Mario Szichman
Para Magdalena López
Como siempre, hay peros cuando se trata de
este tipo de propuestas. ¿Está al alcance de cualquier persona escribir una
novela en 30 días? Para comenzar, hay un libro de Jeff Gerke, titulado Write your Novel in a Month (Writer´s
Digest Books,2013), que asegura que sí, que es posible. Gerke ha publicado
numerosos libros, (fiction y non fiction),
y tiene una virtud que abunda en aquellos que se dedican a ese género del How to Write… (cómo escribir algo). Esa
virtud es la generosidad. El interés de todos ellos es que uno escriba. Conocen
todos los trucos que un escritor, sin importar su categoría, inventa para no
sentarse frente a la máquina de escribir, el cuaderno de apuntes o la
computadora. En Estados Unidos hay una palabra para ello: procrastination. Podría traducirse como indecisión, pero es algo
más. Consiste en arrastrar los pies para no emprender una tarea. Las guías para
alentar la escritura combaten la procrastination
como si fuera el principal pecado capital. Si alguien quiere escribir, enuncian
esas guías, tiene que escribir. Lo importante no es cuantas palabras se
garabatean por día, sino escribir de manera cotidiana. Es suficiente que una
persona escriba apenas una frase por día, o se siente frente al escritorio
durante quince minutos cada jornada.
Hay un libro magnífico, Midnight in the Garden of Good and Evil,
que seguramente ha sido traducido al español. Después de A Sangre Fría, de Truman Capote, es el mejor relato de un crimen y
de sus consecuencias que ha sido escrito en los Estados Unidos. Uno de los
protagonistas del libro es un arquitecto cuya tarea consiste en reparar esas
dilapadas mansiones construidas antes de la guerra civil. Cuando el arquitecto
explica al autor las tareas necesarias para reconstruir una mansión, el lector
advierte que es una labor imposible, del calibre de los trabajos que emprendía
Sísifo para llevar la roca a la cumbre de la montaña. Pero el arquitecto dice
que hay un método más sencillo: “Usted comienza reparando una habitación”, le
dice al autor. “Luego sigue con la siguiente. Y antes que lo advierta, toda la
mansión ha sido reconstruida”. Sume el lector los párrafos que puede escribir
en un año si cada día añade uno. ¿Cuántas horas de escritura se agregan en un
año cuando se escribe durante quince minutos al día? Por lo menos una
habitación.
Por cierto, después de escribir un párrafo por día, o estar
sentado 15 minutos por día frente al escritorio, las cosas empiezan a cambiar.
El apetito viene comiendo, y la escritura viene escribiendo. Y poco a poco, la
mansión empieza a ser reconstruida. Y antes de que nos demos cuenta, ha brotado
delante de nuestros ojos, completa y en tres dimensiones.
Y ahí pasamos al
segundo problema. ¿Qué escribir? Generalmente, una persona se sienta a escribir
porque necesita decir algo. A veces, lo que necesita decir no es muy grato. Cuando
empecé a escribir tenía este credo: “Escribir es un trabajo de amor, venganza y
disciplina”. En realidad, lo único que me interesaba en ese momento era
vengarme de algunas personas. La disciplina y el amor se sumaron luego.Pero para escribir hay que tener un
plan.
Una palabra que los escritores deberían excluir de su vocabulario es la
palabra inspiración. No existe la inspiración. Una vez le hice un reportaje a
Jorge Luis Borges. Le pregunté si alguna vez había recibido el llamado de la
inspiración. Me dijo que sí. Inclusive me dio la fecha y hasta la hora precisa
en que la inspiración había ornado su cerebro. ¿Y, qué había ocurrido? Le
pregunté a Borges emocionado. “Nada”, me respondió Borges, “la inspiración me
ofreció una idea bastante idiota”.
Stendhal decía amargamente en su Vida de
Henri Brulard: “Durante diez años esperé a que me llegara la inspiración. Y así
perdí diez de los años más creadores de mi vida”. Alfred Hitchcock le contó a
Francois Truffaut que uno de sus guionistas sólo creía que debía escribir
cuando le llegaba la inspiración. Una noche, el guionista se despertó de su
sueño y anotó furiosamente algo que le iba dictando la inspiración. A la mañana
siguiente revisó su cuaderno de apuntes, y éste era el resultado de su
inspiración: “Un hombre conoce a una mujer”.
Ernest Hemingway expresaba que si
un escritor no se sentía inspirado, debía comprarse una soga, colgarse de un
árbol, y emplazar un amigo cerca para que cortara la soga antes de que se
asfixiara. “Al menos, ese escritor podrá contar la experiencia de su intento de
ahorcamiento”, decía Hemingway.
Y Jim Thompson, el Dostoievski de la novela
policial, enunciaba: “Hay treinta y dos formas de escribir un relato. Yo
las he usado todas. Pero existe sólo una trama narrativa: Las cosas nunca
son lo que parecen ser”.
