martes, 29 de octubre de 2013

¿Es posible escribir una novela en 30 días?


Mario Szichman

Para Magdalena López

     Como siempre, hay peros cuando se trata de este tipo de propuestas. ¿Está al alcance de cualquier persona escribir una novela en 30 días? Para comenzar, hay un libro de Jeff Gerke, titulado Write your Novel in a Month (Writer´s Digest Books,2013), que asegura que sí, que es posible. Gerke ha publicado numerosos libros, (fiction y non fiction), y tiene una virtud que abunda en aquellos que se dedican a ese género del How to Write… (cómo escribir algo). Esa virtud es la generosidad. El interés de todos ellos es que uno escriba. Conocen todos los trucos que un escritor, sin importar su categoría, inventa para no sentarse frente a la máquina de escribir, el cuaderno de apuntes o la computadora. En Estados Unidos hay una palabra para ello: procrastination. Podría traducirse como indecisión, pero es algo más. Consiste en arrastrar los pies para no emprender una tarea. Las guías para alentar la escritura combaten la procrastination como si fuera el principal pecado capital. Si alguien quiere escribir, enuncian esas guías, tiene que escribir. Lo importante no es cuantas palabras se garabatean por día, sino escribir de manera cotidiana. Es suficiente que una persona escriba apenas una frase por día, o se siente frente al escritorio durante quince minutos cada jornada.

     Hay un libro magnífico, Midnight in the Garden of Good and Evil, que seguramente ha sido traducido al español. Después de A Sangre Fría, de Truman Capote, es el mejor relato de un crimen y de sus consecuencias que ha sido escrito en los Estados Unidos. Uno de los protagonistas del libro es un arquitecto cuya tarea consiste en reparar esas dilapadas mansiones construidas antes de la guerra civil. Cuando el arquitecto explica al autor las tareas necesarias para reconstruir una mansión, el lector advierte que es una labor imposible, del calibre de los trabajos que emprendía Sísifo para llevar la roca a la cumbre de la montaña. Pero el arquitecto dice que hay un método más sencillo: “Usted comienza reparando una habitación”, le dice al autor. “Luego sigue con la siguiente. Y antes que lo advierta, toda la mansión ha sido reconstruida”. Sume el lector los párrafos que puede escribir en un año si cada día añade uno. ¿Cuántas horas de escritura se agregan en un año cuando se escribe durante quince minutos al día? Por lo menos una habitación. 

     Por cierto, después de escribir un párrafo por día, o estar sentado 15 minutos por día frente al escritorio, las cosas empiezan a cambiar. El apetito viene comiendo, y la escritura viene escribiendo. Y poco a poco, la mansión empieza a ser reconstruida. Y antes de que nos demos cuenta, ha brotado delante de nuestros ojos, completa y en tres dimensiones.

    Y ahí pasamos al segundo problema. ¿Qué escribir? Generalmente, una persona se sienta a escribir porque necesita decir algo. A veces, lo que necesita decir no es muy grato. Cuando empecé a escribir tenía este credo: “Escribir es un trabajo de amor, venganza y disciplina”. En realidad, lo único que me interesaba en ese momento era vengarme de algunas personas. La disciplina y el amor se sumaron luego.Pero para escribir hay que tener un plan. 
     
Una palabra que los escritores deberían excluir de su vocabulario es la palabra inspiración. No existe la inspiración. Una vez le hice un reportaje a Jorge Luis Borges. Le pregunté si alguna vez había recibido el llamado de la inspiración. Me dijo que sí. Inclusive me dio la fecha y hasta la hora precisa en que la inspiración había ornado su cerebro. ¿Y, qué había ocurrido? Le pregunté a Borges emocionado. “Nada”, me respondió Borges, “la inspiración me ofreció una idea bastante idiota”. 

     Stendhal decía amargamente en su Vida de Henri Brulard: “Durante diez años esperé a que me llegara la inspiración. Y así perdí diez de los años más creadores de mi vida”. Alfred Hitchcock le contó a Francois Truffaut que uno de sus guionistas sólo creía que debía escribir cuando le llegaba la inspiración. Una noche, el guionista se despertó de su sueño y anotó furiosamente algo que le iba dictando la inspiración. A la mañana siguiente revisó su cuaderno de apuntes, y éste era el resultado de su inspiración: “Un hombre conoce a una mujer”.

     Ernest Hemingway expresaba que si un escritor no se sentía inspirado, debía comprarse una soga, colgarse de un árbol, y emplazar un amigo cerca para que cortara la soga antes de que se asfixiara. “Al menos, ese escritor podrá contar la experiencia de su intento de ahorcamiento”, decía Hemingway. 
   
 Y Jim Thompson, el Dostoievski de la novela policial, enunciaba: “Hay treinta y dos formas de escribir un relato. Yo las he usado todas. Pero existe sólo una trama narrativa: Las cosas nunca son lo que parecen ser”.

