sábado, 1 de febrero de 2014

De todas partes se regresa, menos del ridículo



Mario Szichman



      Gracias a la simpleza de los censores, algunas de las obras más subversivas de la narrativa mundial se han convertido en clásicos de la literatura infantil. Es, entre otros, el caso de Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Tras no dejar una sola majestad con cabeza, Swift arremete contra los sabios y sus quiméricos esquemas destinados a suministrar la felicidad universal, y desnuda los peligros de la inmortalidad.

Nada puede superar en estulticia a la Academia de Lagado, donde los sabios trastornan técnicas o procesos naturales y diseñan viviendas a partir del techo, extraen rayos de sol de los pepinos, y trasmutan la materia fecal en alimentos. 

Tampoco nada puede superar en egoísmo y estupidez a los struldbrugs, los inmortales visitados por Gulliver. Swift dice que cuando los struldbrugs llegaban a  los ochenta  años,  “edad  considerada  en  el  país  como  el término  de la  vida, no  sólo tenían todas  las  extravagancias y flaquezas  de  los  otros  viejos,  sino muchas más, nacidas de la perspectiva horrible de no morir nunca". No  sólo  eran  tercos,  irritables,  avaros,  ásperos  vanidosos y charlatanes, sino incapaces de amistad y acabados para todo natural afecto, que nunca iba más allá de sus nietos. "La envidia y los deseos impotentes constituían sus pasiones predominantes, pero los objetos que  parecían  excitar su envidia  en primer  término  eran  los vicios más propios de la juventud y la muerte de los viejos.

Pensando en los  primeros,  se  encontraban  apartados  de  toda  posibilidad  de placer,  y  cuando  veían  un funeral  se lamentaban  y  afligían de que  los  otros llegaran  a  un  puerto  de  descanso  al  que  ellos no  tenían esperanzas de  arribar  nunca”.

No hay muchas novelas para adultos donde figure tal pesimismo sobre la condición humana. La ironía de Swift puede también observarse en sátiras cortas como La batalla de los libros, o en su Argumento contra la abolición de la cristiandad en Inglaterra. Pero no hay nada que supere su Modesta proposición para evitar que los niños de los pobres se conviertan en una carga para sus padres o para el país, o sus Predicciones para el año 1708, formuladas por Isaac Bickerstaff, Esquire.

En su modesta proposición, Swift señala que abundan los pobres en Irlanda, cuya única tarea parece ser la de procrear niños. Y esos niños, a su vez, cuando crecen, no encuentran trabajo, y deben dedicarse a mendigar o a robar, por lo tanto, cualquiera que pueda descubrir una manera honesta, fácil y barata de transformar a esos párvulos en seres útiles a la comunidad, habrá hecho un gran servicio a la nación.

Luego de consultar a varios expertos, el autor ha descubierto que un bebé de un año, que ha sido favorecido por una buena lactancia, es el plato más delicioso y nutritivo que se pueda obtener, ya sea al horno, asado, o hervido. “También”, añade Swift, “puede ser servido como fricaseé o guisado”. 

Con científico detachment, el autor informa que la carne de bebé puede cotizarse a alto precio, “y por lo tanto, es muy apropiada para los dueños de tierras, pues como ya se han devorado a la mayoría de los padres, cuentan con las mejores prerrogativas para encargarse de sus hijos”.


LA PREDICCIÓN FATAL


Enemigo de lo irracional, de los falsos profestas, de los augures y de todos aquellos que medran con la credulidad ajena, Swift inició en 1708 un ataque contra los astrólogos.

En esa época, el más famoso de los nigromantes se llamaba John Partridge, quien había obtenido una fortuna pronosticando toda clase de portentosos eventos en su almanaque Merlinus Liberatus. La técnica de esos adivinos es casi tan antigua como la humanidad. Y el mismo Swift la desmantela en sus Predicciones para el año 1708, enunciadas por su alter ego, Isaac Bickerstaff.

El método de los astrólogos como Partridge, dice Swift, consiste en hacer predicciones que “se pueden acomodar a cualquier época o país del mundo”. Por ejemplo, “Este mes una persona ilustre será afectada por alguna grave enfermedad, o por la muerte”. Y, como no pasa mes sin que enferme de gravedad o muera alguna celebridad, el astrólogo pasa por clarividente, señala Swift.

