Mario Szichman
El obituario de Nina Bourne, la
vicepresidenta de publicidad de la editorial neoyorquina Alfred A. Knopf, se concentró en su mayor hazaña: catapultar a los
espacios siderales la venta de la novela Catch-22
(Trampa 22). Por supuesto, aún sin la promoción ideada por Bourne, que falleció
el 9 de abril de 2010, a los 93 años de edad, Catch-22, escrita por cseguiría siendo una obra
maestra. Su mismo título ya se incorporó al lenguaje anglosajón. “A Catch-22 situation” es una manera de aludir a un
callejón sin salida o a un círculo vicioso. La novela narra las tribulaciones
de un grupo de pilotos de bombarderos estadounidenses durante la segunda guerra
mundial. Aterrados por su tarea, algunos de ellos fingen demencia. Y de esa
manera, caen en la trampa tendida por los médicos. Pues, según los médicos
militares, sólo un demente puede servir en las fuerzas armadas como piloto de
bombardero. Si alguien se declara demente, es porque se trata simplemente de una
persona sensata que teme incursionar en territorio enemigo. (Yossarian, el
protagonista de la novela, informa a uno de sus médicos que los enemigos
intentan matarlo. El médico, para tranquilizarlo, le dice que no se preocupe,
que los enemigos no tienen como propósito matarlo a él, de manera exclusiva, sino
a todos los norteamericanos que luchan en la misma causa. Y Yossarian le
responde: “¿Y cuál es la diferencia?”)
Afortunadamente, no hay una sola obra
perfecta en toda la historia de la literatura, y eso es muy saludable. Como
decía William Faulkner, “Todos hemos fracasado en el intento de cotejarnos con
nuestro sueño de perfección. Por lo tanto, nos justipreciamos sobre la base de ese
espléndido fracaso que hemos padecido para alcanzar lo imposible”.
Don Quijote está plagado de malos cuentos
que el caballero andante encuentra en los recovecos de algún armario, y que
pueden eludirse sin que sufra la narración. Y La Guerra y la Paz fue muy celebrada por Gustavo Flaubert y al
mismo tiempo criticada de manera cruel por el autor de Madame Bovary. Y con razón, porque en los capítulos finales Tolstoi
abandonó la objetividad del novelista para exaltar la gloria de la madre patria
como si hubiera sido un chauvinista más. Tampoco hay que olvidar el carácter de
Natasha, que de mujer liberada pasa a ser una madre sólo preocupada por la
salud de sus hijos, y se convierte rápidamente en una matrona. Eso no sería
cuestionable en sí, suele ocurrir en la vida. Lo cuestionable es que Tolstoi,
explícitamente, elogie ese cambio de actitud en Natasha, señalando que así es
como deben actuar las mujeres en la sociedad.
LA CRÍTICA DESECHADA
Dos excelentes novelistas, Evelyn
Waugh (el autor de The Loved Ones, una
sátira sobre el funcionamiento de una empresa de pompas fúnebres en California)
y Norman Mailer (Los desnudos y los
muertos, El sueño americano),
criticaron la desordenada estructura de Catch–22.
Nina Bourne había pedido a Waugh una
cita para utilizar en la contratapa de la novela. El escritor le respondió en
una carta: “Usted se equivoca al calificarla de novela. Es una colección de
bocetos, en ocasiones repetitivos, totalmente carentes de estructura”. Por otra
parte, Waugh reconoció la extraordinaria calidad de los diálogos. Inclusive le
propuso a Bourne esta frase para incluir en la contraportada:
“Esta exposición de corrupción,
cobardía y falta de civismo por parte de funcionarios estadounidenses
enfurecerá a todos los amigos de vuestro país (yo entre ellos), y dará gran
confort a nuestros enemigos”.
Mailer también atacó la imperfecta
estructura de Catch–22 señalando que
“Uno puede cortar cien páginas de la mitad de la novela, y nadie advertirá que
desaparecieron, ni siquiera el autor”.
Bourne no incluyó esas críticas en la
contraportada del libro. Sólo las que abundaban en (bien merecidos) elogios.
Especialmente de críticos británicos. Pues algunos snobs norteamericanos se derriten cuando el elogio proviene de sus
ex colonizadores. Al punto que en uno de los avisos de la novela, tras
mencionar las extasiadas críticas de comentaristas ingleses, insertó esta
frase: “Come on! Don’t let the English
beat us!” (¡Vamos, no dejen que los ingleses nos derroten!)
El secreto de Bourne, dijo William
Grimes en el obituario que escribió para The
New York Times, fue tratar la novela de Heller “como un fenómeno”, mucho
antes de que lo fuera. Las críticas iniciales en Estados Unidos no habían sido
muy favorables, y las ventas de tapa dura llegaron a 35.000 ejemplares, algo
bueno, pero nada espectacular. La campaña de Bourne consistió en ir alimentando
el fenómeno a través de una intensa campaña de publicidad donde se señalaban
los progresos paulatinos en las ventas. Y luego, cuando Catch–22 mostró señales
de despegue en Gran Bretaña, se encargó de mencionar los nombres de eminentes
escritores ingleses deslumbrados por la novela.
Con la excepción de El tambor de hojalata y de El buen soldado Schweik, la novela de
Heller cuenta con escasos paralelos. Logra desmontar las falsedades del establishment
militar a través de la ironía. Sin embargo, un ascenso más lento en la fama de
esa majestuosa novela hubiera permitido a los críticos mayor latitud para
analizarla, desmenuzarla, celebrarla o denigrarla, y en la discusión
subsiguiente se hubieran abierto nuevos caminos permitiendo a otros novelistas absorber
su innegable influencia sin repetir sus errores. Como señalaba el ensayista
ruso Bielinsky hace más de un siglo y medio: “Nada que aparezca y tenga éxito
inmediato y sea recibido con elogio incondicional puede ser importante o
grande. Importante y grande es sólo aquello que divide las opiniones, que
madura y crece a través de la lucha genuina, que se impone contra la
resistencia viva”.
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