Mario Szichman
“--¿Para qué existes?--”
“–Para armar una réplica–”
Samuel Beckett
Esperando a Godot
Una persona avanza por el pasillo de un edificio, abre la puerta de su
apartamento, y presiente que lo aguarda una voz. No una presencia física, solo
una voz. Y antes de que encienda la luz, la voz empieza a explicar sus
atributos. A poco de hilvanar algunas
sentencias, el inquilino o dueño del apartamento prefiere no encender la luz.
Se dirige a tientas hacia una silla, o un sillón, y se limita a escuchar, pues
todo está condensado en ese tono de voz. No solo eso, la voz va construyendo el
escenario, delinea personajes, anima la
vida de una ciudad. Nada más que la voz. Exclusivamente la voz.
Eso es lo que ocurre en la primera parte de la novela Mariel, de José Prats Sariol (Editorial Verbum de Madrid, 2014).
Recuerdo que hace algunos años entrevisté al novelista Robert B. Parker, un
eximio narrador de historias policiales. Parker me dijo que los escritores se
dividían en dos categorías, aquellos que tecleaban con ambas manos, y quienes lo
hacían con una sola, pues la otra estaba enfundada en esos guantes que
concluyen en una cabeza de felpa, y suelen ser usados por los ventrílocuos. El
novelista aseguraba que la segunda categoría de autores eran fuera de serie. Podían
desdoblarse y dialogar, en lugar de monologar.
Todos los protagonistas de Mariel
–que además, de manera uniforme, se llaman José, o sus variantes– usan el
monólogo para crear un coro de voces. Y pueden armar desde pequeños ámbitos
hasta urbes completas.
En el monólogo de la primera parte, Joselín, afincado en el puerto de
Mariel, entabla un diálogo con José, un abogado habanero. En realidad, recuerda
a esos aplausos que se ofrecen con una sola mano. El único que habla es
Joselín, un gran maestro de ceremonias.
Un narrador tradicional explicaría de esta manera las tareas de Joselín
como anfitrión: “Chistó al mozo del bar Dos
Hermanos y le hizo señas para que trajera ron blanco, uno para él, otro
para su invitado”. Pero no José Prats, no su protagonista, quien le dice al
abogado habanero: “Ahora verá cómo el silbido le hace mirarme”, aludiendo al
barman. Y luego “Este dos con el índice y el anular es tan claro como la luz
verde del semáforo”. La señal para exigir las bebidas.
Primero la voz, luego el gesto. El ron “en strike” no solo sirve para beber, también explica el clima: “La llovizna del frente frío
merece el ron en strike”. Esa llovizna,
a su vez, pronostica otro cambio de tiempo anticipado por “el correr de las
nubes grises”. Es un alivio. ¿Le gusta al Pepe habanero el cambio de tiempo? “¿Lo
prefiere?” pregunta Joselín a su invisible interlocutor. “Yo también, unos
grados menos y un poco de sombra nunca le viene mal a esta isla enceguecedora”.
Las reacciones del escucha solo son reseñadas por el dueño de la voz. “Usted
tiene una buena risa” dice el protagonista, halagado por el invisible, mudo
oyente. “¿Verdad que ser espontáneo abre puertas?”
Hay países del Caribe que parecen construidos por Walt Disney, y otros
simulan ser dirigidos por Howard Hawks, con guión de Ernest Hemingway. A poco
de andar, el lector de Mariel se deja
transportar por la voz de Prats a un mundo que evoca una película de Humphrey
Bogart, digamos To Have or to Have Not.
El drama de Cuba, la tragedia de Cuba, la apariencia de Cuba, tiene como
ingrediente esencial su revolución. Pero Cuba no es China, no es Vietnam, no es
Rusia. Su tradición no es milenaria. Ningún país de América lo es. Y en
aquellas naciones donde sí existió una cultura indígena, como en México, en
Guatemala, o en Perú, sus habitantes rechazan a muerte la idea de ser precolombinos.
Sin embargo, hay un antiguo, soterrado, pasado en Cuba que le ha brindado peculiaridades
poco exploradas en otros países. La inmigración china a Cuba representó un
factor importante, y sus secuelas están tan presentes hoy, como hace más de un
siglo.
