sábado, 22 de febrero de 2014

Las épocas mitómanas




Mario Szichman



Acusar al enemigo político de ser la encarnación del mal es una calumnia que comenzó a prosperar en el siglo diecinueve, se perfeccionó en el siglo veinte, y ha llegado a su máximo esplendor en lo que va de este siglo. Todos los gobiernos populistas han acudido al recurso, y aunque en muchos casos se ha desmantelado la mentira, enlodar al adversario ofrece increíbles ventajas. Mark Twain decía que cuando la mentira ha dado vuelta al globo, la verdad apenas empieza a calzarse las botas.  

El libreto para difamar al adversario tiene un autor, y una fecha muy precisa. El 21 de abril de 1834, el primer ministro de Francia Adolphe Thiers escribió una carta al prefecto del Bajo Rin explicando cómo debía inventar una conjura de los anarquistas, con el propósito de difamar a ese grupo político, y enviar a sus dirigentes a la cárcel. Thiers había maquinado hasta el último detalle del proceso contra los anarquistas. El único problema es que el gobierno francés carecía de pruebas. Por lo tanto, Thiers le ordenó al prefecto que fabricara documentos, inclusive cartas falsas supuestamente intercambiadas entre anarquistas. Las cartas detallarían “la existencia de una vasta conspiración que abarca a toda Francia”. El gran historiador francés Marc Bloch, un miembro de la resistencia francesa asesinado por los nazis, explicó en su libro Introducción a la historia los minuciosos preparativos utilizados por Thiers para infamar a un grupo político.

El invento de Thiers fue el molde en que se calcaron otras presuntas conspiraciones y se condenó a inocentes. El ejemplo más claro es el llamado Proceso de Colonia, en el cual se sentó en el banquillo de los acusados a los radicales de izquierda que, con Carlos Marx a la cabeza, trabajaban en la revista La Nueva Gaceta del Rhin. No había tirabombas entre los procesados. Todos ellos eran intelectuales. Pero la atmósfera creada en el juicio sirvió para aislarlos del proceso político.

Un elemento imprescindible en esas falsas conjuras es el de la contaminación. Episodios desconectados entre sí: una estafa contra un banco en una ciudad, el secuestro de un político en otra, y el arresto de algunos escritores, son amalgamados como parte del complot. A eso hay que sumarle el hallazgo de “material subversivo”: panfletos, bombas, manuales, y otros artefactos que parecen constituir el decorado básico del conspirador. Siempre me ha fascinado ver cómo en esos complots las armas y explosivos están alineados de menor a mayor exhibiendo una envidiable simetría. En cambio, los libros y los folletos están desperdigados sin ton ni son. Pues quienes urden esas imaginarias intrigas suelen tener un espíritu bohemio. Y la escenografía debe reflejar esa idisioncracia.

Otro elemento muy importante es usar cifras exactas. La mentira de los inescrupulosos necesita ser escrupulosa. Tiene que haber 238 sospechosos, no uno o dos centenares. Y cinco aguantaderos o nueve. Y los terroristas deben poseer fotografías de las dieciocho viviendas de futuras víctimas.

Por cierto Nekrasov, una obra de teatro muy divertida escrita por Jean Paul Sartre, ridiculizaba el macartismo a través de un vividor que descubría los beneficios del anticomunismo. En cierta ocasión, Nekrasov, ya merodeando en las altas esferas del gobierno, informaba el hallazgo de una lista de “F.F.”, sigla de los “Futuros fusilados” que ejecutarían los comunistas en caso de llegar al poder. Y esa lista, un invento de Nekrasov, se convertía en un objeto muy preciado para los anticomunistas que anhelaban llegar a un cargo importante en el gobierno de Francia. Ser un “F.F.” era lo mismo que obtener la legión de honor. Sólo aquellos que habían demostrado mayor fervor por la causa anticomunista podían aspirar a figurar en el selecto elenco de los futuros fusilados. 


EL INFIERNO SON LOS DEMÁS


Afortunadamente, la canallada no tiene partido político. Y el anhelo de aferrarse al poder por todos los medios imaginables –cuando más espúreos mejor– ha creado la contrapartida fascista en esas revoluciones bonitas que todos los días descubren un complot diferente encargado de poner en peligro la felicidad universal. Todo aquel que critica, que protesta, que se siente disgustado por el saqueo de las arcas del estado, por el nepotismo, por la inseguridad en las calles, por el desabastecimiento, por el derrumbe de su país, pasa de inmediato a ser un sospechoso. Ese sospechoso es sólo un eslabón en una cadena de sospechosos cuyo propósito es el retorno a alguna época nefanda. La amenaza crece y se propaga como el cáncer en un dibujo animado. Todo sospechoso carga con una libreta de direcciones, tiene amigos, familiares, hasta acreedores. Cada uno, a su vez, se convierte en otro ser de dudosa lealtad con la patria. Y el enemigo pasa a convertirse en un ex ser humano.

En enero de 1918, la Unión Soviética promulgó la Declaración de Derechos de los Pueblos Trabajadores y Explotados. En la declaración, parte de la población soviética era considerada byvshie liudi, ex personas. La frase pronto se hizo tan famosa como la de “chancho burgués”. Entre los byvshie liudi, ex personas, había funcionarios de la policía y del ejército zarista, aquellos quex personase vivían de rentas, clérigos de todas las religiones, y “los ociosos”. Pronto, el término de ex personas se extendió a otros sectores de la población.

