Mario Szichman
Para Guadalupe Da
Costa Carrillo
Y Ericka Tirado
Castro,
Que me permitieron
Descubrir otra
Manhattan
Cuando el actor George Clooney quiere estrellar su
motocicleta Harley-Davidson no elige Manhattan, sino el Boulevard East. Al
menos ya una vez probó su suerte acompañado de una bella amiga. Y sospecho la
razón. Observar Manhattan desde esa avenida causa una sensación de euforia muy
cercana a la demencia. Acelera el pulso. Casi de manera inadvertida uno
necesita acelerar la velocidad. Y generalmente termina en el hospital.
Boulevard East es una serpenteante avenida de New Jersey que
flanquea la margen occidental del río Hudson. Consiste en unas treinta cuadras
de pavimento. Algunos han bautizado ese tramo como The Golden Coast, la costa dorada. A sus costados hay mansiones y
parques. Al menos un parque cada dos cuadras con bancos de madera y de hierro,
para sentarse y contemplar Manhattan, porque la mejor vista de Manhattan no
está en Manhattan sino en New Jersey, o en los condados de Brooklyn y Queens.
Manhattan es una isla, y cuando uno avanza desde ella hacia la costa, ya sea en
dirección al río Hudson, o al East, puede observar costas interesantes, pero
nada espectaculares.
Si alguna vez escribo una novela sobre el ataque a las torres gemelas, la ilustración que quiero para la portada es una imagen capturada el 11 de septiembre de 2001 por Thomas Hoepker, un veterano fotógrafo de Magnum. La imagen muestra a cinco jóvenes, en Brooklyn, a orillas del río, tal vez saboreando un tardío desayuno o descansando tras un paseo en bicicleta, bañados por el radiante sol de un verano de septiembre. (Uno de esos días tan radiantes, tan siniestros, señaló Hoepker, como los captados por Alfred Hitchcock). Y mientras los parranderos conversan, despreocupados, el trasfondo muestra cascadas de humo negro envolviendo las torres gemelas.[i]
Hoepker nunca hubiera podido tomar esa fotografía desde Manhattan. La revista Slate publicó un excelente portafolio con fotos de los ataques y de sus secuelas[ii] y todas ellas exhiben el paisaje humano sin distancias. Pues el World Trade Center, donde estaban emplazadas las torres gemelas, se hallaba en el Lower East Side, la zona de Wall Street, atravesada por estrechas callejuelas y abrumada por rascacielos.
Ahora se me ocurre, como un aparte (esa es la
magia de los blogs: podemos insertar cualquier cantidad de apartes sin que el
jefe de redacción ordene eliminarlos) que las primeras imágenes captadas por
los neoyorquinos y el mundo entero de los ataques al WTC provinieron de una
cámara fija del canal de televisión CNN. La cámara estaba emplazada a tanta
distancia de las torres, que permitía cubrir todo el panorama. Y al mismo
tiempo, las imágenes eran tan bucólicas como la registrada por el fotógrafo Hoepker. La
secuencia fílmica de CNN se inició cerca de las 9:00 de la mañana (el primer
avión se estrelló contra la Torre Norte a las 8:46) y concluyó poco después de
las 10:00, al colapsar la Torre Sur. Durante ese lapso se barajaron toda clase
de extrañas hipótesis alejadas de la realidad. Por ejemplo, desde esa
distancia, el segundo avión que se estrelló, parecía tener el tamaño una
avioneta. Por lo tanto, los locutores de
CNN dedujeron que también el primer avión había sido en realidad una avioneta,
o tal vez un avión de carga que transportaba apenas un piloto y un copiloto. Existía,
además, la apremiante necesidad de demostrar que los aviones se habían desviado
de su trayectoria normal debido a un misterioso campo magnético que los atraía
hacia las torres.
Sin ruidos, sin gritos, las
torres parecían también vacías. Nadie podía imaginar que tres mil personas
estaban agonizando o habían muerto en su interior o arrojándose por las
ventanas.
LA MARCA DE LO PRECARIO
Desde que llegué a Nueva York en septiembre de
1980, una de las cosas que más me han impresionado de Manhattan es lo frágil y
precaria que parece. Sus edificios llegan casi hasta el borde del río, y
escasean los muros. Por supuesto, los muelles están cercados por verjas, y en
algunos lugares los ingresos están rigurosamente vigilados. Pero Nueva York no
es una ciudad amurallada, y eso permite a quienes viven frente a Manhattan una
visión bastante interesante de la isla. Muchas personas tienen telescopios en
sus apartamentos de Nueva Jersey exclusivamente para observar qué hacen sus
vecinos de Manhattan[iii]. En
la parte donde vivo, el ancho del río Hudson no debe superar los 1.300 metros.
(Ahora que lo pienso, podría escribirse un buen guión de un filme policial
mostrando a un “Peeping Tom” revisando con su telescopio un edificio de
apartamentos de Manhattan donde se está cometiendo un crimen. La idea ya fue
soberbiamente ejecutada por Alfred Hitchcok en Rear Window, pero desde muy corta distancia. James Stewart, un
fotógrafo lesionado, observa desde su apartamento cómo su vecino del
apartamento de enfrente hace desaparecer a su mujer).
Todas estas reflexiones, algunas de ellas
bastante ociosas, y por lo tanto, muy fructíferas, están relacionadas con dos
temas que me gustaría explorar en mi próximo proyecto literario: la marca de
una ciudad en sus pobladores, y la manera en que cada persona crea su propia
ciudad.
