y acepto la acusación, de
que hay demasiado material argentino. Es posible, porque sigo vinculado de
diferentes maneras a la Argentina. Mi mayor cantidad de contactos literarios
está allí.
MS:
Aunque no hay números monográficos hay algunos dedicados en buena parte a un
tema en especial.
SS:
Sí, suelo pedir a expertos que trabajen temas como la poesía o la literatura en
diferentes países. Por ejemplo, uno de los números de Hispamérica estuvo dedicado a la narrativa uruguaya. Y en el número
125 hay un nutrido material sobre la narrativa joven en Ecuador. Se trata de
escritores de menos de 40 años. También hemos publicado selecciones de poesía
venezolana. No hay un solo país de la América hispanohablante, cuya producción
poética o literaria esté ausente de Hispamérica.
MS:
Hispamérica es también una editorial…
SS:
Sí, pero todo lo que se ha publicado es poesía y crítica literaria. No hay
libros de ficción. En total, publicamos cerca de 30 volúmenes. Pero es algo muy
artesanal. El primer volumen salió en 1974. Publicamos alrededor de uno o dos
libros por año.
MS:
A lo largo de los años han aparecido en Hispamérica entrevistas con numerosos
escritores consagrados.
SS:
Sí. Entre ellos figuran Borges y Cortázar, mis dos santos laicos. Entrevisté una
sola vez a Borges, por el tema puntual de Borges
y la cábala, mi primer libro de ensayos. Eso fue en 1975. La entrevista
salió en el número ocho de Hispamérica.
MS:
Tu relación con Cortázar fue mucho más prolongada.
SS:
A Cortázar lo conocí en la universidad de Oklahoma, cuando se hizo un encuentro
para celebrar los primeros diez años de Rayuela.
Hice mi tesis doctoral sobre Cortázar. Luego se publicó como libro, se titula Julio Cortázar: una búsqueda mítica. Seguí
escribiendo mucho sobre Cortázar, hice los prólogos a su obra crítica.
MS:
Leí en Hispamérica un diálogo muy
interesante con Adolfo Bioy Casares.
SS:
Lo entrevisté en Washington. Habló sobre su propia obra, y sobre su amistad con
Borges. Bioy Casares fue muy generoso conmigo. Cuando yo era un joven de 26 años,
lo fui a ver a su casa, a Posadas 1650, y le dije que pensaba hacer una
revista. Le pedí un cuento inédito. Y me
lo dio. Imaginate, él no sabía con quien estaba hablando. La revista era
solamente una idea. Y no había garantía que alguna vez fuese publicada. Y sin
embargo, me dio su cuento para el primer número de Hispamérica. Conservo el original, con sus correcciones a mano.
MS:
Hay otra entrevista que siempre me llamó la atención: la que le hiciste a
Manuel Puig.
SS:
Fue la primera entrevista que publiqué en Hispamérica,
en 1973. Se la hice en un jardín de la universidad de Maryland. Y por supuesto,
antes de publicarla, se la mandé para que la corrigiera. Por cierto, las
correcciones son muy interesantes. Puig estaba muy consciente de la proyección
de su persona. Es otro de los escritores que recuerdo por su enorme
generosidad. Nos mantuvimos en contacto durante muchos años. También cuando
estaba exiliado. Recuerdo que me llamó en una ocasión por teléfono, cuando
estaban quemando sus libros en Buenos Aires. Nunca pretendió pasar por lo que
no era. Estaba muy consciente que su mundo no era el literario sino el
cinematográfico. No tenía por qué pretender poseer una cultura literaria. Sabía
mucho más de cine que de literatura.
MS:
Leí numerosos trabajos en Hispamérica
sobre lo ocurrido con intelectuales en diferentes dictaduras de América Latina.
Parecería ser una de tus obsesiones principales.
SS:
Por cierto, hay algo que querría destacar. Cuando la revista llevaba
veinticinco o treinta años, un académico hizo un análisis en una universidad
suiza, de los contenidos de Hispamérica,
y me preguntó si yo estaba consciente de un tema dominante, que aparecía tanto
en ficción, como en poesía Le dije que no. Y la persona me dijo que había una
constante: la defensa de los derechos humanos. Me resultó muy gratificante.
MS:
¿De donde viene el nombre de Hispamérica?
SS:
En realidad, es en cierto modo un homenaje a Cortázar. El hablaba del idioma
hispamericano. Excepto que lo hacía sin hache, y con k. A mí la k no me gusta,
porque es nazi. Pero le puse Hispamérica
por otra razón: porque del nombre estaba ausente la sílaba “no”. En América
Latina cometemos un exceso con la palabra “no”.
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