sábado, 26 de octubre de 2013

Guillermo Meneses: lo otro como doble. Texto de Laura Corbalán Szichman





     Nota editorial:
Laura Corbalán Szichman (26 de octubre de 1939, 23 de octubre de 2011) fue psicoanalista y ensayista. Dirigió en Nueva York la revista de psicoanálisis Clinical Studies y colaboró en numerosas publicaciones en México, Venezuela, Francia y Argentina. Publicó en el diario Tal Cual de Caracas una columna titulada “Desde el diván”, además de ensayos de crítica literaria. Para celebrar un nuevo aniversario de su nacimiento, publicamos este trabajo. Es un homenaje a Laura en el homenaje que rindió al gran escritor venezolano Guillermo Meneses.
     
     Tres momentos presiden la escritura de Guillermo Meneses: el de la creación 'realista' (sus cuentos, sus tres primeras novelas) sustentada en la identidad entre palabra y cosa; el de la indagación crítica, (El falso cuaderno de Narciso Espejo) dónde —con la enfatización del yo— esa transparencia comienza a ser cuestionada; y el de la destrucción (La misa de Arlequín) cuando la diferencia entre lenguaje y realidad es entendida como falsificación y traición.

     Esta trayectoria que conduce al escepticismo tiene mucho que ver con el género que abre la segunda etapa. El falso cuaderno de Narciso Espejo se plantea como una autobiografía. Y en la medida que responda a su exigencia primera —la verdad, la fidelidad a los hechos narrados, que supone tanto la coincidencia del sujeto consigo mismo como la del lenguaje con el sujeto— encuentra en la escritura una imprevista resistencia. ¿Esto que dicen mis palabras es realmente lo que quiero decir? supone como pregunta implícita todo relato autobiográfico.

     Con ese interrogante, la verdad propia se enfrenta no sólo a la autonomía del lenguaje sino, más aún, a la del sujeto psíquico en relación a su yo. Es el lugar donde se anuda lo que se desea contar con lo que realmente se narra. De ese modo, la autobiografía funciona cuestionando tanto la identidad por la escritura (lugar del yo como narrador) como la identidad de la escritura (valor del lenguaje para expresar la realidad). La autobiografía apócrifa será la forma descubierta por Meneses para resolver, y simultáneamente congelar, este momento de discordancia que antes —en su primer periodo narrativo— se pensaba armónico. La diferencia interna (del hombre consigo mismo) y la externa (del lenguaje con las cosas) es, por ese gesto, simultáneamente negada y aceptada. La racionalidad especular que lo hace posible concluirá denunciando al yo como instancia impotente y al lenguaje como un instrumento traidor, falsificador de lo real.


LA IDENTIDAD POR LA ESCRITURA

     
Dos nombres para un solo yo anticipan desde el itinerario de los personajes hasta el paulatino descrédito del lenguaje: los dobles y las reescrituras se despliegan como conjuro de lo otro. La realidad, otros nombres, consolidarán el movimiento de la falsa autobiografía. Toda contradicción deberá incluirse como trueque, a fin de subsumir —por la equivalencia— lo distinto en lo semejante.
 
     En tanto categoría gramatical, la primera persona del singular parece remitir a la individualidad: el yo es el sujeto. Su contenido, no obstante, es vacío: todos pueden decir yo. Ubicada en el espacio del mito, la subjetividad que allí se define, evidente y oscura a la vez, corrobora la ilusión de lo más particular en aquello que es más general, de lo propio en lo ajeno. El nombre, a su vez, especifica at sujeto (Freud señala que “para el Inconsciente representa a la persona) en tanto funciona, en lo social, relacionando al individuo con su grupo. Se ubica así en una diferencia que el yo, pretendiendo resuelta, escamotea en la identidad. Al jugar con esta discrepancia incluyendo dos nombres para un mismo yo, la narrativa menesiana abierta con el segundo período, desplegará esa dialéctica desde una óptica especula. Y esa óptica, si ofrece sus mejores logros para la reflexión sobre el hecho literario en El falso cuaderno do Narciso Espejo, encuentra sus mayores limitaciones de resolución en La misa de Arlequín. Allí, el camino del espejo exhibe la anulación de la diferencia como retomo a la nada: del yo y de la literatura.
 
     La simultánea aceptación y negación de la diferencia se presenta también en la sucesión del universo menesiano. En el primer período de su producción, Meneses parte de un sujeto que narra, absolutamente diferente a sus objetos. “Me ha divertido dibujar y copiar personajes, ambientes y situaciones, que no tuvieran la menor semejanza conmigo o con mis experiencias”. Paradójicamente, esa diferencia absoluta se afirmará en la contemporánea igualdad radical: la del lenguaje con la cosa. Eso le permitirá narrar con la ilusión de un instrumento no sólo propio, sino también dócil.