La segunda parte de Mariel, esta
vez en tercera persona, trabaja justamente las consecuencias de esa incómoda
amalgama de culturas a través del periodista José Chuang Yemáyez, hijo de chino
y de mulata. Es el momento en que la
novela, en vez de hablar, comienza a ser hablada. Estamos en plena revolución,
inmersos en el fervor de un mundo tan flamante como el primer día de la
creación. Es necesario acabar con los viejos hábitos, las antiguas astucias, y
dedicarse a construir el Hombre Nuevo. Pero el hombre viejo se resiste.
Inclusive las virtudes de quienes más se empeñan en forjar a Prometeo, son apenas
de la lengua para afuera. La franqueza es reemplazada por la simulación. En
todas partes, el Hermano Grande vigila. No como en 1984 de Orwell, sino en estilo caribeño. Pero la vigilancia existe,
y quien no acata la senda decidida por los burócratas, pronto pierde prebendas,
vacaciones al exterior, o la obtención de un vehículo. Y suele acabar
marginado.
Por el cuerpo de José Chuang Yemáyez, protagonista del segundo capítulo,
pasan muchos de los dilemas de la Cuba en dos tiempos. No es un
contrarrevolucionario, pero sí un hombre crítico. Trata de acomodarse a esa
incómoda modernidad, inclusive logra
progresar en el periodismo porque sabe callar a tiempo y no pone en entredicho
las decisiones de sus jefes. Sin embargo, hay algo que no lo convence del todo.
Son demasiados años de simulación, un tiempo excesivo de lidiar con mediocres
como para que el cuerpo aguante.
El quiebre de Chuang no es a través de una explosión sino de una sumatoria
de pequeñas decepciones. Su cuerpo comienza a escindirse, y explora, como
alternativas, un retorno a sus raíces chinas, o una indagación de la fe
cristiana.
Como lo señala Prats, “Cuba era un país sin grandes recursos, asediado por
la nación más poderosa del mundo”. Esa maldición es eterna. El asedio nunca
cesará; tampoco la paranoia. Por lo tanto, mejor acomodarse al lecho de
Procusto tendido por un régimen que administra sus favores a cuentagotas para
la mayoría de la población, y en cierta medida mayor, a sus elegidos.
No solo las experiencias revolucionarias, o tumultuosos períodos históricos
buscan alterar lo que podríamos considerar “la naturaleza” humana. Freud decía
que somos, esencialmente, animales provistos de prótesis. No existimos como
seres auténticos, pues no vivimos en la tundra o en el bosque: habitamos una
sociedad. La sociedad nos moldea, nos hace exitosos o mediocres, nos brinda un
lugar, o lo escamotea debajo de nuestros pies. Algunas sociedades se preocupan
menos que otras por nuestro bienestar o nuestro acatamiento. Pero todas ellas
nos quieren a su imagen y semejanza.
La Cuba descripta por Prats recuerda esos experimentos reseñados en Seeing Like a State, de James C. Scott.
Desde las alturas del poder es factible observar la realidad de una manera
esquemática, ignorando al ser humano, excepto para vigilarlo y tomar control de
su vida. Tal vez el subtítulo del libro de Scott ofrezca una idea mejor: “Cómo
ciertos esquemas para mejorar la condición humana han fracasado”.
La idea central del ensayo es que la llamada “ingeniería social” suele
planificar exclusivamente para el desastre. Ya se trate de una ciudad –Brasilia
es el modelo perfecto de una pesadilla urbanística– o de la naturaleza. La
colectivización de las tierras en Ucrania durante la época de Stalin no sólo
privó a cientos de miles de propietarios de sus tierras, sino que condenó a
millones de personas a espantosas hambrunas.
El
modelo de devastación impuesto en Ucrania fue luego copiado, con matices, por
la dirigencia china durante “El gran salto adelante”, que entre 1958 y 1962
causó la muerte de entre 15 y 42 millones de personas.
Planificar “desde arriba” no es monopolio de los autócratas, sino de una
mentalidad que precede a la Revolución Francesa. Scott menciona lo que ocurrió
en Prusia durante el siglo dieciocho, cuando ingenieros forestales intentaron
crear madera para usos exclusivamente comerciales.
“El anhelo era implantar bosques perfectamente legibles”, dice Scott. “Se
plantaron árboles de la misma edad y de la misma especie. Los árboles crecían
en líneas rectas, en espacios llanos, rectangulares, libres de toda clase de
arbustos y de cazadores furtivos”. Pero, el plan contravenía a la naturaleza,
que ama la mezcla de especies, y a la sociedad, que tiene usos destinados a los
arbustos y a las hierbas que prosperan a su alrededor. En el lapso de un siglo,
la naturaleza se vengó. Esos bosques tan higiénicos, tan libres de toda
contaminación, se infectaron de muerte y fueron flagelados por toda clase de
plagas.
