Mario Szichman
“Really, babe, I don´t care!”[i]
En
esta época, uno de mis pasatiempos favoritos es alquilar películas policiales
de la década de los cuarenta exclusivamente para escuchar los comentarios que
formulan expertos en film noir.
Algunos, como Eddie Muller, se han convertido en celebridades. Muchos
espectadores se sienten frustrados con las sugerencias de Muller, pero siguen
alquilando las películas exclusivamente para deleitarse con su información.
Inclusive
se han formado dos bandos, los adictos a Eddie y quienes prefieren a sus
rivales, como James Ursini y Alan Silver. Pero tanto Ursini como Silver tienen
un serio hándicap, que yo comparto con muchos “fans” de Eddie: son académicos y
condescendientes. El encanto de Eddie es que nos transporta al momento de la
filmación, y nos muestra que en muchas ocasiones, los defectos de actores y
actrices se han convertido en sus mejores cualidades. Humphrey Bogart hablaba con un ceceo, y sus mandíbulas
parecían selladas. Y eso instilaba amenaza hasta en sus gestos más amables.
Esa
forma de hablar fue resultado de una lesión en la boca. Bogart contó al actor
David Niven que cuando era niño estaba jugando en el jardín de su casa, se cayó
y una astilla de madera se le clavó en el labio inferior. “El maldito médico
cosió mal la herida”, dijo Bogart a Niven.
Cuando
finalmente Bogart comenzó a actuar en el cine, decidió usar el defecto de sus
labios como un atributo. Para eso contrató a un experto en locución a fin de
acentuar algunas particularidades de esa extraña manera de hablar, como tonos
nasales, gruñidos, arrastrar de palabras y malignas sonrisas.
Algo
similar ocurrió con Jane Greer, una actriz que puede barrer el piso con todas
las femmes fatales de Hollywood. Y estamos hablando de Hollywood,
donde las femmes fatales eran una
mejor que otra y se conseguían, como suelen decir en estas tierras, “A dime a
dozen.” ¿Quién puede olvidar a Barbara Stanwyck descendiendo de una escalera y
exhibiendo una ajorca en su tobillo izquierdo en Double Indemnity, en su primer encuentro con un agente de seguros
interpretado por Fred McMurray? ¿O a Rita Hayworth cantando en Gilda “Put the Blame on Mame” mientras
inicia el más famoso striptease de la historia simplemente quitándose un largo
guante? ¿O a la británica Jean Gillie
en Decoy? (Ella era la única que
podría haber competido con Jane Greer, pero lamentablemente, falleció a los 33
años, de neumonía).
Buena
parte del encanto de Greer, informa Mueller, era producto de una parálisis
facial que sufrió a los 15 años de edad y que le afectó la parte izquierda del
rostro. La actriz logró recuperarse parcialmente de esa parálisis. Pero
quedaron trazos en su rostro, entre ellos, una mirada burlona y una enigmática
expresión. La publicidad de la productora RKO decía que Greer era “una mujer
con la sonrisa de la Mona Lisa”.
Cuando
la mujer con la sonrisa de la Mona Lisa chocó con un galán conocido como Robert
Mitchum, se creó la más perfecta pareja del film noir en Out of the Past. Fue la unión del hambre con las ganas de comer.
Mitchum, cuyos adormilados ojos y su total desprecio por el género humano han
hecho olvidar a veces la gama de sus actuaciones y su talento interpretativo,
ya había demostrado previamente el abismo en que podía hundir su maldad. En
otra obra maestra, The Night of the
Hunter, Mitchum se hace pasar por un predicador, con el propósito de robar
la fortuna de una viuda. Su trademark
está en los nudillos de sus manos, donde ha escrito respectivamente Good y Evil.
Pero Out of the Past es algo muy diferente a The Night of the Hunter. Lo
curioso del caso, señala el crítico Mueller, es que la segunda parte de la
película es totalmente incomprensible, aunque sigue siendo una obra maestra.