     Con la etapa abierta por El falso cuaderno de Narciso Espejo, ese movimiento se invierte. “Hoy, en cambio, siento la atracción del espejo... Efectivamente, deseo ser mi verdad ahora”. Ubicándose el sujeto también como objeto, el lugar de la diferencia se desplaza al lenguaje: será éste quien no tendrá la “menor semejanza” con lo mencionado por él. 

    Juan Ruiz comienza La narración señalando Ia donación de su 'yo' narrativo a Narciso Espejo, criatura de su invención. El préstamo remite (y se posibilita por) una identidad esencial: la de un exacto contenido vivencial. Eso indica, a través de la posibilidad de uno de los términos de atribuir al otro lo adjudicable a sí mismo, la figura del doble especular corroborada en el nombre. “Tan convencido estoy de la igualdad de experiencias”, escribe Juan Ruiz, “que podría contar mi vida como si él fuese el narrador. Podría cederle el 'yo' de mi relato con la mayor naturalidad, decirle: 'Narciso, aquí tienes la pluma. Comienza...”

     Con la paradoja propia del espejo —punto de partida, pero no objetivo de la dialéctica entre subjetivización y extrañamiento— el cierre del relato anula el desdoblamiento inicial. Narciso Espejo, al adueñarse del yo primitivamente cedido, impugna tanto la verdad de los acontecimientos narrados, como el nombre que se le asignó y el lugar de quien se decía su narrador. “Esta es mi aclaratoria, la tacha del documento, la negación del reflejo”, concluye Narciso. Propietario de un yo narrativo transferido, aunque inexistente, con esta negación también anula Narciso su lugar como narrador. La dualidad del espejo, detenida en una diferencia ideal, conduce al deseo y la imposibilidad de borrarla a una destrucción del otro que deviene en autodestrucción.

     Otro que es yo, un yo que es otro, entre los dos narradores de El falso cuaderno de Narciso Espejo se establece un juego infinito, circular, de corroboraciones y anulaciones mutuas que diseñan la cristalización de la lógica especular, como respuesta al peligro del otro. Confundidos o enfrentados, narradores ambos o narrados los dos, la posibilidad misma de aceptar la verdad de uno de ellos depende de la necesaria coexistencia mutua y de su, también necesaria, mutua exclusión. Juan Ruiz escribiendo es otro cuando es él mismo; Narciso aclarando soy yo cuando es otro, encuentran en el doble especular la disolución del yo narrativo.

     El doble servirá simultáneamente como conjuro fallido del extrañamiento interno y externo que en la primera etapa narrativa ni siquiera se sospechaba, en tanto la concepción de un sujeto “sin la menor semejanza” con los otros, facilitaba el olvido de lo otro en el interior de uno mismo. Con el momento de la autobiografía, donde se confrontan verdad propia y lenguaje, se revela no sólo la heteronomía del lenguaje con el sujeto sino, también, la de éste consigo mismo. 

     “Este 'yo' de este momento, ¿es en verdad el mío?” interroga el narrador de La misa de Arlequín. Y concluye José Martínez que, “Eso a quienes todos llamamos 'yo' es para mí algo extraño”.

     La alteridad propia servirá, no obstante, para resolver y obturar la externa: de algo extraño el yo pasa a ser el extraño, aquel que se excluía en la ausencia de semejanza. 
    
“Cuando reviso mis pasos sobre la tierra”, recuerda José Martínez, “me miro siempre sonriente, como si no tuviera necesidad de nadie, como si nadie pudiera hacerme falta. Antes, esa sensación podía confundirse con la más sabrosa seguridad; ahora, por el contrario, se parece al miedo”. Necesariamente ausente como diferente, obligatoriamente presente en la semejanza, el lugar del otro —aún cuando sus cualidades parezcan cambiar— no se modifica respecto al sujeto. Desde un deseo vivido bajo la forma de la necesidad, su posición se inscribe en una lucha mortal de conciencias que sólo puede resolverse en la anulación de una de ellas o, lo que es lo mismo, de las dos.
     
Ni siquiera la óptica especular permite atravesar inmune esa contradicción no resuelta: la simetría invertida que el espejo ofrece anticipa una primera discordancia, independiente de la conciencia, que todo encuentro con la realidad no hará sino renovar. Es reconocida en las palabras de Juan Ruiz respecto a Narciso. “La verdad es que, aún cuando fabriqué las mismas acciones que él, los resultados fueron totalmente contrarios, aunque las bases, razones y voluntades fueron aparentemente idénticas”. 
     
La “igualdad de experiencias” originaria concluye revelándose como inversión de experiencias, y el intento de unificarlas como anulación de toda experiencia. El yo que objetivó su extrañamiento para evitar el de la realidad consigue así el triunfo póstumo de exaltar su propio aniquilamiento.


