miércoles, 11 de noviembre de 2015

Un canto a la vida: Los primeros 80 años de Eduardo Zambrano Colmenares


Mario Szichman





“Uno busca una ciudad
en donde haya un lugar oculto
al hostigante ojo de los días
a la asfixia que ahoga nuestro entusiasmo.
Así viví en la ciudad encantada.
Suelen preguntarme de año en año por ella
y respondo siempre
como si despertara de un sueño”.
“Hablo de un clima
que transcurre siempre en presente
junto a las cosas milenarias
y el gran silencio”.
Eduardo Zambrano Colmenares


Hay lugares que, al igual que Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, el bello cuento de Jorge Luis Borges, son un vasto fragmento metódico de historia, “con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia teológica y metafísica. Todo ello articulado, coherente, sin visible propósito doctrinal o tono paródico”. Los estados andinos de Venezuela son algunos de ellos. Generalmente ese tipo de comarcas prefieren alentar el amor, los galantes modales, y las sonrisas –aún en medio de las peores tribulaciones– y desdeñan las constantes flagelaciones, o los seres martirizados.
Pero nadie debe engañarse con el estado Trujillo. Es una tierra trágica, una morada de valientes, de insolentados valientes. En esa tierra, también heroica, un 16 de enero de 1813, Antonio Nicolás Briceño, alias El Diablo Briceño, divulgó un plan que había aprobado su oficialidad para “destruir en Venezuela la raza maldita de los españoles europeos”.
En el plan se ofrecían ascensos militares a cambio de las cabezas segadas al enemigo. De acuerdo al inciso noveno de la proclama: “Se considera mérito suficiente para ser premiado y obtener grados en el ejército, presentar un número de cabezas de españoles­europeos, incluso los isleños. Y así, el soldado que presentare veinte será ascendido a Alférez vivo y efectivo; el que presentare treinta, a Teniente, el que, cincuenta, a Capitán; etc.”
El Diablo Briceño no llegó muy lejos con esa proclama que precedió el Decreto de Guerra a Muerte de Simón Bolívar. Fue capturado por los españoles y fusilado el 15 de junio de 1813. Se negó a que le vendaran los ojos antes de la ejecución, se negó a que lo confesara un sacerdote español y, según la historia –o la leyenda, pues a veces, como señalaba el periodista en el filme The Man Who Shot Liberty Valance, “cuando la leyenda descuella sobre la historia, nosotros imprimimos la leyenda”– les regaló a sus enemigos esta frase: “Quiero que me fusilen pronto para no sufrir por más tiempo la pena de ver a los tiranos que oprimen mi patria”.
Ignoro qué usan los andinos para fertilizar sus tierras, pero muchas de sus tierras han sido regadas con la sangre de sus mártires, y esa combinación de amabilidad, ironía, e insolente orgullo, están siempre presentes en sus intelectuales, en sus mitologías, en el rumor de sus lenguas, y en sus controversias teológicas y metafísicas. Todo muy articulado y coherente.
Imagine el lector un sitio donde coexisten la modernidad, y el tiempo detenido. Venezuela, como bien la caracterizó un gran trujillano, Adriano González León, en su novela País Portátil, fue una nación que parecía marchar siempre en autopistas. El pasado era aún más efímero que el presente. Hasta que un día se dio de narices contra un temible futuro, y hasta hoy está recogiendo los trozos de una enorme, interminable colisión, sin esperar recompensa alguna en los años por venir o por padecer.
Hay un consuelo: el tiempo detenido de los trujillanos puede evocar dos siglos de inacabables luchas, de persistentes y arcaicos heroísmos. El presente augurado a los venezolanos de la actualidad es más temible y afligido.
El poeta y narrador Eduardo Zambrano Colmenares no es trujillano, sino tachirense. Y eso lo hace doblemente trujillano.  Nunca elegimos los lugares: los lugares nos eligen a nosotros.  El estado Trujillo ha elegido a Eduardo Zambrano Colmenares para que resida en él, evoque sus paisajes, escudriñe a sus pobladores, se adueñe de su memoria.
El fervor del transplantado doblega la tranquila calma del oriundo. Zambrano vive en Trujillo desde hace varios años, ama a una bella trujillana, y su pertenencia a una etnia muy singular en Venezuela, la de los andinos, que arrastraron al país a la modernidad, aunque usando deplorables modales, lo convierte en un ser muy especial. En sus poemas y cuentos ha conseguido algo bastante difícil de concretar en otras partes de Venezuela: un buen anclaje, excelentes raíces, y la excepcional memoria del extraño en tierra extraña.
Quien viene de otra parte degusta de manera excepcional la región que lo ha seleccionado para vivir en ella. Zambrano Colmenares no evoca los grandes hechos, sino los pequeños seres, aquellos que han sido olvidados, que cargan con su orgullo a cuestas, ineptos para sobar el lomo a los poderosos, tan anacrónicos, que nunca se rinden.
Su libro de cuentos La desmemoria (Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2006), es, como hubiera dicho Roberto Arlt, un directo cross a la mandíbula. Es imposible dejar de leer cuento tras cuento; o mejor dicho, vivencia tras vivencia.
¿Quién es el que narra? Posiblemente un niño. ¿Qué es lo que narra? La vida a ras del suelo, las nimias miserias cotidianas, la actividad de un cuerpo, las trampas del cuerpo, las asechanzas que sufre el cuerpo a manos de los mayores en un mundo sin salida. Piensen en el Benjy de The Sound and the Fury, y encontrarán al protagonista de La desmemoria. Además con leves enganches, podría ser una novela de la estirpe de Pedro Páramo. Hay una obsesión circular que siempre devuelve al protagonista al punto de partida. Y cuando recupera el avance, y profundiza en sus recuerdos, ya sea de animales, ya sea de violentas escenas de amor, hace pasear la locura, o permite aflorar los velorios.
 Tal como está estructurado, La desmemoria es un libro aluvional. A medida que se transita por sus estratos, crece la figura del narrador, nunca sumiso, imperdonable en sus diagnósticos, implacable en sus conjeturas.
Por una vena distinta circula la sangre en los poemas de Zambrano Colmenares. En su antología  En lengua bárbara (Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 1997) el poeta celebra desembozadamente el amor, junto con la cotidianeidad de los cuerpos, las pequeñas tristezas, las muchas alegrías, un presente inacabable, recuerdos que aguardan agazapados en rincones, la pesada carga del silencio. La palabra es concreta, de tres dimensiones; la única nostalgia que acepta acata los múltiples matices de la verdad.
No voy a analizar cada uno de ellos. Cualquiera es bueno, algunos son excepcionales. Prefiero repetir, como un mantra, su poema "Hombres Mortales", un verdadero canto a la vida.

