Mario
Szichman
Gracias a la simpleza de los censores, algunas de las obras más
subversivas de la narrativa mundial se han convertido en clásicos de la
literatura infantil. Es, entre otros, el caso de Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Tras no dejar una sola
majestad con cabeza, Swift arremete contra los sabios y sus quiméricos esquemas
destinados a suministrar la felicidad universal, y desnuda los peligros de la
inmortalidad.
Nada puede superar en estulticia a la Academia
de Lagado, donde los sabios trastornan técnicas o procesos naturales y diseñan
viviendas a partir del techo, extraen rayos de sol de los pepinos, y trasmutan
la materia fecal en alimentos.
Tampoco
nada puede superar en egoísmo y estupidez a los struldbrugs, los inmortales visitados por Gulliver. Swift dice que
cuando
los struldbrugs llegaban a los ochenta
años, “edad considerada
en el país
como el término de la
vida, no sólo tenían todas las
extravagancias y flaquezas de
los otros viejos,
sino muchas más, nacidas de la perspectiva horrible de no morir nunca".
No sólo
eran tercos, irritables,
avaros, ásperos vanidosos y charlatanes, sino incapaces de
amistad y acabados para todo natural afecto, que nunca iba más allá de sus
nietos. "La envidia y los deseos impotentes constituían sus pasiones
predominantes, pero los objetos que
parecían excitar su envidia en primer
término eran los vicios más propios de la juventud y la
muerte de los viejos.
Pensando en los primeros,
se encontraban apartados
de toda posibilidad
de placer, y cuando
veían un funeral se lamentaban
y afligían de que los
otros llegaran a un
puerto de descanso
al que ellos no
tenían esperanzas de arribar nunca”.
No hay muchas novelas
para adultos donde figure tal pesimismo sobre la condición humana. La ironía de
Swift puede también observarse en sátiras cortas como La batalla de los libros, o en su Argumento contra la abolición de la cristiandad en Inglaterra. Pero
no hay nada que supere su Modesta
proposición para evitar que los niños de los pobres se conviertan en una carga
para sus padres o para el país, o sus Predicciones
para el año 1708, formuladas por Isaac Bickerstaff, Esquire.
En su modesta proposición, Swift señala que abundan los pobres en Irlanda,
cuya única tarea parece ser la de procrear niños. Y esos niños, a su vez,
cuando crecen, no encuentran trabajo, y deben dedicarse a mendigar o a robar, por
lo tanto, cualquiera que pueda descubrir una manera honesta, fácil y barata de
transformar a esos párvulos en seres útiles a la comunidad, habrá hecho un gran
servicio a la nación.
Luego de consultar a varios expertos, el autor ha descubierto que un bebé
de un año, que ha sido favorecido por una buena lactancia, es el plato más
delicioso y nutritivo que se pueda obtener, ya sea al horno, asado, o hervido.
“También”, añade Swift, “puede ser servido como fricaseé o guisado”.
Con científico detachment, el
autor informa que la carne de bebé puede cotizarse a alto precio, “y por lo
tanto, es muy apropiada para los dueños de tierras, pues como ya se han
devorado a la mayoría de los padres, cuentan con las mejores prerrogativas para
encargarse de sus hijos”.
LA PREDICCIÓN FATAL
Enemigo de lo
irracional, de los falsos profestas, de los augures y de todos aquellos que
medran con la credulidad ajena, Swift inició en 1708 un ataque contra los
astrólogos.
En esa época, el más
famoso de los nigromantes se llamaba John Partridge, quien había obtenido una
fortuna pronosticando toda clase de portentosos eventos en su almanaque Merlinus Liberatus. La técnica de esos
adivinos es casi tan antigua como la humanidad. Y el mismo Swift la desmantela
en sus Predicciones para el año 1708, enunciadas
por su alter ego, Isaac
Bickerstaff.
El método de los astrólogos como Partridge, dice Swift, consiste en hacer
predicciones que “se pueden acomodar a cualquier época o país del mundo”. Por
ejemplo, “Este mes una persona ilustre será afectada por alguna grave
enfermedad, o por la muerte”. Y, como no pasa mes sin que enferme de gravedad o
muera alguna celebridad, el astrólogo pasa por clarividente, señala Swift.
