miércoles, 12 de febrero de 2014

Heidegger, el exiliado interior



 Mario Szichman



“Don´t be stupid!

Be a smarty!

Come and join

The Nazi Party!”[i]





El libro de Víctor Farías Heidegger and Nazism (Temple University Press, Filadelfia, 1989) fue muy comentado en Europa en el momento de su aparición pues destruyó la mayoría de los argumentos que urdió Martin Heidegger para justificar su afiliación al partido nazi. Farías, un judío chileno radicado en Alemania occidental, quien fue alumno de Heidegger, dedicó una década de su vida a revisar documentos donde se mostraba la conexión entre el filósofo alemán y el Tercer Reich de Adolfo Hitler. El libro fue una sensación en la prensa europea. En su introducción al ensayo publicado en Estados Unidos, Tom Rockmore y Joseph Margolis dijeron que el trabajo de Farías fue recibido de manera diametralmente opuesta en Alemania Occidental y en Francia. En Alemania Occidental fue muy difícil encontrar alguien deseoso de hablar sobre el tema. En Francia, casi nadie pudo evadir un comentario.  

La influencia que ha tenido Heidegger en la filosofía francesa es inconmensurable. De Jean Paul Sartre a Jacques Derrida, es difícil encontrar un filósofo que no haya sido marcado por su pensamiento. El mismo Heidegger se vanagloriaba de su influencia entre los franceses. En cierta ocasión dijo que cuando un francés se pone a filosofar, siempre lo hace en alemán.

El libro de Farías tuvo un curioso periplo. Lo escribió en español, y se lo ofreció a una editorial alemana, que lo rechazó. Luego lo publicó en francés, y causó conmoción. Pero en francés había errores factuales, que fueron aprovechados por los partidarios de Heidegger para considerar todo el texto inservible. La traducción al inglés corrige esos errores. Por ejemplo, Farías dice que Heidegger estaba vinculado con Ernest Rohem, cofundador de las Sturmabteilung o SA, la milicia del partido nazi, quien terminó asesinado con más de cien de sus camaradas en La noche de los cuchillos largos. Thomas Sheehan, un filósofo estadounidense, dijo que Farías se basa para esa afirmación en “evidencias circunstanciales”[ii]. También hay fallas en la traducción de algunas frases de Heidegger, por ejemplo, una en la cual parecería aprobar los campos de exterminio nazis. Y es bueno formular esas salvedades, pues el celo de Farías conspira en su intento de condenar a Heidegger. Es mejor dejar que el filósofo se ahorque con su propia soga. Otras partes del libro de Farías bastan para indicar, dice Sheehan, que “En primer lugar, Heidegger sigue siendo uno de los filósofos más influyentes del siglo; y en segundo lugar, que era un nazi”.


NI EL CULTO A ADOLFO

NI CAMPOS DE CONCENTRACIÓN;

TERCERA POSICIÓN


El ingreso de Heidegger en el partido Nazi no tuvo como propósito convertirse en rector de la universidad de Freiburg entre abril de 1933 y abril de 1934. Farías descarta toda actitud oportunista, pues Heidegger “había manifestado simpatías nazis mucho antes de convertirse en rector”. El filósofo siempre pagó su cuota de afiliación al partido Nacional Socialista desde su ingreso, en 1933, hasta 1945, cuando Adolfo Hitler se suicidó en Berlín. (Tenía el carnet del partido número 312589).

Tras la caída del nazismo, Heidegger nunca abrió la boca para hablar del genocidio nazi contra judíos, gitanos, homosexuales y enfermos mentales y físicos. Tuvo sí, dos comentarios repelentes en relación al exterminio de los undermenschen (seres inferiores). En una ocasión, comparó la tecnología del asesinato masivo con diversas formas de procesos agrícolas. En otra oportunidad, en respuesta a una carta del filósofo Herbert Marcuse, uno de sus discípulos, donde le exigía que expresara su opinión sobre la matanza de judíos durante el Tercer Reich, Heidegger dijo que en vez de judíos había que hablar de “alemanes orientales”, esto es, de la detención y deportación en masa de alemanes hacia la Alemania oriental controlada por el estalinismo. Marcuse le respondió: “¿Cómo puede usted comparar la tortura, mutilación y aniquilación de millones de personas con el trasplante compulsivo de grupos de personas que no padecieron ninguno de esos crímenes?”

En otra parte de la carta que Heidegger escribió a Marcuse, dijo que “el sangriento terror del nazismo fue un secreto que no se reveló al pueblo alemán”. Pero, como señalan Farías y Sheehan, un alemán tenía que estar ciego, sordo y mudo para ignorar las tropelías del hitlerismo. Los nazis nunca fueron muy discretos. Ni siquiera ocultaron la apertura de campos de concentración. El 8 de marzo de 1933, Wilhelm Frick, ministro del Interior de Hitler, anunció la puesta en marcha del primer campo de concentración en Heuberg, cerca de Messkirch, la población natal de Heidegger.   

