Mario Szichman
“Don´t be stupid!
Be a smarty!
Come and join
El libro de Víctor Farías Heidegger and Nazism (Temple University
Press, Filadelfia, 1989) fue muy comentado en Europa en el momento de su
aparición pues destruyó la mayoría de los argumentos que urdió Martin Heidegger
para justificar su afiliación al partido nazi. Farías, un judío chileno
radicado en Alemania occidental, quien fue alumno de Heidegger, dedicó una
década de su vida a revisar documentos donde se mostraba la conexión entre el
filósofo alemán y el Tercer Reich de Adolfo Hitler. El libro fue una sensación
en la prensa europea. En su introducción al ensayo publicado en Estados Unidos,
Tom Rockmore y Joseph Margolis dijeron que el trabajo de Farías fue recibido de
manera diametralmente opuesta en Alemania Occidental y en Francia. En Alemania
Occidental fue muy difícil encontrar alguien deseoso de hablar sobre el tema.
En Francia, casi nadie pudo evadir un comentario.
La influencia que ha tenido
Heidegger en la filosofía francesa es inconmensurable. De Jean Paul Sartre a
Jacques Derrida, es difícil encontrar un filósofo que no haya sido marcado por
su pensamiento. El mismo Heidegger se vanagloriaba de su influencia entre los
franceses. En cierta ocasión dijo que cuando un francés se pone a filosofar,
siempre lo hace en alemán.
El libro de Farías tuvo un
curioso periplo. Lo escribió en español, y se lo ofreció a una editorial
alemana, que lo rechazó. Luego lo publicó en francés, y causó conmoción. Pero
en francés había errores factuales, que fueron aprovechados por los partidarios
de Heidegger para considerar todo el texto inservible. La traducción al inglés
corrige esos errores. Por ejemplo, Farías dice que Heidegger estaba vinculado
con Ernest Rohem, cofundador de las Sturmabteilung
o SA, la milicia del partido nazi, quien terminó asesinado con más de cien de
sus camaradas en La noche de los cuchillos largos. Thomas Sheehan, un filósofo
estadounidense, dijo que Farías se basa para esa afirmación en “evidencias
circunstanciales”[ii]. También
hay fallas en la traducción de algunas frases de Heidegger, por ejemplo, una en
la cual parecería aprobar los campos de exterminio nazis. Y es bueno formular
esas salvedades, pues el celo de Farías conspira en su intento de condenar a
Heidegger. Es mejor dejar que el filósofo se ahorque con su propia soga. Otras
partes del libro de Farías bastan para indicar, dice Sheehan, que “En primer
lugar, Heidegger sigue siendo uno de los filósofos más influyentes del siglo; y
en segundo lugar, que era un nazi”.
NI EL CULTO A ADOLFO
NI CAMPOS DE CONCENTRACIÓN;
TERCERA POSICIÓN
El ingreso de Heidegger en el partido Nazi no tuvo
como propósito convertirse en rector de la universidad de Freiburg entre abril
de 1933 y abril de 1934. Farías descarta toda actitud oportunista, pues Heidegger
“había manifestado simpatías nazis mucho antes de convertirse en rector”. El
filósofo siempre pagó su cuota de afiliación al partido Nacional Socialista
desde su ingreso, en 1933, hasta 1945, cuando Adolfo Hitler se suicidó en
Berlín. (Tenía el carnet del partido número 312589).
Tras la caída del nazismo,
Heidegger nunca abrió la boca para hablar del genocidio nazi contra judíos,
gitanos, homosexuales y enfermos mentales y físicos. Tuvo sí, dos comentarios
repelentes en relación al exterminio de los undermenschen
(seres inferiores). En una ocasión, comparó la tecnología del asesinato masivo
con diversas formas de procesos agrícolas. En otra oportunidad, en respuesta a
una carta del filósofo Herbert Marcuse, uno de sus discípulos, donde le exigía
que expresara su opinión sobre la matanza de judíos durante el Tercer Reich,
Heidegger dijo que en vez de judíos había que hablar de “alemanes orientales”,
esto es, de la detención y deportación en masa de alemanes hacia la Alemania
oriental controlada por el estalinismo. Marcuse le respondió: “¿Cómo puede
usted comparar la tortura, mutilación y aniquilación de millones de personas
con el trasplante compulsivo de grupos de personas que no padecieron ninguno de
esos crímenes?”
En otra parte de la carta que
Heidegger escribió a Marcuse, dijo que “el sangriento terror del nazismo fue un
secreto que no se reveló al pueblo alemán”. Pero, como señalan Farías y
Sheehan, un alemán tenía que estar ciego, sordo y mudo para ignorar las tropelías
del hitlerismo. Los nazis nunca fueron muy discretos. Ni siquiera ocultaron la
apertura de campos de concentración. El 8 de marzo de 1933, Wilhelm Frick,
ministro del Interior de Hitler, anunció la puesta en marcha del primer campo
de concentración en Heuberg, cerca de Messkirch, la población natal de
Heidegger.
El filósofo siempre dijo que
ignoraba la suerte corrida por los judíos durante la segunda guerra mundial.
