domingo, 10 de noviembre de 2013

"Really, babe, I don´t care!"



Mario Szichman

“Really, babe, I don´t care!”[i]



     En esta época, uno de mis pasatiempos favoritos es alquilar películas policiales de la década de los cuarenta exclusivamente para escuchar los comentarios que formulan expertos en film noir. Algunos, como Eddie Muller, se han convertido en celebridades. Muchos espectadores se sienten frustrados con las sugerencias de Muller, pero siguen alquilando las películas exclusivamente para deleitarse con su información.

    Inclusive se han formado dos bandos, los adictos a Eddie y quienes prefieren a sus rivales, como James Ursini y Alan Silver. Pero tanto Ursini como Silver tienen un serio hándicap, que yo comparto con muchos “fans” de Eddie: son académicos y condescendientes. El encanto de Eddie es que nos transporta al momento de la filmación, y nos muestra que en muchas ocasiones, los defectos de actores y actrices se han convertido en sus mejores cualidades. Humphrey Bogart  hablaba con un ceceo, y sus mandíbulas parecían selladas. Y eso instilaba amenaza hasta en sus gestos más amables.   
     Esa forma de hablar fue resultado de una lesión en la boca. Bogart contó al actor David Niven que cuando era niño estaba jugando en el jardín de su casa, se cayó y una astilla de madera se le clavó en el labio inferior. “El maldito médico cosió mal la herida”, dijo Bogart a Niven.

     Cuando finalmente Bogart comenzó a actuar en el cine, decidió usar el defecto de sus labios como un atributo. Para eso contrató a un experto en locución a fin de acentuar algunas particularidades de esa extraña manera de hablar, como tonos nasales, gruñidos, arrastrar de palabras y malignas sonrisas.

     Algo similar ocurrió con Jane Greer, una actriz que puede barrer el piso con todas las femmes fatales de  Hollywood. Y estamos hablando de Hollywood, donde las femmes fatales eran una mejor que otra y se conseguían, como suelen decir en estas tierras, “A dime a dozen.” ¿Quién puede olvidar a Barbara Stanwyck descendiendo de una escalera y exhibiendo una ajorca en su tobillo izquierdo en Double Indemnity, en su primer encuentro con un agente de seguros interpretado por Fred McMurray? ¿O a Rita Hayworth cantando en Gilda Put the Blame on Mame” mientras inicia el más famoso striptease de la historia simplemente quitándose un largo guante? ¿O a la británica Jean Gillie en Decoy? (Ella era la única que podría haber competido con Jane Greer, pero lamentablemente, falleció a los 33 años, de neumonía).

     Buena parte del encanto de Greer, informa Mueller, era producto de una parálisis facial que sufrió a los 15 años de edad y que le afectó la parte izquierda del rostro. La actriz logró recuperarse parcialmente de esa parálisis. Pero quedaron trazos en su rostro, entre ellos, una mirada burlona y una enigmática expresión. La publicidad de la productora RKO decía que Greer era “una mujer con la sonrisa de la Mona Lisa”.

     Cuando la mujer con la sonrisa de la Mona Lisa chocó con un galán conocido como Robert Mitchum, se creó la más perfecta pareja del film noir en Out of the Past. Fue la unión del hambre con las ganas de comer. Mitchum, cuyos adormilados ojos y su total desprecio por el género humano han hecho olvidar a veces la gama de sus actuaciones y su talento interpretativo, ya había demostrado previamente el abismo en que podía hundir su maldad. En otra obra maestra, The Night of the Hunter, Mitchum se hace pasar por un predicador, con el propósito de robar la fortuna de una viuda. Su trademark está en los nudillos de sus manos, donde ha escrito respectivamente Good y Evil.

     Pero Out of the Past es algo muy diferente a The Night of the Hunter. Lo curioso del caso, señala el crítico Mueller, es que la segunda parte de la película es totalmente incomprensible, aunque sigue siendo una obra maestra. Mitchum interpreta a un detective contratado por un mafioso para que encuentre a su novia (Jane Greer), quien le ha robado 40.000 dólares.