En su libro “Communism, Fascism, and Some Lessons of the Twentieth Century”, el historiador rumano Vladimir Tismaneanu señaló que la categoría de “ex persona”, que durante el estalinismo se extendió a vastos sectores de la población, abrió el camino a la “taxonomía del terror de años sucesivos”.  Al negarle a algunos seres su condición humana, dice Tismaneanu, se forjó el proyecto soviético de “purgar a la sociedad de los restos del pasado”. 

No se puede comparar el sistema soviético con el nazismo, pero en algunos aspectos, las coincidencias son profusas. Los nazis no tenían el concepto de “ex persona”, sino el de “undermensch”, subhumano. Pero las consecuencias de esa clasificación pronto se vieron reflejadas en el envío a campos de concentración y luego de exterminio a gitanos, judíos, enfermos mentales, y personas con problemas físicos.

El texto de Thiers abrió el camino a otras épocas mitómanas de la historia. Aproximadamente unos 20 años después de la carta del primer ministro francés al prefecto del Bajo Rin, un oscuro redactor de panfletos que residía en París elaboró un cúmulo de mentiras y las rotuló Los Protocolos de los Sabios de Sión. En ese texto se hablaba de una conspiración de los judíos para apoderarse del mundo. Los Protocolos fueron desmentidos con abundancia de datos, y descubierto el panfletista que los inventó. Pero el texto reapareció en Francia a fines del siglo pasado para corroborar las acusaciones de traición a la patria contra Alfred Dreyfuss, un capitán del ejército francés de origen judío. Tras una titánica lucha de sectores socialistas y de intelectuales liderados por Emile Zola, la verdad se impuso. Tras pasar varios años en la isla del Diablo, Dreyfuss fue declarado inocente, y uno de sus acusadores, el mayor Ferdinand Walsin Esterhazy, terminó condenado por traición a la patria.

Los Protocolos de los Sabios de Sion reflotaron en Rusia, durante la época del zar Nicolás, ofreciendo el libreto necesario para dar verosimilitud en el proceso a Beiliss, un judío acusado de un crimen ritual. También se reveló que Beiliss era inocente. Pero los guiones de la conspiración reaparecen cada vez que un gobierno autocrático necesita engañar a su población a fin de conservar el poder.

Los populistas tienen un problema: creen que el pueblo que dicen representar está integrado por una cuerda de idiotas. Las mentiras funcionan mientras el pueblo obtiene beneficios de los mentirosos. Una vez sus necesidades quedan insatisfechas, la farsa cesa de convencer. Entonces, cae la venda de muchos ojos. Los seres humanos, no en su conjunto sino uno tras otro, descubren que nadie está a salvo de un régimen que actúa en la impunidad y que usa la justicia exclusivamente para que acate sus propósitos. Y reaccionan. En ocasiones, aunque no siempre, reaccionan a tiempo. Como lo recordó el pastor Martin Niemoeller, que tanto luchó contra el régimen de Adolfo Hitler:

“Primero vinieron a buscar a los comunistas

“Y yo no les defendí, porque no era comunista.

“Luego vinieron a buscar a los socialistas

“Y yo no los defendí, porque no era socialista.

“Luego vinieron a buscar a los sindicalistas

“Y yo no los defendí, porque no era sindicalista.

“Luego, vinieron a buscarme

“Y ya nadie quedaba para defenderme”.

Es preferible actuar mientras aún queda tiempo para defender a otros que pueden ayudar en nuestra defensa.






5 comentarios:

  1. No pude evitar, leyendo esto, pensar en Venezuela. Excelente post Mario. saludos

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    1. Gracias, mi amigo, por tu comentario. ¿Recuerdas lo que te decía de las vísperas? Un abrazo solidario
      Mario

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    2. Totalmente. Estamos en vísperas. ¿Qué sucederá en un Futuro próximo? Lo ignoramos, esta vez, a diferencia de la novela de la guerra a muerte, no contamos con algún joven poeta capaz de ver el pasado y el futuro, al mismo tiempo. Saludos y abrazo!

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    3. Me halaga que recuerdes la quiromancia de Andrés Bello.Lo único que puedo decirte es que el 2014 no es el 2002. Y que en ninguna otra parte de América Latina he visto tal reacción contra una autocracia cleptocrática como la que observo en Venezuela. Además, basta de considerar a la oposición un producto exclusivo de la clase media. La mitad de Venezuela votó contra Maduro. Y no creo que la clase media represente el 50 por ciento de la población. De todas maneras, si el Libertador hubiera esperado a ser mayoría, todavía hoy Venezuela seguiría gobernada por los españoles. Ya que hablamos de la guerra a muerte, el asturiano Boves era muchísimo más popular que Bolívar.
      Un fuerte abrazo
      Mario

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  2. Mario: Me animan mucho tus palabras. Es un placer, siempre, conversar contigo. Ya veremos como sigue el guión de nuestra patria Boba. Un abrazo enorme!

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