¿Cómo lo hizo, cuando vivió durante todo el genocidio en Baden? Tal vez en una
gran ciudad era más probable. Pero Baden era una población pequeña. Entre 1933
y 1940, los habitantes de Baden de origen judío quedaron reducidos de 20.600 a
6.400. Y luego, esos 6.400 fueron deportados a Francia y al campo de exterminio
de Izbica. Mientras Heidegger dictaba clases sobre Nietzche a comienzos de la
década del cuarenta, quedaban exactamente 820 judíos en Baden. ¿Ni una sola
persona le informó al filósofo de las razones de la brusca disminución de los
judíos de Baden? Heidegger era afiliado al partido Nazi, y recibía en su hogar
la prensa nacional y local. El semanario de Baden Der Fuhrer publicó dos reseñas, una en mayo de 1943, otra en julio
de 1944, informando a través de uno de sus voceros: “Al concluir la guerra, los
judíos serán totalmente destruidos tal como lo pronosticó Hitler en 1939”.
El 10 de mayo 1933, siendo Heidegger
rector de la universidad de Freiburg, fueron quemados veinte mil libros en
ciudades alemanas. Para fines de ese año, el nazismo había prohibido la
circulación de obras de mil autores. Diez días después de la quema de los
veinte mil libros, Heidegger envió un telegrama público a Hitler expresando su cooperación
con el alineamiento de la universidad en el programa del nacional socialismo.
El telegrama concluía con un ¡Heil Hitler! (Tras la guerra, Heidegger negó que
hubiera pronunciado alguna vez el saludo nazi).
Durante mucho tiempo,
circularon rumores de que Heidegger había delatado a colegas y estudiantes por
su origen judío, o porque habían predicado el pacifismo, o porque se habían
“americanizado”. Farías documenta los rumores de manera concluyente. En
ocasiones, como en el caso de Hermann Staudinger, un profesor de química de la
universidad de Freiburg, y quien tras la guerra, en 1953, ganó el Premio Nobel,
Heidegger mostró una ambivalencia maquiavélica. Primero delató a Staudinger por
haber sido un pacifista durante la primera guerra mundial y exigió que lo
echaran sin derecho a obtener una pensión. Luego pidió a las autoridades que le
propinaran un castigo más suave. ¿La razón? Que el régimen nazi podría ser
criticado por la prensa extranjera ante la destitución de un intelectual de
fama internacional.
La pregunta final que se
formulan Farías y Sheehan es ¿de qué manera la colaboración de Heidegger con el
nazismo afecta su pensamiento filosófico? ¿Se puede ser un gran filósofo y un
rastrero seguidor de los nazis? Sheehan propone revisar las obras de Heidegger
y confrontarlas con el movimiento político en que se insertó. Y da un ejemplo:
en su obra más famosa, El ser y el tiempo
(1927), el filósofo sugiere una nueva manera de entender la existencia a través
de la filosofía. En ese ensayo, dice Sheehan, se alude a tópicos como
“destino”, “el proceso histórico del pueblo”,
y el concepto de “verdad”. Seis años más tarde, Heidegger “usó las
mismas ideas al servicio de la revolución nazi”.
Cuando Heidegger dijo a
Marcuse que su idea del nazismo no era la de Hitler o la de sus secuaces, y que
el principio del movimiento no anticipaba su horrendo final, Marcuse le
respondió: “El principio ya era el final. Nada fue añadido que no estuviera divulgado
al comienzo. No puedo entender cómo usted que entendió los filósofos
occidentales mejor que nadie, haya podido ver en el nazismo ´Un
rejuvenecimiento espiritual de la vida en su totalidad´. ¿Cómo pudo confundir la
liquidación de la existencia en Occidente con su rejuvenecimiento? ¿Acaso esa
liquidación no era obvia en cada palabra del Führer, en cada acto y en cada
gesto de las tropas de asalto nazis mucho antes de 1933?”
Heidegger nunca aceptó
responsabilidad alguna, y prefirió escudarse en la figura del exiliado
interior. Pero, como lo demuestra el libro de Farías, hizo todos los esfuerzos
posibles para impedir el acceso a muchos de sus archivos, y en ocasiones alteró
sus textos escritos durante el nazismo, para disimular su devoción por el
régimen.
Querido Mario, gracias por este trabajo reflexivo para quiénes necesitamos indagar el pensamiento filosófico y humano de los grandes filósofos de la modernidad. Siempre la naturaleza humana muestra sus rarezas, aun en las mentes más brillantes.
ResponderEliminarQuerida Libertad. Lamento haber actuado como un aguafiestas. Estoy bien al tanto del respeto y la admiración que despierta Heidegger en muchos intelectuales. Pero el ser humano, sin importar su profesión, debe además poseer virtudes. En el caso de Heidegger, su asociación con el nazismo es despreciable. Y varios de sus críticos señalan que su admiración por el autoritarismo y su enemistad con la democracia afectó sus escritos. El ser humano no puede vivir escindido entre altos ideales y deplorables acciones.
EliminarGracias, además, querida LIbertad, por abrir un debate. Eso es lo que distingue a los intectuales a tiempo completo, honestos y combativos, de quienes se limitan a repetir como loros la lección del maestro.