Mario Szichman
“Todos los nombres propios son metáforas:
Enajenan a
la persona designada
de su inefable individualidad
y la asimilan a un sistema de lenguaje.
También la marcan en términos
diferentes de sí misma. Esa forma de la
diferencia o de ubicarse a un costado
representa la esencia de la palabra.
Nombrar a alguien es alienar a esa
persona de sí misma y convertirla
en parte de
una familia”.
Joseph Hillis Miller
La novela corta es el género más difícil en la narrativa, al menos para mí.
Los lectores perdonan más a los creadores de novelas largas. Norman Mailer decía
de Catch–22, de Joseph Heller, que
era posible quitarle cien páginas, sin
que nadie lo advirtiera. Y estoy hablando de una de las mejores novelas cómicas
que se han escrito en el siglo veinte, a la altura de El buen soldado Schweik o de The
Horse´s Mouth.
Voy a cometer un sacrilegio: hay partes en Cien años de soledad que me aburren de manera indecible. A veces
Gabriel García Márquez parecía un mago excediéndose en sus trucos. Eso me
aburría. Y voy a subsanarlo cometiendo otro: de haber fallecido García Márquez
después de publicar El coronel no tiene quien
le escriba, su fama como gran narrador hubiera quedado intacta. Decía Luis
Haars en Los Nuestros que en la
novela corta de García Márquez: “Hay un aura de cosas no dichas, de medias
luces, silencios elocuentes y milagros secretos, en que se define siempre lo
que se omite y resalta lo que quiere pasar inadvertido. Un soplo de misterio
atraviesa el libro, que apenas tiene cien páginas, pero está envuelto en
sombras luminosas”. Imposible decirlo mejor.
Me ocurre algo similar con la novela corta Inquilino de la intemperie, de Luis Javier Hernández. (Ganadora del
XIX Concurso Nacional de Literatura, Primer Premio en el Género de Novela Breve.
Fondo Editorial Ipasme, 2015. Caracas, Venezuela). Hay, para repetir a Harss, “un aura de cosas
no dichas”.
El buen narrador es siempre amanuense del personaje, y las novelas que
perduran se escriben de adentro para afuera: desde el protagonista, nunca desde
el escritor.
Rómulo Rivalta, el narrador de Inquilino
de la intemperie, es un gran personaje. Está escrito desde adentro, desde
sus desalentados años, desde ese disfraz –el uniforme militar– que lo
condiciona, lo mantiene prisionero, le dicta una visión del mundo. Rivalta es
hablado por su uniforme. Despojado de sus vestiduras guerreras, hasta se siente
incapaz de amar. “…En la desnudez de los cuerpos Rómulo Rivalta se sentía otro
ser profundamente vulnerable”.
Uno de los grandes aciertos de esta novela de Luis Javier Hernández es la
manera en que las metáforas guerreras van trazando la odisea, la ordalía de
este personaje, su ascenso en la esfera militar y diplomática, y su paulatina
caída hasta convertirse en visitante habitual de un burdel, donde los años
comienzan a pesar, y su exilio finalmente se corrobora. Pues ¿qué hace toda su
vida sino estar exiliado de su familia, de sus amigos, de su esposa?
Algo muy peculiar en Inquilino de la
intemperie es verificar cómo a medida que Rómulo Rivalta se va despojando
de ese caparazón que es su uniforme, con sus símbolos fálicos –charreteras y
condecoraciones– y sus anuncios belicosos nunca plasmados en la realidad,
empieza a existir como ser humano. El libro de bitácora de su vida va creando
un cuerpo encarnado en sucesivos fracasos, el personaje adquiere tres
dimensiones exclusivamente a través de su voz.
Inquilino de la intemperie es una
obra de orfebrería que cuenta la historia de una obsesión. Al principio, es
apenas una idea fija difundiendo lemas, frases sonoras, trilladas, alertando
sobre un pasado heroico, y un futuro de gloria encarnado en “Aquel portentoso
uniforme, la piel heroica de la República”. Se trata de palabras, solo palabras,
ensambladas para resonar en los huecos corredores de algunos ministerios
públicos o de algún palacio presidencial.
El primer traspié de Rómulo Rivalta es cuando lo nombran edecán de la
Primera Dama. Al principio, cree que forma parte de su ascenso social, aunque
persisten las dudas. “De guerrero indomable pasó a ser edecán, ´soldadito de
papel´, donde el porte sólo servía para engalanar primeras páginas detrás de la
personalidad sonreída. Pecho erguido y mirada al horizonte mostraban al
guardián de la República en actitud reverencial. Ese uniforme glamoroso lo
hacía lucir diferente, era una segunda piel, la coraza que subyugaba
voluntades, propiciaba remilgos y todos inclinaban la cabeza, sino por respeto,
era temor frente a las armas de la República”.
Pero Rivalta comete la indiscreción de enamorarse de la Primera Dama. Y
supone que el sentimiento es recíproco, aunque en el caso del protagonista
parece una simple alucinación. Es el primer traspié de su carrera, el primer
avance en su fragilidad, expresado en su pasión al descubrir la poesía. A
partir de ese momento, Rómulo Rivalta está perdido como centinela de la patria,
y empieza a crecer como ser humano.
Ignoramos si alguna indiscreción amorosa de Rivalta con la Primera Dama lo
conduce al exilio. El protagonista sí lo piensa. Otro rasgo de una prosa
obsesiva, otro aporte a la forja de un personaje acosado por los fantasmas de
la incertidumbre, que cuenta con el lector como exclusivo acompañante.
