Nota Editorial:
En octubre del próximo año la editorial austríaca Mandelbaum publicará en alemán una
antología de autores judeo-argentinos cuya edición está a cargo de la profesora
Erna Pfeiffer. Novelistas, cuentistas y poetas como Alicia Steimberg, Luisa
Futoransky
Mario
Goloboff, Mario Satz, Diana Raznovich, Perla Suez, Sergio Chejfec y Ana María
Shua participan en la antología.
Erna Pfeiffer es profesora titular de Literatura Hispánica en el
Departamento de Filología Románica de la Universidad “Karl Franzens” de Graz.
Entre sus numerosos libros figuran: Estructura
literaria y referencia a la realidad en la novela de la violencia colombiana; EntreVistas: Diez escritoras mexicanas
desde bastidores; Aves de paso.
Autores latinoamericanos entre exilio y transculturación (1970-2002) y Alicia Kozameh: Ética, estética, y las
acrobacias de la palabra escrita. Ha publicado, además, más de cien artículos en revistas y libros.
En abril, la profesora Pfeiffer me entrevistó en Nueva York,
como parte de su proyecto, que incluye un fragmento de la novela A las 20:25 la señora pasó a la
inmortalidad.
A continuación, la entrevista que me hizo la profesora Erna Pfriffer
Erna Pfeiffer: En tus comienzos como escritor estabas ligado de una manera
muy estrecha a la historia legendaria de los Pechof, que era, por decirlo de
alguna manera, casi una continuación de una tradición que viene de Alberto
Gerchunoff en Los gauchos judíos. Cuando
le diste el título Los judíos del mar
dulce a tu segundo tomo, ¿no existía ese peligro de que tus libros fueran
leídos solamente, o ante el fondo de aquel subtexto, casi de manera folclórica?
Mario Szichman: Fue un riesgo, pues limitaba el público potencial. A mí me
fascina la parodia; se puede practicar con gran economía de medios. Fíjate que
en las mejores parodias es mínima la diferencia entre el original y la copia.
Pienso por ejemplo en esa maravillosa película de Mel Brooks que es Young Frankestein. Las mejores partes
son aquellas donde la parodia es casi imperceptible. Yo tal vez la hubiera
hecho aún más sutil. Hubiera elegido a un actor más parecido a Boris
Karloff para interpretar al monstruo.
Hubiera impedido, bajo amenaza de fusilamiento, esa escena donde Gene Wilder,
como el doctor Frankenstein, y Peter Boyle, como el monstruo, hacen una rutina
de vodevil. Pero el resto es casi perfecto. El rodaje de la película fue en
blanco y negro, se usó el laboratorio original donde se filmó la primera
versión de Frankestein y fueron
respetados los decorados. En Los judíos
del Mar Dulce hubo un intento claro de parodiar Los gauchos judíos. Inclusive aludo en una parte de la novela al
rodaje de una película sobre la llegada de sus protagonistas, los Pechof, a la
Argentina. Y allí muestro un poco la idílica visión que tenía Gerchunoff de su Argentina, que, obviamente, no era la
mía:
“Ese
mundo mostraba la tersura
satinada de las páginas de la revista El
Hogar. El dinero crecía
en los árboles, los inmigrantes se hacían domadores extraordinarios, ante los ojos primero burlones y luego asombrados de los criollos que los invitaban después de la prueba a tomar un matecito con un “Venga, paisano, se lo ha ganado en buena ley”... En esa Argentina imaginaria todos se hablaban de tú, los burros se llamaban jumentos, las limosnas eran óbolos, los pobres usaban ropas remendadas pero pulcras, los grandes hombres nacían en humilde cuna, los padres se la pasaban llevando a sus hijos a los desfiles para emocionarse al paso de los granaderos,
nuestro amigo el policía se dedicaba a cruzar viejecitas, los niños hablaban en
difícil, las sociedades de los
ricos eran beneméritas instituciones, las distinguidas damas guardaban cama, los torneos de canasta tenían siempre lucidos contornos y la gente se moría de mentira“.