    El protagonista sigue la pista a la fugitiva hasta México, y a los diez minutos de conocerla ya está perdidamente enamorado de ella. En la escena más famosa del filme, Jane Greer le confiesa al detective con mucha paciencia todo lo mala que ha sido. Pero a Mitchum le importa un comino su prontuario policial. Su única intención es poseerla. Y es entonces cuando enuncia su famosa frase: “Really, babe, I don´t care”, y se abalanza sobre ella. 
     El  doctor  Pangloss  decía en  el Cándido de  Voltaire que  todas las tribulaciones del  ser humano provienen del amor, “el  confort de la especie humana, el protector del  universo, el  alma  de todas las  cosas  sensibles.  El  amor,  el  tierno  amor”.  En  los  casos   del doctor Pangloss y de su discípulo Cándido, el  corolario del amor es devastador.  Pangloss   termina  con   una   enfermedad  venérea,  y Cándido  es expulsado del paraíso. Tras recibir un inocente beso de la virginal Cunegunda, el padre de su amada lo echa de su castillo a patadas en el trasero. 

     Mitchum   recibe   de   su   amante   una   dosis   similar   de escarmientos. Para el  crítico Mueller, y otros especialistas en film noir, toda la trama de esas  películas noir es  muy  simple: A  good fuck (digamos, una buena noche de amor) tiene como secuela una inmersión  en  el    infierno.  En  realidad,  el  film  noir  parece  tan antiguo  como  esas   morality  plays   de   la   Edad  Media   donde coexisten la carne, el diablo y la muerte.  
   Si    uno    observa   Out   of   the   Past,   verá   que   todas   esas  premisas  se  cumplen.  Pero   si   vuelve   a  contemplar la película acompañado  por  el  crítico Mueller,  es  como  si  tragedia  fuese secundada por la  ironía. Mueller permite cierto distanciamiento. Especialmente cuando intenta desmenuzar  ese  galimatías  de  la segunda parte. 
     Hay algo más en Mueller: es un creador. Nunca pensé  que  un  simple comentarista de cine  podía  ser  tan  sabio. Y para  ello, es preferible ver un mal   film  noir   que   uno  bueno,   siguiendo  las acotaciones de Mueller.  
   Una  de  las  películas  más  solicitadas  en  Netflix es The Racket, también con Robert Mitchum y otro fenomenal actor, Robert Ryan, además de esa  gran femme fatale que era Liz Scott. La  película es un bodrio, pero  la  única manera  de enterarse de los comentarios de Mueller  es  alquilándola. Como  dice uno de   sus admiradores: “The Racket me aburrió terriblemente durante la primera mitad. La trama es  innecesariamente  complicada  y  carece  de  foco. Luego, afortunadamente,  vi  el   resto   de  la   película  acompañado   por Mueller”.  
    Tal vez ha surgido un  nuevo género  en  Hollywood:  la   película  escoltada  por el  voice over de  un excelente crítico. Y esos críticos empiezan a tener  una  influencia  en  los  espectadores. Hasta  que tropecé con algunos de ellos, compartía el criterio de Woody Allen. Creía que Humphrey Bogart era el mejor actor de film noir,  y  que Casablanca  era  su  expresión  máxima.  Ahora  he  cambiado  de criterio. 
     Así como Raymond Chandler o Dashiell Hammett me dejan decepcionado tras comparar sus textos  con,  inclusive, la  peor  novela  de  Jim Thompson, Robert  Mitchum es  para  mí  la  máxima expresión de un galán recio. Sólo White Heat, interpretado por James Cagney, puede equipararse a Out of the Past 
     No vamos  a  disminuir  los  méritos de Bogart, o la luminosa presencia de Ingrid Bergman en Casablanca, pero si el lector tiene ocasión de ver los dos filmes, descubrirá la distancia emocional entre ambos. No podemos imaginar a otra figura que no sea Robert Mitchum gritándole a Jane Greer “Really, babe, I don´t care!” mientras arroja por la borda su decencia, su honradez y sus pantalones con tal de abrazar a la mujer. Tampoco podemos imaginar otra femme fatale como Jane Greer, capaz de recibir en su cuerpo tanta desbordada lujuria. Sí, cuando se tropieza con esa clase de mujer, sólo una frase puede emerger de los labios: ¡Really, Babe, I don´t care!



[i] Querida, ¡Realmente me importa un bledo!

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