Para enfrentar esa impostura, el autor decide aumentar las apuestas. No hablará de manera genérica sino muy concreta.

“Mi primer pronóstico es una fruslería”, dice el autor, “pero lo señalaré para mostrar la ignorancia que tienen esos presuntos astrólogos sobre temas que deberían preocuparlos sobremanera. Tiene relación con Partridge, el fabricante de almanaques. He consultado la estrella de su natalicio … y he descubierto que morirá, de manera infalible, el 29 de marzo del próximo año, alrededor de las once de la noche, como resultado de una fiebre devastadora”. Por lo tanto, el autor le aconseja a Partridge que estudie la situación, y ponga en orden el estado de sus finanzas.

Swift continúa luego con otros vaticinios. El 4 de abril de 1709 morirá el arzobispo de París, y el 9 el joven príncipe de Asturias. Además, el primero de abril habrá una rebelión en el Delfinado, que se prolongará durante varios meses.

A nadie le inquietaron los otros vaticinios de Bickerstaff, ninguno de los cuales se cumplió. Pero muchos estaban pendientes en Londres del anuncio de que Partridge moriría el 29 de marzo de 1709. Especialmente Partridge, y el pobre astrólogo tuvo la letal ocurrencia de anunciar, el 30 de marzo de 1709, que no había fallecido, y que Bickerstaff había sido chasqueado en sus oráculos. Tras anunciar que “gracias a Dios sigo vivo y gozo de buena salud”, y de considerar como unos pillos “a quienes opinan de manera distinta”, Partridge recibió una razonada respuesta de Bickerstaff en forma de “Justificación”.

En primer lugar, Partridge había cometido el error de informar a su público lo siguiente: “No solo estoy vivo ahora, sino que también estaba vivo ese mismo 29 de marzo en que se me anunció que moriría”.

En su “Justificación”, Swift mostraba el sofisma en que había incurrido Partridge. “Él no se atreve a afirmar que permaneció vivo a partir del 29 de marzo y hasta la fecha de manera continuada”, decía la Justificación. “Sólo que ´está vivo ahora, y que estaba vivo en el día mencionado´”. Por lo tanto, decía Bickerstaff/ Swift, “si en fecha posterior revivió, eso debe juzgarlo el mundo”.

Desesperado porque nadie creía en que estaba vivo o en su resurrección, Partridge publicó numerosos panfletos denostando a Bickerstaff.

The Stationer´s Company, la empresa encargada de fabricar los almanaques de Partridge, obtuvo un edicto judicial contra el astrólogo, prohibiendo que su nombre fuese en nuevos almanaques, pues sospechaba un fraude. Partridge también le escribió a Isaac Manley, director de correos de Irlanda, diciéndole que “una gavilla de delincuentes anda diciendo por ahí que estoy muerto”. En esa época, el correo era el principal distribuidor de almanaques en Inglaterra y sus dominios, y la principal fuente de ganancias con ese tipo de publicaciones. Para desgracia de Partridge, el director de correos de Irlanda era amigo personal de Swift. La carta de Partridge anunciando que seguía circulando por la tierra apareció como un panfleto, acrecentando sus tribulaciones.

Pero la estocada final contra Partridge se la propinó la Inquisición de Portugal. Tras enterarse de la “profecía” contra Partridge, ordenó quemar en la hoguera ejemplares de las Predicciones para el año 1708 formuladas por Bickerstaff. Como explicaron los doctores de la iglesia, sólo el diablo podía anticipar el día y la hora en que el astrólogo tropezaría con la muerte.

Tras la sátira de Swift, Partridge suspendió durante dos años la salida de Merlinus Liberatus. Luego, siguió con sus profecías. El 24 de junio de 1715, Partridge falleció, y fue enterrado en terrenos de la iglesia Mortlake. Dejó a su viuda una herencia de 700 libras, que con otros legados llegó a la suma de dos mil libras. Todavía no se ha podido determinar si el 24 de junio de 1715 sus allegados fueron testigos de su primera o de su segunda muerte.


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