LA IDENTIDAD DE LA ESCRITURA

     
“Difícil hablar sin interlocutor”, señala José Martínez en La misa de Arlequín. “Diga 'yo' y lo demás sale sin que usted se dé cuenta”. Posibilitando el habla por un oyente especular, el monólogo, encubierto en el diálogo, encontrará para la escritura una identidad evanescente. Si para ser uno se requieren dos, la duplicación escamoteadora de la premisa hará retornar la unidad a cero. La diferencia —negada con un otro real, aceptada bajo la forma del doble— será exhibida en la narrativa menesiana con una esterilidad que, lejos de pertenecerle, sólo proviene de un momento detenido de la relación especular: aquel que por no incluir el tercero cierra el camino de acceso al mundo. 

     En la resolución de la problemática literaria —la cuestión de la ficción— culmina esa trayectoria: al yo anulado le corresponderá un lenguaje falso, incapaz de construir un mundo narrativo que, si bien no refleja la realidad, permite volverla inteligible.

     Revelada con la aparición de la autobiografía, la autonomía del yo denuncia la transparencia del lenguaje, cambiando tanto la visión de la literatura presente como la confianza en el mundo narrativo anterior: la solución especular concluirá por condenar el futuro. Si el sujeto ya no puede identificarse consigo mismo, la conciencia soberana, garante de la verdad narrada por la tercera persona, revelándose como error, señala también la equivocación lingüística: su reflejo de las cosas era únicamente su traición, su falsificación.

     Al cuestionar la premisa del 'realismo' anterior, la identificación del lenguaje con lo que insinúa, y encontrar la arbitrariedad de la palabra respecto a la cosa —en este caso el mismo yo como objeto— el universo menesiano deducirá de esa diferencia no la cualidad que moviliza la narrativa sino la señal de su fracaso. La cuestión de la ficción se transforma en problema de la falsedad. Es la necesaria conclusión de una indagación sobre la identidad de la escritura desplegada como discrepancia entre escrituras, la actual y la antigua, que esquiva el hiato de la realidad.

      Confrontación del lenguaje consigo mismo, espejo del espejo de los otros, desde su segunda etapa la narrativa instala su escritura como reescritura propia. Pero dos espejos enfrentados reflejan el vacío: el realismo previo, apoyado en la semejanza, al ser reescrito ahora en la exhibición de la diferencia ostentará el lenguaje del engaño corno engaño del lenguaje. La escritura ya no será una figuración del mundo, su posibilidad de captarlo, sino su distorsión. Personajes que se miran en otros personajes, protagonistas invertidos en narradores, escritura que se lee a sí misma, la producción menesiana –enfrentándose especularmente a sus textos anteriores– traslada a la falsificación la diferencia. Del lenguaje con las cosas al lenguaje consigo mismo, la distancia se denunciará como impotencia, como ocultamiento de la realidad.
 
     Presente en el lugar central que ocupan las falsificaciones están los disfraces. En el espacio narrativo abierto en este período dicen y reiteran los personajes: “He vivido de experiencias cuidadosamente fabricadas”; “Mi juicio estará siempre falseado”. También sus vidas se muestran falseadas; incluyen un volumen, una profundidad que no logra ocultar la plana superficie del espejo. 
     Narciso constantemente se adecúa a un rol: no ama, no odia, no se suicida. Representa la escena del amor, el drama del odio, la tragedia del suicidio, en un acto cuya teatralidad apunta menos a la ficción que a la mentira: en esa aparente riqueza expresiva, viene a señalar, no hay nada. Todo es espejismo, tan falso como el yo, el lenguaje y, en consecuencia, el mundo.
     
“Es tan visible el remiendo, tan patente la voluntad de ficción, que hace pensar que los velos aparentemente fabricados para disfrazar la verdad han sido concebidos en realidad para denunciarla”, concluye Narciso Espejo. Exhibición del mito para desmitificarlo, disfraz que en lugar de ocultar desenmascara, en definitiva, se trata de mostrar que si el lenguaje tenía un otro —la cosa nunca agotable por él— esa diferencia lo condena a la esterilidad: la verdad no puede enmascararse: es su propia máscara.
 
     La dialéctica especular que condujo a la condena del yo se repite en la sanción al lenguaje, en el descrédito de la verdad. Mientras era totalmente semejante a la cosa, la palabra encontraba en el realismo la posibilidad de descubrir el secreto del mundo, su verdad. Cuando exhibe su diferencia, ésta —que deviene absoluta al esquivar su referente que mostraría la semejanza inclusive en la no-identidad: el lenguaje es distinto de la realidad pero también parte de ella— derrumba el valor no sólo del realismo sino, además, de toda posibilidad de literatura.

     Desde la distancia entrevista en El falso cuaderno de Narciso Espejo, hasta la desplegada como absoluta en La misa de Arlequín, el gesto primero de la confrontación especular conducirá al escepticismo: el último relato está pautado a través de un volumen que opera como una pizarra mágica. Borrando en cada párrafo la coherencia del anterior con la última frase no sólo concluirá el libro, también se cancelará todo camino para una escritura que se quiera verdadera.

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