Existe una enorme bibliografía que ofrece toda clase
de ayuda al escritor en ciernes y al profesional. Writer´s Digest Books es,
posiblemente, la editorial más importante en esa especialidad. Hay un libro que
lo recomiendo a todo el mundo, y que releo antes de empezar un nuevo proyecto:
“Plot”, de Ansen Dibell. Para mí es la biblia del escritor. Ansen Dibell (un
seudónimo) lidia con todos los problemas que enfrenta un escritor, desde el
bloqueo hasta la imposibilidad de crear una trama. Con respecto al bloqueo, ya
he mencionado antes una de las maneras de eliminarlo. La otra es buscar una
tarea afín a la escritura. Todavía no conozco un solo periodista que se sienta
bloqueado a la hora de redactar un artículo. Generalmente los jefes de
redacción suelen prescindir de periodistas bloqueados. Y aquellos que creen que
el periodismo es una profesión por debajo de sus méritos intelectuales, deben
tener en cuenta que estarán en buena compañía. Balzac, Dostoievski, Hemingway,
Jim Thompson, Roberto Arlt, Enrique Bernando Núñez, Gabriel García Márquez,
Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier Juan Carlos Onetti y Jorge Luis Borges,
entre otros, se ganaron la vida como periodistas.
EL OFICIO DE LLENAR CUARTILLAS
Jeff Gerke asigna gran importancia a
la trama y a los personajes, aunque para él la tarea esencial de todo escritor
es “seducir al lector desde el comienzo hasta el final”. Y para ello, hay que
armar una intriga que nos apasione, y personajes que resulten atractivos, ya
sea por sus virtudes, o por sus defectos (generalmente, por sus defectos).
Warren Adler, un buen autor de novelas policiales, me dijo en cierta ocasión:
“Para que mis novelas sean buenas, mis villanos tienen que ser de la peor
calaña”. Al mismo tiempo, el protagonista debe ser muy complejo. Necesita
poseer una virtud que lo redima y un defecto muy grave
casi imposible de superar. Como dice Gerke, “la mejor narrativa es aquella en
que un protagonista cambia”. ¿Quién leería A Christmas Carol de Charles Dickens
si Scrooge, ese miserable avaro, no se transforma? ¿Por qué nos apasiona tanto
Ana Karenina? Porque tras ser un pilar de virtud femenina, se entrega en los
brazos del príncipe Vronsky. La guerra y
la paz nos aburriría a las pocas páginas si no fuese porque la pasión que
anima a sus principales personajes los trastorna, los hace incurrir en actos
ridículos o sublimes, convierte a tímidos caballeros en guerreros suicidas, en
tanto mujeres como Natasha atraviesan todos los desvaríos del amor, y concluyen
amadas y rodeadas de hijos.
Tampoco
hay que ser originales para ser originales. Dostoievski decía (aunque al
parecer la cita es apócrifa) “Todos salimos de El Capote de Gogol”. Basta
revisar la trama de las grandes novelas para descubrir que todas ellas se basan
en plots que se remontan a la Biblia,
o a los trágicos griegos. Antes de la formalización de esa figura jurídica
conocida como copyright, o derechos de autor, todos robaban sus ideas a todo el
mundo, sin que nadie se sintiera ofendido. La única diferencia entre un buen
autor y un mal autor es que el buen autor sabe borrar prolijamente las huellas
de su robo.
Todo eso me lleva a la parte final
de este artículo. ¿Es posible escribir una novela en 30 días? Sí, es posible.
Pero creo que el escritor en ciernes puede tener más dificultades. La escritura
se basa en la diseminación. Después de escribir borradores, textos inconclusos,
proyectos de relatos que quedan a medio camino, el escritor acumula una
enorme cantidad de material. Hay proyectos que comienzan como ficción y
concluyen como ensayo, y viceversa. Hay proyectos que son horrendos como
literatura seria, y muy divertidos apenas se les da un twist y devienen
parodias. Un mal cuento puede ser una magnífica novela. Por lo tanto, sí, es
posible escribir una novela en 30 días. Basta encontrar un proyecto inconcluso,
y hundirse en él como si se nos fuera la vida. Hay que trabajar en “White heat,” (con gran intensidad, a
toda máquina, con enorme fervor). La necesidad de terminar rápido un manuscrito
nos transporta a un mundo de relaciones y correlaciones, de episodios que ni
siquiera figuraban en nuestros planes, de personajes que parecían acechar entre
bastidores, de incidentes dictados por seres inefables que Arlt comparaba con
Dios y con el Diablo. Sí, realmente es posible escribir una novela en 30 días.
Pero ayuda mucho si al final de la jornada, del otro lado de la pantalla, hay
un personaje creador capaz de percibir el producto final antes que el mismo
autor. Ese ser creador debe contar con los atributos necesarios para indicar
dónde se debe cortar, qué es necesario añadir, en qué momento decir basta. Y
además, tener una voluntad de hierro para resistir los apremios del escritor, y
ser capaz de formular este credo: “La escritura amerita, como los buenos
licores, añejarse, reposar, retomarla, saborearla… Si cuando lea tu novela por
tercera vez siento que alcanzó el grado de añejamiento ideal, te lo diré, pero
no lo diré hasta que sienta que has llegado a ese punto. Ese es mi
trabajo: que tu novela sea inmejorable”. Y aquí concluyo este
artículo. Pues yo también necesito cumplir con un deadline.
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