Mitchum interpreta a un detective contratado por un mafioso para que encuentre
a su novia (Jane Greer), quien le ha robado 40.000 dólares.
El
protagonista sigue la pista a la fugitiva hasta México, y a los diez minutos de
conocerla ya está perdidamente enamorado de ella. En la escena más famosa del
filme, Jane Greer le confiesa al detective con mucha paciencia todo lo mala que
ha sido. Pero a Mitchum le importa un comino su prontuario policial. Su única
intención es poseerla. Y es entonces cuando enuncia su famosa frase: “Really, babe,
I don´t care”, y se abalanza sobre ella.
El doctor Pangloss decía en el Cándido de Voltaire que todas las tribulaciones del ser humano provienen del amor, “el confort de la especie humana, el protector del universo, el alma de todas las cosas sensibles. El amor, el tierno amor”. En los casos del doctor Pangloss y de su discípulo Cándido, el corolario del amor es devastador. Pangloss termina con una enfermedad venérea, y Cándido es expulsado del paraíso. Tras recibir un inocente beso de la virginal Cunegunda, el padre de su amada lo echa de su castillo a patadas en el trasero.
Mitchum recibe de su amante una dosis similar de escarmientos. Para el crítico Mueller, y otros especialistas en film noir, toda la trama de esas películas noir es muy simple: A good fuck (digamos, una buena noche de amor) tiene como secuela una inmersión en el infierno. En realidad, el film noir parece tan antiguo como esas morality plays de la Edad Media donde coexisten la carne, el diablo y la muerte.
Si uno observa Out of the Past, verá que todas esas premisas se cumplen. Pero si vuelve a contemplar la película acompañado por el crítico Mueller, es como si tragedia fuese secundada por la ironía. Mueller permite cierto distanciamiento. Especialmente cuando intenta desmenuzar ese galimatías de la segunda parte.
Hay algo más en Mueller: es un creador. Nunca pensé que un simple comentarista de cine podía ser tan sabio. Y para ello, es preferible ver un mal film noir que uno bueno, siguiendo las acotaciones de Mueller.
Una de las películas más solicitadas en Netflix es The Racket, también con Robert Mitchum y otro fenomenal actor, Robert Ryan, además de esa gran femme fatale que era Liz Scott. La película es un bodrio, pero la única manera de enterarse de los comentarios de Mueller es alquilándola. Como dice uno de sus admiradores: “The Racket me aburrió terriblemente durante la primera mitad. La trama es innecesariamente complicada y carece de foco. Luego, afortunadamente, vi el resto de la película acompañado por Mueller”.
Tal vez ha surgido un nuevo género en Hollywood: la película escoltada por el voice over de un excelente crítico. Y esos críticos empiezan a tener una influencia en los espectadores. Hasta que tropecé con algunos de ellos, compartía el criterio de Woody Allen. Creía que Humphrey Bogart era el mejor actor de film noir, y que Casablanca era su expresión máxima. Ahora he cambiado de criterio.
Así como Raymond Chandler o Dashiell Hammett me dejan decepcionado tras comparar sus textos con, inclusive, la peor novela de Jim Thompson, Robert Mitchum es para mí la máxima expresión de un galán recio. Sólo White Heat, interpretado por James Cagney, puede equipararse a Out of the Past.
No vamos a disminuir los méritos de Bogart, o la luminosa presencia de Ingrid Bergman en Casablanca, pero si el lector tiene ocasión de ver los dos filmes, descubrirá la distancia emocional entre ambos. No podemos imaginar a otra figura que no sea Robert Mitchum gritándole a Jane Greer “Really, babe, I don´t care!” mientras arroja por la borda su decencia, su honradez y sus pantalones con tal de abrazar a la mujer. Tampoco podemos imaginar otra femme fatale como Jane Greer, capaz de recibir en su cuerpo tanta desbordada lujuria. Sí, cuando se tropieza con esa clase de mujer, sólo una frase puede emerger de los labios: ¡Really, Babe, I don´t care!
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