Cuando le dan a Rivalta como destino la embajada en España cree que “la
vida le había preparado una emboscada y lo lanzó hacia los desafueros civiles
donde la diplomacia deglute las glorias patrias”. Empieza “a caminar por una
travesía donde todo comenzaba de nuevo y los pasos se iban amoldando al camino
que era quien guiaba al caminante”.
Aunque historia de una obsesión, narrada en un estilo de gran economía y
precisión, Inquilino de la intemperie
está pespunteada de breves destellos de ironía que humanizan a los personajes
que la habitan. Cuando Rivalta se va a acostar con Cindy, una de sus amantes, tras
ser designado embajador en España, necesita que la mujer atienda a sus
tribulaciones.
“Ella lo escuchó pacientemente, sin interrumpirlo”, dice el narrador. “Hasta
que en una pausa de su aletargada confesión, le hizo saber que ese tipo de
trabajo, el de escuchar, tenía una tarifa mayor a todos los otros servicios”.
Inquilino de la intemperie es
también la reconstrucción de un ser humano a partir de su viaje al pasado. “La
vejez y el exilio se habían empeñado en traer con una fuerza increíble los
recuerdos de la infancia, hasta llegar a desplazar su memoria militar y empezar
a ver deambular a su abuelo, una figura que le producía mucha preocupación,
quizá miedo, al evocar el traqueteo de la mecedora en medio de la voz pausada
que rememoraba las andanzas viriles de sus antepasados. Todos unos caballeros
de la conquista y la seducción que midieron su cadena de éxitos a través de una
larga lista de hijos que iban prolongando la fama de la estirpe”.
Rómulo Rivalta no ha podido procrear hijos. “Su fervor ciego por la
República lo convirtió en eunuco, y ya era demasiado tarde para arrepentirse”.
En él concluye el devenir de las generaciones. Está “irremediablemente
perdido en su propia vida. Sin las arrogancias del uniforme ni las apariencias
de la formalidad”.
Piensa también Rivalta: “Generalmente envejecemos por fuera, mientras que
por dentro, desacompasados del tiempo, nos mantenemos jóvenes asidos a los
recuerdos”.
Afortunadamente, las buenas novelas no envejecen. William Faulkner decía
que el objetivo de cada artista “es frenar el movimiento, que es la vida, a
través de métodos artificiales, y mantenerlo inmovilizado, para que de aquí en
cien años, cuando un extraño lo observe, vuelva a entrar en movimiento, puesto
que es vida. Ya que el hombre es mortal, la única inmortalidad posible es dejar
algo detrás que resulte inmortal, algo que siempre tendrá movimiento”.
Hasta la intemperie puede llegar a protegernos, sugiere el narrador, pues “A
veces, la intemperie también cubre, aunque sea de nostalgia”.
Inquilino de la intemperie es un
texto que perdurará con cada lector que abra sus páginas, y se proteja en su
inclemencia.
Excelente narrador y un gran Maestro.
ResponderEliminarUsmary: coincidimos en ambos criterios. Soy además, un gran admirador de los ensayos críticos de Luis Javier Hernández. Su libro sobre "Las lanzas coloradas" de Arturo Uslar Pietri es un trabajo seminal acerca de una de las grandes novelas venezolanas.
EliminarCon mi amistad.
Inquilino de la intemperie... Exquisito banquete que he degustado.
ResponderEliminarExcelente crítico, ensayista, y sobre todo, Maestro.
Lucía, "Inquilino de la intemperie" pronto se convertirá en una novela imprescindible para entender la Venezuela actual. El protagonista es un gran personaje, de una enorme humanidad. ¡feliz domingo a otra excelente ensayista de la tierra roja y heroica!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar"Ilquilino de la interperie", se observa un tinte telúrico donde el sujeto protagónico expresa sus sentimientos, pasión y amor a la poesía desde un aspecto literario social enmarcado por la patria.
ResponderEliminarBuen día, una crítica muy acertada. Inquilino de la Intemperie es un corto viaje que envuelve al lector en un universo de placer.
ResponderEliminarEn Inquilino de la Intemperie, se puede percibir la reedificación de la esencia viva, al manifestar su sensibilidad a la inspiración de la poesía mediante la presencia retórica general de su procedencia.
ResponderEliminarBuenas tardes... En Inquilino de la Intemperie; hay un desdoblamiento del sujeto,representando la nostalgia.
ResponderEliminarBuenas tardes. "Inquilino de la imterperie" escrito por el Dr. Luis J. Hernadez C. nos da a conocer que la imterperie en ocasiones es un buen lugar para algunas personas alejarse de sus preocupaciones, en este caso el protagonista busca escabullirse de lo emocional y social con mujeres o debajo de su "disfraz". Aun así seguía siendo envuelto por la nostalgia.
ResponderEliminarGrandiosa publicación profesor Mario Szichman. Aunque no he tenido la oportunidad de leer Inquilino de la intemperie he tenido la oportunidad de escuchar al profesor Luis Javier Hernández y de allí es donde puedo hablar, de lo que me ha enseñado el profesor en el poco tiempo que he compartido con él y por lo que usted dice sé que es una novela que tendrá éxitos, que no envejecerá, que cada lector le buscara su significación y en cada encuentro degustara estos textos. También le puedo asegurar que lo que usted ha dicho tiene en parte una verdad, ya que el profesor nos habla de la nostalgia y desde la nostalgia, de las esferas que están presentes en el sujeto (patémicas-volitivas-afectivas). Sé que desde lo aprendido puedo descifrar el universo simbólico que habita en ella y desde la “Ontosemiótica” como teoría se refuerzan los significados. Muchas gracias por su comentario, no hay duda de la excelencia de mi profesor.
ResponderEliminar