El tercer capítulo de Mariel es
un gran panorama de la Cuba pre y post revolucionaria esbozado a través de otro
José, en este caso un oportunista fracasado, cuyo único objetivo en la vida
parece haber sido ingresar al partido Comunista. José termina emulando al personaje
de Ante la ley, de Kafka. Cuando llega
su agonía debe resignarse a aceptar, como le señalaba el guardián al campesino,
que la única entrada tan anhelosamente avizorada, le estaba destinada, “y ahora
voy a cerrarla”.
En el cuarto capítulo de Mariel
se reitera la pareja de José, el habanero, y de Joselín, quien llevaba la voz
cantante en el primer capítulo, tramaba sombras, y fraguaba tres dimensiones y
personajes de carne y hueso, en base a su voz, en ocasiones mediante chistes. El
monólogo es reemplazado por una carta donde el habanero repite la hazaña de
violinista manco del habitante de Mariel.
Es la primera vez que escuchamos al habanero Pepín, “hablar”, o al menos
manifestarse por medio de la escritura, a través de su “Carta Habanera”.
El coloquio en dos tiempos, el del primer y cuarto capítulo, es bastante siniestro,
pues no existe la menor comunicación entre ambos personajes. Cada uno habla,
pero a destiempo. ¿Qué es esa aceptación total del Otro sino la forma más
prístina del diálogo de sordos? ¿En qué mundo residen donde existe la palabra,
pero ninguna clase de intimidad? Es como si dos robots divulgaran sus
experiencias sin buscar respuestas. ¿Alienación contemporánea? ¿O un régimen
político que perdura más que el otoño del patriarca?
Lo bueno del caso es que Mariel no es una novela política. O
cargada de consignas. O, mejor dicho, la política pasa por el cuerpo de cada
personaje, por sus ambiciones y por sus deseos. Es una comedia humana sin
grandes gestos, sin frases altisonantes. Pero está cargada de seres de carne y
hueso, y de mucho humor. No olvidemos que Cuba se ha convertido en uno de los
últimos anacronismos del socialismo proletario. Ni China, ni Rusia, ni Vietnam
son ya dictaduras del proletariado. China y Rusia son poderosas plutocracias.
Cualquiera de sus dirigentes podría ubicarse sin rubores y con gran destreza en
la junta directiva de una corporación. En cuanto a Vietnam, parece seguir el
mismo camino. Como rémoras del pasado quedan Corea del Norte y Cuba. Pero
tampoco en la Cuba actual, aún con otro de los hermanos Castro en el poder,
parecen existir muchos deseos de abrillantar las credenciales revolucionarias.
El capítulo final de la novela, Coda,
es una muy especial vuelta de tuerca: pone a los personajes en presencia de
José Prats, su autor. Así comienza: “BIENVENIDO A SU FAMILIA. Presentía que
cuando Mariel se publicara usted
vendría a compartir con nuestro Alcatraz inefable, bebería espejo con ron,
salitre y marginalidad con ron en la roca, en la porosa roca de hielo dentro
del vaso turbio. Ah, querido progenitor, esta noche en el Dos Hermanos será como si la Caída y la Creación fueran un único y
simultáneo suceso”.
Cuando el autor quiere dialogar con sus creaciones, uno de los presentes le
dice: “Ni José el periodista con Ceremonia del té, ni Pepín el historiador con
Cualquiera, ni Pepe el abogado con Carta habanera, ni muchísimo menos yo con mi
Dos Hermanos, podemos ser
entrevistos”.
En todos los José que lidian en Mariel
hay una pugna entre la verdad y las máscaras que adoptamos para sobrevivir.
La máscara parece triunfar siempre, especialmente en épocas de tribulación.
De José Prats
Sariol (La Habana, 1946) dijo José Lezama Lima: “Armado de un sentido crítico
que colma en la balanza la trenza de la lechuza y el arcoíris del sunsún”, para
caracterizar su internacionalmente reconocida obra. A sus novelas Mariel, Lila y Guanabo gay, se
suman varios libros de cuentos, y entre sus libros de crítica literaria: Por la poesía cubana, Criticar al crítico. Este año también
aparecerá Sangre en Níjar (cuentos) y
en 2017 Pobre corazón (novela).
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