Crecí
en un mundo de grandes elocuencias y Los gauchos judíos es una de esas
muestras de altanerías. Gerchunoff hace hablar a los gauchos judíos en un
idioma más culto que el de Enrique Larreta, que escribió La gloria de don Ramiro en un idioma aún más castizo que el de los
españoles nacidos en España. Y eso me irritaba profundamente. Esos no eran los
judíos que yo conocía. Los judíos que conocía Mario Szichman eran aquellos que,
para continuar con Los judíos del Mar
Dulce:
“Decían ´Buen provecho´ después de comer, pedían perdón tras apretarse
un eructo contra la boca, y llevaban una aguja con un trozo de hilo blanco
enganchada en la parte trasera de las solapas para hacer remiendos de
emergencia. Ignorando el hilo dental, se limpiaban los dientes con un boleto de
colectivo doblado en cuatro. Pese a la revolución en las poses fotográficas,
insistirían en retratar a sus hijos desnudos, sentados en la escupidera, y con
la cara camuflada por grandes anteojos. En tanto Jaime (el hermano que quiere
acabar con la herencia judía y convertirse en católico) se sumergiría en la lectura de esa tribuna de
doctrina que era el diario La Nación,
Natalio seguiría paseándose por las calles de Buenos Aires llevando el Idische Zaitung[1]
enrollado en un bolsillo del saco, sin tratar de ocultar la caligrafía hebrea”.
EF: Es como si la Argentina te hubiera decepcionado.
MS: Mi decepción con la Argentina empezó con la enseñanza de la historia. A
mí me vendieron una historia falsa. Pronto descubrí que El Libertador José de San
Martín no era el héroe impoluto que siempre miraba de perfil. La historia
argentina estaba poblada de abruptos cortes y de callejones sin salida. Un día,
un prócer se convertía en un malhechor. Nadie sabía bien por qué. Pero la
cuestión es que al día siguiente lo fusilaban. Uno necesita creer en algo. Si
un día te hacen creer en un prócer, y al otro día te dicen que estuvo perfectamente
bien que lo fusilaran, algo anda mal en ese país.
En el Buenos Aires en que crecí los judíos no podían exhibir sus miserias,
no podían ser ladrones ni asesinos. No podían ser normales, como el resto de la
población. Tenían que ser mejores, destacarse por sus virtudes. Y eso me ponía
muy nervioso, pues me parecía inhumano. Y además, yo cargaba con una historia familiar
que no se parecía en absoluto a lo que describía Gerchunoff en sus crónicas.
EP: ¿Cuándo llegó tu familia a la Argentina?
MS: La familia Szichman, parte de la familia Szichman, llegó a Buenos Aires
entre 1928 y 1933, la familia Szylder, la de mi mamá, llegó en un solo viaje, mi
zeide, que en ese momento tenía 65 años, junto con mi abuela, que tenía 57 años,
y estaba embarazada,...
EP:¿A los 57 años?
MS: A los 57 años... Reconozco que suena algo absurdo, pero hey! Vivimos en
un planeta donde millones de personas creen en la inmaculada concepción. ¿Por
qué asombrarse? En fin, para ese momento, de acuerdo a la leyenda de los
Szylder, la hija mayor ya había tenido su primer hijo. La mamá estaba
embarazada, bueno... En total, mi abuela tuvo nueve hijos. Seis mujeres y tres
varones. Un buen repertorio a la hora de crear personajes para mis novelas.
Recapitulando, mi abuelo tenía 65 o 66 años cuando llegó a la Argentina con
el resto de la familia Szylder. A la edad en que otras personas se jubilan, él
tuvo que ponerse a trabajar. Y trabajó como carnicero, hasta más o menos los
noventa años. Murió creo que a los 98 o 99 años. Y mi abuela falleció
aproximadamente a la misma edad. Cuando mi zeide falleció, mi abuela lo estuvo
velando toda la noche. Pero no para agradecerle su vida, sino para lamentar
muchas de las cosas ocurridas. Yo no estuve en el velorio. En esa época vivía
en Venezuela. Pero mis primas me describieron la escena. Ese solo episodio hubiera
servido para escribir una novela. Una anciana sentada junto al ataúd de su
marido, y formulándole reproches. Y después, habló con sus nietas, y les
preguntó si usaban anticonceptivos. Imagínate, sus nietas no sabían qué cara
poner. Y mi abuela les aconsejó que usaran anticonceptivos. Nueve hijos eran
demasiados hijos, les dijo. Ella había vivido en una prolongada esclavitud.