CIUDADES
DE NOVELA
Durante más de veinte años viví en Manhattan y
sus alrededores. Nunca se me ocurrió escribir una novela ambientada en la isla
porque vivía en ella. Es en ocasiones recomendable tomar distancia para
escribir sobre una comarca. (Un consejo que nunca le hubiera resultado útil a
William Faulkner). Todas mis novelas sobre Buenos Aires las escribí en
Venezuela. Todas mis novelas sobre la epopeya de la independencia venezolana
las escribí en Nueva York. Mi último proyecto está ambientado en Nueva York
porque ya no vivo en Manhattan. Puedo tomar distancia de la ciudad,
contemplarla con cierta actitud olímpica desde que vivo en la otra orilla.
Estoy en condiciones de compararla con otras ciudades. Inclusive acumular
detalles que podrían resultar para otros banales, pero que para mí poseen mucha
carga, pues algunos de mis personajes provienen de otros países. Por ejemplo:
Buenos Aires es imposible de examinar desde alguna otra orilla. La única manera
de ver a Buenos Aires desde la distancia es si uno se desplaza en alguna lancha
o en el vapor de la carrera, que va de Buenos Aires a Colonia.
Domingo Faustino Sarmiento decía en El Facundo que los porteños no vivían
frente al río, sino de espaldas a él. Había toda una serie de brillantes
interpretaciones psicológicas de Sarmiento sobre ese hecho. Inclusive podría
explicar la falta de una gran industria pesquera, pese a que la plataforma
continental de Argentina es una de las más grandes del mundo. Y de allí salté a
otro factor que tiene que ver con Cádiz, otra ciudad que he descubierto hace
poco, y de la cual me enamoré a primera vista. Toda la historia de Cádiz se
puede resumir en la lucha de sus habitantes contra el viento. Lo dice Ramón
Solís en un bellísimo trabajo, El Cádiz
de las cortes. La topografía
humana de Cádiz ha sido trazada por el viento. De ahí sus estrechas
callejuelas, la orientación de las viviendas en cierta dirección, inclusive la
forma en que han sido diseñadas las albercas de agua en sus techos.
¿Cómo influye en los cubanos o en los ingleses
haber nacido en islas? ¿Qué clase de mentalidad desarrolla una isla en sus
habitantes? ¿Por qué Caracas terminó siendo la ciudad más importante de la
Capitanía General de Venezuela cuando carecía de todas las condiciones para
serlo, siendo la principal su gran distancia del mar?
Y ahora, la otra parte de la indagación
requerida antes de ponerme a escribir mi nueva novela: la manera en que cada
persona crea su propia ciudad. No todas las ciudades han sido creadas iguales,
ni permiten ser recreadas de la misma manera por sus habitantes. En una apasionante
excursión madrileña, conducido por Fernando Rodríguez Izquierdo, un sabio
conocedor de Madrid, pude ver la capital de España no sólo como el centro
exacto de la península ibérica, sino como una suma geológica de ciudades. Cada
siglo de la ciudad tiene su barrio y su topología, sus especiales monumentos y
sus paradigmáticas viviendas. La historia pesa terriblemente en Madrid, como en
cualquier otra ciudad europea. La historia es casi imperceptible en Manhattan,
una ciudad en perpetuo estado de construcción, donde sus habitantes se
desplazan en constantes éxodos internos. Cuando vivía en el área de Jackson
Heights, en el condado de Queens, los coreanos reemplazaron a los chinos, los
hindúes ocuparon una zona de “White american anglo-saxon” y los mexicanos
sustituyeron a dominicanos y puertorriqueños. Todo eso, en un lapso inferior a
una década.
Varias veces me mudé con mi esposa, Laura,
cuando vivíamos en Nueva York. Pero creo que después de los ataques a las
torres gemelas, todo cambió. De alguna
manera, Nueva York había dejado de ser una buena alternativa. Y pensamos en New
Jersey como la nueva tierra prometida. Eso ocurrió hace casi una década. Creíamos
entonces que había sido una decisión individual, pero las estadísticas demuestran
que varias decenas de miles de neoyorquinos también adoptaron decisiones
individuales similares a las nuestras.
Ahora,
la rutina ha cambiado. Vivo en la parte delantera de Manhattan. Contemplo a la
ciudad como un turista más. Mis
caminatas se han restringido mañana y tarde al Boulevard East. Veinte cuadras
ida y vuelta, al menos tres veces por día contemplando a la isla mágica,
siempre con los mismos ojos de asombro. Y aunque las mañanas son bellas,
inclusive si llueve, los atardeceres de Manhattan son absolutamente gloriosos,
inclusive en medio de una nevada.
Por eso entiendo
la razón de que George Clooney estrelló su motocicleta en Boulevard East: observar Manhattan desde ese privilegiado atalaya causa una sensación de euforia muy cercana a
la demencia.
[i] La fotografía puede verse en este link: http://iconicphotos.wordpress.com/2010/06/17/911-thomas-hoepker/
[ii] http://todayspictures.slate.com/inmotion/essay_sept11/
[iii] En cierta ocasión entrevisté a Ira Levin, el
autor de El bebé de Rosemary. Vivía
en un bello penthouse de Manhattan. En el centro de su sala había un
telescopio. Le pregunté si era para ver las estrellas, y me dijo que no, que lo
usaba para espiar a sus vecinos. ¿Y qué había podido observar? Le pregunté. “A
un vecino espiándome con su telescopio”, me respondió.
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