Es necesario amar todo el tiempo
Los amantes dominicales mueren en plena juventud
y a sus exequias sólo asisten
siete personas a lo sumo
y ni una joven que en verdad se sienta desgarrada.

Pero si amamos todo el tiempo
si tenemos una amante para cada alza de precios
para cada agitación de la bolsa
si todos los días nos golpean ojos y senos
diferentes
si en cada mujer bella existe la posibilidad
de un descenso vertiginoso
a lo más profundo de sus instintos
si amamos así, hombres mortales,
nuestro acto de enterramiento será
todo un espectáculo.

En nuestro fúnebre recinto
amantes y amigos leales harán un desagravio pomposo
a nuestra mortalidad.

Y ahora, desde aquí, en esta costa que me eligió para vivir, alzo mi copa –querría que fuera de ron Diplomático, pero debo conformarme con un whisky canadiense bastante morigerado– y le digo a Eduardo Zambrano Colmenares, en esa tierra que lo eligió para vivir, con mucha admiración, pleno fervor, y como él seguramente desearía, en lengua bárbara: Poeta, usted es una vaina muy seria. Le digo también: Poeta, siga prodigando belleza, continúe diseminando afrentas, importune a los años, acopie muchos años más.
Poeta: todos necesitamos su poesía, no nos olvide poeta, persista, como siempre, como hasta ahora, recreando la fiereza del amor, y por favor, si es posible, nunca deje de pregonar sus cantos a la vida.


6 comentarios:

  1. Maravilloso escrito para describir a mi tierra trujillana, sus grandes poetas y sobre todo a Eduardo Zambrano Colmenares de quien tengo el honor de ser su amigo

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    1. Le agradezco mucho sus palabras. Eduardo Zambrano es un poeta y narrador excepcional. Y es para mí una prenda de honor ser su amigo.

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  2. Querido Mario, la tierra trujillana y su gente están de celebración memorable por los primeros 80 del poeta Zambrano y tu extraordinario canto a la vida entregada a esta tierra de historias inéditas. Gracias por tanto...

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    1. Querida, talentosa y recordada amiga: me emociona mucho lo que me dices. El poeta Zambrano merece numerosas celebraciones. Y sus lectores merecen máss poemas y narraciones de su pluma. Un gran abrazo!

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  3. Apreciado Mario, te doy las gracias en mi condición de amigo de Eduardo, te doy las gracias en mi condición de trujillano, andino y venezolano.

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    1. Querido Pancho. Siempre te recuerdo con gran afecto, desde nuestro encuentro en Trujillo. No es difícil enamorarse de Trujillo, de su cultura, de sus valores, y especialmente de sus seres humanos. Representan a la otra Venezuela, aquella que no se doblega, ni pide favores. Es bueno saber que en medio de tantas tribulaciones, hay quienes tienen el coraje de cantar a la vida como el poeta Eduardo Zambrano. Un fuerte abrazo. Ojalá que pronto se produzca el reencuentro. Ojalá que pronto la Venezuela que amamos vuelva a tener la capacidad de soñar.

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