En el año 1933 cerraron las puertas de la inmigración y la familia Szichman
no pudo traer al resto de los que estaban en Polonia. Ninguno de ellos
sobrevivió. Y eso afectó mucho las relaciones personales.
EP: ¿Qué idea tenías de Europa?
MS: Era como una pantalla negra. Mis familiares no querían saber nada de
Polonia, o de otras naciones de Europa oriental donde habían nacido. Existía
una pesada cortina de silencio con respecto a su vida antes de su viaje a la
Argentina.
EP: ¿Y cómo hiciste entonces para sacarles los secretos? ¿Lo investigaste,
les preguntaste?
MS: Preguntaba aquí, preguntaba
allá… Pero todo era muy fragmentario... Entonces me dije, “Bueno, si no puedo
decir la verdad, voy a inventar lo que puede haber ocurrido”. Hay cosas que son
pura invención. Ningún miembro de mi familia se dedicó a la trata de blancas,
como ocurre con los Pechof.
También había una rama lateral de la familia de origen alemán. Se trataba
de un pariente lejano que hizo una fortuna instalando una cadena de peluquerías
en el centro de Buenos Aires. Yo lo observaba y me parecía estar delante de
Hindenburg. En esa familia hablaban alemán. Ese pariente siempre se negó a
reconocer que era judío. Era como la parte aristocrática de la familia.
Y eso a mí me afectaba mucho. Quería ser reconocido por esa parte digamos ilustre
de la familia. Pero ¿en qué consiste la aristocracia sino en considerar a todo
el mundo inferior? Era una pelea perdida desde el principio.
Bueno, todo eso lo desarrollé especialmente en Los judíos del mar dulce, en la segunda versión de 2013 que fue
editada por la profesora Carmen Virginia Carrillo. Allí le brindo más
importancia a esas características de clase que me hacían sentir muy humillado.
EP: No le tienes mucha simpatía a la Argentina.
MS: Ese es un understatement. Es
un país terriblemente autoritario. Y afectado por un serio problema. Llegó a la
decadencia antes de poder alcanzar la grandeza. Es un país que, como solían
decir de adolescentes altos y sin mucha materia gris, “se fue en vicio”. Cuando me pude ir de la Argentina,
a los 21 años de edad, y descubrí Venezuela, me sentí liberado.
EP: Naomi Lindström dice que entre tus personajes, Rifque es el más
fantástico. No se puede definir dentro de la genealogía, se ignora si es real o
si forma parte de varios personajes. Porque hay varias Rifques ¿no?
MS: Es el personaje de los Pechof más afincado en la realidad. Era una
prima, muy talentosa, que se suicidó a los veintitrés años con raticida. Y
pienso que necesitaba exorcizarlo. Para ello fabriqué una protagonista que es
una especie de comparsa de personajes. Tal vez para diluir la heroína real. La
idea de Los judíos del mar dulce partió
del suicidio de Rifque.
EP: ¿Tuvo algo que ver con la muerte de Evita Perón? ¿De dónde vino la idea
de combinar la muerte de Evita Perón con la de Rifque? Es como una obsesión,
¿no?, siempre se repite algo de Evita...
MS: Eva Perón murió en 1952. Soy de 1945. Tenía siete años cuando murió
Evita. Y ese enorme, inacabable velorio, me impresionó mucho. Se prolongó como
dos semanas, porque todo el mundo tenía que ir a ver el cadáver de Evita. La
abanderada de los humildes murió el 26 de julio. Julio es el mes más frío en
Buenos Aires. Todos los días llovía. ¡Dios mío, qué tristeza! Y esa cosa
necrofílica, ese amor por la muerte que tienen los argentinos… Entonces combiné los problemas de la familia
Pechof con el velorio de Evita. Inventé una trama. Rifque moría por los días
del fallecimiento de Evita, y la familia no podía enterrarla porque el gobierno
suspendía el otorgamiento de certificados de defunción. Entonces Jaime, el
miembro de los Pechof ansioso por convertirse en un argentino de pura cepa
descubría que había un médico capaz de otorgar un certificado de defunción.