     Existe una enorme bibliografía que ofrece toda clase de ayuda al escritor en ciernes y al profesional. Writer´s Digest Books es, posiblemente, la editorial más importante en esa especialidad. Hay un libro que lo recomiendo a todo el mundo, y que releo antes de empezar un nuevo proyecto: “Plot”, de Ansen Dibell. Para mí es la biblia del escritor. Ansen Dibell (un seudónimo) lidia con todos los problemas que enfrenta un escritor, desde el bloqueo hasta la imposibilidad de crear una trama. Con respecto al bloqueo, ya he mencionado antes una de las maneras de eliminarlo. La otra es buscar una tarea afín a la escritura. Todavía no conozco un solo periodista que se sienta bloqueado a la hora de redactar un artículo. Generalmente los jefes de redacción suelen prescindir de periodistas bloqueados. Y aquellos que creen que el periodismo es una profesión por debajo de sus méritos intelectuales, deben tener en cuenta que estarán en buena compañía. Balzac, Dostoievski, Hemingway, Jim Thompson, Roberto Arlt, Enrique Bernando Núñez, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier Juan Carlos Onetti y Jorge Luis Borges, entre otros, se ganaron la vida como periodistas. 


EL OFICIO DE LLENAR CUARTILLAS


Jeff Gerke asigna gran importancia a la trama y a los personajes, aunque para él la tarea esencial de todo escritor es “seducir al lector desde el comienzo hasta el final”. Y para ello, hay que armar una intriga que nos apasione, y personajes que resulten atractivos, ya sea por sus virtudes, o por sus defectos (generalmente, por sus defectos). Warren Adler, un buen autor de novelas policiales, me dijo en cierta ocasión: “Para que mis novelas sean buenas, mis villanos tienen que ser de la peor calaña”. Al mismo tiempo, el protagonista debe ser muy complejo. Necesita poseer una virtud que lo redima y un defecto muy grave casi imposible de superar. Como dice Gerke, “la mejor narrativa es aquella en que un protagonista cambia”. ¿Quién leería A Christmas Carol de Charles Dickens si Scrooge, ese miserable avaro, no se transforma? ¿Por qué nos apasiona tanto Ana Karenina? Porque tras ser un pilar de virtud femenina, se entrega en los brazos del príncipe Vronsky. La guerra y la paz nos aburriría a las pocas páginas si no fuese porque la pasión que anima a sus principales personajes los trastorna, los hace incurrir en actos ridículos o sublimes, convierte a tímidos caballeros en guerreros suicidas, en tanto mujeres como Natasha atraviesan todos los desvaríos del amor, y concluyen amadas y rodeadas de hijos. 
  
  Tampoco hay que ser originales para ser originales. Dostoievski decía (aunque al parecer la cita es apócrifa) “Todos salimos de El Capote de Gogol”. Basta revisar la trama de las grandes novelas para descubrir que todas ellas se basan en plots que se remontan a la Biblia, o a los trágicos griegos. Antes de la formalización de esa figura jurídica conocida como copyright, o derechos de autor, todos robaban sus ideas a todo el mundo, sin que nadie se sintiera ofendido. La única diferencia entre un buen autor y un mal autor es que el buen autor sabe borrar prolijamente las huellas de su robo.

Todo eso me lleva a la parte final de este artículo. ¿Es posible escribir una novela en 30 días? Sí, es posible. Pero creo que el escritor en ciernes puede tener más dificultades. La escritura se basa en la diseminación. Después de escribir borradores, textos inconclusos, proyectos de relatos que quedan a medio camino, el escritor acumula  una enorme cantidad de material. Hay proyectos que comienzan como ficción y concluyen como ensayo, y viceversa. Hay proyectos que son horrendos como literatura seria, y muy divertidos apenas se les da un twist y devienen parodias. Un mal cuento puede ser una magnífica novela. Por lo tanto, sí, es posible escribir una novela en 30 días. Basta encontrar un proyecto inconcluso, y hundirse en él como si se nos fuera la vida. Hay que trabajar en “White heat,” (con gran intensidad, a toda máquina, con enorme fervor). La necesidad de terminar rápido un manuscrito nos transporta a un mundo de relaciones y correlaciones, de episodios que ni siquiera figuraban en nuestros planes, de personajes que parecían acechar entre bastidores, de incidentes dictados por seres inefables que Arlt comparaba con Dios y con el Diablo. Sí, realmente es posible escribir una novela en 30 días. Pero ayuda mucho si al final de la jornada, del otro lado de la pantalla, hay un personaje creador capaz de percibir el producto final antes que el mismo autor. Ese ser creador debe contar con los atributos necesarios para indicar dónde se debe cortar, qué es necesario añadir, en qué momento decir basta. Y además, tener una voluntad de hierro para resistir los apremios del escritor, y ser capaz de formular este credo: “La escritura amerita, como los buenos licores, añejarse, reposar, retomarla, saborearla… Si cuando lea tu novela por tercera vez siento que alcanzó el grado de añejamiento ideal, te lo diré, pero no lo diré hasta que sienta que has llegado a ese punto. Ese es mi trabajo: que tu novela sea inmejorable”. Y aquí concluyo este artículo. Pues yo también necesito cumplir con un deadline.

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