El filósofo siempre dijo que ignoraba la suerte corrida por los judíos durante la segunda guerra mundial. ¿Cómo lo hizo, cuando vivió durante todo el genocidio en Baden? Tal vez en una gran ciudad era más probable. Pero Baden era una población pequeña. Entre 1933 y 1940, los habitantes de Baden de origen judío quedaron reducidos de 20.600 a 6.400. Y luego, esos 6.400 fueron deportados a Francia y al campo de exterminio de Izbica. Mientras Heidegger dictaba clases sobre Nietzche a comienzos de la década del cuarenta, quedaban exactamente 820 judíos en Baden. ¿Ni una sola persona le informó al filósofo de las razones de la brusca disminución de los judíos de Baden? Heidegger era afiliado al partido Nazi, y recibía en su hogar la prensa nacional y local. El semanario de Baden Der Fuhrer publicó dos reseñas, una en mayo de 1943, otra en julio de 1944, informando a través de uno de sus voceros: “Al concluir la guerra, los judíos serán totalmente destruidos tal como lo pronosticó Hitler en 1939”.

El 10 de mayo 1933, siendo Heidegger rector de la universidad de Freiburg, fueron quemados veinte mil libros en ciudades alemanas. Para fines de ese año, el nazismo había prohibido la circulación de obras de mil autores. Diez días después de la quema de los veinte mil libros, Heidegger envió un telegrama público a Hitler expresando su cooperación con el alineamiento de la universidad en el programa del nacional socialismo. El telegrama concluía con un ¡Heil Hitler! (Tras la guerra, Heidegger negó que hubiera pronunciado alguna vez el saludo nazi).  

Durante mucho tiempo, circularon rumores de que Heidegger había delatado a colegas y estudiantes por su origen judío, o porque habían predicado el pacifismo, o porque se habían “americanizado”. Farías documenta los rumores de manera concluyente. En ocasiones, como en el caso de Hermann Staudinger, un profesor de química de la universidad de Freiburg, y quien tras la guerra, en 1953, ganó el Premio Nobel, Heidegger mostró una ambivalencia maquiavélica. Primero delató a Staudinger por haber sido un pacifista durante la primera guerra mundial y exigió que lo echaran sin derecho a obtener una pensión. Luego pidió a las autoridades que le propinaran un castigo más suave. ¿La razón? Que el régimen nazi podría ser criticado por la prensa extranjera ante la destitución de un intelectual de fama internacional.   

La pregunta final que se formulan Farías y Sheehan es ¿de qué manera la colaboración de Heidegger con el nazismo afecta su pensamiento filosófico? ¿Se puede ser un gran filósofo y un rastrero seguidor de los nazis? Sheehan propone revisar las obras de Heidegger y confrontarlas con el movimiento político en que se insertó. Y da un ejemplo: en su obra más famosa, El ser y el tiempo (1927), el filósofo sugiere una nueva manera de entender la existencia a través de la filosofía. En ese ensayo, dice Sheehan, se alude a tópicos como “destino”, “el proceso histórico del pueblo”,  y el concepto de “verdad”. Seis años más tarde, Heidegger “usó las mismas ideas al servicio de la revolución nazi”.  

Cuando Heidegger dijo a Marcuse que su idea del nazismo no era la de Hitler o la de sus secuaces, y que el principio del movimiento no anticipaba su horrendo final, Marcuse le respondió: “El principio ya era el final. Nada fue añadido que no estuviera divulgado al comienzo. No puedo entender cómo usted que entendió los filósofos occidentales mejor que nadie, haya podido ver en el nazismo ´Un rejuvenecimiento espiritual de la vida en su totalidad´. ¿Cómo pudo confundir la liquidación de la existencia en Occidente con su rejuvenecimiento? ¿Acaso esa liquidación no era obvia en cada palabra del Führer, en cada acto y en cada gesto de las tropas de asalto nazis mucho antes de 1933?”

Heidegger nunca aceptó responsabilidad alguna, y prefirió escudarse en la figura del exiliado interior. Pero, como lo demuestra el libro de Farías, hizo todos los esfuerzos posibles para impedir el acceso a muchos de sus archivos, y en ocasiones alteró sus textos escritos durante el nazismo, para disimular su devoción por el régimen.  





[i] “¡No sea tonto, sea listo!¡Unase al partido nazi!” Canción del musical Springtime for Hitler del filme The Producers.


[ii] The New York Review of Books, 16 de junio de 1988.

2 comentarios:

  1. Querido Mario, gracias por este trabajo reflexivo para quiénes necesitamos indagar el pensamiento filosófico y humano de los grandes filósofos de la modernidad. Siempre la naturaleza humana muestra sus rarezas, aun en las mentes más brillantes.

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    1. Querida Libertad. Lamento haber actuado como un aguafiestas. Estoy bien al tanto del respeto y la admiración que despierta Heidegger en muchos intelectuales. Pero el ser humano, sin importar su profesión, debe además poseer virtudes. En el caso de Heidegger, su asociación con el nazismo es despreciable. Y varios de sus críticos señalan que su admiración por el autoritarismo y su enemistad con la democracia afectó sus escritos. El ser humano no puede vivir escindido entre altos ideales y deplorables acciones.
      Gracias, además, querida LIbertad, por abrir un debate. Eso es lo que distingue a los intectuales a tiempo completo, honestos y combativos, de quienes se limitan a repetir como loros la lección del maestro.

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