Para enfrentar esa impostura, el autor decide aumentar las apuestas. No
hablará de manera genérica sino muy concreta.
“Mi primer pronóstico es una fruslería”, dice el autor, “pero lo señalaré
para mostrar la ignorancia que tienen esos presuntos astrólogos sobre temas que
deberían preocuparlos sobremanera. Tiene relación con Partridge, el fabricante
de almanaques. He consultado la estrella de su natalicio … y he descubierto que
morirá, de manera infalible, el 29 de marzo del próximo año, alrededor de las
once de la noche, como resultado de una fiebre devastadora”. Por lo tanto, el
autor le aconseja a Partridge que estudie la situación, y ponga en orden el
estado de sus finanzas.
Swift continúa luego con otros vaticinios. El 4 de abril de 1709 morirá el
arzobispo de París, y el 9 el joven príncipe de Asturias. Además, el primero de
abril habrá una rebelión en el Delfinado, que se prolongará durante varios
meses.
A nadie le inquietaron los otros vaticinios de Bickerstaff, ninguno de los
cuales se cumplió. Pero muchos estaban pendientes en Londres del anuncio de que
Partridge moriría el 29 de marzo de 1709. Especialmente Partridge, y el pobre
astrólogo tuvo la letal ocurrencia de anunciar, el 30 de marzo de 1709, que no
había fallecido, y que Bickerstaff había sido chasqueado en sus oráculos. Tras
anunciar que “gracias a Dios sigo vivo y gozo de buena salud”, y de considerar
como unos pillos “a quienes opinan de manera distinta”, Partridge recibió una
razonada respuesta de Bickerstaff en forma de “Justificación”.
En primer lugar, Partridge había cometido el error de informar a su
público lo siguiente: “No solo estoy vivo ahora, sino que también estaba vivo
ese mismo 29 de marzo en que se me anunció que moriría”.
En su “Justificación”, Swift mostraba el sofisma en que había incurrido
Partridge. “Él no se atreve a afirmar que permaneció vivo a partir del 29 de
marzo y hasta la fecha de manera continuada”, decía la Justificación. “Sólo que
´está vivo ahora, y que estaba vivo en el día mencionado´”. Por lo tanto, decía
Bickerstaff/ Swift, “si en fecha posterior revivió, eso debe juzgarlo el
mundo”.
Desesperado porque nadie creía en que estaba vivo o en su resurrección,
Partridge publicó numerosos panfletos denostando a Bickerstaff.
The
Stationer´s Company, la empresa
encargada de fabricar los almanaques de Partridge, obtuvo un edicto judicial
contra el astrólogo, prohibiendo que su nombre fuese en nuevos almanaques, pues
sospechaba un fraude. Partridge también le escribió a Isaac Manley, director de
correos de Irlanda, diciéndole que “una gavilla de delincuentes anda diciendo
por ahí que estoy muerto”. En esa época, el correo era el principal distribuidor
de almanaques en Inglaterra y sus dominios, y la principal fuente de ganancias
con ese tipo de publicaciones. Para desgracia de Partridge, el director de
correos de Irlanda era amigo personal de Swift. La carta de Partridge
anunciando que seguía circulando por la tierra apareció como un panfleto,
acrecentando sus tribulaciones.
Pero la estocada final contra Partridge se la propinó la Inquisición de
Portugal. Tras enterarse de la “profecía” contra Partridge, ordenó quemar en la
hoguera ejemplares de las Predicciones para el
año 1708 formuladas por Bickerstaff. Como explicaron los doctores de la iglesia, sólo el diablo podía anticipar el día y la
hora en que el astrólogo tropezaría con la muerte.
Tras la sátira de Swift, Partridge suspendió durante dos años la salida de
Merlinus Liberatus. Luego, siguió con
sus profecías. El 24 de junio de
1715, Partridge falleció, y fue enterrado en terrenos de la iglesia Mortlake.
Dejó a su viuda una herencia de 700 libras, que con otros legados llegó a la
suma de dos mil libras. Todavía no se ha podido determinar si el 24 de junio de
1715 sus allegados fueron testigos de su primera o de su segunda muerte.
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