Había un solo problema. El médico era antisemita. La única manera de conseguir
que emitiera el certificado era convertir a la familia Pechof en gente de
alcurnia, en argentinos de pura cepa. Por lo tanto, había que contratar
profesionales para que hablasen como cristianos, para que lucieran ropa de personas
de alcurnia, para que aprendiese cómo santiguarse, para que tuviesen recuerdos
de antepasados ilustres.
Ahora que lo pienso, fue una idea bastante prolífica eso de camuflar toda
la historia de los Pechof para que terminaran convertidos en los Gutiérrez
Anselmi, una familia de la rancia aristocracia porteña. Pude trabajar además el
grotesco, que es un género que me encanta.
EP: ¿De dónde sacaste tus modelos literarios?
MS: De Roberto Arlt y de Fiodor Dostoievski.
EP: Y en cuanto a los parentescos de toda la familia Pechof... ¿Lo
construiste adrede para que el lector no sepa quién es quién y quién está
relacionado con quién?
MS: Yo no hago nada adrede...
EP: Todo es una adivinanza, un enigma para el lector... ¿no? Porque yo
traté de reconstruir un árbol genealógico de la familia Pechof, es imposible...
MS: Sí, es imposible... Mira, cada vez que tú no entiendas algo de un
escritor, en vez de pensar que es un genio, piensa que es un ignorante y vas a acertar.
Cuando escribí esas novelas era, como hubiera dicho Borges, un hombre para
quien la ignorancia no tenía secretos.
EP: ¿Por qué ese afán por reescribir tus novelas? Tanto la trilogía del Mar
Dulce como la trilogía de la patria boba han sido reeditadas por la profesora
Carrillo.
MS: Sólo falta reeditar La verdadera
crónica falsa. Pero ya la profesora Carrillo se encargará de hacerlo. Mira
Erna, soy un novelista atípico. Estuve veinte años sin publicar, aunque no dejé
de escribir un solo día de mi vida. Mi producción cotidiana es de mil palabras
diarias, tal vez algo más. ¿Qué ocurría con mi narrativa que no podía encontrar
editoriales? Me imaginó que no advertí los cambios en el mercado. Seguía
insistiendo en la familia Pechof, y al parecer, no había mercado para esa
familia. Recién cuando enfilé hacia la novela histórica venezolana volví a
encontrar editoriales y público lector. En el proceso descubrí que lo más
importante no es un agente literario, ni promotores publicitarios, sino un buen
editor. En Estados Unidos el editor es un profesional que puede transmutar un
bodrio en una obra maestra. Es el caso de Maxwell Perkins quien transformó Look Homeward, Angel, la indigerible
novela de Thomas Wolfe, en un best seller.
Bueno, las novelas sobre la patria boba eran más profesionales que las de la
trilogía del Mar Dulce. Pero necesitaban mejorar. Por eso la reedición corre a
cargo de la profesora Carrillo. Inclusive Los
años de la guerra a muerte, que era un poco la Cenicienta de esa trilogía
es ahora la que más se vende. Volverá a salir como libro impreso en España.
Para precaverme de más reediciones, Eros
y la doncella estuvo directamente al cuidado de la profesora Carrillo. Una
novela se construye con un esqueleto, cartílagos y músculos. Pero luego se
necesita darle humanidad. Los buenos editores ayudan a humanizar las novelas.
EP: Es curioso que nunca escribiste tus ficciones en los lugares donde
transcurren.
MS: Sí, las tres novelas de la familia Pechof las escribí en Venezuela. Las
tres novelas históricas sobre Venezuela las escribí en los Estados Unidos. Y
también Eros y la doncella, que
transcurre en la Francia del Reino del Terror.
EP: Ah, qué interesante. Entonces, al alejarte tenías una perspectiva…
MS: Sí, es como si hubiera necesitado tomar distancia. He vivido más de
tres décadas en Estados Unidos y nunca escribí nada sobre este país. Sigo
contemplando Nueva York como un turista. Me apasionan ciertos objetos, ciertos
desplazamientos urbanos. No hay profundidad, sólo superficie. Tampoco hay
historia, sólo eventos. Durante la mayor parte de mi vida pensé, con Malraux, que
la mejor manera de describir a los peces es desde afuera de la pecera. Tal vez
llegó el momento de que describa la pecera desde el lado de adentro.
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